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Xinran Xue: Nacer mujer en China

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Xinran Xue Nacer mujer en China

Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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No conocía las respuestas a estas preguntas. No sabía cuántas muchachas que habían sufrido abusos sexuales estarían llorando aquella mañana entre las miles de almas soñadoras de la ciudad.

3 La estudiante universitaria

Hongxue me perseguía. Parecía mirarme fijamente con ojos impotentes y expectantes, como suplicándome que hiciera algo. Un incidente que tuvo lugar un par de días más tarde me ayudó a encontrar una forma de hacer que mi programa de radio fuera más útil a las mujeres.

Cerca de las diez de aquella mañana, cuando acababa de llegar en bicicleta a la emisora, una colega del turno anterior me cerró el paso. Me contó que una pareja de ancianos se había presentado en la emisora despotricando y asegurando que tenían cuentas pendientes conmigo.

– ¿Por qué? -pregunté sorprendida.

– No lo sé. Parece que van diciendo por ahí que eres una asesina.

– ¿Una asesina? ¿Qué significa eso?

– No lo sé, pero creo que deberías quitarte de en medio y evitarlos. Cuando unos oyentes se ponen así, no hay manera de razonar con ellos -dijo con un bostezo-. Tengo que irme a casa a dormir. Es una tortura tener que entrar a las cuatro y media para las primeras noticias. Adiós.

Me despedí de ella distraídamente.

Estaba ansiosa por descubrir lo que estaba pasando, pero tuve que esperar a que la Oficina de Asuntos Externos despachara el asunto conmigo.

Finalmente, a las nueve de aquella noche la oficina me hizo llegar una carta que la pareja de ancianos les había entregado. El colega que la entregó me dijo que se trataba de la nota de suicidio de la única hija de la pareja, una muchacha de diecinueve años. Temerosa de estar demasiado trastornada para iniciar la emisión, me metí la carta en el bolsillo de la chaqueta.

Era pasada la una y media de la noche cuando abandoné el estudio. Hasta que no estuve en la cama, en casa, no me atreví a abrir la carta. Estaba salpicada de lágrimas.

Querida Xinran:

¿Por qué no contestaste a mi carta? ¿Acaso no te diste cuenta de que tenía que decidirme por la vida o la muerte?

Lo amo, pero jamás hice nada malo. Jamás tocó mi cuerpo, pero un vecino lo vio besándome la frente y le contó a todo aquel que quiso escucharle que yo era una mala mujer. Mi madre y mi padre están muy avergonzados.

Quiero mucho a mis padres. Desde que era pequeña, mi mayor deseo fue que se sintieran orgullosos de mí, contentos de tener a una hija inteligente y bonita en lugar de sentirse inferiores por no tener un hijo.

Ahora he hecho que perdieran toda esperanza y se avergonzaran. Pero no sé qué es lo que he hecho mal. Sin duda, el amor no es inmoral ni una ofensa contra la decencia pública.

Te escribí para preguntarte qué hacer. Creí que me ayudarías a darles una explicación a mis padres. Sin embargo, tú también me diste la espalda.

A nadie le importa cómo me siento. No tengo ninguna razón para seguir viviendo.

Adiós, Xinran. Te amo y te odio. Una fiel oyente en vida,

XIAO YU

Tres semanas más tarde llegó la primera carta de Xiao Yu pidiendo ayuda. Me sentí aplastada por el peso de esta tragedia. Odiaba pensar en el número de muchachas chinas que puede haber tenido que pagar con sus vidas su curiosidad juvenil. ¿Cómo podía equipararse el amor con la inmoralidad y la ofensa de la decencia pública?

Quería hacer esta pregunta a mis oyentes, y pedí permiso a mi jefe para recibir llamadas sobre el tema estando en el aire.

Él se alarmó:

– ¿Cómo piensas dirigir y controlar el debate?

– Señor director, ¿acaso no ha llegado la hora de reformarse y abrir las propias fronteras? ¿Por qué no lo intentamos? -dije en un intento de justificar mi iniciativa utilizando el vocabulario sobre apertura e innovación que recientemente se había puesto de moda.

