– ¡Erica! -Diletta baja la ventanilla y la llama otra vez-. ¡Erica!
Su amiga no se da cuenta. El semáforo se pone en verde y arranca. Diletta sacude la cabeza. Está completamente ciega. ¡Y, además, circula por el carril equivocado! Será gamberra. Diletta se coloca detrás de ella y la sigue. A fin de cuentas, se dirigen al mismo sitio. Empieza a hacer destellos con los faros y a tocar la bocina, riéndose.
– Oh, pero ¿quién es el que está dando el coñazo? ¿Se puede saber qué quiere? -A Erica poco le falta para hacer un gesto obsceno, pero antes mira por el espejo retrovisor y reconoce la masa de rizos claros.
Pero bueno, ¿es ella? ¡Está loca! La saluda con la mano y le saca la lengua. Se persiguen un poco hasta llegar al lugar donde han quedado. Aparcan de milagro. Se apean del coche y se precipitan la una en brazos de la otra saltando como unas chifladas.
– ¡Caramba, da la impresión de que no nos hemos visto en años!
– ¡Y eso qué tiene que ver! ¡Te quiero mucho! -Y siguen saltando pegadas la una a la otra como dos futbolistas después de haber marcado un gol importante. Pasados unos instantes llegan también Niki y Olly.
– ¿Se puede saber qué estáis haciendo? ¿Qué pasa, ahora salís juntas? -y sin pensarlo dos veces se unen a ese abrazo loco, intenso, alegre, allí, en medio del aparcamiento y de la gente que pasa por su lado sin entender lo que les ocurre a esas cuatro chicas que giran en corro gritando.
– Venga, ya está bien… ¡Tenemos que ir a hacer la compra!
– Pero mira que eres aburrida…
– Sí, sí… Os advierto que yo no cocino, ¿eh?
– Bueno, en ese caso compremos unas pizzas.
– He traído un helado nuevo y delicioso, lo he comprado en San Crispino, ¿os parece bien?
– Esperad… Esperad… Niki, ¿a qué se debe que ahora quieras salvarnos la vida? ¿Nos concedes la gracia?
– ¿Qué quieres decir?
– ¡Que, dado que no cocinas, no puedes envenenarnos!
– ¡Imbéciles!
Y siguen bromeando en medio de la calle, empujándose y riéndose, sin edad, dueñas del mundo como sólo se puede ser en ciertos, momentos de felicidad.
Por la noche. Alex regresa a casa. Entra de prisa y empieza a preparar la bolsa. Abre el armario.
– Joder, vete tú a saber dónde me habrá puesto los pantalones cortos la asistenta… -Cierra de golpe dos o tres cajones-. Ah, aquí está la camiseta…
En ese preciso momento suena su móvil. Mira la pantalla. Es Pietro. ¿Qué querrá? No me digas que también esta vez tengo que pasar a recogerlo. Responde.
– Ya lo sé…
– ¿A qué te refieres? ¿Cómo has podido saberlo? No puedo creer que lo sepas ya, ¿cómo lo has hecho?
Alex resopla.
– Porque la historia se repite una y otra vez. Siempre me pides que pase a recogerte.
– No, esta vez es peor: no jugamos.
– ¿Qué? ¿Quieres decir que he vuelto a casa a toda velocidad para ir a jugar a futbito y ahora resulta que no vamos? No, eso me lo explicas ahora mismo, debe de haber ocurrido algo grave para que se haya suspendido el partido.
– Así es… Camilla ha dejado a Enrico.
– Paso en seguida a recogerte.
Un poco más tarde. Alex y Pietro están en el coche.
– Pero ¿cómo ha ocurrido?
– Nada, no sé nada; me colgaba el teléfono, no lograba hablar. Creo que en ciertos momentos sollozaba.
– ¡Sí, claro! Anda que no exageras ni nada.
– Te lo juro, ¿por qué debería decirte una estupidez como ésa de no ser verdad?
Ring. El móvil de Alex vuelve a sonar.
– Es Niki.
– No le digas nada. Dile que vamos a jugar de todas formas…
– Pero deberíamos estar ya en el campo, son las ocho y diez.
– En ese caso dile que esta noche jugaremos más tarde.
– Pero ¿por qué?
