Xinran Xue - Nacer mujer en China

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Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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Sin embargo, cuando Taohong cumplió catorce años, los sucesos de una noche de verano la cambiaron por completo, a ella y la opinión que tenía de los hombres y de las mujeres. Era el verano antes de su ingreso en el instituto de enseñanza superior. Le habían contado que el instituto sería el período más atroz de su vida: allí se resolvería el curso de su vida, allí los logros conducirían a los futuros éxitos… Estaba decidida a disfrutar del verano plenamente antes de dedicarse en serio a los estudios durante los próximos tres años, y por eso pasó muchas noches con sus amigos.

Aquella noche en particular eran alrededor de las once cuando se disponía a volver a casa. No estaba lejos de allí y el camino que debía recorrer no estaba especialmente apartado ni desierto. Cuando se encontraba a apenas cuatro pasos de casa, cuatro hombres salieron de entre las sombras y se abalanzaron sobre ella.

Con los ojos vendados y amordazada, se la llevaron a un lugar que parecía ser el cobertizo para herramientas de una obra. Había otros tres hombres en la pieza, con lo que la banda estaba compuesta por un total de siete miembros. Dijeron a Taohong que querían ver qué era en realidad, un hombre o una mujer, y empezaron a quitarle la ropa. Los hombres se quedaron momentáneamente mudos al ver el cuerpo de una mujer joven pero, acto seguido, sus rostros se encendieron y los siete se abalanzaron sobre ella. Taohong perdió el conocimiento.

Cuando volvió en sí estaba echada sobre un banco de trabajo, desnuda y ensangrentada. Los hombres estaban dispersos por el suelo, roncando; algunos de ellos todavía llevaban los pantalones bajados por los tobillos. Taohong permaneció presa del pánico un tiempo hasta que finalmente consiguió bajar del banco con dificultad. Temblando y tambaleándose fue recogiendo lentamente su ropa del suelo. Al desplazarse de un lado a otro pisó la mano de uno de los hombres; su grito de dolor despertó a los demás. Paralizados por el sentimiento de culpa, se quedaron mirando cómo Taohong recogía la ropa y se la ponía, pieza por pieza.

Taohong no dijo nada durante los treinta minutos que tardó en vestirse penosamente.

A partir de entonces empezó a odiar a los hombres, incluso a su propio padre. Para ella, todos eran sucios, inmundos, lujuriosos, bestiales y brutos. Por aquel entonces, tan sólo había tenido el período dos veces.

Taohong siguió vistiéndose como un chico, por motivos que no sabía explicar, y nunca contó a nadie lo que había ocurrido. La violación colectiva le había dejado muy claro que era una mujer. Empezó a preguntarse cómo eran las mujeres. No creía poseer belleza femenina, pero deseaba verla.

Su primer intento fue con la chica más guapa de la clase, durante el primer año en el instituto. Dijo a su compañera de clase que tenía miedo de estar sola cuando su padre estaba de viaje de negocios, y le pidió que pasara la noche con ella.

Antes de irse a dormir, Taohong contó a la compañera que ella solía dormir desnuda. La muchacha se mostró algo incómoda por hacer lo mismo, pero Taohong ofreció hacerle un masaje y ella accedió a desnudarse. A Taohong le dejó pasmada la suavidad y flexibilidad del cuerpo de la muchacha, sobre todo la de sus pechos y caderas. El más ligero contacto con él precipitaba la sangre a su cabeza y le provocaba temblores. Justo cuando Taohong estaba fregando el cuerpo de la muchacha hasta faltarle el aire apareció el padre de Taohong.

Con una calma inesperada, Taohong cubrió sus cuerpos desnudos con un edredón y preguntó:

– ¿Por qué has vuelto, no dijiste que estabas de viaje de negocios?

El padre, estupefacto, reculó sin decir nada.

Más tarde, al entrevistar al padre de Taohong por teléfono, él me contó que, a partir de aquel día, supo que Taohong ya era una mujer y que, además, había entrado a formar parte de un grupo especial. No se atrevió nunca a preguntar a Taohong el motivo de su homosexualidad, pero cada año le planteaba la pregunta a la madre muerta cuando limpiaba su tumba durante el Festival del Resplandor Puro.

