– ¡No volváis tarde!
– No…
– ¿Me lo prometes?
– Te lo prometo.
Nos ha llevado a comer al japonés. Clod se niega a entrar.
– No me gusta, es todo pescado crudo.
– Es el mismo que comes cocinado, con la única diferencia de que así no engorda.
– ¿Sabéis una cosa?… Una vez tuve un pececito.
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– Pues que se llamaba Aurora y una mañana no lo encontré en el acuario, había saltado a la pila y por lo visto encontró el camino del mar…
Clod y sus fantasías.
– Sí, lo mismo que ese de Disney, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, Nemo.
– Eso es, muy bien, Caro. He visto esa película cuatro veces.
El entusiasmo de Clod, el cinismo de Alis.
– Venga ya, Aurora murió porque tus padres lo tiraron a la basura… No quisieron decírtelo para que no te sintieses mal.
Clod reflexiona por un instante.
– Bueno, en una ocasión le cambié yo el agua y luego me lo encontré del revés en el acuario, boqueando.
– ¡Claro! A buen seguro le echaste agua helada. Lo dejaste medio tieso. Probablemente se murió.
– Pero ¿y si está vivo, le acaban de pescar y yo voy y me lo como en ese japonés?
– Eres un coñazo, Clod, estás fatal
En fin, una discusión interminable. Al final hemos ido a un japonés que está en la vía Ostia donde sirven también comida tailandesa, china y vietnamita. Así despejábamos cualquier duda sobre lo que queríamos pedir.
– Mmm, estas chuletas de cerdo están deliciosas. Clod prácticamente las engulle en un abrir y cerrar de ojos. Parece una ametralladora de comer.
Alis espera a que haya acabado para decírselo. -Veo que te han gustado, ¿eh? -Sí, estaban riquísimas.
Como tiene por costumbre, Clod se chupa los dedos. -¿Sabes que, en la mayoría de los casos, la carne que comes en los chinos es, en realidad, de gato…, de ratas callejeras? -Pero ¿qué dices?
– Sí, son idénticos: los matan y los trocean. Clod nos mira a punto de echarse a llorar. -Yo tenía un gato, Tramonto , desapareció hace tres meses…
– Perdona…, pero… ¡no nos habías dicho nada! -Confiaba en encontrarlo. -¡Y, en lugar de eso, te lo has comido! Al oír eso, Clod se levanta de un salto.
– ¡Ahhh! ¡Qué asco! -grita. Todo el restaurante se vuelve hacia nosotras. -Perdónenla…, se ha comido a Tramonto sin darse cuenta. Alis es realmente terrible. Sólo que a veces nos hace reír y, además, tiene otra cualidad fundamental: siempre invita ella. Pero el plan de Alis no acaba ahí, -¡Venid conmigo! -¿Adónde vamos? -Seguidme.
Sube a su coche y desaparece por la via della Giuliana. Yo me río con Clod.
– ¡Sigue a ese coche!
Doblamos una curva contra dirección mientras circulamos junto a las murallas aurelianas. Nosotras detrás de ella. Nuestro microcoche detrás del suyo. Parece una de las «misiones imposibles» de Tom Cruise. No estaría de más conocerlo, aunque no tanto por él, sino porque eso significaría que somos realmente guays. ¡En esa película todas las mujeres son guapísimas! Alis conduce de maravilla. Derecha, izquierda, serpentea entre los coches como si estuviese haciendo un eslalon. Después, sin poner el intermitente, gira a la izquierda. Clod la sigue.
– ¡Cuidado!
Casi volcamos. Las dos ruedas del lado derecho se levantan. Clod suelta el volante, lo recupera de inmediato, el coche aterriza de nuevo en el suelo, se balancea un poco y a continuación enfilamos la cuesta a toda velocidad. Derecha, izquierda, y de nuevo derecha.
– ¡Oh, no nos superaría ni Daniel Craig en james Bond!
Clod está muy tensa.
– No puedo perderla. Conduce como una loca.
– Tú tampoco te quedas corta -le digo mientras me sujeto para no perder el equilibrio-. ¿Cómo lo haces? ¡Jamás has conducido así!
Clod me mira y respira profundamente por la nariz, parece un toro enfurecido.
