¡Pasado mañana volvemos al colegio! Aunque yo estoy muy bien en casa de vacaciones. Me quedo un poco más en la cama por la mañana, holgazaneando. Y luego salgo por la tarde con Alis y Clod. Roma. Calles. Tiendas. Los escaparates preparados para las rebajas, que están a punto de empezar. Nosotras, que nos dedicamos a tomarnos el pelo por las cosas de siempre. Un montón de tiempo libre, pese a que nos han puesto una barbaridad de deberes. Las últimas películas navideñas en la televisión que miro durante cinco minutos, los paseos con Joey, los sms bobos de Clod -no sé por qué, pero tengo la impresión de que los copia de internet-, como, por ejemplo: «Un caballo entra en un cine, se dirige hacia la taquillera y le dice: "Una entrada, por favor", y la taquillera grita: "¡Aahhh! ¡Un caballo que habla!'' Y el caballo le responde: "No se preocupe, señora, que en la sala estaré callado."» Además, no sé si me los manda sólo a mí o si hace un envío múltiple, Bah. ¡Sea como sea, me los manda! ¡Y luego los regalos de la Befana el día 6! ¡Quería encontrar un calcetín lleno de caramelos, de esos caramelos de naranja que tanto gustan, la respuesta adecuada sobre Massi, saber qué colegio elegir para hacer el bachillerato! Hay que hacer la preinscripción. Alis dice que quizá elegirá el bachillerato clásico. A Clod le gustaría cursar el artístico o el lingüístico, y a mí, el clásico. Aunque la verdad es que no quiero separarme de ellas… ¡Uf! El genio de mi hermano me ha dicho que debo elegir según lo que siento, y no según lo que hagan mis amigas, porque la amistad permanece de todas formas, mientras que, si te equivocas con el colegio, luego la pagas. Tiene razón…, ¡como siempre, por otra parte! El caso es que al final mi calcetín me ha dejado patidifusa: Mars pequeños, regaliz, tanto el de lazos como ése más pequeño, ositos de goma y bombones de chocolate con leche de todo tipo. ¡Ojalá me durasen al menos hasta Pascua! He pensado que ciertas cosas me las comeré sólo los sábados. Así, después llega el chocolate de Pascua…, y sigues hasta el verano. Y, lo que es más importante, no engordo. Eso es fundamental Me moriría si por casualidad me encontrara con Massi y me dijera: «¿Quién eres tú? ¿Carolina? ¡Sí, sí, hace veinte kilos lo eras!»
La gimnasia es fundamental. La artística me pirra, es dura, sudas y, además, te diviertes.
«Ring». Es mi móvil. Miro la pantalla: Alis. No puede evitarlo, me echa de menos. Entre los sms y el Messenger, me habrá llamado al menos cien veces. Contesto sin darle tiempo a hablar.
– Vale, te entiendo… No puedes aguantarte ¿eh? Recuerda que pasado mañana nos vemos de nuevo en el colegio, ¿eh?
– Tonta… ¿Estás lista, Caro? ¡Tengo una noticia bomba!
– Desembucha.
– ¡Nos han invitado a la fiesta de Borzilli!
– ¡Nooo!
– Sííí.
– ¡Eres genial, Alis!
– Paso a recogerte dentro de media hora, ¿vale?
– ¿Para qué?
– ¡Para ir de compras!
Cuelga. Nunca me deja el tiempo suficiente para responder a sus propuestas. ¿Y si tuviese otra cosa que hacer? Un compromiso, una cita con mi madre, con otra amiga, con… ¡con un chico! Alis es así. O lo tomas o lo dejas. O mejor tomarlo y dejarse llevar. Sea como sea, es fabulosa. Estoy segura de que Borzilli nos ha invitado gracias a ella.
Stefanía Borzilli. Quince años, suspendida en una ocasión en II. La heroína del colegio. Según la leyenda que circula sobre ella, poco importa que sea verdadera o falsa, ya ha hecho el amor. Es decir, no sé si es verdad, pero en verano, nada más cumplir los catorce, se encerró en un dormitorio de su casa de campo de Bracciano, en la habitación grande, desde la que se puede contemplar el lago, con un chico guapísimo, un tal Pier Frery, un francés que habla italiano y que antes iba a nuestro colegio y que, en cualquier caso, ha vuelto ya a París. Y nadie ha sabido nada de esa historia. Esa noche salieron corriendo y se tiraron a la piscina en mitad de la fiesta, él con unos calzoncillos negros y ella sólo con las bragas. Lo único seguro es que todos vieron cómo se besaban en el agua.
