Xinran Xue - Nacer mujer en China

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Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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Al encontrarme delante de su habitación, de pronto me sentí extraviada y vacilé unos minutos antes de decidirme a llamar a la puerta diciendo:

– Hola, soy Xinran. He venido desde el otro lado del hilo de nuestra conversación telefónica para verla. Por favor, abra la puerta.

No hubo respuesta, y la puerta permaneció cerrada. No hablé ni volví a llamar a la puerta, pero me quedé esperando, segura de que me había oído en la quietud de la madrugada. Sabía que ella estaba justo detrás de la puerta y que ambas podíamos sentir la mutua presencia. Pasados diez minutos, su voz se deslizó a través de la puerta.

– Xinran, ¿sigue ahí?

– Sí, estoy esperando a que abra la puerta -contesté con voz suave pero firme.

La puerta se abrió despacio, y una mujer de aspecto inquieto y cansado me hizo pasar. El cuarto estaba limpio y ordenado, y el único indicio de estar habitado lo daba una maleta de viaje apoyada en la pared. Me alivió ver unos paquetes de pasta en ella; al menos no estaba ayunando.

Me senté junto a ella y me quedé en silencio, pensando que cualquier palabra que dijera sólo encontraría resistencia. Esperaría a que ella hablase, pero antes de que ella se decidiera a hacerlo, debía crear un ambiente propicio. Nos quedamos sentadas, oyendo el agua lamer la playa suavemente, mientras mis pensamientos vagaron hacia el lago y sus alrededores.

El lago Taihu es el tercero más grande de China. Está situado al sur de la provincia de Jiangsu y al norte de la de Zhejiang. Es un lugar muy conocido por su belleza y se encuentra en el delta del río Yangzi. Alrededor del lago hay hermosos jardines llenos de estanques y arroyos. El lago Taihu es también conocido por el té Biluo Spring que allí se produce. La leyenda cuenta que una hermosa joven llamada Biluo regó un pequeño árbol con su propia sangre y preparó té con sus tiernas hojas para su amante, enfermo de muerte. Continuó haciéndolo día tras día, hasta que el joven se recuperó del todo, pero entonces Biluo enfermó y murió.

Sentada junto a la mujer, estuve divagando con mis pensamientos por ésta y otras historias mientras escuchaba el suave golpeteo del oleaje. Aunque las lámparas seguían encendidas, su luz ya no se distinguía en el amanecer. Aquella extraña luz infundió a nuestro silencio nuevos matices.

El teléfono quebró nuestra comunión. Era para mí. Eran las siete menos cuarto de la mañana y el chófer debía llevarme a una reunión con la Oficina de Propaganda de la Policía de Tráfico que se celebraría a las 8.30.

Me despedí de la mujer con un apretón de manos, pero apenas dije nada:

– Por favor, coma algo más por mí, y descanse.

De camino a Wuxi me quedé dormida en el asiento trasero del coche. El bondadoso chófer no me despertó cuando llegamos a destino, sino que aparcó y fue él mismo a buscar a la gente que me esperaba. Todavía no había llegado nadie a la oficina y pude dormir una hora más. Cuando desperté, vi a la gente con la que me había citado fuera del coche, charlando mientras esperaban a que despertara. Uno de los policías de tráfico me dijo bromeando:

– Xinran, si te quedas dormida en todos lados, te pondrás gorda.

El día pasó con el vertiginoso ir y venir del periodismo: reuní material de varios sitios diferentes y comenté y debatí el contenido del reportaje que estaba realizando. Afortunadamente, pasé algún tiempo en el coche y pude echar un par de cabezaditas.

Cuando regresé al hotel por la tarde encontré sobre mi cama una lista de empleados del hotel que querían mi autógrafo. La dejé a un lado, me duché y fui a visitar a la mujer de la habitación 4209. Aunque ella no quisiera hablar, pensé que ese instante de silencio, sentadas en su cuarto, sería de alguna ayuda para ella. Debía de haber estado justo detrás de la puerta, esperándome, porque la abrió en cuanto me detuve frente a ella.

