– ¡Pero si esta casa se la debes sobre todo a ella!
– ¡Claro! A ver quién podría permitírsela, si no…
– Míranos a nosotras, vivimos en casa de nuestros padres, seremos unas niñatas el resto de nuestras vidas…
– No, hay una forma de evitarlo -Olly pasa el primer trozo de tarta. Erica lo coge.
– Sí, claro, que nos adopte tu madre y que nos financie.
– Siempre podéis casaros.
– ¡Qué triste!
– ¿Casarse?
Niki se apodera del segundo pedazo.
– No, quiero decir hacerlo con la única intención de salir de casa…
– No sabes cuánta gente lo hace sólo por eso… -A Diletta le corresponde el último.
– De acuerdo, pero debe seguir siendo un sueño… Si se convierte en un mero trámite, ¿qué gracia tiene?
– Sí, tienes razón.
Y esta vez todas están de acuerdo, al menos en eso. Y se comen la tarta hecha con nata y cubierta de unos ligeros copos rosas de azúcar risueñas, pensativas y en silencio, exclamando de vez en cuando «Mmm… ¡Qué rica!»
– Sí… Otro kilo más… Todo aquí…
Con la alegría en los ojos, el futuro incierto, pero con mucha dulzura en la boca y todas con ese pequeño gran sueño en el corazón Una casa propia donde sentirse libres y protegidas. Una casa que decorar, construir e inventar. Una manera de sentirse aún más mayores.
Noche ciudadana. Noche de personas que se adormecen y de otras que no lo consiguen. Noche de pensamientos ligeros que mecen el sueño. Noche de miedos y de incertidumbres que lo hacen desaparecer. «Noche de pensamientos y de amores para abrir estos brazos a nuevos mundos», como canta Michele Zarrillo.
Un poco más tarde, Niki, divertida y satisfecha, se mete en la cama y manda un sms a Alex: «Hola, amor mío, acabo de volver a casa y me voy a la cama. Te echo de menos.»
Alex sonríe al leerlo y le contesta: «Yo también te echo de menos… Siempre. Eres mi sol nocturno, mi luna de día, mi mejor sonrisa. Te quiero.»
Y todo parece sereno. Una ligera brisa nocturna, alguna que otra nube parece deslizarse sobre esa alfombra azul. Y, sin embargo, la noche no es en modo alguno tranquila.
Más lejos. En otra casa. Alguien no consigue conciliar el sueño.
Enrico camina arriba y abajo por la sala, después entra sigilosamente en el dormitorio de la niña, la mira preocupado en la penumbra, una cara menuda oculta por una sábana, una respiración ligera, tan ligera que Enrico debe acercarse a ella para poder oírla. Y respira Profundamente, su fragancia delicada, su olor a recién nacido, esa frescura, el encanto que transmiten esas manos tan minúsculas, tan Ciertas, abiertas, aferradas al pequeño almohadón, a su nuevo y personalísimo nuevo mundo, y después, dulcemente, otra vez cerradas, pero expresando en todo momento una serenidad increíble. Enrico inspira profundamente y a continuación sale del cuarto dejando un pequeño resquicio de luz. Reforzado, revigorizado por su criatura, que es sólo suya, el milagro de la vida. Por un instante su mente se desplaza a toda velocidad a través de los mares, las montañas, otros países, ríos, lagos, y de nuevo la tierra para llegar allí, a esa playa. Y se imagina a Camilla caminando bajo la luz del sol por esa arena, a orillas del mar, con un pareo atado a la cintura, riéndose, bromeando y charlando con el tipo que la acompaña. Pero sólo la ve a ella, nada más, su sonrisa, sus carcajadas, sus bonitos dientes blancos, su piel ya ligeramente morena, y siente que casi se acerca a ella, que la acaricia y que hacen el amor por última vez. Como si fuese Denzel Washington en D é j à vu con aquella guapísima mujer de color. Luego Enrico la ve entrar en el bungalow y él se queda fuera. Solo, abandonado, intruso, fuera de lugar, indeseado, de más. Mientras tanto, otro entra en su lugar, sonriendo, y cierra la puerta. Y él debe limitarse a mirar desde lejos, a imaginar, y sufre al recordar el deseo, la pasión, el sabor de sus