La devastación de Rose era tan absoluta, su frágil apariencia tan en contradicción con su feroz deseo que de pronto el bienestar de Mary fue la última de las preocupaciones de Eliza.
– ¿Cómo puedo ayudarte, Rose? Dime, ¿qué puedo hacer?
– Hay algo, prima Eliza. Necesito que hagas algo por mí, algo que a su vez ayudará también a Mary.
Por fin. Tal como Eliza siempre había sabido que así sería, Rose se había dado cuenta de que necesitaba a Eliza. Que sólo Eliza podría ayudarla.
– Por supuesto, Rose -dijo-. Lo que sea. Dime qué necesitas y así será.
Tregenna, Cornualles, 2005
El mal tiempo llegó en la noche del viernes y la niebla cayó malhumorada y gris sobre el pueblo durante todo el fin de semana. Dada la insistencia de semejante temporal, Cassandra decidió que sus miembros agotados podían descansar y tomarse unas bien ganadas vacaciones de su trabajo en la cabaña. Pasó el sábado acurrucada en su cuarto, junto a tazas de té y los cuadernos de Nell, intrigada por los comentarios de su abuela sobre el detective que había consultado en Truro. Un hombre llamado Ned Morrish, cuyo nombre había encontrado en la guía telefónica local después de que William Martin le sugiriera que averiguara dónde había estado Eliza cuando desapareció en 1909.
El domingo, Cassandra se reunió con Julia, por la tarde, para tomar el té. La lluvia cayó sin cesar toda la mañana, pero para media tarde el diluvio se había reducido a una llovizna, permitiendo que la niebla se instalara en los resquicios. A través de las ventanas de parteluz, Cassandra apenas podía distinguir el sobrio verde de los encharcados jardines, todo lo demás era niebla, las ramas desnudas desapareciendo por momentos, como delgadas fracturas en un muro blanco. Era el tipo de día que Nell adoraba. Cassandra sonrió, recordando cómo el ponerse el impermeable y las botas de lluvia llenaba a su abuela de entusiasmo. Tal vez, desde algún lugar en lo más profundo, la herencia de Nell la había estado llamando.
Cassandra se reclinó contra los almohadones de su sillón y observó las llamas agitándose en el hogar. La gente estaba congregada en todos los rincones del salón del hotel -algunos jugando juegos de mesa, otros leyendo o comiendo-, la habitación desbordada por los reconfortantes murmullos de quienes estaban calientes y secos.
Julia añadió una cucharada de crema sobre el bollo cubierto de mermelada.
– ¿Por qué este interés repentino en el muro perimetral de la cabaña?
Los dedos de Cassandra apretaron su taza.
– Nell creía que, si averiguaba adonde fue Eliza en 1909, descubriría su propio misterio.
– ¿Pero qué tiene que ver eso con el muro?
– No lo sé, tal vez nada. Pero hay algo en los cuadernos de Rose que me dejó pensativa.
– ¿Qué parte?
– Anotó algo en abril de 1909 que parece vincular el viaje de Eliza con la construcción del muro.
Julia lamió la crema de su dedo.
– Ya recuerdo -dijo-. Cuando escribe eso de que hay que tener cuidado porque cuando hay mucho que ganar, también hay mucho que perder.
– Exactamente. Desearía saber qué quiso decir.
Julia se mordió el labio.
– ¡Qué grosero de su parte no dar más detalles y pensar en las personas que lo leeríamos noventa años más tarde!
Cassandra sonrió distraída, jugueteando con una hebra suelta de la tela del apoyabrazos del sillón.
– Sin embargo, ¿por qué lo diría? ¿Qué podía ganar, qué era lo que tanto le preocupaba perder? ¿Y qué tenía que ver la seguridad de la cabaña con todo eso?
Julia dio un mordisco a su bollo y lo masticó lenta y pensativamente. Se limpió los labios con una servilleta del hotel.
– Rose estaba embarazada en esa época, ¿no?
– De acuerdo con lo que dice el cuaderno.
