Xinran Xue - Nacer mujer en China

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Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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Para demostrar que era tan competente como mi madre en las tareas prácticas, un día mi padre intentó hacer la cena. Compró una balanza con todas las medidas para poder seguir las recetas con exactitud, y, mientras estaba pesando cuidadosamente la sal, se incendió el aceite del wok.

Mi madre me contó que un día se encontraron entre la multitud, en la plaza de Tiananmen, junto al «Monumento a los Revolucionarios». Mi padre le dijo que su unidad de trabajo le había encargado dos botellas de aceite de sésamo. Y no fue hasta que levantó las manos para mostrárselas, que se dio cuenta de que las botellas se habían roto en el camino y sólo cargaba con dos cuellos de botella.

La simpatía muchas veces se confunde con amor, atrapando a las personas en matrimonios infelices. Muchas parejas de chinos, que contrajeron matrimonio entre 1950 y 1980, cayeron en esa trampa. Azotados por los movimientos políticos y el trabajo duro, sintiendo la presión de la tradición, muchos hombres y mujeres se casaron sintiendo simpatía, quizá deseo, pero no amor. Sólo después de casarse descubrieron que eso que los había atraído, luego se transformaría en motivo de separación, dejando sus vidas familiares emocionalmente desiertas.

Mis padres compartían un «negro» pasado capitalista. Mi abuelo paterno trabajó para la empresa británica GEC en Shanghai durante treinta y cinco años. Por ello, tal vez, una mutua simpatía debe de haber jugado un papel fundamental en su matrimonio. Yo creo que llegaron a sentir afecto el uno por el otro a lo largo de los años que compartieron.

¿Se amaban? ¿Eran felices? Nunca me atreví a preguntar; no quise remover años de feos recuerdos para ellos, recuerdos de separaciones forzadas, encarcelamientos y familias separadas.

Yo fui enviada a vivir con mi abuela al mes de haber nacido. En total, he vivido con mi madre menos de tres años. No recuerdo un solo cumpleaños en el que estuviera toda la familia junta.

Cada vez que oigo el soplido de un tren de vapor, pienso en mi madre. El largo silbido me deja, a la vez, indefensa y esperanzada, transportándome al día en que cumplí cinco años. Ese día mi abuela me llevó a la estación de trenes de Beijing. Me recuerdo aferrada a su mano mientras esperábamos en el andén. En aquella época, la estación no estaba nunca tan concurrida como hoy en día, y tampoco había tantas distracciones visuales, entre señales y anuncios, como las que hoy pueden verse. Yo no sabía qué hacíamos allí, sólo recuerdo que esperábamos tranquilamente mientras yo jugueteaba con los dedos de mi abuela.

De pronto pareció que un lento y triste silbido empujaba un largo tren que llegó hasta nuestro lado. Cuando se detuvo, resoplando, pareció fatigado tras haber transportado a tanta gente desde tan lejos.

Una mujer hermosa caminó hacia nosotras; la maleta en su mano oscilaba siguiendo el ritmo de sus pasos. Todo fluía como en un sueño. Mi abuela tomó mi mano, y, señalando a la mujer, me dijo:

– Ahí está tu madre. ¡Dile «mamá», venga!

– Tía -dije yo dirigiéndome a la mujer, como hubiera hecho con cualquier otra.

– Ésta es tu madre, dile «mamá», no «tía» -dijo mi abuela, avergonzada.

Con los ojos como platos, me quedé mirando a la mujer en silencio. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero intentó esbozar una sonrisa forzada y triste. Mi abuela no dijo nada más, las dos mujeres se quedaron paralizadas.

Este recuerdo me ha perseguido una y otra vez. He sentido un dolor más agudo después de ser madre; y he experimentado el ancestral e inevitable vínculo que tiene una madre con sus hijos. ¿Qué podría haber dicho mi madre, confrontada a su propia hija que la había llamado «tía»?

A lo largo de los años, mi madre había tenido que suprimir su naturaleza femenina. Compitiendo con hombres y luchando contra la mancha de su pasado familiar para tener éxito en su carrera y en el Partido, ella sintió que sus niños eran una carga, y que su familia le había arruinado la vida. Cuando entró en el ejército y empezó a ascender posiciones en él, dejó de prestar atención a su apariencia y a su vestimenta.

