El amor es una flor que nadie te ha regalado nunca y que siempre recordarás. ¡Yo también soy poetisa!
Después, una gran sorpresa: a la salida del colegio recibo un mensaje: «¿Recuerdas que hoy tenemos la primera clase? Las pelotas están en la pista y el maestro también, ¡sólo faltas tú! ¿Paso a recogerte? He reservado para las tres.»
Vuelvo a casa como un torbellino…, ¡aún más de prisa! Vuelvo a probarme todo lo que tengo, y ahí se produce el gran dilema: ¿pantalones cortos o faldita? Al final me decido por jugar con chándal. Me siento a la mesa. Mamá ha conseguido llegar a tiempo para prepararnos la comida, pero yo, como no podía ser de otro modo, ¡estoy hecha un manojo de nervios!
– ¿Qué pasa, Caro?, ¿no comes?
No me da tiempo a responderle. Ale lo hace por mí con la boca llena.
– ¡No! Hoy tiene sófbol.
Mi madre me mira estupefacta.
– Pero ¿no dijiste que ibas a jugar al tenis?
– Sí, es que mi hermana es imbécil… ¡Han llamado al timbre! ¡Voy yo!
Corro al interfono.
– Hola…, soy el maestro, ¿puede bajar mi alumna preferida?
– ¡Claro que sí! Voy en seguida… -Me precipito a mi dormitorio para coger la raqueta-. Me voy, mamá.
– ¡No vuelvas tarde!
– ¡No!
Ale deja de comer por un momento.
– ¡Que te vaya bien el sófbol!
– Simpática…
Llamo el ascensor, pero estoy demasiado inquieta. Salto en el sitio y, al final, la espera me resulta insoportable. El señor Marco, el vecino que trabaja en televisión, sale de su casa.
– He llamado el ascensor, suba usted. -Gracias.
– ¡De nada, esta vez la que está a dieta soy yo!
Bajo de un salto los últimos escalones y llego al rellano. Veo que cabecea. Sonrío y sigo bajando a toda prisa sin darle mucha importancia. Cruzo la verja.
– ¡Aquí estoy!
Lele se inclina en mi dirección y me abre la puerta. Subo al vuelo al Smart y cierro. Lele arranca mientras me pongo el cinturón.
– Oh, he de decirte que puede que sea tu alumna preferida, pero quizá sea también la peor…
– Puede, ¡pero seguro que eres mi preferida!
¿Por qué me dice eso? Es agradable, pero la forma en que lo ha dicho me resulta extraña… ¿Habrá querido decir algo? ¿O no? No lo he entendido. Lele me mira, y me sonríe.
– ¡Eres mi única alumna!
Resumen del tenis.
Veamos, ¿sabéis lo que es una jugadora de sófbol? ¿Esas chicas que esperan quietas la pelota y que después la golpean con una fuerza increíble, hasta el punto de mandarla fuera del campo? ¿Y que luego corren lentamente, de una base a otra, alzando los brazos, tranquilamente porque han lanzado la pelota lejísimos? Pues bien, ésa era yo. Sólo que si haces eso cuando juegas a sófbol eres una campeona, ¡pero si lo haces en el tenis eres una nulidad! ¡Maldita Ale! Tenía razón. Cada vez que recibía una pelota, la golpeaba y la mandaba al otro campo, pero no al del adversario, sino al contiguo. Es decir que, en lugar de jugar al tenis, jugaba a disculparme:
– Perdonad, me he equivocado.
– ¡Salta a la vista!
Dos chicos simpáticos, nuestros vecinos de pista. Lele, en cambio, seguía cogiendo las pelotas del cesto y tirándomelas siempre al mismo punto, a la misma velocidad y con el mismo ritmo. Una máquina de guerra…, paciente.
– Inclínate, mira la pelota, golpéala hacia adelante…, ¡muy bien!
– ¡Eh, maestro, no mientas a tu alumna!
Aún más simpáticos si cabe, nuestros vecinos. Pero bueno, al final fue una tarde divertida. Después de la lección nos sentamos en el bar a beber algo. Un buen Powerade, que te ayuda a reponerte, pese a que yo salvo para recoger pelotas a diestro y siniestro, tampoco había corrido tanto. Aunque sudé un poco, y eso es bueno. Además, con el chándal hice el ridículo de lo lindo. Nuestros vecinos de pista pasaron al final por nuestro lado.