– Luego te lo explico. Alex sacude la cabeza y a continuación abre el móvil. -Cariño… -¡Eh, hola! Imaginaba que estarías ya en el campo…
Alex mira enojado a Pietro, que, curioso, cabecea en su dirección como si quisiera enterarse.
– Esto…, no…, hoy jugaremos un poco más tarde porque, como de costumbre, Pietro se equivocó cuando reservó el campo…
– ¿De verdad? ¿No me estás mintiendo?
– ¿Yo? ¿Por qué debería hacerlo, cariño? ¿Qué razón podría tener para contarte una mentira?
Alex vuelve a mirar cabreado a Pietro y sacude la cabeza.
– Bah, no lo sé…, lo siento… En cualquier caso, quería decirte que voy a casa de Olly. Nos vamos a reunir todas allí. Pero tengo el teléfono sin batería; te llamaré más tarde, cuando vuelva a casa.
– ¿No puedes cargarlo ahora? ¿O llevarte el cargador?
– No… Ya estoy fuera y acaba de sonar el bip que indica que la batería está descargada…
– Ah… Bueno, en ese caso puedes cargarlo en casa de Olly…
– Ninguna de mis amigas tiene el mismo cargador que yo… Pero bueno, cariño, ¿se puede saber por qué te preocupas tanto? Tú estarás jugando a la pelota…
– Ah, sí… Qué tonto…, hasta ruego.
– ¡Claro! Si marcas un gol dedícamelo como hacen los grandes campeones, ¿eh?
– ¡Faltaría más!
– ¡En lugar de como el Pibe de Oro como el pibe de plata!
Alex cuelga el teléfono y sonríe falsamente a Pietro.
– Felicidades. Siempre consigues meterme en líos, incluso cuando no hace ninguna falta.
– ¿Qué quieres decir?
– Que ahora cree que vamos a jugar a futbito y no es verdad.
– ¿Y qué problema hay?
– Que le he mentido.
– ¿Quieres decir que es la primera vez que lo haces?
– Sí.
Pietro lo mira poco convencido. Arquea las cejas, incrédulo. Alex se siente observado, echa un vistazo a la calle y a continuación mira a Pietro, después de nuevo la calle, luego a Pietro otra vez. Al final da su brazo a torcer.
– Está bien…, excepto la vez en que no le dije que Elena había vuelto a casa…
– ¡Y te parece poco! Tampoco le dijiste que os habíais reconciliado…
– Sí, sí, ¡vale! Pero eso fue hace un año.
– ¿Y bien?
– No, «y bien» me corresponde decirlo a mí. ¿Me estás interrogando? El caso es que esta noche, un año después, le estoy mintiendo otra vez y, por si fuera poco, sin una razón de peso.
– Te equivocas, la razón existe.
– ¿Y cuál es?
– Imagínate que Niki se encuentra mañana con Susanna y que ésta le cuenta que no hemos jugado.
– Eh… ¿Y qué tiene eso de malo?
– Pues que esta noche yo llegaré muy tarde a casa porque le he dicho a Susanna que empezábamos a jugar a las once…
– ¿A las once?
– Sí, le he dicho que tú te habías olvidado de reservar el campo y que por eso nos habían dado la última hora disponible para jugar… -¡Lo que me faltaba!
Alex sacude la cabeza mientras sigue conduciendo. Pietro lo abraza. -Gracias…, estoy orgulloso de tener un amigo como tú… Alex sonríe.
– Me gustaría poder decir lo mismo. -Ah… -Pietro se aparta de él y se sobrepone-. ¿En serio? -No… Y Alex, naturalmente, se echa a reír y sacude de nuevo la cabeza.
Enrico está sentado en la butaca del salón. La pequeña Ingrid duerme entre sus brazos.
– A ver si lo entendéis, me llamó… Me llamó al despacho y se limitó a decirme: «Dora se queda hasta las siete y después se marcha. Procura volver a esa hora porque, de lo contrario, Ingrid se quedará sola…»
Enrico mira a Ingrid, que duerme. La mece un poco, después le toca con un dedo el babero que tiene debajo de la barbilla y se lo coloca mejor.
– ¿Me habéis entendido?
Alex, Pietro y Flavio están sentados frente a él en el sofá. Los tres están boquiabiertos. Enrico los mira y sacude la cabeza. Alex parece el más intrigado.
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