– Como me hayas dicho una mentira…
– Pero ¿qué motivo podría tener para hacerlo? Además, se trata de una competición, ¿no? Así que… todavía no has ganado tú.
– Mentirnos equivale a negar nuestra amistad.
Y de nuevo desvía la mirada hacia el campo. Han empezado a jugar y ella anima a los jugadores enardecida. Se pone en pie y grita.
– ¡Sí, vamos, Dodo! ¡Dodo! ¡Dodo!
Al final entonamos incluso una especie de coro.
– ¡Dedícanos un gol, Dodo Giuliani!
Nos abrazamos y casi nos caemos de las gradas y nos sentimos amigas…, y nos reírnos un montón…, ¡somos amigas! Y yo me alegro mucho de haberle mentido a Alis.
Clod no ha podido resistirlo y se ha comprado un paquete de Smarties.
– Eh, pero ¿por qué los sacas? ¿Eliges los que prefieres y el resto vuelves a meterlos dentro?
– ¡Porque me gustan los de chocolate!
– Pero si son todos de chocolate…
– Los marrones llevan más chocolate.
Clod y sus manías. Todas referentes a la comida. La dejo por imposible y decido pasar de ella.
Los jugadores han acabado.
– Van a los vestuarios. -Alis los mira por el rabillo del ojo. Espera a que el último de ellos desaparezca-. ¡Venid conmigo!
Tira de nosotras aferrándonos los brazos. A Clod se le resbala el paquete de Smarties.
– ¡Nooo! Has hecho que se cayeran.
– ¡Te compraré otro paquete, vamos! Además, he visto que sólo te quedaban los amarillos.
– ¡No, los azules también están buenos!
– Venga, venid.
Tira sin cesar e incluso nos empuja. Nos hace seguir un extraño recorrido. Prácticamente rodeamos el edificio del club y acabamos detrás de él, donde hay un campo lleno de hierba, árboles y setos.
– Eh, pero si esto es campo abierto.
– Tengo miedo…
– ¡Chsss! ¿De qué tienes miedo?
– De los animales.
– ¡El único animal que hay aquí eres tú.
Clod resopla. Avanzamos entre la hierba alta.
– Mirad…
Nos sentamos en la ladera de una pequeña colina. A nuestros pies, a poca distancia, están las ventanas estrechas y largas que ocupan la parte alta de la construcción que hay detrás del campo.
– Ahí están…, ahí están.
Llegan. Veo entrar a los jugadores y, después, a Dodo.
– Nooo… Pero si son los vestuarios.
– Sí. -Alis sonríe ufana-, Y están a punto de desnudarse.
Miro a Alis sorprendida.
– ¿Cómo lo sabías?
– Mi madre frecuenta este club. Ése de ahí, el de la izquierda, es el vestuario femenino. El verano pasado solía venir por aquí, hay una piscina.
Sigo mirándola. No sé si me está tomando el pelo, aunque la verdad es que no me importa mucho.
– Mirad, mirad…
Varios de los chicos se han quedado en calzoncillos. Otros ya no llevan nada encima. Se meten, en la ducha, se enjabonan. Ríen y bromean, pero no podemos oír lo que dicen, sólo algún que otro retazo de frase que rompe el silencio nocturno, que no logra atravesar esas ventanas, que tropieza con los sonidos que producen los bancos o las bolsas de deporte que dejan caer al suelo. Poco a poco se van desnudando ante nuestros ojos.
– Mira… Mira ése, qué tipazo…
– ¿Y ése? -Alis señala a otro. Está desnudo y tiene las manos ahí-. ¿Habéis visto una cosa igual?
– ¡Alis!
– ¡Pero es que es impresionante!
– Sí, pero…
– Chsss.
Nos quedamos un rato allí, en silencio, observando esos cuerpos.
Los oímos reírse a lo lejos y hablar sin poder apartar los ojos de ellos. Miro hacia abajo, entre sus piernas. Me ruborizo un poco, por un lado preferiría no mirar, aunque por el otro sí. Me siento extraña, y tengo calor. Pero ¿hace calor? Quizá no…
Clod parece preocupada.
– Yo sólo sé una cosa… Creo que será dolorosísimo.
– Sí… ¡Cuando llegue el momento!
Luego, de repente…
– ¡Eh, vosotras! ¿Qué estáis haciendo ahí?
Una voz, casi un grito, en el silencio de la noche. La figura de un hombre a doscientos metros. Es negra y parece envuelta en una aureola luminosa. Alis es la primera en levantarse.
