Mi madre, que nos observaba desde un lado, me preguntó a qué me refería. En cuanto abrí la boca, mi padre dijo, mirándome fieramente:
– ¡No digas tonterías!
Había llegado al límite y conté la verdad a mi madre. Vi que estaba terriblemente trastornada. Sin embargo, apenas unas horas más tarde, mi «razonable» madre me dijo:
– Tendrás que aguantarlo por la seguridad de toda la familia. Si no, ¿qué será de nosotros?
Mis esperanzas se vieron frustradas por completo. Mi propia madre me quería persuadir de que soportara los abusos de mi padre, su marido. ¿Dónde estaba la justicia en todo aquello?
Aquella noche me subió la fiebre hasta los 40º. Me volvieron a llevar al hospital, donde he permanecido hasta ahora. Esta vez no tuve que hacer nada por provocar la enfermedad. Sencillamente sufrí un colapso. Mi corazón se había colapsado. No tengo la menor intención de volver a lo que los demás llaman hogar.
Querida Yulong, ésta es la razón por la que no deseo ver a mi padre. ¿Qué clase de padre es? Mantengo la boca cerrada por mi hermano pequeño y mi madre (aunque ella no me quiere); sin mí siguen siendo la familia de antes.
¿Por qué dibujé una mosca, y por qué la hice tan bella?
Porque echo de menos a una madre y a un padre de verdad; a una familia en la que poder ser niña y llorar en los brazos de mis progenitores; en la que poder dormir sana y salva en mi propia cama; en la que unas manos amorosas acaricien mi cabeza para consolarme después de una pesadilla. Desde mi más tierna infancia, jamás he sentido este amor. Lo esperaba y anhelaba con todas mis fuerzas, pero nunca lo tuve, y ya nunca lo tendré, pues tan sólo tenemos una madre y un padre.
Una vez, una pequeña y adorable mosca me enseñó el roce de unas manos cariñosas.
Querida Yulong, no sé qué haré después de esto. Tal vez iré a cuidarte, y a ayudarte como pueda. Sé hacer muchas cosas, y no tengo miedo a las privaciones, siempre y cuando pueda dormir tranquila. ¿Te importa que vaya a verte? Por favor, escríbeme y hazme saber tu decisión.
Me gustaría saber cómo estás. ¿Todavía practicas el ruso? ¿Tienes medicinas? Vuelve el invierno y tienes que cuidarte.
Espero que me des una oportunidad de hacer las paces contigo y de hacer algo por ti. No tengo familia, pero espero poder ser una hermana pequeña para ti.
¡Te deseo felicidad y salud de todo corazón!
Te echo de menos.
Hongxue, 23 de agosto de 1975
Esta carta me conmovió profundamente y me resultó muy difícil mantener la compostura durante la emisión de la noche. Más tarde, muchos oyentes me escribieron preguntándome si había estado enferma.
Después de que hubiera finalizado mi programa, llamé a unos amigos para pedirles que pasaran por mi casa y vieron si mi hijo y su niñera estaban bien. Luego me acomodé en la oficina vacía y ordené los recortes. Y fue entonces cuando leí el diario de Hongxue.
27 de febrero. Nieve abundante
¡Qué feliz soy hoy! Mi deseo ha vuelto a cumplirse: He vuelto al hospital.
Esta vez no ha resultado tan duro, ¡pero ya sufro mucho, tal como están las cosas!
Quiero dejar de pensar. «¿Quién soy? ¿Qué soy?» Estas preguntas no sirven de nada, como todo lo demás en mí: mi cerebro, mi juventud, mi ingenio y mis ágiles dedos. Ahora lo único que deseo es dormir larga y profundamente.
Espero que los médicos y las enfermeras se muestren un poco flexibles y no inspeccionen las salas con demasiada diligencia en sus rondas de esta noche.
La habitación del hospital es cálida y confortable para escribir en ella.
2 de marzo. Soleado
La nieve se ha fundido muy rápidamente. Ayer por la mañana todavía estaba de un blanco impoluto; hoy, cuando salí del edificio, la poca nieve que quedaba se había tornado amarilla y sucia, manchada como los dedos de mi compañera de habitación, la vieja madre Wang, que fuma como una chimenea.
