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Xinran Xue: Nacer mujer en China

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Xinran Xue Nacer mujer en China

Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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El viejo Chen me había inspirado. Tenía razón. Tenía que saber más de las vidas de las mujeres normales y corrientes, y dejar que madurasen mis puntos de vista. Sin embargo, en un tiempo en que los desplazamientos estaban restringidos, incluso para los periodistas, no iba a resultar fácil. Empecé a buscar ocasiones en cuanto podía, recogiendo información sobre las mujeres durante mis viajes de negocios, visitas a amigos y familiares, y cuando me iba de vacaciones. Entretejí esta información en mis programas y tomé nota de las reacciones que provocaba en mis oyentes.

Un día volvía a toda prisa a la emisora de radio desde la universidad a la que me habían invitado a dar una conferencia. El campus era un hervidero de actividad a la hora del almuerzo, y tuve que empujar la bicicleta a través de una multitud de estudiantes. De pronto oí a varias chicas conversando sobre algo que parecía tener que ver conmigo:

– Dice que las mujeres chinas son muy tradicionales. No estoy de acuerdo. Las mujeres chinas tienen una historia, pero también tienen futuro. ¿Cuántas mujeres son, hoy por hoy, tradicionales? Además, ¿qué significa tradicional? ¿Abrigos acolchados que se abrochan en los lados? ¿El pelo recogido en un moño? ¿Zapatos bordados? ¿La cara cubierta ante los hombres?

– Yo creo que la tradición a la que ella se refiere debe de ser un concepto, unos preceptos transmitidos de nuestros ancestros, o algo así. No escuché el programa de ayer y no estoy segura.

– Nunca escucho los programas dirigidos a mujeres. Sólo escucho los programas musicales.

– Yo sí lo escuché, me gusta dormirme escuchando su programa. Pone música bonita y su voz resulta tranquilizante. Pero no me gusta la manera que tiene de darle vueltas y más vueltas a la docilidad de las mujeres. ¿No puede realmente pensar que los hombres son unos salvajes?

– Creo que sí, al menos un poco. Debe de ser el tipo de mujer que se comporta como una princesita mimada entre los brazos de su marido.

– ¿Quién sabe? También podría ser el tipo de mujer que obliga a su hombre a postrarse ante sus pies para poder descargar su ira sobre él.

Me quedé muda de asombro. No sabía que las jóvenes hablaran así. Tenía prisa y, por tanto, no me paré a preguntarles acerca de sus opiniones, como hubiera hecho normalmente, pero decidí dedicar algún tiempo a hablar con estudiantes universitarias. Puesto que de vez en cuando trabajaba en la universidad en calidad de profesora invitada, me resultaría fácil organizar entrevistas allí, prescindiendo de cualquier contrariedad burocrática. Las revoluciones siempre tienen su inicio entre estudiantes. Estos jóvenes se encuentran en la cresta de la ola del cambio de la conciencia moderna china.

Alguien me habló de una joven que era miembro destacado de la «camarilla» de la universidad, conocida por su iniciativa, sus ideas y sus modernas opiniones. Su nombre tenía, además, un significado que le venía como anillo al dedo: Jin Shuai, «general dorado». La invité a que se reuniera conmigo en una casa de té.

Jin Shuai parecía más una ejecutiva de relaciones públicas que una estudiante. A pesar de que sus rasgos eran muy normales, la muchacha llamaba la atención. Llevaba un traje azul marino de buen corte que favorecía su figura, una camisa elegante, y unas seductoras botas altas de cuero. Su larga cabellera estaba suelta.

Sorbimos té Dragon Well en pequeñas tazas bermejas vidriadas.

– Bueno, Xinran, ¿eres tan culta como dice la gente? -dijo Jin Shuai invirtiendo así nuestros papeles al hacer ella la primera pregunta.

Deseosa de impresionarla, enumeré algunos de los libros de historia y economía que había leído. No estaba impresionada.

