Federico Moccia - Carolina se enamora

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Regresa el fenómeno, regresa Moccia. La esperada nueva novela del best-seller italiano, Carolina se enamora, desembarca en nuestro país con un sólo objetivo: volver a arrasar. Con A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, Perdona si te llamo amor y Perdona pero quiero casarme contigo, Moccia ha superado ya la cifra de 1.000.000 ejemplares vendidos en nuestro país, seduciendo tanto a jóvenes como a no tan jóvenes con sus relatos de amor adolescente.
Carolina no sólo tendrá que lidiar con este primer desengaño, que la alejará poco a poco de su infancia, sino que deberá enfrentarse a las difíciles relaciones familiares en la novela más intergeneracional de Moccia. La adolescente, como muchas otras de su generación, aprenderá a comprender las preocupaciones de su madre o a entender a su violento, aunque en el fondo adorable, hermano. Gracias a su admirada abuela, Carolina paso a paso irá averiguando qué significa crecer, hacerse adulto.
Como sus obras anteriores, Carolina se enamora, narrada en primera persona, conecta con los adolescentes, enganchados al iPod y a sus móviles. Aunque también deviene un libro imprescindible para los padres que quieran conocer qué hacen y sienten sus hijos cuando salen por la puerta de casa. Sin duda, los libros de Moccia radiografían con humor, ritmo y cascadas de emociones la juventud mediterránea de principios del siglo XXI. Los adultos del mañana.

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La miro con odio.

– Todo estaba saliendo a pedir de boca hasta que le prestaste el coche.

– ¿Y qué podía hacer? No quería parecer celosa cuando me lo pidió.

– ¡Pues has quedado cono una imbécil!

Caminamos en silencio. La oigo cojear a mi lado, la miro por el rabillo del ojo. Tiene una expresión de dolor en el rostro. Le hacen daño los zapatos. He sido demasiado dura con ella. Me vuelvo, la miro y a continuación esbozo, una sonrisa.

– Perdona, Clod…

Ella también sonríe.

– No te preocupes…, si tienes razón.

La cojo del brazo. Me guiña un ojo.

– Además, Caro, se que estás nerviosa.

– ¿Por qué?

– Porque en el fondo te gustaba Dodo, ¿eh? ¡A mí no se me escapa nada!

Niego con la cabeza y alzo la mirada. No hay nada que hacer. Exhalo un suspiro. Clod sólo piensa en eso.

– Sigamos andando, venga.

Más tarde. Caminamos exhaustas por la piazza Venezia.

– Pero ¿cuánto falta?… ¡Ya no puedo más! -Clod va detrás de mí jadeando.

– ¡Animo, ya no queda nada!

Pasa un coche y el conductor toca el claxon. Uno de los chicos que van dentro se asoma por la ventanilla trasera.

– ¡Hola, guapas! ¿Cuánto queréis?

Y se alejan sin dejar de tocar el claxon como locos. Otro coche se arrima a nosotras de inmediato.

– Perdonad.

– ¿Sí? -responde Clod con ingenuidad.

La cojo del brazo.

– Ven, crucemos.

– Pero si quería preguntarnos algo…

– ¡Por supuesto! ¡Quería saber lo que estás dispuesta a hacer!

Cruzamos la calle sin esperar a llegar al paso de cebra. Los coches tocan la bocina, frenan. Uno se detiene en seco delante de nosotras, no nos atropella por un pelo. Clod y yo nos quedamos patidifusas. Son el profe Leone y la profe Bellini.

– Pero Carolina…, Claudia…

Esbozamos una sonrisa forzada.

– Venimos de una fiesta.

La profe Bellini se asoma y nos mira divertida.

– De disfraces…, ¡qué bien!

– Sí… Bueno, nos vemos mañana.

Me pongo detrás de Clod y acabamos de cruzar la calle.

– La profe Bellini es una estúpida… ¡Una fiesta de disfraces, dice!

– Bueno, Caro, hay que reconocer que vamos vestidas de una forma un tanto estrafalaria…

– ¡Estrafalaria! ¡Es la moda!

– Si tú lo dices… ¡Qué guay que salgan juntos, ¿no?!

– ¡Salen juntos!

– ¡Genial! ¡Dos profes que salen juntos! ¡Es extraño! Creo que el reglamento no lo permite. En cualquier caso, yo no lo habría adivinado jamás. A Alis le va a sentar fatal.

– ¿Por qué?

– ¡Porque le gustaba el profe Leone!

– ¿También?

– Pues sí… ¿Por qué? ¿Acaso no te gustaba también a ti?

– ¡¿A mí?! Yo sólo dije que es un hombre atractivo, un tipo simpático…

– Ah… Sea como sea, el caso es que, cada vez que a ti te gusta alguien, no sé por qué pero automáticamente también le gusta a ella.

