C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– Por favor. -Se advertía en la voz del padre Eduardo un tono de súplica-. Tiene una oportunidad de alcanzar la vida eterna. No la desprecie.

Vicente empezó a emitir unos gorgoteos a través de la garganta. El sacerdote volvió a hablar.

– Si no aprovecha esta última oportunidad, tendrá que ir al infierno. Eso es lo que está escrito.

La garganta de Vicente estaba trabajando. Gorgoteó y farfulló algo, y Bernie comprendió lo que intentaba hacer. El sacerdote se inclinó hacia delante y Vicente respiró hondo, pero la mucosidad que había estado intentando escupir le resbaló de nuevo al interior de la garganta. Tosió y después se empezó a asfixiar, emitiendo unos jadeos en su desesperado intento por respirar. Se incorporó con el rostro congestionado a causa del esfuerzo y trató de aspirar un poco de aire. Bernie se inclinó hacia él y le dio unas palmadas en la espalda. A Vicente se le desorbitaron los ojos mientras experimentaba un acceso de náuseas y vomitaba. De pronto, un espasmo le recorrió todo el cuerpo devastado y volvió a caer sobre el jergón. Un gorgoteo prolongado y chirriante se escapó de su garganta, una especie de sonido de terrible cansancio. Bernie vio que la expresión huía de sus ojos. Había muerto. El cura cayó de rodillas y empezó a rezar.

Bernie se quedó sentado en la cama. Le temblaban las piernas. Al cabo de un minuto, el padre Eduardo se levantó y se santiguó. Bernie lo miró con frialdad.

– Estaba intentando escupirle, ¿no se ha dado cuenta?

El cura denegó con la cabeza.

– Usted lo amenazó con el infierno, y él trató de soltarle un escupitajo y se atragantó con él. Usted le ha provocado esta muerte.

El sacerdote contempló el cuerpo de Vicente y después meneó la cabeza y dio media vuelta para abandonar la barraca. Bernie le gritó a su espalda.

– No se preocupe, padre, no está en el infierno. ¡Acaba de salir de él!

Vicente fue enterrado al día siguiente. Puesto que no había recibido los últimos sacramentos, no se pudo celebrar ninguna ceremonia por la Iglesia. Vicente se habría alegrado. Bernie caminó con paso cansino a través de la nieve, siguiendo a la cuadrilla que llevaba el cadáver cosido en el interior de una vieja sábana hasta la ladera de la colina donde estaban las sepulturas. Contempló cómo lo bajaban a una tumba muy poco profunda que había sido cavada aquella misma mañana.

– Adiós, compañero -murmuró serenamente. Se sentía muy solo.

El guardia que los acompañaba se santiguó e indicó a Bernie con un movimiento del fusil que regresara al campo. La cuadrilla del entierro empezó a llenar la tumba, luchando con la tierra congelada. Se puso otra vez a nevar, unos copos blancos y pesados. Bernie pensó: «El padre Eduardo estará pensando que te quemas en el fuego eterno, pero la verdad es que te van a encajonar en hielo.» El chiste hubiera hecho gracia a Vicente.

Aquella tarde Bernie estaba apoyado contra la pared de la barraca fumando un cigarrillo que le había regalado amablemente un miembro de la cuadrilla del entierro, cuando Pablo se le acercó. Parecía un poco incómodo.

– Me han enviado para hablar contigo en nombre de la célula del partido -dijo. «Porque tú eras mi amigo -pensó Bernie-, para demostrarme que Eulalio es el que mete en cintura a todo el mundo.»-. Se te ha considerado culpable de un incorregible individualismo burgués y de resistencia a la autoridad -dijo Pablo, mirándolo muy envarado-. Se te expulsa del partido y se te advierte de que, si hicieras algún intento de sabotear nuestra célula, se tomarán medidas.

Bernie ya sabía lo que eso significaba; una navaja clavada en la oscuridad, como ya había ocurrido anteriormente entre los prisioneros.

– Soy un comunista leal y siempre lo he sido -dijo-. No acepto la autoridad de Eulalio como dirigente nuestro. Algún día presentaré mi causa al Comité Central.

