– Comprendo. -A Harry se le encogió el estómago.
– Al menos, parece que Forsyth no sospecha de usted. -Hillgarth lo miró fijamente-. Así que siga engañándolo, acceda a invertir y manténgame al tanto de aquellos informes de los que hablaron cuando los reciba. Eso es lo que yo quiero ver.
– Sí, señor.
– Sir Sam está ejerciendo presión en Londres. Puede que se anule esta operación. En caso de que así sea o de que algo falle, tengo un plan de emergencia para Forsyth. -Hillgarth hizo una pausa-. Intentaremos reclutarlo. No le podemos ofrecer lo mismo que él espera conseguir con esta mina, pero es posible que podamos ejercer otra clase de presiones. ¿Sigue estando enemistado con su familia?
– Por completo.
Hillgarth soltó un gruñido.
– O sea, que por ahí no hay nada que nos pueda servir. En fin, ya veremos. -El capitán miró incisivamente a Harry-. Lo veo preocupado. ¿No le gusta la idea de que apretemos las tuercas a Forsyth? Tenía la impresión de que usted lo despreciaba.
Harry no dijo nada. Hillgarth siguió adelante sin quitarle los ojos de encima.
– La verdad es que usted no está hecho para este tipo de trabajo, ¿verdad, Brett?
– No, señor -contestó Harry en tono abatido-. Hice simplemente lo que me pidieron que hiciera. Siento muchísimo lo que le ocurrió al teniente Gómez.
– Es comprensible. Pero nosotros necesitamos que siga haciendo lo que ha hecho hasta ahora, de momento. Después lo enviaremos a casa. Seguramente, muy pronto. -Hillgarth esbozó una media sonrisa-. Confío en que eso sea un alivio, ¿eh?
Pilar llevó a la mesa el plato principal: una paella con mejillones, gambas y anchoas sobre un lecho de arroz. Depositó la bandeja sobre la mesa y se retiró sin mirar a nadie. Barbara tomó una cuchara de servir y llenó los platos.
– Es todo un lujo conseguir pescado fresco -dijo Sandy, aparentemente animado por el aroma del plato. Miró a Harry con una sonrisa-. Cada vez hay menos.
– ¿Y eso?
– Los pescadores reciben una asignación de combustible para sus embarcaciones, pero los precios del petróleo en el mercado negro son tan astronómicos que ellos lo venden a cambio de enormes ganancias y no se molestan en salir a pescar. Esos son los efectos que produce nuestro bloqueo, ¿comprendes?
– ¿Y el Gobierno no los puede obligar a que utilicen el combustible para pescar?
Sandy rió.
– No. Aunque aprueben leyes, no pueden obligar a nadie a cumplirlas. Y, además, la mitad de los ministros están metidos hasta el cuello.
– ¿Cómo va ese proyecto en el que vas a invertir? -preguntó Barbara, dirigiéndole a Harry otra mirada muy rara.
– Bueno…
Sandy lo interrumpió.
– Despacio. De momento, no hay ninguna novedad.
Barbara miró un instante de uno a otro.
– Ayer recibí una carta de Will -dijo Harry-. Ahora se lo pasa muy bien viviendo en el campo.
– Su mujer debe de estar encantada de haberse alejado de las incursiones aéreas -terció Barbara.
– Sí, todo eso ha sido demasiado para ella. -Harry la miró con la cara muy seria-. ¿Te has enterado de lo de Coventry?
Barbara dio una larga calada al cigarrillo. Tras los cristales de las gafas, sus ojos parecían cansados y estaban rodeados por unas ojeras que Harry jamás le había visto anteriormente.
– Sí. Quinientos muertos, según los informes. Todo el centro de la ciudad arrasado.
– Los reportajes del Arriba son exagerados -dijo Sandy-. Siempre hacen que los bombardeos parezcan peores de lo que son. Los alemanes les dicen lo que tienen que escribir.
– Pero eso lo dijeron en la BBC.
– Y vaya si es verdad -convino Harry.