– Pienso en Aurora, mi pez, y, sobre todo, en Tramonto , mi gato, ¡dado que la imbécil de Alis dice que me los he comido! Les dedico esta carrera.
Y con esta última frase acelera aún más y embocamos a toda velocidad la via Aurelia adelantando a Alis, que nos mira pasmada sin dejar de reírse.
Un poco más tarde. Avanzamos en dirección a Fregene, entre los campos verdes y oscuros de la Aurelia más apartada.
– Eh, pero ¿dónde estamos? ¿Por qué hemos venido hasta aquí?
– Las Palmas…
– ¿De qué se trata? ¿De una bendición?
– Venga, bromas aparte, ¿qué es?
– Un club.
– ¿Puedes explicarnos algo más?
Pero ella está tranquila. Saca un paquete de cigarrillos del bolso y enciende uno, En realidad no es que le guste fumar. Lo hace adrede cuando debe darse aires o decir algo importante. Luego me mira.
– ¿Qué hora es?
– Casi las seis.
Alis tira al suelo el cigarrillo que acaba de encender y lo apaga con el pie.
– ¡Vamos!
La seguimos sin comprender adonde nos dirigimos. Clod y yo nos miramos por un momento.
– Bah… -digo en voz baja.
Clod sacude la cabeza.
– Está como una cabra.
– ¡Venid, pasad por aquí!
Recorremos un corredor que rodea el club y llegamos a un gran campo de fútbol.
– Sentémonos aquí.
En cuanto nos acomodamos en la grada, los jugadores salen de una suerte de túnel.
– Ahí está… ¡Es él!
Alis se pone en pie y salta eufórica agitando los brazos.
– ¡Dodo, Dodo! ¡Estamos aquí! ¡Aquí!
La verdad es que resulta muy gracioso, porque si alguien mira hacia las gradas sólo puede vernos a nosotras, que lo llamamos.
Dodo se separa de los demás y se acerca.
– Chsss. -Sonríe llevándose un dedo a los labios-. ¡Que os he visto! -Acto seguido se aproxima a la valla-. Qué bonita sorpresa… Me alegro de que hayáis venido. Después os presentaré al resto del equipo. Quizá vayamos juntos a comer una pizza…
Miro a Alis y después a Clod.
– Yo, la verdad, no sé si voy a poder…
Alis se encoge de hombros.
– Eres un muermo.
Permanezco en silencio, pero he de reconocer que me enfado cuando me dice esas cosas; sabe de sobra cómo es mi padre.
Dodo me mira ladeando la cabeza.
– ¿Qué pasa? ¿Todavía estás enfadada por lo de la otra noche?
– No, no…
Miro a Alis y a Clod intentando restar importancia a la situación. Piiiiii. Se oye un silbato. Dodo se vuelve.
– Disculpad pero ahora tengo que marchame. Están empezando.
Y se encamina hacia el centro del campo.
– Caramba, si hasta tienen un árbitro.
Alís me mira de soslayo.
– ¿A qué se refería? ¿Qué ocurrió la otra noche?
– No, nada.
– Nada, no, de lo contrario no te habría preguntado si seguías enfadada.
– Te digo que no es nada.
– ¡Cuéntanoslo!
Resoplo. Ya no puedo echarme atrás.
– Bueno, fui a Ciòccolati y me acompañó a casa y, luego, cuando estábamos abajo…
– Cuando estabais debajo de casa…
– Me pidió…
– ¿Qué te pidió?
Alis está empezando a ponerse nerviosa.
– Me preguntó si quería salir con él y yo le dije que no, que mi madre no me dejaba.
– Entiendo, y ahora se preocupa porque la que se fastidió fuiste tú…
Alis se dispone a mirar el partido. Clod me escruta y tuerce la boca de manera divertida, como si dijese: «Ya sabes el carácter que tiene.» Alis enciende otro cigarrillo y me mira de improviso.
– No sé por qué tengo la impresión de que no nos lo has contado todo, ¿me equivoco?
– ¡No, Alis! -Me echo a reír confiando en que todo esto la confunda y evite que la verdad salga a la luz-. Te lo aseguro…, no ocurrió nada más.
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