– Reforma no es igual a revolución, apertura no es igual a libertad. Somos los portavoces del Partido, no podemos emitir lo que nos dé la gana.

Mientras hablaba gesticulaba como si fuera a cortarse el cuello. Al ver que no estaba dispuesta a rendirme, me sugirió que grabara un programa sobre el tema. Esto significaría que el guión y cualquier entrevista grabada podrían ser minuciosamente revisados en la emisora, y que el programa editado sería enviado al departamento de control. Debido a que todos los programas grabados tienen que pasar por tantas fases de edición y examen, se consideran absolutamente seguros. En las emisiones en directo tienen lugar muchos menos controles: todo depende de la técnica y de la habilidad del presentador a la hora de alejar el debate de los terrenos problemáticos. Los directores solían escuchar estos programas con el corazón palpitante, pues cualquier error podría costarles el trabajo, e incluso la libertad.

Estaba decepcionada por no poder recibir llamadas estando en el aire. Si me tenía que ceñir al formato de un programa grabado tardaría dos y hasta tres veces más en realizarlo, pero al menos podría hacer uno que estuviera relativamente libre de los tintes del Partido. Puse manos a la obra grabando una serie de entrevistas telefónicas.

Contrariamente a mis expectativas, cuando el programa fue emitido no hubo respuesta por parte del público. Incluso recibí una carta con una crítica muy hostil, anónima, por supuesto:

Antes los programas de radio no eran más que sartas de eslóganes y jerga burocrática. Por fin se ha alcanzado un tono ligeramente distinto, con un cierto toque humano, así que, ¿a qué se debe esta regresión? El tema es digno de ser tratado, pero la presentadora eludió sus responsabilidades con su actitud fría y distante. Nadie quiere escuchar a alguien declamando sabiduría desde la lejanía. Ya que éste es un tema digno de debate, ¿por qué no se le permite hablar libremente a la gente? ¿Por qué la presentadora no muestra la valentía suficiente para recibir llamadas de la audiencia?

El efecto distanciador que este oyente descontento había descrito era el resultado del largo proceso de edición. Los radioescuchas, utilizados durante tanto tiempo para trabajar en cierto sentido, habían suprimido todas las secuencias del guión en las que yo había intentado introducir un tono más personal en mis comentarios. Eran como los cocineros de un gran hotel: sólo hacían un tipo de platos y ajustaban todas las expresiones a su acostumbrado «sabor».

El viejo Chen se dio cuenta de que me sentía herida y resentida.

– Xinran, no vale la pena enfadarse. Déjalo atrás. Cuando entras por la puerta de esta emisora de radio, te embargan la valentía. O te conviertes en una persona importante o en un cobarde. No importa lo que los demás digan o lo que tú misma pienses, nada de ello importa. Sólo puedes ser una u otra cosa. Lo mejor que puedes hacer es asumirlo.

– De acuerdo, pero ¿tú qué eres entonces? -le pregunté.

– Yo soy ambas cosas. Para mí soy muy importante, y para los demás soy un cobarde. Sin embargo, las categorías siempre son más complejas de lo que pueden parecer a primera vista. Tú pretendías debatir la relación entre amor, tradición y moralidad. ¿Cómo podríamos distinguir estos tres conceptos? Cada cultura, cada sensibilidad los percibe de forma diferente. Las mujeres que han sido educadas de una manera muy tradicional se sonrojan al ver el pecho de un hombre. En los clubes nocturnos, en cambio, hay muchachas que se pavonean medio desnudas.

– ¿No te parece que estás exagerando?

– ¿Exagerando? El mundo real de las mujeres está lleno de contrastes aún mayores. Si realmente deseas profundizar en tu comprensión de las mujeres, deberías encontrar la manera de salir de esta emisora de radio y observar la vida. No es bueno estar encerrada en una oficina y un estudio todo el día.

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