Pablo bajó la voz.

– ¿Por qué armas jaleo? ¿Por qué eres tan terco? Eres muy terco, Bernardo. La gente dice que te hiciste amigo del abogado sólo para fastidiarnos.

Bernie sonrió amargamente.

– Vicente era un hombre honrado. Y yo lo admiraba.

– ¿A qué vino todo aquel alboroto con el cura? Estas cosas provocan problemas. Es inútil discutir con los curas. Eulalio tiene razón, eso es puro individualismo burgués.

– Pues entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo podemos resistir?

– Debemos mantenernos fuertes y unidos. Algún día el fascismo caerá.

Pablo hizo una mueca y se rascó la muñeca. A lo mejor, era sarna… éste era el riesgo que se corría cuando uno permanecía demasiado rato con Eulalio.

– Otra cosa, Eulalio quiere que te vayas de la barraca. Quiere que pidas un traslado, que digas que no puedes seguir aquí después de la muerte de tu amigo.

Bernie se encogió de hombros.

– Puede que no me lo concedan.

– Eulalio dice que te tienes que largar.

– Lo pediré, camarada.

Bernie subrayó amargamente la última palabra. Pablo dio media vuelta y Bernie lo vio alejarse. «Y, si no me conceden el traslado -pensó-, como probablemente ocurrirá, Eulalio dirá que causaré más problemas si me quedo. Lo tiene todo preparado.» Miró a través de la valla hacia la colina donde Vicente estaba enterrado, un tajo alargado de color marrón en la nieve. Pensó que no le importaría reunirse con él bajo tierra. Pero después apretó los labios. Mientras siguiera con vida, lucharía. Eso era lo que tenía que hacer un verdadero comunista.

34

Se respiraba una atmósfera inquietante alrededor de la mesa del comedor. Sandy y Barbara fumaban sin cesar y encendían nuevos pitillos entre plato y plato. Sandy se mostraba insólitamente taciturno y se hundía en pequeños silencios, mientras que los intentos de conversación de Bárbara sonaban nerviosos e inseguros, y una o dos veces ésta había mirado a Sandy de una manera muy rara. A Harry le dio la impresión de que ambos estaban muy lejos el uno del otro, singularmente desconectados. El ambiente lo estaba poniendo nervioso y le hacía sentirse incómodo. No podía dejar de estudiar el rostro preocupado y un tanto enfurruñado de Sandy y de preguntarse qué le habría ocurrido a Gómez. «¿Qué le habéis hecho?»

Los espías sabían que lo habían vuelto invitar a cenar en casa de Sandy y que aquella tarde se había entrevistado con Hillgarth. Éste llevaba más de una semana sin verlo. El despacho del capitán estaba en la parte de atrás de la embajada, una zona que Harry jamás había visitado. Una secretaria extremadamente profesional lo acompañó a una estancia espaciosa de techo alto abovedado. Varias fotografías enmarcadas de buques de guerra colgaban en las paredes; en un estante, junto a los anuarios Whitaker's Almanac y J ane's Figbting Ships, había varios ejemplares encuadernados de las novelas de Hillgarth. Harry recordó uno o dos títulos que había visto leer a Sandy en el colegio. La princesa y el perjuro y El belicista.

Hillgarth permanecía sentado a un enorme escritorio de madera de roble. Su rostro mostraba una expresión dura y ceñuda y sus grandes e inquisitivos ojos reflejaban toda la cólera que sentía, por más que el tono de su voz fuera sereno y pausado.

– Tenemos problemas con Maestre -empezó diciendo-. Está furioso. Él y algunos de sus compinches monárquicos espiaban aquella maldita mina, y Gómez trabajaba para ellos. Es una lástima que usted haya delatado a su hombre. De todos modos, Maestre ya no estaba muy contento con usted por el hecho de haber dejado plantada a su hija. Es el final de la operación que estaban llevando a cabo.

– ¿Puedo preguntar qué le ocurrió a Gómez, señor? ¿Está…?

– Maestre lo ignora. Pero no espera volver a verlo. Gómez había trabajado muchos años a su servicio.

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