Francesc Miralles - El Cuarto Reino

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El 23 de octubre de 1940, coincidiendo con la visita de Hitler a Hendaya, el jefe de las SS Heinrich Himmler escondió en las montañas de Montserrat una misteriosa caja que contenía el gran secreto del Führer. Setenta años despúes, el periodista Leo Vidal recibe el encargo de hallar una fotografía inédita de aquella expidición a Montserrat. En su investigación, que se convertirá progresivamente en un oscuro y peligroso juego, recorrerá medio mundo hasta descubrir, casi sin quererlo, en uno de los grandes misterios de la Historia. Una enigmática hermandad internacional ha custodiado el preciado tesoro; ahora, 120 años después del nacimiento de Hitler, es el momento elegido para que salga a la luz. ¿Podrá alguien detenerlos?.

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– ¿Fálica? -completó el artista.

– Eso mismo.

– Hay muchas así en Montserrat, pero creo que ésa se llama el Cavall Bernat.

12

Siguiendo las indicaciones de la bibliotecaria, salí de la librería de la abadía de Montserrat, que tiene una editorial propia, con varios libros y guías bajo el brazo.

Como no me sentía seguro en el hotel, pasé el mediodía y buena parte de la tarde leyendo en un café junto a la muralla romana. Aunque ninguno de los libros mencionaba la visita del jefe de las SS -tal vez querían correr un tupido velo sobre esta cuestión-, me documenté un poco sobre la historia de la abadía y el macizo en el que se erige.

Me sorprendió que Montserrat -en catalán significa monte serrado - ocupara un espacio mucho más pequeño de lo que parecía por las fotografías: se extiende a lo largo de diez kilómetros con una anchura de sólo cinco kilómetros. En total, el perímetro montañoso es de veinticinco kilómetros.

También la altura engañaba, porque la cima más alta apenas supera los 1.200 metros. A simple vista, Montserrat parece mucho más alto por el desnivel del macizo respecto a la planicie. En sólo tres kilómetros hay una diferencia de 1.100 metros.

Al parecer este bosque de pilares fálicos, que alberga incontables barrancos, pozos y cuevas, se formó misteriosamente hace diez millones de años.

Contento con esta colección de curiosidades -a los norteamericanos nos encanta trufar las conversaciones con esa clase de datos-, pasé a la aventura humana.

Al parecer, nuestra especie ya había ocupado Montserrat en tiempos remotos, pues se han hallado restos de culturas prehistóricas en dos cuevas: las llamadas Cueva Grande y Cueva Fría.

La historia cristiana del lugar arrancaba en el año 880, cuando según la leyenda fue encontrada la primera estatua de la Virgen Negra. Ésta se acabó perdiendo, y hoy día ocupa su lugar -ya en el monasterio- una talla románica de gran belleza.

Me detuve en el episodio del hallazgo porque siempre me han atraído estos relatos míticos en los que todo encaja a la perfección y nada sucede gratuitamente. La vida debería aprender de ellos.

Un sábado al atardecer de 880, dos pastorcillos paseaban cerca del macizo cuando vieron que del cielo surgía una extraña luz -como en el cuadro- que se posaba en un lugar concreto de la montaña. Al mismo tiempo escucharon una melodía bellísima que parecía provenir de todas partes y de ninguna en especial.

Maravillados con este espectáculo, el sábado siguiente regresaron al lugar a la misma hora acompañados de sus padres y la visión se repitió. Los cuatro sábados siguientes asistieron a la experiencia con el rector de Olesa, el pueblo más cercano en aquella época.

El religioso constató el fenómeno y lo puso en conocimiento del obispo de Manresa, que organizó una procesión de fieles hasta el lugar, también en sábado. Siguiendo la luz llegaron hasta la cueva que alojaba a la Virgen Negra.

Intentaron trasladarla hasta Manresa, pero no lo lograron porque la estatua, pese a sus reducidas dimensiones, de repente pesaba como una mole. Finalmente, se rindieron a la sorprendente evidencia: la Virgen quería quedarse en aquellas montañas.

Éste fue el origen del primer templo cristiano, que pronto se convirtió en lugar de peregrinaje de muchos europeos.

13

Llegué a las puertas del Ateneo barcelonés un cuarto de hora antes de lo previsto. Como un estudiante que apura el tiempo antes de un examen, aproveché para leer un poco más sobre la fundación del monasterio.

