– ¿Entonces qué pasó? ¿Por qué no se casó con él?
– Ella rechazó el compromiso unos meses después de la fiesta -prosiguió Phyllis-. ¡Qué decepción! Todas queríamos a Danny, y a él le rompió el corazón. Con el tiempo se casó con otra, justo antes de la segunda guerra. No es que eso le trajera mucha felicidad, nunca regresó de luchar contra los japoneses.
– ¿Vuestro padre le dijo a Nell que no se casara con él? -preguntó Cassandra-. ¿Es eso lo que le dijo esa noche? ¿Que no se casara con Danny?
– Todo lo contrario -refunfuñó Dot-. Papá pensaba que el sol brillaba sólo para Danny. Ninguno de nuestros esposos logró siquiera hacerle sombra.
– Entonces, ¿por qué rompió el compromiso?
– Ella no lo explicó, ni siquiera se lo dijo a él. Casi nos volvimos locas tratando de entenderlo -contestó Phyllis-. Todo lo que supimos fue que Nell no se hablaba con papá, y que tampoco se hablaba con Danny.
– Eso fue todo lo que supimos hasta que Phyll habló con June -añadió Dot.
– Casi cuarenta y cinco años después.
– ¿Y qué dijo June? -preguntó Cassandra-. ¿Qué pasó en la fiesta?
Phyllis tomó un sorbo de té y enarcó las cejas en dirección a Cassandra.
– Papá le dijo a Nell que no era hija suya y de mamá.
– ¿Era adoptada?
Las tías intercambiaron una mirada.
– No exactamente -dijo Phyllis.
– Más bien fue encontrada -precisó Dot.
– Recogida.
– Recibida.
Cassandra frunció el ceño.
– ¿Encontrada dónde?
– En los muelles de Maryborough -dijo Dot-. A donde solían llegar las grandes embarcaciones europeas. Ahora ya no, claro, hay puertos mucho más grandes, y la mayor parte de la gente viaja en avión…
– Papá la encontró -interrumpió Phyllis-. Cuando ella era pequeña. Fue justo antes del comienzo de la Gran Guerra. La gente se iba de Europa en masa y nosotros estábamos más que felices de aceptarlos, aquí en Australia. Papá era el jefe del puerto en esa época, y su trabajo era controlar que quienes viajaban fueran quienes decían ser, y que llegaran a donde debían llegar. Algunos de ellos ni siquiera hablaban inglés.
»Por lo que yo entendí, una tarde hubo una suerte de conmoción. Un barco llegó a puerto desde Inglaterra tras un viaje de lo más agitado. Fiebres tifoideas, insolaciones, de todo, y cuando el barco llegó había equipaje de más, de personas fallecidas durante la travesía. Fue un gran dolor de cabeza. Papá se las ingenió para arreglarlo todo, por supuesto, siempre fue bueno para mantener el orden, pero se quedó más tiempo de lo habitual para asegurarse y le explicó al vigilante nocturno lo sucedido y por qué había equipaje extra en la oficina. Fue mientras estaba esperando cuando observó que quedaba alguien en el muelle. Una niña, de apenas cuatro años, sentada sobre su maleta.
– Y nadie en kilómetros a la redonda -añadió Dot sacudiendo la cabeza-. Estaba sola.
– Papá intentó averiguar quién era, claro, pero ella no se lo quiso decir. Dijo que no lo sabía, que no lo recordaba. Y no había nombre alguno identificando el equipaje, nada en su interior que fuera de ayuda, al menos que él se percatara. Ya era tarde, y estaba oscureciendo, y el tiempo había empeorado. Papá sabía que la niña debía de estar hambrienta, así que finalmente decidió que no podía hacer otra cosa más que llevársela a su casa. ¿Qué otra solución había? No iba a dejarla en los muelles, sola, bajo la lluvia toda la noche, ¿no?
Cassandra sacudió la cabeza, intentando conciliar a la agotada y solitaria pequeña de la historia de Phyllis con la Nell a quien conociera.
– Tal como me contó June, al día siguiente regresó esperando encontrarse con parientes frenéticos, policías, una investigación…
– Pero no hubo nada -dijo Dot-. Transcurrió un día tras otro y nada, nadie dijo nada.
– Era como si la niña no hubiera dejado rastro. Intentaron averiguar quién era, por supuesto, pero con tanta gente llegando a diario… Había mucho papeleo. Era muy sencillo que algo pasara inadvertido.
