Xinran Xue - Nacer mujer en China

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Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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»Muchas de ellas me envidiaban por ser libre de dejar mi casa e ir a la escuela. En aquel tiempo, las mujeres obedecían las «Tres Sumisiones y Cuatro Virtudes»: sumisión a tu padre, luego a tu marido, y después de su muerte, a tu hijo. Las virtudes eran fidelidad, encanto físico, hablar y actuar correctamente y ser diligente en los trabajos de la casa. Durante miles de años las mujeres fueron educadas en el respeto a los ancianos, enseñadas a obedecer a sus maridos, a vigilar el fuego del hogar, a hacer los trabajos de costura, y todo ello sin siquiera salir de casa. Que una mujer pudiera estudiar, leer y escribir, discutir asuntos de estado como los hombres e incluso darles consejos, era una herejía para la mayor parte de los chinos de la época. Mis compañeras y yo apreciábamos mucho nuestra buena suerte y libertad, pero estábamos perdidas, sin modelos a seguir.

»Aunque todas proveníamos de familias liberales que comprendían la importancia de los estudios, la sociedad que nos rodeaba y la inercia de la tradición nos dificultó poder elegir y fijar un camino independiente en la vida.

»Yo estaba muy agradecida a mis padres, quienes nunca me obligaron a seguir las tradiciones chinas destinadas a las mujeres. No sólo se me permitió asistir a la escuela -aunque fuera una escuela para niñas- sino que también me permitieron comer a la misma mesa que los amigos de mis padres y discutir temas políticos o de actualidad. Pude asistir a reuniones de cualquier tipo y elegir el deporte o la actividad que quisiera. Las pocas personas de «buen corazón» del pueblo, me amonestaban por mis maneras modernas, pero, a pesar de eso, durante mi infancia y en mis tiempos de estudiante, fui feliz. Y sobre todo, fui libre -murmuró para sus adentros-, libre…

»Me embriagaba todo lo que me rodeaba. Nada limitaba mis elecciones. Ansiaba emprender grandes retos a escalas espectaculares. Quería sorprender al mundo con una brillante hazaña, y soñaba con tener la pareja perfecta: la muchacha hermosa junto al héroe. Cuando leí un libro sobre la revolución llamado La estrella Roja, encontré un mundo que sólo había conocido a través de los libros de historia. ¿Era éste el futuro que yo anhelaba? Me encontraba fuera de mí, presa de una enorme excitación, y decidí unirme a la revolución. Sorprendentemente, mis padres tomaron una posición diferente de la liberal que los caracterizaba. Me prohibieron ir, argumentando que mi decisión no era sensata ni realista. Dijeron que las ideas inmaduras estaban destinadas a ser agrias y amargas. Yo me tomé sus palabras como una crítica personal y reaccioné muy mal. Aguijoneada por la obstinación juvenil, decidí demostrarles que yo no era una chica más.

»A lo largo de los cuarenta años siguientes, sus palabras siguieron sonando en mis oídos. Comprendí que mis padres no estaban hablando sólo de mí, sino también del futuro de China. Una noche de verano, empaqué dos mudas de ropa y algunos libros, y dejé mi feliz y tranquila familia, igual que la heroína de una novela. Todavía recuerdo mis pensamientos mientras traspasaba la puerta de casa: «Padre, madre, lo siento. Estoy decidida a aparecer en los libros, un día os sentiréis orgullosos de mí.»

»Más tarde, mis padres pudieron ver realmente mi nombre en libros e informes, pero sólo como esposa, nada más. No sé por qué, pero mi madre solía preguntarme: ¿Eres feliz? Hasta su muerte, nunca respondí directamente a esta pregunta. No sabía qué responder, pero creo que mi madre ya conocía la respuesta.

La mujer permaneció en silencio unos segundos, luego continuó en un tono confuso:

– ¿Era feliz?

Y luego murmuró para sí:

– ¿Qué es la felicidad?¿Soy feliz?

