Algo, alguien, la vida habían apagado la luz.
Le ofrecieron un café, una aguachirle infame que aceptó encantado. Se llevó a los labios el plástico muy caliente, apoyando la frente contra la ventanilla, observó el temblor del ala, trató de distinguir las estrellas de las luces de los otros aviones, atrasó su reloj y siguió hendiendo la noche.
* * *
La segunda foto la había sacado él… Lo recuerda porque su tío Pierre acababa de regalarle esa cámara Kodak Instamatic con la que llevaba tanto tiempo soñando, y se había remangado la túnica para estrenarla.
Alexis y él acababan de hacer la primera comunión, y todo el mundo se había reunido en el jardín familiar. Bajo el cerezo que habían talado la semana anterior, precisamente… Su tío debía de estar dándole la tabarra con que primero tenía que leer las instrucciones, comprobar la luz, meter el carrete y… lo primero de todo: ¿te has lavado las manos? Pero Charles no lo escuchaba: Anouk ya estaba posando.
Se había encajado un mechón de pelo entre la nariz y el labio superior y, haciendo muecas, parecía mandarle un enorme beso bigotudo por debajo de su pamela de paja.
De haber sabido que observaría tan de cerca esa foto varias vidas más tarde, habría escuchado mejor los consejos de su tío… Estaba mal encuadrada y la luz dejaba bastante que desear, pero bueno… Era ella, al menos… Y si estaba borrosa era porque estaba haciendo el ganso.
Sí, Anouk hacía el ganso. Y no sólo para la foto. No sólo para salvar a Charles del pesado de su tío. No sólo porque hacía bueno y se sentía segura posando para alguien que la quería. Se reía, lamía el vaso cuando la espuma se desbordaba, les lanzaba caramelos e incluso se había hecho unos dientes de vampiro con guirlache, pero era… para divertirse… para olvidar y, sobre todo, para conseguir que todos olvidaran que su única familia aquel día, los únicos seres humanos con los que más tarde podría decir «que sí, hombre… era cuando la primera comunión del niño, ¿es que ya no te acuerdas?» y que habían hecho de padrinos improvisados a la hora de firmar el registro eran una compañera de trabajo y un vejestorio con el pelo más cardado que nunca…
Ah, hablando del rey de Roma, por la puerta asoma… El magnífico Nounou… Enmarcado por sus dos querubines, con el pecho henchido de orgullo y apenas un poco más alto que ellos a pesar de las alzas y de su peinado cardado.
– ¡Ayyyy, pequeñines míos! Pero ¡tened cuidado con esas velas! ¡Con la cantidad de laca que me ha puesto Jackie, voy a explotar! Anda, tocad, tocad…
Tocaron y, en efecto, al tacto era exactamente igual que el algodón de caramelo.
– Ya os lo decía yo… Bueno, y ahora, ¡una sonrisita para la cámara!
Y sonreían en esa foto. Sonreían. Abrazados a él con ternura, aprovechando para limpiarse los dedos en sus mangas de alpaca.
Alpaca… Era la primera vez que Charles oía esa palabra… Estaban todos en el atrio de la iglesia, ensordecidos por el estruendo de las campanas, y Alexis y él escudriñaban el horizonte retorciéndose el cinturón de cuerda de sus túnicas blancas porque Nounou se estaba retrasando.
Mado no podía más de nervios, y cuando ya no había más remedio que marcharse sin él, lo vieron bajar de un taxi como de una limusina en Cannes.
Anouk soltó una gran carcajada.
– Pero, Nounou… pero, pero… ¡si estás espléndido!
– Vamos, vamos, por favor -contestó él, algo molesto-, si no es más que un traje de alpaca de nada… Me lo encargué a medida para la gira de Orlanda Marshall en…
– ¿Quién es ésa? -le pregunté, mientras nos dirigíamos a la sacristía.
Nounou soltó un gran suspiro de lo más histriónico.
– Oh… Una buena amiga mía… Pero no tuvo éxito… Se anuló su gira… Y si queréis saber lo que pienso, esto también fue una historia de faldas…
Y besándose el índice antes de rozar con él sus frentes (su Beso Rojo, el mejor de los bálsamos sagrados), les dijo:
– Hala, jesusitos míos, en marcha… Y si veis un halo de luz, bajáis la cabeza, ¿eh?, lo digo muy en serio.
