– ¿Para quién?
– Para mí, es importante para mí. Creo que eso basta.
David la contempló con atención. Su relación estaba tan vacía de intensidad emocional que Laurel no creía que ninguno de los dos pudiera reprender al otro.
– Estás en tu casa -terminó diciendo, aunque estaba claro que hubiera preferido que lo dejaran para otro momento. Sin embargo, regresó a su silla y encendió el ordenador.
– En serio, no será más que un minuto -repitió Laurel-. ¿No tienes curiosidad por ver qué podemos encontrar?
– Un poco, pero no estoy tan obsesionado.
– Bueno, yo tampoco. Sólo quiero encontrar a ese tal Reese para llamarle y preguntarle por qué echó a Bobbie a la calle, o si se fue por su propio pie.
– Puede que, sencillamente, se muriera -dijo David, incapaz (quizá intencionadamente) de ocultar el tono de exasperación en su voz.
– ¿Reese?
David asintió con la cabeza y añadió:
– Podría ser así de fácil: el hombre murió y Bobbie tuvo que volver a las calles. Mira, busca a ese Reese en Google mientras yo voy a consultar los obituarios. ¿En qué mes del año pasado llegó Bobbie a BEDS?
– En agosto.
– Vale, miraré los del verano pasado.
Laurel tenía la sensación de que David se estaba ofreciendo a ayudarla porque se sentía mal por haber sido brusco con ella y, también, porque todavía no había realizado la búsqueda en LexisNexis del accidente de Robert Buchanan que le había prometido. Sin embargo, agradecía su colaboración.
No tardaron en descubrir un par de cosas: que en la red había una considerable cantidad de páginas en las que se mencionaba el nombre de Reese; y que, justo como David había sugerido, el viejo editor de imagen había fallecido hacía catorce meses, en julio del año anterior. David consiguió el obituario que había publicado el periódico. Laurel ya había encontrado algunas pequeñas esquelas en Internet, pero leyó el recorte de prensa que él le dejó sobre su escritorio, visiblemente orgulloso de su descubrimiento.
MARCUS GREGORY REESE
BARTLETT.
Marcus Gregory Reese falleció inesperadamente a los ochenta y tres años el 18 de julio en su domicilio de Bartlett. Marcus, conocido en medios profesionales por su nombre completo, aunque para los amigos siempre fue Reese, nació en Riverdale, Nueva York, y se instaló en Bartlett tras retirarse y abandonar su reconocida carrera como fotógrafo y editor en una larga lista de importantes periódicos y revistas.
Reese nació un 20 de marzo. Era el menor de los cinco hijos de Andrew y Amy Reese. Tras terminar el bachillerato en el Instituto de Riverdale, se alistó en la Marina donde sirvió con honores en el frente del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. A su regreso a los Estados Unidos se interesó por la fotografía y decidió dedicarse a esta profesión. Trabajó en primer lugar para el Newark Star-Ledger, después para el Philadelphia Inquirer y, finalmente, para la revista Life, de la que fue editor de imagen durante casi treinta años.
Contrajo matrimonio en dos ocasiones. Su primer enlace, con Joyce McKenna, terminó en divorcio. Su segunda esposa, Marjorie Ferris, murió de cáncer en 1999.
Reese deja una hermana mayor, Mindy Reese Bucknell, en Clearwater, Florida.
Las honras fúnebres tendrán lugar el miércoles 21 de julio a las 11 en la iglesia congregacional de Bartlett y el posterior sepelio en el cementerio de New Calvary.
El funeral será organizado por la funeraria Bedard McClure.
El hombre que mostraba la imagen que acompañaba a la esquela parecía estar más cerca de los sesenta que de los ochenta y tres, así que Laurel supuso que se trataba de una fotografía antigua. Reese parecía un tipo corpulento, con las cejas pobladas, el cabello blanco ondulado y una barbilla que se prolongaba sin interrupción en un cuello del tamaño de un tronco. Llevaba gafas de cristales oscuros y un jersey de cuello redondo con una camisa de tela Oxford con cuello de botones. Sonreía a la cámara con un gesto que sólo podría ser definido como desenfadado o incluso de suficiencia.
