C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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Sonó el teléfono en el vestíbulo y Harry experimentó un sobresalto. Oyó unas pisadas y la voz de Barbara hablando en inglés. Momentos después, ésta regresó con semblante angustiado.

– Harry, en la embajada quieren hablar contigo. Dicen que es urgente. -Lo miró con inquietud-. Espero que no sean malas noticias de Inglaterra.

– ¿Les diste nuestro número? -Sandy lo miró incisivamente.

– Tuve que hacerlo, esta noche estoy de servicio. Me tendré que ir si hay algo urgente que traducir. Disculpadme. -Salió al vestíbulo. Un braserillo colocado bajo la mesita del teléfono le calentó los pies, arrojando un resplandor amarillo sobre el mosaico del suelo. Descolgó el teléfono.

– Dígame. Harry Brett.

Contestó una cultivada voz de mujer.

– Ah, señor Brett, me alegro de que hayamos podido localizarlo. Tengo una llamada en espera, una tal señorita Sofía Roque Casas. -La mujer vaciló-. Dice que es urgente.

– ¿Sofía?

– Está esperando. ¿Quiere atender la llamada?

– Sí, por favor, pásemela.

Se oyó un clic y, por un instante, Harry temió que se hubiera cortado la comunicación; pero enseguida se escuchó la voz de Sofía. Le pareció raro oírla en el vestíbulo de la casa de Sandy.

– Harry, Harry, ¿eres tú? -Su voz, normalmente serena, parecía asustada.

– Sí, Sofía, ¿qué es lo que ocurre?

– Es mamá. Creo que ha sufrido otro ataque. Enrique ha salido y yo estoy sola. Paco se encuentra fatal, lo ha visto todo. Harry, ¿puedes venir? -Tenía voz de llorar.

– ¿Un ataque?

– Creo que sí. Ha perdido el conocimiento.

– Voy enseguida. ¿Dónde estás?

– Tuve que caminar dos manzanas para encontrar un teléfono. Perdona, no sabía qué hacer. Oh, Harry, está muy mal.

Harry reflexionó un momento.

– De acuerdo. Vuelve al apartamento, iré lo antes posible. ¿Cuándo regresará Enrique?

– Muy tarde. Ha salido con unos amigos.

– Mira, ahora estoy en la calle Vigo. Pediré un taxi y llegaré en cuanto pueda. Vuelve con tu madre y Paco.

– Por favor, date prisa; por favor, date prisa. -Era terrible oírla tan asustada-. Sabía que vendrías -añadió Sofía.

Después se oyó un clic mientras ella colgaba el aparato.

Se abrió la puerta del salón y Barbara asomó la cabeza.

– ¿Qué ocurre? Has dicho que alguien había sufrido un ataque, ¿verdad? ¿Es tu tío?

Harry respiró hondo.

– No, es la madre de Sofía, mi… mi novia. -Siguió a Barbara al comedor-. Ha llamado a la embajada y ellos me la han pasado aquí. Está sola con su madre y un chiquillo que tienen a su cuidado. Me tengo que ir para allá.

Sandy lo miró con curiosidad.

– ¿No pueden llamar a un médico?

– No se lo pueden permitir.

Debió de haber utilizado un tono desabrido, porque Sandy levantó la mano diciendo.

– Bueno, chico, bueno.

– ¿Puedo pedir un taxi desde aquí? -Para trasladarse a casa de Sandy, Harry había cogido un tranvía.

– Tardará siglos a estas horas de la noche. ¿Dónde viven?

Harry vaciló antes de contestar.

– En Carabanchel.

– ¿En Carabanchel? -Sandy enarcó las cejas.

– Sí.

De repente, Barbara intervino en tono decidido.

– Yo te llevo. Si esta pobre mujer ha sufrido un ataque, quizá la pueda ayudar.

– Sofía estudió medicina. Pero tú la puedes ayudar. ¿Te importa?

– Es peligroso circular en coche por allá abajo -dijo Sandy-. Podemos pedir un taxi.

– No me ocurrirá nada. -Barbara se encaminó hacia la puerta-. Ven, voy por las llaves.

Harry la siguió. Al llegar al umbral, se volvió. Sandy permanecía sentado a la mesa. Se le veía furioso y malhumorado. Jamás le había gustado que lo dejaran de lado.

La noche era fría y despejada. Barbara condujo rápido y con pericia por el centro de la ciudad y entre las callejuelas oscuras de los barrios obreros. Parecía alegrarse de haber salido. Miró a Harry con curiosidad.