Pero no, Charles recitó el Padrenuestro con los ojos muy abiertos y la vio muy bien, con su sonrisa torcida, apretando con mucha fuerza la mano de su vecino.
En ese momento eso lo había irritado un poco. Eh. Ahora no. Cruz y raya, no vale, ¿no se iría a echar a llorar ahora, no? Pero hoy… Esa emoción que estás en los cielos… Santificado sea tu nombre y hágase tu voluntad. Era la primera comunión de su único hijo, un día lleno de gracia, pequeña tregua oficial en una vida muy, muy espinosa, y su único pasado, su único hombro al que aferrarse, los únicos dedos que podía apretar bien fuerte mientras sonaba el órgano eran los de la vieja amiga de Orlanda Marshall con sus botines de charol y su rosario al cuello sobre su traje de alpaca malva…
No era nada.
Y, sin embargo, era mucho.
Pero era absurdo.
Así era su vida.
Nounou le regaló un bolígrafo que había pertenecido «al grandísimo actor Maurice Chevalier, nada menos», pero que tenía roto el capuchón y no se lo podía quitar.
– Bueno, ¿qué? ¿No se te acelera el corazón de emoción? -añadió al ver la sonrisa incómoda de Charles.
– Pues… sí, sí, claro…
Y cuando el niño se alejó, Nounou vio la mueca de Anouk y se sintió obligado a rendir cuentas.
– ¿Y tú por qué me miras así?
– No sé… La última vez me dijiste que ese dichoso bolígrafo había sido del cantante Tino Rossi…
– Vamos, tesoro…
Expresión de cansancio y de tedio vestida de alpaca malva.
– Lo que cuenta es el sueño, lo sabes perfectamente… Además, me pareció que para una primera comunión Maurice Chevalier era más… que era mejor, vamos.
– Tienes razón. Tino Rossi es más como de Navidad…
– Muy graciosa.
Anouk se partía de risa, y Nounou se enfadó y frunció el ceño.
– Oh… Nounou… ¿Qué sería de mí sin ti?
Y Nounou enrojecía bajo su capa de maquillaje.
Charles dejó las fotos en su mesita abatible. Le hubiera gustado seguir viéndolas, pero, como siempre, ese histrión reclamaba todo el protagonismo. Y no se le podía guardar rencor por ello. La escena, el espectáculo, el «entertainment», como él decía, eran toda su razón de ser…
Entonces, vamos allá, pensó, vamos allá. Después de los perritos con cuello de camisa postizo y antes de que vuelvan a encenderse las luces, Ladies and Gentleman, excepcionalmente con ustedes esta noche, en directo en su gira triunfal hacia el Nuevo Mundo y ante sus ojos estupefactos, el Grande, el Maravilloso, el Exquisito, el Inolvidable Nounou…
* * *
Una noche de enero de 1966 (cuando más tarde le contara esta historia, Anouk, que nunca se acordaba de nada, utilizaría este punto de referencia: la víspera un Boeing se había estrellado sobre el Mont Blanc.) murió una anciana en el servicio de cardiología del hospital. Es decir tres plantas por encima de la suya. Es decir a años luz de las preocupaciones de la enfermera titulada Le Men, la cual, en esa época, trabajaba en reanimación. Charles emplea este término a propósito porque era exactamente el que le convenía a Anouk, pero para entendernos: en urgencias. Qué bien pegaba eso con ella, Anouk era una enfermera de urgencias.
Sí, murió una anciana, y ¿por qué tendría que haberse enterado si no hay nada más compartimentado que un hospital? Cada servicio tenía sus propias copas de celebración, sus victorias y sus pequeñas miserias…
Pero estaban los rumores de los pasillos. O de las máquinas de café, que para el caso es lo mismo… Aquel día una de sus compañeras se quejaba de un tipo raro que estaba empezando a tocarles las narices arriba, en cardiología, porque seguía viniendo a visitar a su difunta madre con flores frescas todos los días y no entendía que no lo dejaran entrar en la habitación. Después se reía y preguntaba a todos los presentes si alguien podía firmarle una autorización para que lo ingresaran en psiquiatría.
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