– O alguien.
Phylly suspiró.
– Así que se quedaron con ella.
– ¿Qué otra cosa podían hacer?
– Y dejaron que creyera que era su hija.
– Una de nosotras.
– Hasta que cumplió los veintiuno -dijo Phyllis-. Y papá decidió que debía saber la verdad. Que había sido encontrada sin nada que la identificara excepto el equipaje de una niña.
Cassandra permaneció sentada en silencio, intentando asimilar la información. Entrecruzó los dedos en torno a la caliente taza de té.
– Debió de sentirse muy sola.
– Sin duda -repuso Dot-. Todo ese trayecto sola. Semanas y semanas en una gran embarcación, para terminar en un muelle desierto.
– Y todo el tiempo después.
– ¿Qué quieres decir? -preguntó Dot frunciendo el ceño.
Cassandra apretó los labios. ¿Qué había querido decir? Le había venido a la mente como una ola. La certidumbre de la soledad de su abuela. Como si en ese momento hubiera entrevisto un aspecto importante de Nell que nunca antes hubiera conocido. O mejor dicho, como si hubiera comprendido de pronto un aspecto de Nell que conocía muy bien. Su aislamiento, su independencia, su aspereza.
– Debió de sentirse muy sola cuando supo que no era quien había creído ser.
– Sí -reconoció Phyllis, sorprendida-. Debo admitir que al principio no se me ocurrió. Cuando June me lo contó, no pude ver en qué cambiaba eso las cosas. No pude, ni aunque me fuera en ello la vida, entender por qué Nell había permitido que eso la afectara tanto. Mamá y papá la querían y nosotras, las pequeñas, la adorábamos como a una hermana mayor; no podía haber pedido una familia mejor. -Se reclinó contra el brazo del sofá, la cabeza apoyada en su mano, y se frotó la sien cansinamente-. A medida que pasó el tiempo, sin embargo, comencé a darme cuenta. Eso sucede, ¿no es cierto? Me he percatado de que las cosas que damos por supuestas son importantes. Ya sabes, la familia, el parentesco, el pasado… Ésas son las cosas que nos hacen ser quienes somos, y papá se las arrebató a Nell. No era su intención, pero lo hizo.
– Nell debió de sentirse aliviada de que finalmente lo supierais -dijo Cassandra-. De algún modo debió de resultarle más sencillo.
Phyllis y Dot intercambiaron miradas.
– ¿No le dijisteis que lo habíais averiguado?
Phyllis frunció el ceño.
– Estuve a punto un par de veces, pero cuando llegó el momento no pude hallar las palabras, no pude hacerle eso a Nell. Había estado tanto tiempo ocultándolo, había reconstruido su vida entera en torno a ese secreto, trabajado tan duro en guardarlo para sí. Me pareció… no sé… algo cruel derribar esos muros. Como volver a arrebatárselo todo una segunda vez. -Sacudió la cabeza-. Pero tal vez todo eso sea absurdo. Nell podía ser feroz cuando quería, tal vez yo no tuve el coraje suficiente.
– No es algo que tenga que ver con tener o no tener coraje -precisó Dot con firmeza-. Todas acordamos que era lo mejor. Era lo que Nell quería.
– Supongo que tienes razón -dijo Phyllis-. No obstante, una se hace preguntas. No es que no hubiese oportunidades, por ejemplo, el día que Doug se llevó la maleta.
– Justo antes de morir, papá hizo que el esposo de Phyllis le llevara la pequeña maleta a Nell -explicó Dot-. Por supuesto, no dijo una palabra de lo que significaba, claro. Así era papá, tan negado como Nell para guardar secretos. La había ocultado todos esos años, ¿sabes? Con todo dentro, tal como la habían encontrado.
– Es gracioso -dijo Phyllis-. Tan pronto como vi la maleta ese día pensé en la historia de June. Sabía que debía de ser la que papá había encontrado junto a Nell en el muelle años atrás, y, sin embargo, todo ese tiempo estuvo en el trastero y jamás se me cruzó por la cabeza. No la vinculé a Nell y a sus orígenes. Si alguna vez pensé en ella, fue para preguntarme por qué mamá y papá habían tenido alguna vez un equipaje tan peculiar. De cuero blanco con hebillas de plata. Pequeñito, como de niña…
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