– Venga, ahorra saliva, que ya estamos llegando.

Caminamos de nuevo en silencio. Qué curioso, nunca lo había pensado. No obstante, he de reconocer que es cierto. Tal vez el hecho de que tengamos los mismos gustos se deba a que somos muy amigas… Aunque recuerdo que, en una ocasión, Alis salió con un tipo que yo no podía ver ni en pintura. Iba siempre cubierto de tachuelas, con los pantalones desgarrados, pero si no lo soportaba no era por su manera de vestir. Quiero decir que cada uno puede hacer lo que le parezca. Por lo que no lo aguantaba era por su forma de actuar. Estaba en la III-E y era el primo de uno de los Ratas. En fin, que cada vez que el tipo me veía, un tal Gianni, al que en realidad llaman Giagua porque es sardo y se apellida Degiu, bueno, se burlaba siempre de mí, me empujaba en la escalera o me tiraba del pelo, y se metía con Clod diciéndole que debería hacer una de esas dietas extremas. A saber lo que pretendía. Y Alis, nada, al revés, daba la impresión de que en el fondo se divertía. No sé cómo podía salir con un tipo así. Decía que porque era alternativo. ¿Alternativo a qué? Montaba escenas por los pasillos durante el recreo, llegaba y la cogía en brazos, pero no de una manera dulce, no, sitio como un bulldozer, mientras que Alis se limitaba a soltar grititos. Sí, he de reconocer que estaba un poco agilipollada. Nunca entenderé esa clase de cosas. Lo único que sé es que un tío como Dios manda respeta también a mis amigas y, por descontado, no les toma el pelo. Además, un chico que venga a verme a mí no debe montar todos esos numeritos para hacerse notar; tiene que acercarse a mí y darme un beso porque le apetece y punto.

Alis me contó, además, que él quería hacer el amor con ella; bueno, él, como no podía ser de otro modo, no decía «amor», sino «sexo».

Alis vacilaba. ¡Yo le dije que, en mi opinión, era un poco pronto! Tenía trece años! «¡¿Estás de guasa?! Haces el amor con un tipo así y en dos semanas lo sabe todo Roma.» En cualquier caso, y pese a que yo me siento mucho más cercana a Clod, es Alis la que lo sabe todo sobre mí, con ella consigo abrirme más. Con estos últimos pensamientos llegamos a su casa. Alis sale a nuestro encuentro a la carrera. Se ha desmaquillado ya y se ha puesto un pijama muy elegante. Faltaría más.

– Pero ¿se puede saber dónde os habíais metido? ¿Había otra fiesta? No me habéis dicho nada, ¿eh? ¿Habéis ligado? ¡Bueno, sea como sea, he ganado yo! ¡¡¡He ganado yo!!!

Baila sobre la cama, salta, lanza los almohadones al aire, en fin, que arma un buen jaleo. Nos descalzamos sin perder un segundo y empezamos a saltar con ella. No le cuento nada del coche de Clod, ni de Aldo y todo lo demás. ¡No le digo que Dodo lo intentó en primer lugar conmigo! Es agua pasada. Salto y me río, me río y salto. Nos abrazamos y, al final, nos caemos de la cama. Pero por suerte…

– ¡Ay!

Aterrizamos sobre Clod. Se ha hecho daño, no consigue librarse de nosotras, cuanto más lo intenta, más nos enredamos encima de ella, y os juro que en mi vida me había reído tanto.