– Coventry se encuentra a sólo veinticinco kilómetros de Birmingham -dijo Barbara-. Cada vez que escucho la BBC, temo enterarme de que ha habido más incursiones. Deduzco de sus cartas que mi madre ya empieza a sufrir los efectos de la tensión. -Lanzó un suspiro y miró a Harry con una sonrisa triste en los labios-. Resulta extraño ver que tus padres se han convertido de repente en unos ancianos atemorizados.
– Tendrías que ir a verlos -dijo Sandy.
Ella lo miró con asombro.
– ¿Por qué no? Llevas años sin verlos. Se acerca la Navidad. Sería una bonita sorpresa para ellos.
Barbara se mordió el labio.
– Es que… no me parece el momento adecuado -dijo.
– No veo por qué no. Yo te podría encontrar plaza en un avión.
– Lo pensaré.
– Como quieras. -Harry miró a Barbara. Se preguntó por qué no quería ir a su casa.
Ella se volvió para mirarlo.
– ¿Y tú qué, Harry, te van a conceder vacaciones por Navidad?
– No creo. Quieren tener a los traductores disponibles por si hubiera alguna emergencia.
– Supongo que te gustaría ver a tu tío y a tu tía.
– Pues sí.
– Sandy dice que te has echado novia -dijo Barbara con falsa jovialidad-. ¿A qué se dedica?
Harry se arrepintió de habérselo comentado a Sandy en el coche el día que ambos habían visitado la mina.
– Pues… trabaja en el sector lácteo.
– ¿Y cuánto tiempo llevas con ella?
– No mucho.
Harry pensó en la víspera, que había transcurrido en el apartamento de Carabanchel. Sofía le había revelado inesperadamente que su familia estaba al corriente de las relaciones entre ambos. Harry se había preguntado cómo reaccionarían. Enrique y su madre lo habían recibido encantados; pero Harry suponía que era porque pensaban que Sofía había pescado a un hombre rico, aunque fuera extranjero. Paco se había mostrado más tranquilo y relajado y hasta había hablado con él por primera vez. Y él, por su parte, se había sentido extrañamente privilegiado.
– La tendrás que traer a cenar -dijo Barbara alegremente-. Formaremos dos parejas.
– Por eso no vas a casa por Navidad -dijo Sandy, señalando a Harry con el dedo-. Qué guardado te lo tenías, pillín. -Se secó la boca con la servilleta-. ¿Dónde está la pimienta? A Pilar se le ha olvidado.
– Voy por ella -dijo Barbara-. Perdón. -Abandonó la estancia. Sandy miró a Harry con la cara muy seria.
– Quería librarme un momento de ella -dijo-. Me temo que hay un problema en el asunto de la mina.
El corazón de Harry se puso a latir con fuerza.
– ¿Qué ha ocurrido?
– Sebastián teme que un extranjero invierta en el negocio. Creo que no va a poder ser.
Parecía sinceramente apenado.
– Qué lástima. -O sea que, al final, no habría ningún informe que presentarle a Hillgarth-. Me sorprende, porque yo pensaba que era Otero el que más dudas tenía.
Sandy jugueteó con su vaso de vino.
– Teme que a este comité de supervisión no le guste la idea de un inversor inglés. Nos están sometiendo… -hizo una pausa- a mucha presión.
– ¿El comité del general Maestre?
– Sí. Nos vigilan más de cerca de lo que nosotros pensábamos. Creemos que saben algo de ti.
Harry quería preguntar por Gómez, pero no se atrevió.
– Entonces, ¿seguís teniendo problemas por falta de fondos?
Sandy asintió con la cabeza.
– El comité está insinuando más o menos la posibilidad de asumir ellos la dirección del proyecto. Y, en ese caso, adiós beneficios. La gente del comité ganará una fortuna, claro.
– Lo siento.
– Bueno, supongo que algo sacaremos. Lamento haberte dejado en la estacada. -Sandy miró a Harry con aquellos ojos castaños tristes y líquidos como los de un perro. Con cuánta rapidez podía cambiar su expresión.
– No te preocupes. Quizá sea mejor que no participe. No estoy muy seguro de que fuera el tipo de negocio más apropiado para mí.
– Menos mal que te lo tomas así. Es una pena, quería hacer algo por ti, en… bueno, en recuerdo de los viejos tiempos.
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