LA FORJA DE UN ESCRITOR
Camilo José Cela
LA FORJA DE UN ESCRITOR
(1943-1952)
Prólogos de
CAMILO JOSÉ CELA CONDE y ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ
Selección de
ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ
CUADERNOS DE OBRA FUNDAMENTAL
CUADERNOS DE OBRA FUNDAMENTAL
Responsable literario: Javier Expósito Lorenzo
Diseño y cuidado de la edición: Armero Ediciones
Conversión a libro electrónico: Enredart
© Herederos de Camilo José Cela, 2002
© Camilo José Cela Conde, de «Prólogo que no lo es»
© Adolfo Sotelo Vázquez, de la introducción «La forja de un escritor (1943-1952)»
© Fundación Banco Santander, 2016
ISBN: 978-84-92543-77-9
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Camilo José Cela Conde
PRÓLOGO QUE NO LO ES
Adolfo Sotelo Vázquez
LA FORJA DE UN ESCRITOR (1943-1952)
PROCEDENCIA DE LOS ARTÍCULOS
NOTA SOBRE LA EDICIÓN
Camilo José Cela
LA FORJA DE UN ESCRITOR (1943-1952)
EXPERIENCIAS VITALES
IRIA-FLAVIA
REMORDIMIENTO Y NOSTALGIA DE UNA PUESTA DE SOL
BREVE ESTAMPA DEL JARDÍN DE UN PAZO
SIR JOHN EN SU JARDÍN
REDESCUBRIMIENTO DE BARCELONA
UN ESCRITOR PASA POR MADRID
EL CEMENTERIO INUNDADO
CONTEMPLANDO UNA VIEJA FOTO
ELEGÍA DE LA CORUÑA
LOS PRIMEROS CIELOS GRISES
DEBUT Y PEQUEÑA EXPERIENCIA DE UN ACTOR NOVEL
MI TERCER PATEO
VUELTA A GUADALAJARA
EN BUSCA DE UNA INMENSA SOLEDAD
EL ESCRITOR Y LA ESCRITURA
SOBRE EL CONCEPTO DE LA NOVELA
BREVE ANTICIPO
LOS LIBROS DE VIAJES
UN RELOJ DE PESAS
A VUELTAS CON LA NOVELA
EL ARTE DE LA FICCIÓN
ELOGIO DE LA SAMBA
SOBRE EL OFICIO DEL ESCRITOR
CON LOS OJOS ABIERTOS
INDOLENCIA Y DESORIENTACIÓN
ESA VENTANA ABIERTA SOBRE CUALQUIER PAISAJE
OTRA VEZ LA CIUDAD
LLANTO PARA TRES ROSAS SIN CONSUELO
MEDITACIÓN ANTE UN VIEJO RELOJ
LA GALERA DE LA LITERATURA
IGUAL QUE UN PEQUEÑO MATISSE
LA CASA DE GOYA
SOBRE LOS APRENDICES DEL OFICIO DE ESCRITOR
SOBRE EL GÉNERO EPISTOLAR
ELOGIO DEL MIRÓN
LA PINTURA Y OTRAS ARTES
DOS CUADROS DE RICARDO ARREDONDO
CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DE UNA EXPOSICIÓN
LA DIARIA INVENCIÓN EN LA PINTURA EN CABANAS
EL ALMA DE MADRID EN 34 ACUARELAS
TODOS LOS AÑOS, EDUARDO VICENTE
UN PINTOR GALLEGO
UN MÚSICO
EL PINTOR
ELOGIO DE LA FOTOGRAFÍA
UN ARTÍCULO DE CINE
UN PINTOR GALLEGO UNIVERSAL
PALABRAS Y MÁS PALABRAS SOBRE EL PROBLEMA DE LA ESCASEZ DE ESTUDIOS
CRISTINO MALLO, EL CREADOR DE MUNDOS
VÁZQUEZ DÍAZ, EL INFATIGABLE
EDUARDO VICENTE ES UN HOMBRE SINCERO
ISAAC DÍAZ PARDO, GARZÓN GENIAL
CAMILO JOSÉ CELA CONDE
PRÓLOGO QUE NO LO ES
Las enciclopedias lo dicen. Camilo José Cela (CJC) publicó en el año 1942 la novela La familia de Pascual Duarte convirtiéndose de golpe en el autor de referencia en una época en la que, por razones harto conocidas, la literatura española pasaba por uno de sus momentos peores.