A partir de entonces, Taohong trajo a menudo chicas a casa «para hacerles un masaje». Pensaba que las mujeres eran seres exquisitos, pero no había amor en sus sentimientos hacia ellas.

Se enamoró por primera vez durante los preparativos de la conferencia sobre la homosexualidad de la que me había hablado. Le fue asignada una habitación de hotel junto a una mujer catorce años mayor que ella. La mujer era elegante, reservada y muy amable. Preguntó a Taohong por qué asistía a la conferencia y pudo saber que a Taohong le gustaban las mujeres. Entonces le contó que el amor sexual era el estado mental más elevado, y que el de las mujeres era el más sublime de todos. Cuando la conferencia fue abortada, se llevó a Taohong a otro hotel para darle un curso de «instrucción sexual». Taohong experimentó el placer y la estimulación sexuales como nunca antes. La mujer también la aconsejó en temas de salud sexual y la orientó en el uso de aparatos para la estimulación. Le habló larga y tendidamente de la historia de la homosexualidad, en China y fuera de ella.

Taohong me dijo que se había enamorado de aquella mujer porque era la primera persona con la que compartió ideas y conocimientos, la primera que la protegió y le dio placer físico. Sin embargo, la mujer dijo a Taohong que no la amaba ni podía amarla; no podía olvidar, y aún menos reemplazar, a su antigua amante, una profesora universitaria que había muerto muchos años atrás en un accidente de tráfico. Taohong se conmovió profundamente; dijo que, desde que era niña, siempre había sabido que el amor era más puro y sagrado que el sexo.

Una vez Taohong hubo contestado mis preguntas abandonamos el templo del Amanecer. Mientras paseábamos, Taohong me contó que había estado buscando a una mujer con la que poder compartir el mismo tipo de relación que había tenido con su primera amante. Leyó mucho, y ocho meses atrás superó el examen de presentadora para Radio Ma’anshan. Ella también presentaba un programa en directo sobre cine y televisión. Me contó que uno de sus oyentes le había escrito sugiriéndole que escuchara «Palabras en la brisa nocturna». Había sintonizado el programa durante seis meses, depositando todas sus esperanzas en mí, creyendo que yo podría ser su nueva amante.

Yo le recité un proverbio que repetía a menudo estando en directo: «Si no puedes hacer feliz a alguien, no le des esperanzas», y añadí con toda franqueza:

– Taohong, gracias. Estoy muy contenta de haberte conocido, pero yo no te pertenezco y no puedo ser tu amante. Créeme, hay alguien esperándote ahí fuera. Sigue leyendo y ampliando tu horizonte, y la encontrarás. No la hagas esperar.

Taohong se quedó pensativa, algo desanimada.

– Bueno, ¿puedo entonces considerarte mi segunda ex amante? -me preguntó arrastrando las palabras.

– No, no puedes -le dije-, porque no hubo amor entre nosotras. El amor debe ser mutuo. No basta con amar o ser amada por separado.

– Entonces ¿cómo debería pensar en ti? -dijo Taohong, aproximándose así a mi punto de vista.

– Piensa en mí como en una hermana mayor -le dije-. Los lazos de parentesco son los más fuertes.

Taohong me dijo que lo pensaría y nos separamos.

Cuando, unos días más tarde, recibí una llamada de una oyente que prefería mantener el anonimato, supe inmediatamente que era Taohong.

– Hermana Xinran -me dijo-. Ojalá todos tuvieran tu sinceridad, tu bondad y tu sabiduría. ¿Me aceptas como hermana pequeña?

8 La mujer cuya boda fue concertada por la revolución

Existe un proverbio chino que reza: «La lanza alcanza al pájaro que asoma la cabeza.» No llevaba mucho tiempo siendo presentadora de radio cuando empecé a recibir un gran número de cartas de los oyentes, y las promociones y premios recibidos provocaron cierto recelo entre mis colegas. Los chinos suelen decir: «Si te paras rectamente, ¿por qué temer a las sombras torcidas?», así que intenté permanecer alegre ante la posible envidia que podía suscitar. Al final, fueron las voces de las mujeres chinas las que me devolvieron la simpatía de mis colegas.

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