Una vez llamé a mi madre desde Inglaterra, en la época en que yo intentaba salir adelante como extranjera en una cultura particularmente difícil. «No te preocupes -me dijo-, lo más importante es que te estás tomando tu tiempo para descubrir lo que significa ser mujer.»

Me quedé de piedra. A sus sesenta años, mi madre estaba aprendiendo que había perdido una importante parte de sí misma, y estaba diciéndome que no cometiera su mismo error.

La segunda vez que volví a China, tras mi viaje a Inglaterra, me sorprendió ver a mi madre usando lápiz de labios para conocer a mi novio inglés. Mi padre casi no pudo contener su emoción ante este resurgir de su elegancia. Ella no había usado maquillaje en cuarenta años.

10 La mujer que esperó cuarenta años

Una característica de la familia china moderna es tener una familia sin sentimientos, o tener sentimientos pero no familia. Las condiciones de vida fuerzan a los jóvenes a convertir el trabajo y el alojamiento en las condiciones mínimas para acceder a casarse. Sus padres, sumergidos en los trastornos políticos y los cambios sociales, hicieron de la seguridad la base sobre la cual construir una familia. Para ambas generaciones, cualquier sentimiento que pueda existir surge a partir de los arreglos prácticos que siempre se anteponen a los sentimientos, y cualquier sentimiento dentro de la familia surge posteriormente a éstos. Lo que la mayoría de las mujeres busca y anhela es una familia que se desarrolle a partir de los sentimientos. Ésta es la razón por la que hay tantas historias trágicas de amor en la historia china. Historias que no florecieron ni dieron sus frutos.

En 1994, mi padre asistió a la celebración del ochenta y tres aniversario de la Universidad de Qinghua, una de las mejores de China. Cuando regresó, me habló del reencuentro de dos de sus antiguos compañeros de clase, Jingyi y Gu Da, que estuvieron enamorados en la época de estudiantes. Al acabar la universidad fueron enviados a diferentes partes de China a fin de «satisfacer las necesidades de la revolución», y se perdieron de vista durante la década que duró la pesadilla de la Revolución Cultural, que imposibilitó cualquier comunicación. La mujer, Jingyi, esperó y buscó a su amado a lo largo de cuarenta y cinco años. En esta reunión de la universidad se reencontraron por primera vez después de todo ese tiempo, pero Jingyi no pudo lanzarse a los brazos de su amado, porque la esposa de aquél estaba allí, a su lado. Jingyi se esforzó por sonreír, estrecharles la mano y saludarlos civilizadamente, pero estaba evidentemente conmocionada. Dejó la reunión antes de que terminara.

El resto de los compañeros, que presenció el doloroso encuentro, sintió sus ojos enrojecer de emoción. Jingyi y Gu Da habían protagonizado la gran historia de amor de la clase; todos sabían que se habían amado profundamente durante los cuatro años de la universidad. Recordaban cómo Gu Da había encontrado las bayas de espino almibaradas de Jingyi en medio de una tormenta de nieve que se produjo en Beijing, y cómo ella se había quedado sin dormir casi diez noches para cuidarlo cuando él sufrió una neumonía. Mi padre se puso melancólico al contar la historia, al tiempo que suspiraba por el paso del tiempo.

Pregunté a mi padre si Jingyi se había casado. Me contestó que no; que siempre había esperado a su amado. Algunos de los antiguos compañeros dijeron que ella había sido una ingenua al encapricharse de aquel modo con su antiguo romance: ¿Cómo podría alguien albergar alguna esperanza después de tantos años de caos político y de violencia? Frente a su incredulidad, ella se había limitado a sonreír y había permanecido en silencio. Comenté a mi padre que Jingyi parecía un nenúfar que exponía su belleza en medio del fango. Mi madre, que había escuchado sin decir nada, intervino diciendo que los nenúfares se marchitan más rápido que las demás flores, una vez quebradas. Entonces quise saber si Jingyi se había quebrado.

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