La frase anterior podría haber salido, ya digo, de cualquiera de los manuales al uso acerca de la historia de la novela de nuestro país. Pero quizá este prólogo que no lo es, y que antecede a la recopilación hecha por el profesor Sotelo de los artículos publicados por CJC en la década que siguió a su primera y más crucial novela, pueda añadir algunas pinceladas a lo que es carne de diccionario. Porque, como quizá los lectores hayan ya sospechado, CJC supone para mí algo muy diferente a lo que la sabiduría de Adolfo Sotelo ha recogido y anotado. Camilo José Cela era mi padre.
Nací cuatro años después de que La familia de Pascual Duarte saliera a la luz. Eso explica por qué mis tíos, después de que mis padres me bautizasen con el mismo nombre que el del escritor, me hayan llamado siempre Pascual. Pero también es fácil entender que tardé mucho tiempo en darme cuenta de lo que significaba ser hijo del autor de esa novela. Tanto como el que transcurrió hasta que, yendo al colegio, me tropecé con la sorpresa de averiguar que los padres de mis compañeros eran médicos, abogados, comerciantes o empleados de la Banca. Profesiones todas ellas que aseguran una nómina, mayor o menor, a fin de mes.
La primera novela de mi padre fue lo que se dice un éxito de crítica y público —con las excepciones ya sabidas—, pero no garantizaba el que la familia pudiese vivir ni con mucha ni con poca comodidad. Tampoco su segunda obra, Pabellón de reposo —la crónica de su paso por el sanatorio para tuberculosos de Hoyo de Manzanares, en Madrid—, supuso ninguna garantía de supervivencia. Era la profesión de articulista de mi padre, completada con los bolos en forma de conferencia que, de vez en cuando, se presentaban, la que llevaba unos duros (pocos) con los que sobrevivir en el día a día tremendo de la posguerra española. Las cartas de mis padres que conservo, las notas breves y las simples anotaciones en un trozo de cuartilla que CJC mandaba a menudo a Charo, mi madre, ponen de manifiesto tanto la penuria familiar de aquellos años como los senderos más bien azarosos que llevaban a que en diarios como Arriba y La Vanguardia o en revistas como Ínsula y Correo Literario saliese de vez en cuando un artículo de CJC.
Mi primo Eduardo Riestra ha llamado en alguna que otra ocasión «obra alimenticia» a la que permitía a escritores como CJC o a cineastas como Buñuel sobrevivir. Se trata de un hallazgo espléndido porque, salvo algún empleo de medio pelo y escaso recorrido, mi padre no tuvo a lo largo de su bien extensa carrera otra forma de vida que la de la literatura. Pero además de ese beneficio directo la obra alimenticia esconde claves de lo más cruciales para entender cómo eran esos años hoy olvidados y que convendría rememorar aunque solo fuese a título de vacuna preventiva.
Los artículos de CJC de la década que cubre este libro son el mejor retrato que hay del primer Cela, desde luego, pero también de lo que mi padre pensaba de la literatura, el arte, el paisaje y, en general, la España de entonces. Leyéndolos con cuidado a lo mejor descubrimos en ellos alguna pincelada de lo que somos nosotros ahora. Para bien o para mal, que todo cabe.
C. J. C. C.
ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ
LA FORJA DE UN ESCRITOR (1943-1952)
«A los escritores nos pasa igual que a los avaros sin memoria, que no saben los exactos brillos de su riqueza —o de su calderilla— hasta que la cuentan y la recuentan.»
Camilo José Cela, 1965
En 1962 se imprime el primer tomo de la Obra completa de Camilo José Cela. Las ediciones Destino de Barcelona son las que impulsan esa tarea inacabada, que finalizaría en el año 1986. Melchor Fernández Almagro advertía en La Vanguardia (19 de junio de 1963) que los tomos serían numerosos porque CJC era autor de una infinidad de «trabajos menores, ensayos y artículos». Por su parte, Antonio Vilanova, desde Destino (25 de mayo de 1963), subrayaba el valor literario, plagado de sorna y cazurrería, del texto que, bajo el marbete de «Cauteloso tiento por lo que pudiera tronar», abría el primer tomo. En efecto, en dicho texto, fechado en Palma de Mallorca entre los otoños de 1959 y 1960, Cela escribía: «Ha sonado en mi reloj la hora de brindar al curioso lector la Obra completa, ese panteón solemne que hasta hace poco se reservaba, como las estatuas, tan solo a los muertos»1. E indicaba que se disponía a fijar los textos y a fecharlos, cuando le resultase posible hacerlo. Cela realizó la tarea con puntualidad y rigor.
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