– ¿Qué pueden enseñarte esos viejos tomos polvorientos sobre las necesidades y los deseos humanos? No hacen más que dar vueltas a teorías vacías. Si quieres leer libros que te sean útiles, inténtalo con Gestión comercial moderna, Estudio de las relaciones personales y Vida de un empresario. Al menos, éstos te ayudan a ganar dinero. Pobrecita, dispones de todos esos contactos importantes, sin contar a tus miles de oyentes, y todavía sigues trabajando día y noche a cambio de un sueldo miserable. Has perdido tanto tiempo leyendo todos esos libros que has dejado pasar tu oportunidad.

Me puse a la defensiva.

– No, todo el mundo toma sus propias decisiones en la vida…

– Eh, no te lo tomes a mal. ¿Acaso tu trabajo no consiste en responder a las preguntas de los oyentes? Permíteme que te haga unas cuantas más: ¿Qué filosofía tienen las mujeres? ¿Qué es la felicidad para una mujer? Y ¿qué convierte a una mujer en una buena mujer?

Jin Shuai se acabó la taza de un sorbo.

Decidí pasarle las riendas a Jin Shuai con la esperanza de que revelara sus verdaderos pensamientos. Le dije:

– Quiero saber lo que piensas tú.

– ¿Yo? Pero si yo soy una estudiante de ciencias, no tengo ni idea de ciencias sociales.

De pronto se había vuelto extrañamente modesta, pero yo sabía que podía hacer que continuara hablando.

– Pero tus opiniones no se limitan a las ciencias.

– Bueno, sí, sí tengo alguna que otra opinión.

– No sólo alguna que otra. Eres conocida por tus opiniones, sobre todo entre los estudiantes de la Universidad de Nanjing.

– Gracias.

Por primera vez adoptó el tono respetuoso que yo había creído que utilizaban todos los estudiantes universitarios.

Aproveché la ocasión para hacerle una pregunta.

– Eres inteligente, joven y atractiva. ¿Te consideras una buena mujer?

– ¿Yo? -dijo, mostrándose por un instante ligeramente irresoluta. Luego contestó con firmeza-: No.

Había despertado mi curiosidad.

– ¿Por qué? -le pregunté.

– Camarera, otros dos tés Dragon Well, por favor.

La confianza con que Jin Shuai hizo el pedido puso en evidencia una facilidad nacida de la riqueza.

– No poseo la suficiente docilidad y perseverancia. Una buena mujer china está condicionada para comportarse de una manera dulce y sumisa, y se llevan este comportamiento a la cama. El resultado es que sus maridos acaban diciendo que no tienen atractivo sexual y las mujeres se someten a la opresión, convencidas de que es culpa suya. Tienen que soportar el dolor de la menstruación y de los partos, y trabajar igual que los hombres para mantener a sus familias cuando sus maridos no ganan suficiente dinero. Los hombres clavan fotos de mujeres bonitas sobre la cabecera de la cama para estimularse, mientras que sus esposas se culpan a sí mismas de sus cuerpos ajados. De todos modos, a los ojos de los hombres, no existe la buena mujer.

Me pregunté si esto era cierto o no. Jin Shuai no necesitó que la animara a seguir.

– Cuando las hormonas de los hombres se encabritan, te prometen amor eterno. Esta condición ha dado lugar a cantidades ingentes de poesía a través de los tiempos: amor tan profundo como los océanos, o lo que sea. Sin embargo, los hombres que aman así sólo existen en los cuentos. Los hombres de verdad se excusan diciendo que no han conocido a una mujer digna de tal sentimiento. Son expertos en utilizar las debilidades de las mujeres para controlarlas. Unas pocas palabras de amor o de elogio pueden mantener felices a algunas mujeres durante largo tiempo, pero no es más que una ilusión.

»Fíjate en esas viejas parejas que llevan décadas juntas. A primera vista pensarías que el hombre está satisfecho, ¿no es así?, pero dale la oportunidad y verás cómo rechazará a la vieja para casarse con una nueva. La razón que está obligado a dar es que su esposa no es buena. Y a los ojos de los hombres que tienen amantes, existen aún menos mujeres buenas. Estos hombres simplemente consideran a la mujer como un juguete. Engañan a sus esposas y desprecian a sus amantes, porque de no ser así hace tiempo que se habrían casado con ellas.

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