– ¡Vamos, escapemos!
Y echa a correr delante de nosotras bajando por la colina, en medio del campo verde y oscuro. La sigo con Clod pisándome los talones.
– ¡Eh, esperadme!
Corremos a toda prisa con el corazón en la garganta, jadeando. Alis está cerca de mí, le he dado alcance. Clod se ha quedado rezagada, avanza a duras penas.
– No puedo. Tengo ganas de vomitar.
– ¡No hables! ¡Corre!
El vigilante está detrás de nosotras. Sí, el hombre nos persigue, pero todavía está muy lejos. Cuando llegamos abajo vemos una valla.
– No… Sólo nos faltaba esto.
– ¡Mira!
En un rincón hay una especie de cobertizo lleno de herramientas de jardín y, a su lado, un muro bajo. Alis trepa por él sin perder tiempo. Sube al muro y después al tejado del cobertizo. Acto seguido se agarra a la valla y, levantando una pierna, consigue saltarla y aterriza en el suelo. Yo la imito y en un abrir y cerrar de ojos estamos al otro lado.
– Hay que reconocer que la gimnasia artística sirve, ¿eh?
– ¡Sí, para fugas como ésta!
En ese momento llega Clod con el vigilante a pocos pasos de ella. Jadea con la lengua fuera y tiene las mejillas encendidas.
– ¿Habéis pasado ya? Yo no lo conseguiré nunca.
Sube al muro lentamente, con gran dificultad, hasta llegar a lo alto.
– ¿Y ahora?
– Ahora tienes que meter la pierna ahí abajo y franquearla.
Clod da dos saltos, pero no lo logra. El vigilante se aproxima. Miramos a Clod, después a él, luego de nuevo a nuestra amiga. Alis lo tiene muy claro.
– ¡Tenemos que irnos!
– ¡No! -grita Clod desesperada-. ¿Pensáis dejarme aquí? A mí, a vuestra amiga…
«Sí, a ti y a tus Smarties», me gustaría decirle. En cambio, se me ocurre otra cosa.
– Tírate al suelo, quizá así no te vea.
Echamos a correr por el camino que bordea la valla. El vigilante cambia de dirección. Nos persigue corriendo en paralelo a nosotras.
– ¡Deteneos! ¡Deteneos! Quiero saber vuestros nombres.
Es viejo y le cuesta respirar. Nosotras nos precipitamos hacia los coches. Por fin, Alis abre la puerta del suyo y yo me apresuro a montar a su lado. Introduce la llave en el contacto. El vigilante ha salido por la puerta. Alis pone en marcha el coche y, tras hundir el pie en el acelerador, damos un salto hacia adelante y partimos a todo gas con los faros apagados.
– ¡De prisa, vamos!
Miro por el espejo retrovisor. El vigilante corre ahora por el camino blanco que se encuentra a nuestras espaldas. Después se detiene y desaparece en la noche, envuelto en una nube de polvo.
Alis exhala un suspiro.
– Ufff… Poco ha faltado para que nos metiésemos en un buen lío.
– Pues sí, pobre Clod, a saber cómo saldrá de ésta…
Alis me mira y a continuación se encoge de hombros.
– Pues como hace siempre…
– ¿Tú crees?
– Por supuesto-
Finjo que me ha convencido, aunque lo cierto es que no es del todo así. Por otra parte, era la única solución.
Un poco más tarde recibo un mensaje mientras estoy en la cama. Es de Clod: «Todo ok, ya he conseguido escapar. He tenido que esperar a que cerrase el club. Muchas gracias, amigas.»
Pasados unos días logramos hacer las paces. Para ello ha bastado que la invitásemos a alguna que otra merienda durante una semana. Como no podía ser de otro modo, las ha pagado Alis. ¡Por otra parte, fue ella la que nos involucró en la «misión», más que «imposible» «erótica»!
He pasado tres días estupendos. Me he divertido de lo lindo. Mi madre me ha dejado dormir en casa de Rusty. He estado fuera, sentada en una tumbona, mirando el fluir del río bajo la luna. Qué silencio hay allí No se oye nada, ni siquiera los coches que pasan por encima de nosotros, por el Lungotevere. Rusty me ha puesto una estufa, una de esas que tienen un sombrerete en lo alto, esas que parecen una seta con fuego en el interior y que te caldean evitando que sientas frío. La ha encendido y la ha colocado a mi lado. Después ha empezado a andar arriba y abajo por delante de mí con unos folios en la mano.
Читать дальше