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Xinran Xue: Nacer mujer en China

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Xinran Xue Nacer mujer en China

Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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»Un buen día, alrededor de las tres de la mañana, Ying’er me llamó con una voz exultante de felicidad:

»-Esta vez es de verdad. Pero no te preocupes, no le he contado lo que siento por él. Sé que está casado. Me dijo que su esposa era una buena mujer. Me mostró las fotos de su boda. Hacen buena pareja. No quiero destrozar su familia, me basta con que me trate bien. Es tan cariñoso. Cuando estoy triste o pierdo los estribos, nunca se enfada. Cuando le pregunté por qué era tan paciente, me contestó: «¿Cómo puede un hombre llamarse hombre si se enfada con una mujer que está triste?» ¿Alguna vez habías escuchado algo tan tierno? De acuerdo, no te molestaré más, simplemente no quería ocultarte nada. Buenas noches, querida.

»Me costó una barbaridad dormirme, preguntándome una y otra vez si tal amor ideal entre un hombre y una mujer realmente podía existir. Deseaba de todo corazón que Ying’er lo demostrara y me diera un poco de esperanza.

»No volví a ver a Ying’er durante los siguientes meses, ya que se dedicó a disfrutar de la dicha del amor. Cuando nos reencontramos me impresionó su aspecto ojeroso y su extrema delgadez. Me contó que la esposa de Wu había escrito una carta a su marido exigiéndole que escogiera entre el divorcio o abandonar a Ying’er. Ying’er creyó, ingenuamente, que Wu la elegiría a ella, puesto que había dado muestras de ser incapaz de vivir sin ella. Además, la fortuna de Wu era tan inmensa que dividirla no afectaría demasiado a su negocio. Sin embargo, confrontado a su mujer, que vino de Taiwan, Wu le anunció que no podía dejar ni a su esposa ni su fortuna y le ordenó a Ying’er que desapareciera de su vida. Él y su esposa le dieron diez mil dólares en señal de gratitud por su ayuda en los negocios de Nanjing.

»Ying’er estaba destrozada y pidió estar a solas con Wu para hacerle tres preguntas. Le preguntó si su decisión era definitiva. Wu le contestó que así era. Le preguntó si realmente habían significado algo sus anteriores declaraciones de afecto hacia ella. Él contestó que sí. Finalmente, Ying’er le preguntó cómo podían haber cambiado sus sentimientos. Él respondió con descaro que el mundo se hallaba sometido a cambios constantes, y luego le anunció que su tanda de preguntas había finalizado.

»Ying’er volvió a su antigua vida de «acompañante», esta vez firme en su convicción de que el amor verdadero no existía. Este año, apenas dos meses después de haberse licenciado en la universidad, se casó con un americano. En la primera carta que me envió de América escribió: «No pienses jamás en un hombre como en un árbol a cuya sombra puedes descansar. Las mujeres no son más que abono descomponiéndose para fortalecer el árbol… No existe el amor verdadero. Las parejas que parecen amarse permanecen unidas para provecho propio, ya sea por dinero, poder o influencia».

»Qué pena que Ying’er se diera cuenta de ello demasiado tarde.

Jin Shuai se quedó callada, conmovida por el destino de su amiga.

– No le he dado demasiadas vueltas. No logro entender el amor. Tenemos un profesor que abusa de su poder a la hora de dar las notas de los exámenes. Convoca a las estudiantes bonitas a una «charla cara a cara»; la charla conduce a una habitación de hotel. Es un secreto a voces, todo el mundo lo sabe, salvo su esposa. Ella se pasa el tiempo hablando satisfecha de cómo la mima su marido; él le compra todo lo que ella desea y se ocupa de todas las tareas domésticas, aduciendo que no puede soportar que lo haga ella. ¿Puedes creer que el profesor lascivo y el marido devoto sean la misma persona?

»Dicen que «las mujeres valoran los sentimientos, los hombres la carne». Si esta generalización es cierta, ¿por qué casarse? Las mujeres que permanecen al lado de sus maridos infieles son estúpidas.

