Alex parece sorprendido.
– Me resulta extraño que pienses así… ¡Olvidas que tiene una esposa y dos hijos! Si decides tenerlos, debes optar automáticamente por otro tipo de vida, no puedes ser tan irresponsable…
En ese mismo momento Enrico coge una fotografía de la mesita. En ella aparece Camilla con Ingrid recién nacida en brazos.
– ¿Y qué me dices de esta foto? ¿Qué es? ¿Un fotomontaje? ¡Una madre con una hija! -Arroja con rabia la fotografía contra la pared y ésta se rompe en mil pedazos.
– Calma, Enrico. -Alex intenta tranquilizarlo-. Conozco a una que tuvo un hijo y después lo dejó aquí, en Roma, con su padre, porque deseaba probar una nueva vida y cogió un avión con rumbo a América… Otra abandonó también al marido y se marchó a vivir a Londres, otra hizo lo mismo y ahora trabaja en París…
– Entiendo… En ese caso, el hecho de que Camilla nos haya dejado a Ingrid y a mí para irse s ó lo una semana de vacaciones con otro a las Maldivas es casi normal, ¿no?
– Quizá cambie de idea.
– Quizá vuelva.
– Sí, quizá, quizá… Lo único que sé es que tengo que buscar a una nueva canguro.
– ¿Y Dora?
– No sé por qué, pero nos la había recomendado el abogado Beretti…
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Pues que, por solidaridad, ella también se ha marchado…
Flavio está desconcertado.
– Pero ¿solidaridad con quién? Da la impresión de que aquí están todos locos…
– El caso es que he puesto un anuncio, ¡tengo que entrevistar también a varias canguros!
– ¿Qué es esto?, ¿«Factor X»?
– Sí…, ¡ojalá!
– ¡Bueno, siempre puedes comprobar quién le canta mejor las canciones de cuna!
– Afortunados vosotros, que siempre tenéis ganas de bromear…
Enrico se arroja de nuevo sobre el sofá con las piernas abiertas y echa la cabeza hacia atrás. Flavio y Alex lo observan. A continuación, sus miradas se cruzan. Flavio se encoge de hombros. La verdad es que es muy difícil saber qué decirle a un amigo que sufre por amor. Está inmerso en su dolor, se siente acribillado por mil preguntas inútiles, y lo único que puedes hacer es brindarle tus respuestas personales, relativas, que en el fondo nada tienen que ver con su vida. Alex se sienta junto a él.
– Sólo quería que vieras el lado bueno.
– Es que no hay un lado bueno…
– ¿Sabes lo que decía Friedrich Christoph Oetinger? «Que Dios me conceda serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar, y sabiduría para distinguir unas de otras.»
– Pareces Pietro con todas esas citas para justificar sus ansias de sexo…
– Con una única diferencia: ésta es útil y sólo sirve para hacerte reflexionar sobre la situación en que te encuentras.
– Pero ¿quién era ese Friedrich Cris Tinger? Nunca he oído ese nombre…
– Friedrich Christoph Oetinger, un padre espiritual.
– Entiendo. Gracias por el consejo, Alex, ¡pero en pocas palabras, me estás diciendo que debo meterme a cura!
– Bueno, esa frase se cita también en la película El jard í n de la alegr í a, en la que personas de todas las edades fuman porros sin parar… En resumen, que en este mundo hay innumerables cosas; el único problema es el uso que hacemos de ellas.
Enrico sonríe.
– ¿Sabes? A veces las palabras me encantan… Pero después me detengo y pienso: caramba, cuánto echo de menos a Camilla. Y entonces todos los pensamientos pierden su valor, incluso todas esas bonitas frases de ese padre espiritual tuyo… A mí sólo me viene a la mente una de Vasco: «El dolor de tripa lo tengo yo, no tú.»
Alex esboza una sonrisa. Es cierto, el dolor pertenece a quien lo experimenta y no hay palabra que baste para explicarlo o para hacer que el que sufre se sienta mejor. No puedo por menos que darle la razón.
Olly nota que Niki está rara.
