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Camilo Cela: La Colmena

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Camilo Cela La Colmena

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La acción de La colmena tiene lugar en Madrid a lo largo de dos días del mes de diciembre de 1942, aunque su episodio final sucede unos días más tarde, cuando ya el aire `va tomando cierto olor de navidad`. En esa realidad precisa, convertida en espacio narrativo, en ficción, se fija la mirada penetrante de Camilo José Cela para dejar apresadas en las páginas del relato la angustia, la mediocridad, la desesperanza de casi trescientos personajes que, cuidadosamente seleccionados por el autor, pretenden representar a todo un mundo ciudadano. La incertidumbre que viven desemboca en franca impotencia cuando constatan que la realidad es incomprensible y que en ella las cosas suceden inexorablemente, porque sí, sin que exista posibilidad alguna de intervenir para manipular el destino que les está reservado. En esta obra cumbre de la novela el siglo XX se nos ofrece una cala, fugaz pero implacable, en el corazón atrofiado de la colectividad.

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– Me parece muy bien, señor Ramón, muchas gracias. Usted es hombre muy cabal.

– No, hombre, no, es que a mi me parece que sería lo mejor.

– Sí, eso creo yo. Créame si le aseguro que me ha quitado usted un peso de encima…

Celestino lleva escritas tres cartas, piensa escribir aún otras tres. El caso de Martín le preocupa.

– Si no me paga, que no me pague, pero yo no lo puedo dejar así.

Martín baja las laderitas del cementerio con las manos en los bolsillos.

– Sí, me voy a organizar. Trabajar todos los días un poco es la mejor manera. Si me cogieran en cualquier oficina, aceptaba. Al principio, no, pero después se puede hasta escribir, a ratos perdidos, sobre todo si tienen buena calefacción. Le voy a hablar a Pablo, él seguramente sabrá de algo. En Sindicatos se debe estar bastante bien, dan pagas extraordinarias.

A Martín se le borró la madre, como con una goma de borrar, de la cabeza.

– También se debe estar muy bien en el Instituto Nacional de Previsión; ahí debe ser más difícil entrar. En esos sitios se está mejor que en un Banco. En los Bancos explotan a la gente, al que llega tarde un día le quitan dinero al darle la paga. En las oficinas particulares hay algunas en las que no debe ser difícil prosperar; a mí lo que me venia bien era que me nombrasen para hacer una campaña en la Prensa.

¿Padece usted de insomnio? ¡Allá usted! ¡Usted es un desgraciado porque quiere! ¡Las tabletas equis (Marco, por ejemplo) le harían a usted feliz sin que le atacasen lo más mínimo al corazón!

Martín va entusiasmado con la idea. Al pasar por la puerta se dirige a un empleado.

– ¿Tiene usted un periódico? Si ya lo ha leído, yo se lo pago, es para ver una cosa que me interesa…

– Sí, ya lo he visto, lléveselo usted.

– Muchas gracias.

Martin salió disparado. Se sentó en un banco del jardinillo que hay a la puerta del cementerio y desdobló su periódico.

– A veces, en la prensa, vienen indicaciones muy buenas para los que buscamos empleo.

Martin se dio cuenta de que iba demasiado de prisa y se quiso frenar un poco.

– Voy a leerme las noticias; lo que sea, será; pero ya se sabe, no por mucho madrugar se amanece más temprano. Martín está encantado consigo mismo.

– ¡Hoy sí que estoy fresco y discurro bien! Debe ser el aire del campo.

Martín lía un pitillo y empieza a leer el periódico.

– Esto de la guerra es la gran barbaridad. Todos pierden y ninguno hace avanzar ni un paso a la Cultura.

Por dentro sonríe, va de éxito en éxito.

De vez en cuando, piensa sobre lo que lee, mirando para el horizonte.

– En fin, ¡sigamos!

Martín lee todo, todo le interesa, las crónicas internacionales, el artículo de fondo, el extracto de unos discursos, la información teatral, los estrenos de los cines, la Liga…

Martín nota que la vida, saliendo a las afueras a respirar el aire puro, tiene unos matices más tiernos, más delicados que viviendo constantemente hundido en la ciudad.

Martín dobla el diario, lo guarda en el bolsillo de la americana, y rompe a andar. Hoy sabe más cosas que nunca, hoy podría seguir cualquier conversación sobre la actualidad. El periódico se lo ha leído de arriba abajo, la sección de anuncios la deja para verla con calma, en algún Café, por si hay que apuntar alguna dirección o llamar a cualquier teléfono. La sección de anuncios, los edictos y el racionamiento de los pueblos del cinturón, es lo único que Martín no leyó.