Yo repliqué que las mujeres a menudo son esclavas de sus sentimientos y hablé a Jin Shuai de una profesora universitaria que conocía. Años atrás, su marido, también académico, había visto a mucha gente ganar mucho dinero poniendo en marcha sus propias empresas. Estaba impaciente por dejar el trabajo y hacer lo mismo. Su esposa le dijo que no tenía ni los conocimientos de dirección ni los recursos empresariales para competir, y le recordó sus habilidades: dar clases, investigar y escribir. El marido la acusó de despreciarlo y se propuso demostrarle que estaba equivocada. Su negocio fue un fracaso espectacular: agotó los ahorros de la familia y no tenía nada con que contrarrestarlo. La mujer se convirtió en el único sostén de la familia.

Su marido en paro se negó a ayudarla en las tareas de la casa. Cuando ella le pedía que la ayudara en las labores domésticas, él protestaba aduciendo que era un hombre y que no podía exigirle que se dedicara a tareas femeninas. La mujer solía salir de casa pronto por la mañana y volvía tarde, tambaleándose de cansancio. Su marido, que nunca se levantaba de la cama antes de la una del mediodía y se pasaba el día mirando la televisión, pretendía que él estaba más cansado por el estrés que le producía estar en paro. No lograba dormir bien y tenía poco apetito, por lo que necesitaba comida buena y sana para recuperar las fuerzas.

La esposa pasaba todo su tiempo libre dando clases particulares a niños con el fin de ganar algo más de dinero, y a cambio no recibía más que críticas de su marido por estar agotada. Él no se molestaba siquiera en pensar de dónde salía el dinero para alimentar y vestir a la familia. Poco dispuesta a gastar dinero en maquillaje o ropa nueva para ella, la profesora nunca permitió que el marido renunciara a llevar buenos trajes y zapatos de cuero. Él se mostraba poco dispuesto a agradecer los esfuerzos de ella, y en cambio se quejaba de que su esposa no fuera tan bien vestida y elegante como antes, comparándola desfavorablemente con mujeres atractivas y más jóvenes. A pesar de la educación recibida, parecía un campesino preocupado por demostrar su poder y posición como hombre.

Los colegas de la universidad de la mujer le recriminaron que mimara en exceso a su marido. Algunos de sus estudiantes también le expresaron su desaprobación. Le preguntaron por qué se sometía a tanto estrés por un hombre tan despreciable. La mujer contestó impotente: «Solía quererme mucho.»

Jin Shuai se enfureció con mi historia, pero reconoció que se trataba de una situación harto común.

– Creo que más de la mitad de las familias chinas están formadas por mujeres agotadas por el trabajo y hombres que suspiran por sus ambiciones frustradas, culpando a sus mujeres y sufriendo ataques de rabia. Y lo que es más, muchos hombres chinos creen que decir un par de palabras cariñosas a sus esposas está por debajo de su dignidad. Simplemente no lo entiendo. ¿Qué ha sido del amor propio de un hombre que es capaz de vivir de una mujer débil y quedarse con la conciencia tranquila?

– Te expresas como una feminista -dije, para provocarla.

– No soy feminista. Sencillamente, no he encontrado ningún hombre de verdad en China. Dime, ¿cuántas mujeres han escrito a tu programa para decir que son felices con sus maridos? ¿Y cuántos hombres chinos te han pedido que leyeras una carta en la que confesaban lo mucho que aman a su esposa? ¿Por qué los hombres chinos creen que pronunciar las palabras «te quiero» mina su estatus masculino?

Los dos hombres de la mesa vecina nos señalaban con el dedo y gesticulaban. Me pregunté qué debían pensar de la fiera expresión del rostro de Jin Shuai.

– Bueno, eso es algo que dicen los hombres occidentales debido a su cultura -dije, en un intento de defender el hecho de que nunca había recibido una carta de este tipo.

– ¿Qué? ¿Entonces crees que se trata de una diferencia cultural? No, si un hombre no tiene la valentía suficiente para decir estas palabras a la mujer que ama delante de la gente, no puedes llamarlo hombre. Desde mi punto de vista, no hay hombres en China.

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