– Entonces tal vez fueron las hormonas. Eso puede suceder, ¿no? Las mujeres se vuelven emocionales y todo eso. Tal vez extrañaba a Eliza y estaba preocupada de que la cabaña fuera robada o destruida. Tal vez se sintiera responsable. Las dos muchachas todavía eran amigas íntimas en esa época.
Cassandra pensó en ello. El embarazo podía explicar ciertos cambios de comportamiento, pero ¿era respuesta suficiente? Incluso aceptando una narradora hormonalmente desequilibrada, había algo curioso en el comentario. ¿Qué estaba sucediendo en la cabaña que hacía que Rose se sintiera tan vulnerable?
– Dicen que va a escampar mañana -comentó Julia, dejando su cuchillo sobre el plato cubierto de migas. Se reclinó en su sillón, apartó el borde de la cortina y miró hacia el paisaje neblinoso-. Supongo que regresarás a la cabaña.
– La verdad es que no. Una amiga viene a visitarme.
– ¿Aquí al hotel?
Cassandra asintió.
– ¡Maravilloso! Hazme saber si hay algo en lo que pueda ayudarte.
Julia tenía razón, para el lunes por la tarde la niebla había comenzado a despejarse y un trémulo sol prometía atravesar las nubes. Cassandra estaba esperando en la recepción cuando el coche de Ruby aparcó fuera. Sonrió cuando vio el pequeño automóvil blanco, guardó los cuadernos y atravesó el vestíbulo.
– ¡Uf! -Ruby dio un paso y dejó caer sus bolsas. Después se quitó el gorro impermeable y sacudió la cabeza.
– ¡Qué típica bienvenida estilo Cornualles! Ni una gota de lluvia y sin embargo estoy empapada. -Se detuvo y observó a Cassandra-. Pero ¡mira cómo estás!
– ¿Qué? -Cassandra se aplastó el cabello-. ¿Qué pasa conmigo?
Ruby sonrió de tal modo que se le arrugaron las comisuras de los ojos.
– Nada de nada, eso es lo que quiero decir. Estás genial.
– Ah, bueno, gracias.
– El aire de Cornualles debe de sentarte bien, ya casi no eres la muchacha que conocí en Heathrow.
Cassandra comenzó a reír, sorprendiendo a Samantha, quien estaba escuchando desde el mostrador de recepción.
– Me alegro mucho de verte, Ruby -declaró, cogiendo una de los bolsas-. Deshagámonos de esto y salgamos a caminar, a ver la ensenada después de tanta lluvia.
* * *
Cassandra cerró los ojos, alzó el rostro y dejó que la brisa marina le cosquilleara los párpados. Las gaviotas conversaban a un extremo de la playa, un insecto pasó volando cerca de su oreja, las suaves olas lamían rítmicamente la costa. Tuvo una enorme sensación de calma que descendía sobre ella mientras ajustaba su respiración a la del mar: inspirar y espirar, inspirar y espirar, inspirar y espirar. La lluvia reciente había agitado el mar y el fuerte olor flotaba en la brisa. Abrió los ojos y recorrió lentamente con la vista la cala. La línea de antiguos árboles sobre el acantilado, la negra roca al final y las altas colinas cubiertas de hierba que ocultaban su cabaña. Espiró y sintió un profundo placer.
– Siento como si hubiera dado con Los Cinco en el cerro del contrabandista -dijo Ruby un poco más adelantada, en la playa-. Casi esperaba que el perro, Timmy, viniera corriendo por la arena con una botella con mensaje en la boca -abrió aún más los ojos- ¡o con un hueso humano, o alguna cosa infame que hubiera desenterrado!
Cassandra sonrió.
– Me encantaba ese libro. -Comenzó a caminar por los cantos rodados en dirección a Ruby y la roca negra-. Cuando era pequeña, y lo leía en los calurosos días de Brisbane, habría dado cualquier cosa por crecer en una costa neblinosa, con cuevas de contrabandistas.
Llegaron al extremo de la playa, en donde los cantos rodados se unían con la hierba y la abrupta colina que cerraba la cala se elevaba frente a ellas.
– Por Dios -dijo Ruby, inclinando la cabeza para ver la cima-. ¿Pretendes en serio que la escalemos?
Читать дальше