besos, la excitación que sentía cuando la desnudaba, sus vestidos elegantes, su modo de agitar el pelo, de quitarse las medias, de echarse sobre la cama, de acariciarse… Y el sufrimiento se hace enorme y se transforma en rabia, y nota en silencio sus ojos empañados y un vacío enorme en su interior. Sufre, pero antes de que caiga la primera lágrima, se acerca al ordenador. Y la calma vuelve lentamente, de forma difusa, como esa luz que ilumina la pantalla. Inspira profundamente. Otra vez. De nuevo. Y el dolor se aplaca poco a poco. Un pensamiento ligero que se aleja como una gaviota volando a ras de las olas mal-divas. Siente una amarga certeza: creces, experimentas, aprendes, crees saber cómo funcionan las cosas, estás convencido de haber encontrado la clave que te permitirá entender y enfrentarte a todo. Pero después, cuando menos te lo esperas, cuando el equilibrio parece perfecto, cuando crees haber dado todas las respuestas o, al menos, la mayor parte de ellas, surge una nueva adivinanza. Y no sabes qué responder. Te pilla por sorpresa. Lo único que consigues entender es que el amor no te pertenece, que es ese mágico momento en que dos personas deciden a la vez vivir, saborear a fondo las cosas, soñando, cantando en el alma, sintiéndose ligeras y únicas. Sin posibilidad de razonar demasiado. Hasta que ambas lo deseen. Hasta que una de las dos se marche. Y no habrá manera, hechos o palabras que puedan hacer entrar en razón al otro. Porque el amor no responde a razones… Enrico mira a la persona que ya no está ahí. Ahora sólo puede admirar a esa gaviota. Roza el agua, las olas, y da la impresión de que, cuando planea sobre el mar, escribe la palabra «fin».
Enrico exhala un último suspiro, entra en Google, teclea esa palabra y después hace clic en «buscar». En la pantalla aparece de improviso la única y auténtica solución posible a ese momento: canguro.
Olly acaba de lavar los platos en los que han comido la tarta sus amigas las Olas. Los mete en la pila y deja correr el agua. Recoge las cuatro cucharillas y las mete en un vaso; después vuelve a la sala a recuperar los restos de la tarta. Qué risa, se la han comido cortándola justo por la mitad, de forma que el significado de la frase que había escrita encima ha cambiado. ¿Será una broma del destino o el desesperado intento de las Olas por hacer un poco de dieta? El hecho es que el «sin» ha desaparecido, y Olly mete la tarta en la nevera experimentando un extraño presentimiento, casi una amenaza, el peligro que sugieren las letras que sobresalen en medio de toda esa dulzura dejando un pensamiento amargo: «En prácticas… riesgos!»
Son las dos de la madrugada. Pietro sale sigilosamente del portal. Intenta ocultar su cara, como si se tratara de un ladrón que acaba de desvalijar un piso. Aunque, en realidad, son dos los que han dado el golpe después de reconocer que no son capaces de vivir exclusivamente con lo que tienen. Quieren más, quieren algo distinto. Quieren 'o que no tienen y se lo roban el uno al otro.
Pietro entra en el coche, lo pone en marcha y arranca a toda velocidad en medio de la noche. Da la impresión de que ahora se siente casi satisfecho, exhala un largo suspiro. También esta vez las cosas han salido rodadas, piensa, como si se tratara de un extraño campeonato, un torneo ridículo donde el primero y el último son una única persona, dado que en la competición sólo participa ella y, por tanto, no se enfrenta a nadie.
Erica entra a hurtadillas en su casa. Contempla la sala. Mierda, lo que me faltaba. Siempre sucede lo mismo. Mi padre ha vuelto a dormirse delante de la televisión. Pasa por delante de él tratando de hacer el menor ruido posible y se dirige hacia el dormitorio, pero después cambia de opinión y regresa a la sala.
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