Un día estaba en el gimnasio. El año pasado. La II acababa de finalizar una clase y nosotros estábamos a punto de entrar para jugar a voleibol Borzilli salió y en ese momento se le cayó la sudadera que llevaba enrollada a la cintura.
– ¡Eh, has perdido esto!
Me acerqué a ella y se la di.
– Gracias.
Me sonrió de una manera increíble. Tenía una cara agraciada, afable, despreocupada, salpicada de unas cuantas pecas, unos grandes ojos azules y el pelo castaño claro, un poco rizado, suelto y salvaje. Luego cogió la sudadera, se dio media vuelta y se marchó casi saltando. No sé si la historia que se cuenta sobre ella es cierta, el caso es que Alis, desde entonces, le hace la competencia, y cuando le he dicho «Me parece simpática», me ha contestado: «No. No puede ser, una tipa como ella no puede parecerte simpática.» Sinceramente, he preferido dar por zanjado el tema, no lo he vuelto a sacar a colación. No sé por qué Alis le tiene tanta manía a Stefania Borzilli, y aún entiendo menos por qué se pirra entonces por ir a sus fiestas.
No obstante, tengo la impresión de que será increíble, y no me lo perdería por nada del mundo.
– Coge éste, mira qué bonito es.
Alis descuelga de una percha un top de lentejuelas azul.
– ¡Pero si es minúsculo!
– ¿Y qué quieres?, ¿un mono? Recuerda que el tema de la fiesta es Tokio Hotel.
– ¿Y qué?
– Pues que debemos vestirnos como gogós alocadas.
– Sí, quiero resultar disparatada. -Clod sale con varios vestidos-. ¿Cómo me queda éste?
– ¡Pero si es minúsculo!
– Es justo lo que acabáis de decir, ¿no?
– Sí, pero no nos referíamos a ti y, en cualquier caso, ¡no te cabe!
Nos echamos a reír y nos comportamos como si hubiéramos perdido el juicio. De Catenelli a la via del Corso es todo un espectáculo, nos probamos de todo: faldas de lentejuelas, boas, los tops más variopintos, cazadoras cortas con hebillas metálicas, cinturones y lazos de goma negra. Superguay. Y después…
– Adele, cárgalo todo en mi cuenta.
Por lo visto, Alis se siente en esa tienda como en su propia casa. Y, de hecho, nos arrastra fuera de allí con todos los vestidos imaginables.
– ¡Vamos a causar sensación!
– Y ahora, a Cióccolati. ¿Os apetece? -Clod y sus ideas fijas.
– Vale… -Alargo el brazo para aclarar de inmediato una cuestión-. ¡Pero esta vez invito yo!
– Está bien,
– No. no, hablo en serio, Alis, ¡de lo contrario, no vuelvo a poner un píe allí, qué narices!
Poco después estamos sentadas a nuestra mesa preferida,
– Hola, chicas, ¿qué os traigo?
Las tres nos quedamos con la boca abierta. Quiero decir que, en lugar de la consabida chica lenta, un tanto antipática y un poco lela, nos sirve él: Dodo. Al menos eso es lo que se lee en la tarjetita que lleva prendida de la chaqueta. ¿Os imagináis un extraño cruce entre Zac Efron y Jesse McCartney con una pizca de Scamarcio y de Raoul Bova? Pues bien, lo agitáis todo y, plop, se produce una especie de hechizo. Quiero decir, una sonrisa, una de ésas con los dientes bien alineados, la tez morena, el pelo negro y abundante, los ojos de color avellana, es tan moreno que casi parece un indígena, y un Bounty, por lo rico que está. Pero ¿dónde se había metido hasta hoy? Nos mira fijamente a las tres, que seguimos boquiabiertas, y extiende los brazos con un ademán afable.
– ¿Todavía no os habéis decidido? ¿Queréis que vuelva más tarde?
– Ehh…
Clod está realmente embobada, o tal vez lo hace adrede. Le doy un codazo.
– ¡Ay!
Dodo se echa a reír.
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