Cuando terminó de leer la esquela, David sonrió, lúgubre:
– Siempre me ha hecho gracia la expresión «falleció inesperadamente». ¿Cómo puede morir inesperadamente una persona de ochenta y tres años?
– Es cierto, suena como si le hubieran asesinado, o se hubiera suicidado, ¿no es verdad? O que hubiera fallecido por un error médico…
David se apoyó en el borde del archivador que había detrás de su escritorio.
– Supongo que se referirá a un ataque al corazón. No creo que se trate de nada misterioso.
Laurel compartía esta opinión, pero permaneció en silencio, en gran medida debido a que, tras su encuentro con Pamela Marshfield y la llamada del abogado a BEDS, tenía tendencia a ver misterios en todas partes.
– Creo que ya sabemos de dónde sacó tu amigo Crocker las fotografías -añadió David, mesándose la barba.
– ¿Qué quieres decir?
– Que seguramente se las quitó a este tal Reese. Por lo que me has contado, Bobbie no era un dechado de salud mental.
– ¿Crees que se las robó? -le preguntó Laurel, sorprendida ante la mera idea de que pudiera ser cierto.
– En primer lugar, no he dicho «robar». Eso implicaría demasiada competencia mental. Todo lo que digo es que puede que… se apoderara de ellas. Igual después de la muerte de Reese.
– Pues creo que eso es robar.
– Vale, entonces las robó. O quizá este Marcus Gregory Reese se las regaló.
– Pero ¿por qué piensas eso?
– Porque todavía no hemos visto el nombre de Bobbie entre los fotógrafos de Life.
– Pero eso no quiere decir que no fuera él quien sacara las fotos.
– Laurel, la esquela dice que Reese era fotógrafo -insistió David, cortándola, y después se acercó a la pantalla del ordenador y le mostró las páginas web que había encontrado con el nombre de Reese-. Mira esto: esta página está dedicada a las fotos de Reese. Y esta otra, y esta… No me sorprendería que encontrases la imagen de los hula-hoops o la de Muddy Waters con el nombre de Reese en los créditos.
Laurel pensó que era posible, pero había algo que fallaba en su razonamiento. Intentó permanecer serena, no ponerse a la defensiva. Al final, le vino la inspiración:
– Estamos presumiendo que Bobbie vivió con Reese -dijo con calma.
– Sí.
– Y que esto se debía a que el hospital psiquiátrico le dio el alta y lo dejó a su cargo.
– De acuerdo.
– Y que se conocían porque habían trabajado juntos en la revista. Eso es lo que me dijo Serena, ¿recuerdas? Me parece que Bobbie vino a Vermont porque sabía que Reese vivía aquí. Sólo he repasado los números de la revista Life del año 1960. Puede que Bobbie trabajara para ellos a mediados de los cincuenta, o de los sesenta. Cuando tenga más tiempo para ir a la biblioteca, quizá encuentre años enteros de la revista con el nombre de Bobbie en la lista de colaboradores.
– Así que supones que Bobbie conocía a Reese porque era su editor.
– ¿Algo que objetar?
– No. Aunque creo que es dar un gran salto. Puede ser que se conocieran en la revista, pero esto no implica que Reese fuera su editor. Teniendo en cuenta lo poco que sabemos, Bobbie podría haber sido el botones, el guarda de seguridad o el ascensorista. En aquellos tiempos tenían ascensoristas, ¿lo sabías?
– Tengo que revisar 1964, los números de Life desde 1964. El otro día revelé unas fotos de la Exposición Universal de ese año. Igual encuentro en esas fechas el nombre de Bobbie.
David asintió lentamente, como un padre que está a punto de perder los nervios ante su hijo. Después se incorporó, agarró el ratón y comenzó a pinchar sobre los cuadraditos con una X que aparecían en la esquina superior derecha del monitor, dispuesto a apagar el ordenador. Ya había cerrado el navegador antes de que Laurel lo detuviera, pero todavía no había cerrado el equipo.
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