Tengo mil recuerdos espl é ndidos de ti. A medida que pasa el tiempo me enamoro m á s y m á s de ti. M á s de lo que cre í a posible. Te quiero cuando sonr í es. Te quiero cuando te conmueves. Te quiero mientras comes. Te quiero el s á bado por la noche cuando vamos al pub. Te quiero el lunes por la ma ñ ana, mientras sigues somnolienta. Te quiero cuando cantas a voz en grito en los conciertos. Te quiero cuando nos despertamos juntos por la ma ñ ana y no encuentras las zapatillas para ir al ba ñ o. Te quiero bajo la ducha. Te quiero en la playa. Te quiero por la noche. Te quiero al atardecer. Te quiero a mediod í a. Te quiero ahora mientras lees mi carta, mi felicitaci ó n de San Valent í n, y quiz á te preguntas si no estar é un poco loco. Y no te equivocas. Y ahora, arr é glate. Sal. Vive tu d í a. Disfruta de mi pensamiento que trata de arrancarte una nueva sonrisa para verte resplandecer con toda tu belleza. Felicidades, amor m í o… Pasar é a recogerte dentro de una hora. ¡ Las sorpresas no se acaban aqu í !
A los ojos de Cristina asoman dos lágrimas, permanecen suspendidas durante unos segundos y a continuación se deslizan por sus mejillas. Qué dulce era. Qué diferente era todo. Cuántas ganas de sorprender, de estar juntos, de quererse. Éramos especiales. Creíamos que éramos únicos, el uno para el otro. Nosotros. Los demás quedaban en segundo lugar. El mundo. ¿Y ahora? ¿Adónde ha ido a parar todo eso? ¿Dónde se ha perdido? ¿Por qué me siento así? Sigue leyendo las hermosas palabras que Flavio escribió hace tantos años sin dejar de llorar. Pensando en su larga historia, en la primera vez que lo vio. En lo mucho que le gustó. Era guapísimo. Y le parece imposible que todo haya cambiado tanto.
El sol cae en picado sobre las rampas del Pincio. Algún turista vestido con ropa multicolor observa admirado la piazza del Popolo, señala con el dedo algún detalle, un escorzo, o quizá una nueva meta que alcanzar. Una pareja de japoneses manejan una minúscula cámara digital estudiando los diferentes encuadres y sueltan una risita chillona cuando por fin dan con el mejor.
– Cuidado, vas a pasar por delante de ellos.
– Y a mí qué me importa, oye.
Diletta camina de improviso un poco más altiva y, con una sonrisa socarrona, se interpone entre el objetivo y el blanco destinado a ser inmortalizado. El japonés se detiene, risueño. Espera. Diletta pasa y le sonríe a su vez. El japonés vuelve a intentarlo pero se ve obligado a detenerse de nuevo.
– Diletta…
– Oh, vamos, yo no tengo la culpa de que se me haya olvidado decirte una cosa -y regresa exactamente al punto de partida, en tanto que el japonés empieza a ponerse nervioso-. Quería decirte que… -Le planta un beso en la boca.
Filippo se echa a reír.
– Qué idiota eres… ¿No podías esperar?
– No. Ya sabes lo que dicen: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
– ¡Estoy con un genio! ¡Una redactora publicitaria! -Filippo le da unos pellizcos en las mejillas.
– ¡Ay! ¡No, el talento para la publicidad es de otro! A propósito, tengo que confirmar la cita con Niki… -y saca el móvil del bolsillo de la cazadora. Lo abre y empieza a teclear un sms a toda velocidad.
– ¿Qué confirmas?
– Pues la cena. Ya te he dicho que esta noche voy a casa de Niki… ¡Es más, luego hemos quedado para hacer la compra!
– ¡Vaya! ¿Y quién cocina?
– Qué más te da, a ti no te han invitado…
– ¡No, pero no quiero que envenenen a mi amor! Aún recuerdo la última vez, ¡el dolor de tripa te duró todo el día!