La mujer me brindó una sonrisa algo forzada y se quedó en silencio. Una vez más estábamos sentadas frente a la ventana, mirando el lago a la luz de la luna. La superficie estaba en calma y nos hicimos compañía al abrigo de la paz de esta atmósfera.

Al amanecer le indiqué que debía partir para trabajar y ella me estrechó la mano débilmente, pero con mucho sentimiento. Volví a mi habitación, repasé a toda prisa unos cuantos apuntes preparatorios y dejé una nota de agradecimiento a la operadora de la centralita. Con el tiempo había adquirido el hábito de llevar conmigo tarjetas listas para firmar a los oyentes que encontrara por el camino. Firmé varias tarjetas para los empleados del hotel y se las entregué al encargado de mi planta al salir.

Mi breve viaje de trabajo entró en una rutina: realizaba entrevistas en Wuxi durante el día y por las noches me sentaba junto a la mujer a contemplar el lago Taihu. Nuestros silencios parecían tornarse cada vez más profundos y cargados de sentimientos durante el día.

La última noche conté a la mujer que me iría por la mañana, pero que la llamaría. Ella no dijo nada, sonrió débilmente y me estrechó la mano desmayadamente. Me dio una fotografía rota por la mitad, mostrándome lo que parecía ser ella en sus tiempos de estudiante, en los años cuarenta. La chica de la fotografía resplandecía de juventud y felicidad. En la parte de atrás de la foto había una frase en tinta borrosa: «El agua no puede…» Otra frase en tinta más oscura parecía haber sido escrita recientemente: «Las mujeres son como el agua, los hombres como las montañas». Intuí que la persona que faltaba en la parte rota de la foto era la causa del dolor de la mujer.

Abandoné el hotel del lago Taihu, pero sentí que no lo dejaba.

De vuelta en Nanjing, fui directa a visitar a mis padres para darles los recuerdos de Wuxi -figuras de arcilla y varillas de repuesto- que había traído para ellos. Cuando el chófer me abrió la puerta, me dijo:

– Xinran, si estás pensando en hacer otro viaje como éste, no me lleves contigo. Me morí de aburrimiento en el coche: tú sólo querías dormir. ¡No tuve oportunidad de cruzar palabra con nadie en todo el viaje!

Cuando llegué ya era tarde y mis padres se habían ido a dormir. Me quedé a dormir en el cuarto de huéspedes y esperé para verlos por la mañana. Entonces mi madre me llamó desde la habitación.

– ¿Fue todo bien?

Y los estruendosos ronquidos de mi padre me indicaron que allí todo seguía igual.

Al día siguiente, mi padre, que era muy madrugador, me despertó muy temprano con otro de sus ataques de estornudo. Cada mañana hacía lo mismo; una vez conté veinticuatro estornudos seguidos. Yo estaba rendida y volví a dormirme, pero duró poco ya que, momentos más tarde, mi padre me despertó golpeando la puerta:

– ¡Levántate ya, anda, es urgente!

– ¿Qué hay?¿ Qué ha pasado?

Estaba aturdida, pues la casa de mis padres solía ser muy tranquila.

Mi padre me esperaba delante de la puerta de mi habitación, sosteniendo en la mano la foto rota que yo había dejado sobre la mesa la noche anterior. Me preguntó excitado:

– ¿De dónde has sacado esta foto? ¡Es ella!

– ¿Qué? ¿De qué me estás hablando?

– Ésta es Jingyi, mi compañera de estudios. ¡La que esperó a su amante cuarenta y cinco años!

Mi padre estaba furioso ante mi lentitud.

– ¿De veras? ¿Estás seguro que es la misma persona? ¿No puede ser que la vejez te haya afectado la vista? Han pasado cuarenta y cinco años y ésta es una foto vieja…

Francamente, me costaba creerlo.

– Es imposible que me equivoque. Ella era la más bonita de la clase, gustaba a todos los chicos y la mayoría estaban enamorados de ella.

– ¿Tú también?

– ¡Shhh! Baja la voz. Si te oye tu madre, se le volverá a llenar la cabeza de tonterías. Si quieres que te diga la verdad, Jingyi me gustaba, pero no estaba a mi alcance -dijo mi padre avergonzado.

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