Luci, la abuela de Carolina

Soy la abuela de Carolina. Me llamo Lucilla, aunque ella me ha puesto el apodo de «abuela Lucí». Amo mi terraza, las flores que me saludan por la mañana en cuanto subo las persianas, y mi taza de té, que, en esta ocasión, es de flores silvestres. Me encanta estar aquí, sobre todo a última hora de la tarde, cuando el cielo se tiñe de naranja y se levanta esa brisa… La casa, las habitaciones, la cocina donde me gusta estar preparando algo apetitoso. Los cuadros en las paredes, las fotografías de Tom y mías, mi Tom. En fin, mis costumbres, mis puntos de referencia, cuando uno se convierte en anciano, en una persona madura o de la tercera edad, como prefieren decir hoy en día, que, a fin de cuentas, la sustancia no cambia. Es bonito mirar alrededor y sentirnos a gusto en medio de lo que conocemos tan bien. Así resulta más agradable recordar la vida y todas las cosas que ésta nos ha regalado. En particular, el amor; me refiero al verdadero. Y yo me siento afortunada porque lo encontré. Ahora me divierto mucho con mi nieta favorita, Carolina, que me hace recordar mi juventud, si bien no viene a verme muy a menudo. Me gustaría que siempre estuviese aquí. Pero la entiendo: es joven, tiene la edad de las novedades, de los descubrimientos en los que el tiempo y el espacio nunca son suficientes. Es divertida, simpática y realmente inteligente. Además, me escucha con curiosidad, y eso es muy importante cuando uno tiene el pelo cano, es agradable. Si bien a veces tengo la impresión de que la aburro; entonces, le digo: «Vete, sal con tus amigas, te divertirás mucho más que escuchando todas estas viejas historias.» Pero ella hace caso omiso, se queda, como mínimo hasta que llega la hora de volver a su casa para evitar el sermón de su padre. Lamento que él tenga un carácter tan brusco y desconfiado, creo que Carolina sufre un poco por ese hecho, al igual que Giovanni, o Rusty James, como lo llama ella. Los dos son muy sensibles y noto que necesitan hablar, contar sus cosas simplemente, como cuando uno se siente verdaderamente relajado y no tiene la impresión de estar diciendo tonterías. No obstante, a veces, cuando el padre es un poco expeditivo, uno se avergüenza y tiende a decir tan sólo lo que él quiere oír. Mi hija es diferente, sé que ella, Carolina y Giovanni siempre han hablado un poco más entre sí, pese a que no han logrado tener la misma confianza que tienen con nosotros, sus abuelos. Por eso me alegro de verlos. De alguna manera, me siento como una segunda madre. En particular me gusta cuando Carolina y yo podemos cocinar juntas. Sin ir más lejos, focacce. A ella le encantan. Cocinar juntas es un momento mágico porque mientras preparamos los ingredientes, los cocinamos y, a continuación, esperamos el resultado, nos sentimos en sintonía. Creamos algo que luego comeremos juntos. Es precioso. Trescientos gramos de harina, un sobrecito de levadura, una pizca de romero y aceite. Carolina empieza echando la harina formando un hueco en el centro de la artesa, yo añado la levadura que previamente he disuelto en agua tibia, un pellizco de sal y después ella lo mezcla todo bien. Cuando llega el momento de dividir la masa en cuatro partes y estirarla, Carolina me pasa el testigo alegando que ella no lo hace bien. Entonces yo unto la masa con un poco de aceite y echo por encima el romero y la sal. Luego viene la cocción. Están ricas así, sin más. Sin rellenos u otros condimentos. En parte como el amor, crudo y desnudo. Sí, quizá sea una abuela muy sincera y quizá ése sea el motivo de que me lleve tan bien con mi nieta. Cuando salen las focacce, nos las comemos todos juntos, tal vez incluso con Giovanni, porque Carolina le manda siempre un sms para avisarlo y él, si puede, pasa por casa y está un rato con nosotros. Giovanni y su sueño de escribir. Cómo me gustaría que se realizase y que fuese feliz. A veces me deja leer algo, es realmente bueno, intenso y capaz. Pero su padre no lo entiende, quiere para él un futuro más cierto, más seguro. Que sea médico. Y él no, ha decidido que no quiere seguir ocultando su verdadera pasión y se ha marchado de casa. Qué valor. Lo admiro, aunque al mismo tiempo temo por él. Lamentaría que sufriese. Espero que pueda transformar su sueño en un auténtico trabajo, se lo merece de verdad. Mi nieta Alessandra, sin embargo, es el verdadero misterio de esa casa. No acabo de entenderla. Aun así, la quiero mucho. Como siempre digo, cada uno de nosotros se comporta como sabe, de nada sirve enojarse demasiado. Cada uno sigue su camino y su manera de vivir y, si bien a veces no nos sentimos en sintonía con alguien, no debemos juzgarlo. ¿Cómo podemos saber a ciencia cierta lo que piensan los demás? Así pues, confío en que también Alessandra encuentre su camino, el que más le guste. Tom y yo hemos coincidido siempre en esta manera de ver las cosas. Mi Tom. El amor de mi vida. La persona con la que lo he compartido todo, que me comprende, y me hace reír y soñar. Vivir con él, levantarse todas las mañanas mirándolo a los ojos, compartir alegrías y penas, dificultades y sorpresas, además del deseo de seguir así un año tras otro, siempre juntos. Soy una mujer afortunada. Amo y me aman. Y la cotidianidad no ha menoscabado nuestra relación, no le ha restado magia. Nuestro amor ha ido evolucionando con el tiempo, ha sabido crecer gracias a nuestra voluntad. Porque las historias sólo funcionan con el esfuerzo, el sentimiento y la colaboración. No bastan las mariposas en el estómago, como dice a veces Carolina. Ése es el punto de partida. Luego es necesario el deseo de construir un proyecto. Nosotros lo hemos logrado. Y espero que mis nietos puedan vivir tanta belleza y felicidad.

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