– ¡Me enfrié!
– ¡Eso, tú siempre defendiendo a tus Olas!
– Por supuesto, quisiste hundirlas para ocupar su puesto en mi corazón… Pero tú ocupas ya todo el espacio… ¿Acaso pretendes convertirte en un tirano cruel y despiadado?
Filippo se ríe e intenta morderle.
– Sí, quiero comerte entera. Toda mía, sólo mía.
Y siguen bromeando mientras caminan por la hierba y observan a los transeúntes. Alguna madre lee una revista mientras sus hijos juegan junto al banco donde ella está sentada o un poco apartados, lo suficiente para eludir su control y poder, quizá, ensuciarse los pantalones cuando se lanzan sobre la hierba para detener el balón. Una pareja de ancianos pasea por su lado conversando. Ella sonríe, él la abraza ligeramente.
Diletta se vuelve de golpe.
– Espero que no me dejes cuando sea así…
– Depende.
– ¿De qué, perdona?
– ¡De que tú no me hayas dejado antes!
El móvil de Diletta vibra emitiendo un leve sonido semejante al tintineo de las monedas.
– ¡Oh, se te está cayendo el dinero!
– ¡De eso nada! Es el sonido de los mensajes; parece el ruido que hacen los céntimos al caer, es genial, la gente se lo traga siempre. ¡Incluso tú! -Diletta abre el móvil y lee de prisa-. Perfecto. Confirmado.
Dentro de una hora en la piazza dei Giuochi Istmici… ¿Sabes qué voy a hacer? Llevaré ese helado tan rico de San Crispino… Nunca lo han probado, todavía se pirran por el chocolate que venden en el Alaska… ¿Qué me dices?
Filippo empieza a canturrear sin apenas escucharla.
– Helado de chocolate con tomate, tú, helado de chocolate… -y hace un amago de morder a Diletta, que se echa a reír.
Abandonan el Pincio abrazados, serenos, ignorando el nuevo e increíble cambio que está a punto de producirse en sus vidas.
El despacho de Alex. Todo como siempre. El consabido caos bajo la calma y el control aparentes.
Leonardo entra con un paquete y lo deja sobre el escritorio.
– Buenos días, esto es para ti…
Alex arquea una ceja.
– No es mi fiesta. No me parece que celebremos ningún acontecimiento, no creo haberme olvidado de nada y ni por asomo pienso que tú debas pedirme un favor especial…, ¿me equivoco?
– Desconfiado. -Leonardo se sienta en el borde del escritorio de Alex-. ¿No podría ser simplemente que me alegro de que hayas vuelto y que esté encantado de tenerte de nuevo aquí?
– Ya me lo has demostrado con el aumento… Leonardo esboza una sonrisa.
– No era bastante o, mejor dicho…, sí, es mucho. Pero esto es un pequeño capricho personal…
Alex arquea la otra ceja.
– En cualquier caso, este repentino gesto de afecto me inquieta. -Desenvuelve el regalo y se queda estupefacto-. ¿Un miniordenador y una cámara?
Leonardo está entusiasmado.
– ¿Te gustan? Es el último grito en tecnología, se pueden filmar películas en alta definición y montarlas en el ordenador, elegir las canciones de iTunes e introducir fundidos y efectos directamente de las memorias. Lleva incorporado un software muy sofisticado… En fin, que si quieres puedes filmar una película y proyectarla un instante después, justo como hace Spielberg.
Alex está perplejo.
– Gracias…, pero ¿eso quiere decir que quizá nos dediquemos también a la producción cinematográfica?
– No. -Leonardo baja del escritorio y se dirige hacia la puerta-. Eso sólo significa que estoy encantado de que hayas vuelto y que, si debes hacer una de tus películas sobre la isla, el faro y, en fin, toda esa historia que me has contado…, puedes filmarla tranquilamente desde aquí, sin desaparecer de nuevo.
Leonardo sale del despacho y un segundo después entra Alessia, la leal secretaria y ayudante de Alex.
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