– Avisadnos cuando volváis a jugar…, ¡así vendremos con el paraguas!
Lele se echó a reír y después se volvió hacia mí.
– ¡En fin, la próxima vez quizá reservemos la pista del fondo!
– Sí, mejor será…
Sonreí mientras apuraba mi Powerade. Muy educada. Muy mona. Muy tenista. Con una única idea en la cabeza: ¿de verdad será tan paciente ese Lele? Ríen. A esas alturas soy ya toda una jugadora de tenis, hasta un poco segura de sí misma. Decidí que la próxima vez me pondría el conjunto con la faldita… Y sonreí divertida al pensarlo. ¡Ignoraba todo lo que sucedería después!
Domingo.
– Venga, coge ésa, ¡que es mona!
– ¿Cuál?
– Ésa, la que tiene todas esas flores.
– Vale. -Bajo rápidamente del coche-. ¿Me da esa planta?
– ¿Ésta?
– Sí, gracias.
Mi madre me espera en el coche. Me vuelvo hacia ella.
– ¿Cojo también una tarjeta? Venga, así le escribimos algo bonito.
– De acuerdo.
El florista envuelve la planta con celofán y me la da.
– Veinte euros, por favor.
Le pago y subo de nuevo al coche.
– Entonces, ¿adónde voy?
– Todo recto, por el Lungotevere.
– Pero ¿está cerca?
– ¡Sí, mucho!
Mi madre sigue conduciendo tranquila.
– ¡Si tú lo dices!
– ¡Ya he estado allí! – «Hasta monté una silla», me gustaría añadir, pero me parece un poco restrictivo-. Incluso le eché una mano para montar los muebles.
– Ah…
Eso está mejor. Llevo la planta entre los pies; el aroma del aciano es muy fuerte, asciende y de vez en cuando me llega a la cara y me produce cierto picor en la nariz, y entonces me aparto a derecha e izquierda para no acabar entre las hojas. Aun así, me molesta menos que Ale, que, tal y como imaginaba, no ha podido venir.
– ¿Qué le escribimos, mamá?
– Y yo qué sé…, ¡tú eres la escritora!!Te pasas la vida garabateando en ese diario!
Me viene a la mente que ayer por la mañana Alis me dio a leer una frase preciosa que había encontrado en internet: «El amor es cuando la chica se pone perfume, el chico loción para después del afeitado y luego salen juntos para olfatearse el uno al otro. Martina, cinco años.» ¿Qué puedo decir?, verdaderamente genial. Necesitaría una idea tan divertida como ésta.
– Pues si que…, escribo en el diario para recordar lo que he hecho… ¡En todo caso, el escritor es él!
– ¡Esperemos que así sea! -Mi madre hace una extraña mueca. Está preocupada, pero prefiere dar por zanjada la cuestión-. ¿Sigo recto?
– Sí, todo recto, no queda mucho. Ya está, se me ha ocurrido algo, ¿estás lista?
Mi madre me mira risueña.
– Sí, claro. A ver, dime.
– «Para que todo lo que deseas pueda brotar»… -La miro con aire inquisitivo. ¡La verdad es que, más que para un escritor, parece una frase dedicada a un florista! Yo misma respondo a mi propuesta-: No, no, es una estupidez. -Sigo pensando. Veamos-: «Para tu nueva casa»… -¡No! En parte porque es una barcaza, aunque todavía no se lo he dicho a mi madre. Ya está, tengo otra frase-: «Para ti, con todo nuestro amor.»
Mamá parece muy contenta.
¡Esa me gusta!
La sopeso por un momento.
– Sí, pero parece de primera comunión.
– ¿Qué quieres decir?
– ¡Que entristece!
– ¿A qué te refieres?
– Que no es alegre. No sirve, no sirve.
Y sigo dándole vueltas a una serie de frases que, la verdad, no sé cómo se me ocurren. De repente suelto incluso un «Para un futuro celeste…», ¡porque las flores de la planta son, claro está, de ese color! Pero al final doy con algo que parece convencernos a las dos.
– ¡Gira, gira aquí!
Me he distraído y se lo he dicho en el último momento. Mi madre obedece de inmediato mis indicaciones, dobla una curva muy cerrada mientras desciende en dirección al Tíber. El coche patina un poco, parecemos dos locas.
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