Ya en el siglo IX había constancia de cuatro ermitas habitadas, que llegaron a ser dieciséis -esparcidas por todo el macizo, a veces en verdaderos nidos de águila- en su momento de máximo esplendor. Los asesinatos de ermitaños a manos de bandoleros, unas veces, y de las tropas de Napoleón, durante la guerra de la Independencia, finalmente desaconsejaron aquel modo de vida expuesto a tantos peligros.

La fundación oficial del monasterio tuvo lugar en 1025, bajo las órdenes del abad Oliva, y ya en 1223 se documentó la existencia de la escolanía de Montserrat, el primer coro de niños cantores de Europa. Hoy día son cincuenta niños, que además de cantar en el templo reciben allí una esmerada educación musical, religiosa y humanística.

Prueba de las inquietudes culturales de esta comunidad de monjes benedictinos -actualmente un centenar-, en 1490 habían instalado su primera imprenta, germen de la importante editorial que continúa dirigiéndose desde el monasterio.

Me salté unos cuantos episodios relacionados con los poderes eclesiásticos y la liturgia hasta llegar al incendio provocado por el ejército de Napoleón, que prácticamente redujo el monasterio a cenizas.

Durante la Guerra Civil estuvo a punto de volver a arder, pero el Gobierno de la Generalitat de Cataluña se adelantó a las fuerzas anarquistas y lo declaró bien cultural para salvarlo del saqueo y la destrucción.

Al llegar a este punto no pude leer más porque dos manos frías y suaves me cubrieron los ojos.

– Veo que eres un alumno aplicado -dijo Aina cuando me giré atolondrado.

Desde la escalera pude ver que llevaba los mismos pantalones de pana rojos y la camisa con chaleco. La única novedad era que se había pintado los ojos, con bastante poca pericia por cierto.

– Deja de mirarme y vamos a tomar una cerveza -ordenó-. Estoy harta de estar ahí dentro.

Nos instalamos en La Taverneta, un local muy coqueto al otro lado de la plaza donde se erige el Ateneo barcelonés. Entre las viejas fotografías y cuadros había curiosidades como un reloj cuyas manecillas corrían en sentido opuesto al habitual, pero como los números también estaban invertidos marcaba la hora correcta. O casi.

Un ceremonioso camarero nos sirvió dos cervezas de medio litro con un plato de frutos secos, mientras sonaba una vieja canción de Charles Trenet: La mer.

Aina puso sobre la mesa un portafolios cargado de fotocopias y dijo maliciosa:

– Si quieres que te entregue lo que he descubierto, tendrás que explicarme para qué quieres esta información.

– Ya te lo he dicho, voy a escribir un reportaje.

– Y un bledo. ¿A quién le importa en Norteamérica lo que sucediera en Montserrat a principios de la Segunda Guerra Mundial? ¿Quién puede estar interesado en una visita de Heinrich Himmler, jefe de las SS, el 23 de octubre de 1940? -Aina había puesto deliberadamente las cartas sobre la mesa y no sería fácil apartarla de ese punto. Yo tenía la opción de concluir el encuentro tras la cerveza, pero lo cierto es que me gustaba la compañía de aquella melenuda con carácter.

»Yo te lo diré -declaró con expresión de triunfo-, interesa a los buscadores del grial. Tú eres uno de esos arqueólogos chiflados que nunca deberían haber visto la peli de Indiana Jones.

Sopesando los pros y contras, pensé que esa interpretación arquetípica podía convenirme, porque mientras ella pensara que yo era un simple turista tonto interesado por lo esotérico, la mantendría alejada de la partida mortal que se estaba jugando en torno a Montserrat.

– Tienes razón excepto en una cosa -repuse-. Ni siquiera soy arqueólogo.

– Para soñar no es necesario el título -dijo entusiasmada-, porque sólo un soñador puede creer que en un monasterio visitado por millones de personas al año puede ocultarse el grial.

– Yo no he dicho eso, simplemente me atrae esta historia. ¿Qué has encontrado?

– Agárrate bien -me advirtió antes de dar un buen sorbo a su cerveza.

– Puedes empezar. Digas lo que digas, no creo que salga volando de esta mesa.

– Según una de las fuentes que he consultado,

Himmler se hospedó en el Hotel Ritz de Barcelona la noche antes de efectuar su visita a Montserrat. Allí mismo le robaron la cartera, lo cual no deja de ser gracioso tratándose de todo un jefe de las SS, ¿no te parece?

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