– Eh, ¿qué pasa?
– ¿Por qué lo dices?
– Tienes una cara…
– No, nada. Enrico se ha separado de su esposa.
Erica está preparando un batido para todas: fresas, plátanos, melocotones y leche. Apaga la batidora. Se queda pensativa por un instante.
– ¿Cuál es Enrico? Ah, sí… No me gusta…
– ¡Erica!
– Escuchad, chicas, estoy pasando un momento un poco así…
– ¡Hace años que estás pasando un momento un poco así!
– Pero ¿qué dices? Empecé a salir con el tal Stefano, creía que era escritor y, en cambio, trabajaba tan sólo como lector para una editorial…
– Entiendo, pero ¿qué era más importante? ¿Su trabajo o cómo te hacía sentir y lo que representaba para ti?
– No lo sé, ¡en cierta manera me sentí estafada!
– ¡Pero si te montaste una película tú sola con ese ordenador que habías encontrado, y pretendías que el que estaba al otro lado era tu príncipe azul!
– Pero ¿qué dices? ¡Si ni siquiera era un lector de novelas rosas!
– En cualquier caso, después del lector saliste con Sergio, el pintor, con Giancarlo, el médico, y con Francesco, el jugador… ¿Cómo es posible que con ninguno de ellos te haya ido bien y que no te hayan durado más de un mes?
Erica resopla. Enciende de nuevo la batidora. Acto seguido, alza la voz para que sus amigas puedan oírla por encima del estruendo que causa el aparato.
– Vale. Estaba experimentando. ¿Qué tiene de malo eso? Debéis reconocer que una sola historia no basta para entender lo que es el amor. Además, si es Olly quien lo hace, no hay problema, pero si, en cambio, soy yo…
– ¿Y yo qué tengo que ver con eso? -Olly salta sobre el sofá, agarra un cojín y se lo lanza a Erica gritando-: ¡Además, a mí me duran más de unas cuantas horas! ¡Venga, dinos de quién se trata! ¡¿Es Osvaldo el domador?! ¡¿O Saverio el conductor?!
Niki sonríe.
– ¡No, es Saverio el batidor! ¿Quieres apagar de una vez esa cosa?
– Muy bien…, tomadme el pelo si queréis. Se llama Giovanni y es dentista.
– Bueno, al menos puede sernos útil…
– A mí me parece que, en el fondo, sigues enamorada de Giò.
– Pero ¿qué dices?
– Siempre dices: «Pero ¿qué dices?» -Olly imita a Erica con voz de falsete-. Pero, en mi opinión -le guiña un ojo-, ¡en el fondo sabes que estoy diciendo la verdad!
– Estoy de acuerdo. Nunca has conseguido superar el hecho de que el chico de «A tres metros sobre el cielo», tu primera historia importante, no resistiese el paso del tiempo… Resígnate, es natural: una crece, cambia…
– De hecho, querida Olly, tengo la impresión de que tú creces demasiado de prisa. Tu Mauro, el fontanero, apenas te duró tres semanas.
– Incompatibilidad cultural.
– Ya. Y ahora estás con Giampi, te mueres de celos y os pasáis la vida riñendo.
– Incompatibilidad de caracteres.
– Me parece que lo que ocurre es que tú eres incompatible y punto.
– Pero ¿qué dices? ¡Esta vez te digo que funciona! He cambiado: antes tenía un novio cada semana, ahora llevo seis meses saliendo con Giampi. Erica siempre había estado con Giò y ahora cambia una vez cada semana.
– Cada dos…
– ¡Pues vaya! -Diletta sonríe-. Antes de que me traigáis mala suerte, ¿puedo contaros cuál es mi situación? Mi relación es serena y tranquila, va viento en popa, por buen camino…
– ¡Siempre que no resbales!
– ¡Ay, ya habló la gafe!
– Perdona, pero todas nos hemos acostado al menos con otro hombre, además del que tenemos ahora. Puede que incluso con más…
Erica se encoge de hombros.
– Vamos, no nos andemos ahora con sutilezas…
Читать дальше