Me encanta cuando nieva densamente. Todo está blanco y limpio; el viento esboza dibujos en la superficie de la nieve, los pájaros saltarines dejan sus huellas y la gente también deja, involuntariamente, hermosas huellas en la nieve. Ayer salí varias veces a hurtadillas. El doctor Liu y la supervisora de las enfermeras me regañaron: «¡Debes de estar loca, salir así con la fiebre que tienes! ¿Acaso pretendes quitarte la vida?» No me importa lo que me digan. Puede que sus lenguas sean duras, pero yo sé que en el fondo son personas muy dulces.
Es una pena que no tenga una cámara. Sería bueno poder hacer una foto del paisaje cubierto de nieve.
17 de abril. Brilla el sol (¿se levantará el viento más tarde?)
Hay una paciente aquí que se llama Yulong: su reuma crónico la lleva al hospital varias veces al año. La enfermera Gao siempre chasquea la lengua con simpatía, preguntándose cómo una chica tan guapa y lista puede haber atrapado una enfermedad tan molesta.
Yulong me trata como a una querida hermana pequeña. Cuando ella está ingresada suele hacerme compañía en el patio siempre que me permiten abandonar la habitación. (Los pacientes tenemos prohibido visitar otras secciones. Temen que podamos infectarnos mutuamente o que pueda afectar al tratamiento.) Jugamos al voleibol, al bádminton o al ajedrez; o charlamos. No quiere que me quede sola. Cuando tiene algo bueno que comer o algo a lo que jugar, siempre lo comparte conmigo.
Otra razón por la que me gusta Yulong es que es muy guapa. Hace mucho tiempo oí a alguien decir que, después de un tiempo, los amigos empiezan a parecerse. Si yo pudiera tener la mitad de la belleza de Yulong, estaría más que satisfecha. No soy la única que aprecia a Yulong: todo el mundo la quiere. Si ella necesita que le hagan algo, todos se muestran dispuestos a ayudarla. También le hacen favores especiales que no hacen a los demás. Por ejemplo, a ella le cambian las sábanas dos veces por semana en lugar de una sola vez, se le permite recibir visitas en la habitación y nunca tiene que esperar a que la atiendan las enfermeras. Los enfermeros siempre encuentran alguna excusa para visitar su habitación. También estoy convencida de que a Yulong le ofrecen mejor comida que a los demás.
Realmente la envidio. Como dice la vieja madre Wang, su rostro es su fortuna. Sin embargo, a la vieja madre Wang no le gusta Yulong. Dice que es como el zorro de las leyendas, que se sirve de tretas para conducir a los hombres a la muerte.
Me levanté secretamente para escribir, pero la doctora Yu me descubrió en su ronda. Me preguntó si tenía hambre y me invitó a un tentempié nocturno. Me dijo que el estómago lleno me ayudaría a conciliar el sueño.
En la sala de guardia, la enfermera Gao encendió la cocina y se puso a preparar fideos con cebollas tiernas fritas. De pronto se fue la luz. La única luz provenía de la cocina. La doctora Yu se apresuró a visitar a los pacientes con una linterna. La enfermera Gao siguió cocinando. Parecía estar acostumbrada a trabajar en la oscuridad y pronto el aroma a cebollas fritas inundó la estancia. La simpática enfermera Gao sabía que me encantan las cebollas fritas, por lo que retiró dos cucharadas especialmente para mí. Pronto volvió la luz y la doctora Yu volvió a la sala y las tres nos sentamos a comer. Mientras disfrutaba de la segunda cucharada conté a la doctora Yu cómo la enfermera Gao me había mimado seleccionando las mejores cebollas para mí.
De repente, la doctora Yu apartó mi cuchara y me preguntó:
– ¿Te has tragado alguna?
Asentí con la cabeza, perpleja:
– Ésta es mi segunda cucharada.
La enfermera Gao también estaba confusa:
– ¿Qué pasa? ¿Por qué nos asustas de esta manera?
La doctora Yu señaló preocupada hacia las cebollas derramadas en el suelo. Entre las cebollas tiernas aparecieron innumerables moscas muertas, crujientes después de la fritura. El calor y la luz de la cocina habían atraído a las moscas. Debilitadas por el frío del invierno, se habían caído en la sartén. Nadie se había dado cuenta en medio de la oscuridad.
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