»Yo era muy feliz cuando llegué por primera vez al área liberada por el Partido. Todo era tan nuevo y tan extraño: en los campos no se podía distinguir entre campesinos y soldados; durante los desfiles los soldados regulares de la guardia civil marchaban codo a codo con los soldados. Hombres y mujeres vestían las mismas ropas y hacían las mismas cosas; los líderes no se distinguían por símbolos de rango. Todos hablaban del futuro de China; cada día se escuchaban críticas y condenas al antiguo sistema. Abundaban los informes de daños y muertes en combate. En este ambiente, las mujeres estudiantes eran tratadas como princesas, valoradas por el brillante espíritu y la belleza que traían consigo. Los hombres, que rugían y luchaban en los campos de batalla, eran mansos como corderos estando a nuestro lado, en clase.

»Tan sólo permanecí tres meses en el área liberada. Luego fui asignada a un equipo que trabajaba en la reforma agraria, en la orilla norte del río Amarillo. Mi unidad de trabajo, una compañía cultural que trabajaba bajo las órdenes del cuartel general, llevaba la política del Partido Comunista a la gente a través de la música, el baile y muchas otras actividades culturales. Era una zona pobre; aparte de la trompeta china, tocada en bodas y funerales, la gente nunca había disfrutado de vida cultural, y por esto nos recibía calurosamente.

»Yo era una de las pocas chicas en la compañía que sabía cantar, bailar, actuar y tocar instrumentos. Lo que mejor hacía era bailar. Cada vez que teníamos un encuentro con los oficiales mayores, éstos competían por bailar conmigo. Yo estaba rebosante de alegría, siempre sonriente y divertida, y por eso me llamaban «la alondra». Por aquel entonces era un pajarillo feliz, libre de preocupaciones en el mundo.

»¿Conocen el proverbio: «La gallina en su gallinero tiene maíz, pero la olla de la sopa está cerca; la gruya salvaje nada tiene, pero el mundo es vasto»? Una alondra enjaulada comparte el destino de la gallina. Una noche, al cumplir los diecinueve años, el grupo organizó una fiesta para mí. No hubo pastel ni champán. Todo lo que teníamos era unas galletas que mis compañeros habían guardado de sus raciones, y un poco de agua con azúcar. Las condiciones eran duras, pero lo pasábamos bien. Yo estaba bailando y cantando, cuando el líder del regimiento me indicó que me detuviera y que le acompañara. De mala gana le seguí a la oficina, donde me preguntó en tono grave: «¿Estás preparada para completar cualquier misión que el Partido tenga preparada para ti?»

»-Por supuesto -respondí sin dudar ni un instante. Yo siempre había querido unirme al Partido, pero, sabiendo que mi familia no era revolucionaria, entendía que debería trabajar más duro que los demás para competir con ellos.

»-¿Estás lista para cumplir cualquier misión incondicionalmente, sin importarte la que sea?

»Yo estaba perpleja. El líder del regimiento había sido siempre tan directo, ¿por qué ahora se mostraba tan esquivo? Sin embargo, me repuse al instante y le dije: «¡Sí, le aseguro que llevaré a cabo la misión!»

»No parecía estar demasiado a gusto con mi determinación, pero me ordenó cumplir con mi urgente misión inmediatamente, y tuve que partir aquella misma noche hacia el campamento del gobierno regional. Quería despedirme de mis amigos, pero él dijo que no había necesidad. Que eran tiempos de guerra. Acepté y me marché con dos de los soldados enviados para recogerme. Ellos no dijeron palabra durante las dos horas que duró el viaje, y yo tampoco podía preguntar, ésa era la regla.

»En el campamento del gobierno regional fui presentada a un oficial mayor, vestido con uniforme del ejército. Me miró de arriba abajo y dijo: «No está mal… pues bien, desde hoy serás mi secretaria. A partir de ahora deberás estudiar más, trabajar duro para mejorar y esforzarte para unirte al Partido cuanto antes.» Luego ordenó a alguien que me llevara a una habitación a descansar. La habitación era muy cómoda, había hasta un edredón nuevo sobre el kang. Realmente parecía que trabajar para el líder sería algo diferente, pero estaba tan exhausta que no le di más vueltas al tema y me dormí.

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