– No pensaba que Sofía fuera de Carabanchel.

– ¿Esperabas que fuera alguien de la clase media?

– Supongo que, subconscientemente, sí. -Barbara sonrió con tristeza-. Bien sé yo que el hecho de enamorarse de alguien es algo imprevisible. -Volvió a mirarlo con expresión inquisitiva-. ¿Tiene algo de especial?

– Sí. -Harry vaciló-. Al principio me pregunté si no sería… no sé, por una especie de sentimiento de culpa o algo por el estilo, eso de querer averiguar cómo viven los españoles corrientes. -Soltó una tímida carcajada.

– ¿Un deseo de identificarte con la manera de vivir de los nativos?

– Algo así. Pero es simplemente… simplemente amor, ¿sabes?

– Lo sé. -Barbara vaciló-. ¿Y qué piensan en la embajada?

– No se lo he dicho. Quiero reservarme una parte de mi vida para mí mismo. Ya estamos, la siguiente calle.

Aparcaron ante el bloque de apartamentos de Sofía, entraron rápidamente y subieron corriendo por la oscura escalera. Sofía los había oído subir y esperaba en la puerta. Una luz amarillenta se derramaba por el rellano. Se oía desde dentro el llanto histérico de un niño. Sofía estaba muy pálida y un lacio y desgreñado cabello le enmarcaba el rostro. Miró a Barbara.

– ¿Quién es?

– Barbara, la mujer de un amigo mío. Estábamos cenando juntos. Es enfermera y quizá te pueda ayudar.

Sofía encorvó los hombros.

– Demasiado tarde. Mamá ha muerto. Ya había muerto cuando regresé después de haberte llamado.

Los hizo pasar. La anciana yacía en la cama. Le habían cerrado los ojos y su blanco rostro ofrecía un aspecto sereno y tranquilo. Paco se había arrojado sobre el cadáver y lo abrazaba con fuerza, sollozando entre lastimeros gemidos. El niño levantó la cabeza al oírlos entrar y miró a Barbara con expresión atemorizada. Sofía se le acercó y le acarició el cabello.

– Tranquilo, Paco, esta señora es amiga de Harry. Ha venido a ayudarnos. No es de la Iglesia. Anda, apártate. -Lo apartó delicadamente del cadáver y lo abrazó. Ambos se sentaron en la cama, llorando. Harry se sentó a su lado y rodeó a Sofía con el brazo.

Paco se levantó y miró a Barbara, todavía asustado. Ésta se le acercó y, muy suavemente, le tomó aquellas sucias manitas entre las suyas.

– Hola, Paco -le dijo-. ¿Te puedo llamar Paco? -El niño asintió en silencio-. Mira, Paco, Sofía está muy disgustada. Tienes que procurar comportarte como un chico mayor. A ver si puedes, ya sé que es difícil. Mira, ven a sentarte aquí conmigo. -Paco permitió que lo apartara suavemente de la cama. Barbara lo sentó en una desvencijada silla y acercó otra para sentarse a su lado.

Sofía, abrazada fuertemente a Harry, contemplaba el cadáver de su madre.

– Ya pensaba que podía ocurrir y que quizá fuera lo mejor para ella, pero es muy duro. Tendría que pedir que vengan por ella, no sé, una ambulancia tal vez, no podemos dejarla aquí.

– ¿Enrique no querrá verla? -le preguntó Harry.

– Será mejor que no. -Sofía se levantó y fue en busca de su abrigo, colgado tras la puerta.

– Ya voy yo -dijo Harry.

Barbara se levantó.

– No, tú quédate aquí con Sofía. De camino, he visto una cabina telefónica no lejos de aquí.

– No conviene que vaya sola -le dijo Sofía.

– He estado en sitios peores. Por favor, déjeme ir. -Barbara hablaba en tono enérgico y profesional, con deseo de ayudar-. No tardo ni un minuto.

Se fue antes de que pudieran protestar y sus pisadas resonaron escalera abajo. Sofía tomó la mano de Paco y lo acompañó para que se sentara de nuevo en la cama con ellos. Contempló el rostro inmóvil de Elena.

– Estaba muy cansada últimamente -murmuró Sofía-. Y de pronto, esta noche después de cenar lanzó un grito tremendo, como un gemido muy fuerte. Cuando me acerqué, ya había perdido el conocimiento. Después, cuando regresé de llamarte, ya había muerto. Dejé al pobre Paco solo con ella. -Besó la cabeza del niño-. No tendría que haberlo hecho. Me tendría que haber quedado aquí.

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