Al llegar a la Plaza de Toros ve un grupo de chicas que le miran.

– Adiós, preciosas.

– Adiós, turista.

A Martín le salta el corazón en el pecho. Es feliz. Sube por Alcalá a paso picado, silbando la Madelón.

– Hoy verán los míos que soy otro hombre.

Los suyos pensaban algo por el estilo. Martin, que lleva ya largo rato andando, se para ante los escaparates de una bisutería.

– Cuando esté trabajando y gane dinero, le compraré unos pendientes a la Filo. Y otros a Purita. Se palpa el periódico y sonríe.

– ¡Aquí puede haber una pista!

Martín, por un vago presentimiento, no quiere precipitarse… En el bolsillo lleva el periódico, del que no ha leído todavía la sección de anuncios ni los edictos. Ni el racionamiento de los pueblos del cinturón.

– ¡Ja, ja! Los pueblos del cinturón. ¡Qué chistoso! ¡Los pueblos del cinturón!

Madrid, 1945-50.

(1) N, Mi novela -por razones particulares- sale en la Repú blica Argentina; los aires nuevos -nuevos para mi- creo que hacen bien a la letra impresa. Su arquitectura es compleja, a mí me costó mucho trabajo hacerla. Es claro que esta dificultad mía tanto pudo estribar en su complejidad como en mi torpeza. Su acción discurre en Madrid -en 1942- y entre un torrente, o una colmena, de gentes que a veces son felices,y a veces, no. Los ciento sesenta personajes (1) que bullen -no corren- por sus páginas, me han traído durante cinco largos años por el camino de la amargura. Si acerté con ellos o con ellos me equivoqué, es cosa que deberá decir el que leyere. La novela no sé si es realista, o idealista, o naturalista, o costumbrista, o lo que sea. Tampoco me preocupa demasíado. Que cada cual le ponga la etiqueta que quiera; uno ya está hecho a todo. C. J. C. del E. Se trata de un cálculo muy modesto por parte del autor; en el censo que figura en el presente volumen, José Manuel Caballero Bonald recuenta doscientos noventa y seis personajes imaginarios y cincuenta personajes reales; en total, trescientos cuarenta y seis.

(1) Sobre los zurrados cueros de mis títeres (Juan Lorenzo, natural de Astorga, hubiera dicho caeran fornecinos e de rafez affer) (1) han caído no cinco, sino veinte lentos, degollados, monótonos años. Para los míos -que el tiempo late en los de todos y de su marca no se libra ni la badana de los tres estamentos barbirrapados: curas, cómicos y toreros- también sonaron los veinte agrios (o no tan agrios) avisos de veinte sansilvestres. Sí. Han pasado los años, tan dolorosos que casi ni se sienten, pero la colmena sigue bullendo, pese a todo, en adoración y pasmo de lo que ni entiende ni le va. Unas insignias (el collar del perro que no cambia) han sido arrumbadas por las otras y los usos de mis pobres conejos domésticos (que son unos pobres conejos domésticos que, a lo que se ve, sólo aspiran a ir tirandillo) se fueron acoplando, dóciles y casi suplicantes, al último chinchín que les sopló (¡qué ilusión mandar a l a plaza todos los días!) en las orejas. A la historia -y éste es un libro de historia, no una novela- le acontece que, de cuando en cuando, deja de entenderse. Pero la vida continúa, aun a su pesar, y la historia, como la vida, también sigue cociéndose en el inclemente puchero de la sordidez. A lo mejor la sordidez, como la tristeza de la que hablaba hace cinco años, también es un atavismo. La política -se dijo- es el arte de encauzar la inercia de la historia. La literatura, probablemente, no es más cosa que el arte (y, a lo mejor, ni aun eso) de reseñar la marejadilla de aquella inercia. Todo lo que no sea humildad, una inmensa y descarada humildad, sobra en el equipaje del escritor: ese macuto que ganaría en eficacia si acertara a tirar por la borda, uno tras otro, todos los atavismos que lo lastran. Aunque entonces, quizás, la literatura muriese: cosa que tampoco debería preocuparnos demasiado. C. J . C. Palma de Mallorca, 7 de mayo de 1962 Ultima Recapitulación …fornicarios y de fácil negocio. En singular, Libro de Alexan-dre, verso 1016 d

(1)La carta de Agustín Rodríguez Silva tenia puntos, pero no tenía comas: al copiarla aquí se le pusieron algunas. También se corrigieron ciertas pequeñas faltas de ortografía. (N. del E.)

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