Federico Moccia - Carolina se enamora

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Regresa el fenómeno, regresa Moccia. La esperada nueva novela del best-seller italiano, Carolina se enamora, desembarca en nuestro país con un sólo objetivo: volver a arrasar. Con A tres metros sobre el cielo, Tengo ganas de ti, Perdona si te llamo amor y Perdona pero quiero casarme contigo, Moccia ha superado ya la cifra de 1.000.000 ejemplares vendidos en nuestro país, seduciendo tanto a jóvenes como a no tan jóvenes con sus relatos de amor adolescente.
Carolina no sólo tendrá que lidiar con este primer desengaño, que la alejará poco a poco de su infancia, sino que deberá enfrentarse a las difíciles relaciones familiares en la novela más intergeneracional de Moccia. La adolescente, como muchas otras de su generación, aprenderá a comprender las preocupaciones de su madre o a entender a su violento, aunque en el fondo adorable, hermano. Gracias a su admirada abuela, Carolina paso a paso irá averiguando qué significa crecer, hacerse adulto.
Como sus obras anteriores, Carolina se enamora, narrada en primera persona, conecta con los adolescentes, enganchados al iPod y a sus móviles. Aunque también deviene un libro imprescindible para los padres que quieran conocer qué hacen y sienten sus hijos cuando salen por la puerta de casa. Sin duda, los libros de Moccia radiografían con humor, ritmo y cascadas de emociones la juventud mediterránea de principios del siglo XXI. Los adultos del mañana.

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– Aquí dice «Fila».

– Sí, ¡pues desfila! Con ese nombre no cogerás ni una pelota.

– Pero ¡qué dices! Es una marca famosa. -Le señalo la pared donde están colgadas las fotografías de los mejores tenistas que la han llevado.

– Noooo, qué pasada… -Clod lee el nombre que figura en uno de los carteles, bajo la fotografía-, ¡Pero si hasta Dmitry Tursunov las ha llevado!

– ¿Y ése quién es?

– Y yo qué sé, el tipo de la foto. Si lo ponen ahí, será famoso, ¿no?

– ¡Qué idiota eres!

– Sí, pero tú cógela, ¡ya verás como así juegas como una profesional!

– ¿Y ésta? ¡Es SergioTacchini!

Y seguimos así, pescando en el interior de las grandes cestas metálicas rebosantes de camisetas de todo tipo, modernas o antiguas, en cualquier caso artículos nuevos, no de segunda mano, y a unos precios increíbles. En nuestra peculiar pesca nos acompañan las personas más variopintas. Mujeres grandes y gorilas, chicos delgados y menudos, un tipo de color, un asiático, un viejecito, una joven de treinta años, una de cuarenta y una pareja de veinte. A poca distancia se encuentran las falditas de tenis y, en otra cesta, los calcetines y más camisetas y unos estantes con una infinidad de zapatillas deportivas y cientos de raquetas, de entre quince y ciento cincuenta euros. Éstas, sin embargo, están sujetas entre sí con una pequeña cadena de hierro y si las quieres, tienes que llamar a un dependiente o a una dependienta, como esa chica que está ayudando a un anciano a encontrar un chándal Adidas que le vaya bien.

– Lo quiero negro con las rayas blancas. Sin más colores, sencillo, ¡como los que hacían antes! ¿Me entiende?

Y la dependienta sigue rebuscando en la cesta.

– ¿Así?

Saca uno. El anciano la mira y alza un poco las gafas para ver mejor.

– Pero es azul oscuro… ¿Qué pensaba? ¿Que no me iba a dar cuenta?

La dependienta lo deja caer nuevamente en la cesta.

– ¡No! Quería decir como este modelo…

– Sí, pero yo lo quiero negro… Negro.

El viejecito patea y sacude la cabeza como si en un instante hubiese perdido toda la sabiduría de sus años y hubiese regresado a la infancia.

Poco después, estamos fuera. Veamos, de abajo arriba: zapatillas de tenis, calcetines, falda con slip Adidas debajo, una camiseta Fila, un chándal Nike, una raqueta y dos muñequeras. No voy combinada, eso desde luego, pero llevo muchos colores y. sobre todo, el coste de la operación…

– ¿Sabes cuánto nos hemos gastado?

– ¿Cuánto?

– ¡Ochenta y uno con cincuenta!

Clod se frota las manos, exultante.

– ¡Genial! Hemos ahorrado. Nos ha sobrado incluso para dos chocolates calientes…

– Pero. Clod…

– ¡Hace frío!

– Sí, lo sé, pero podríamos hacer un poco de dieta, ¿no?

– ¡Precisamente, el frío te ayuda a quemar calorías!

Bueno, pues en menos que canta un gallo se quema en el auténtico sentido de la palabra. Mientras nos acercamos al Chatenet, vemos que un guardia le está poniendo una multa. Clod corre tratando de llegar a tiempo.

– ¡Eh, no, perdone! Pero si estamos aquí, mire, ¡acabamos de llegar!

– Lo sé, ¡también la multa llega ahora!

– ¡Se lo ruego, bajamos sólo un segundo, hemos vuelto en seguida!

– Pero ¿qué dices? He recorrido toda la fila y vuestro coche lleva aparcado aquí por lo menos media hora…

– Es que dentro había mucha gente… -Clod se da cuenta de que como excusa no basta-. Además, mi amiga no se decidía por nada. -Ve que sigue sin ser suficiente-. ¡Y por si fuera poco, la cola que había delante de la caja era interminable!

– Perdona -le responde el guardia- pero, dadas las innumerables dificultades, ¿no te habría convenido pagar el aparcamiento? Dos euros bastaban para dos horas, con eso lo resolvías todo. Te lo has buscado…

– ¿Y no puede resolverlo todo ahora? Por favor…,

– Lo siento, pero no puedo. La próxima vez, piénsalo antes de aparcar.

Le iría como anillo al dedo la frase que me dijo en una ocasión mi abuela Luci: «Pronto y bien rara vez juntos se ven.» Pero no se lo digo a Clod porque no quiero que se enfade aún más.

– Gracias, ¿eh? -Espera a que el guardia se aleje-. ¿Qué le costaba hacerme un favor?, son unos cabrones. A ellos qué más les da, a fin de cuentas.,. -Coge la multa y la abre-. Mira, ¡setenta y tres euros! A ver quién es el guapo que los tiene… ¡Cuando mi madre se entere, se pondrá hecha una furia!

– Lo siento, ha sido culpa mía.

– De eso nada, fui yo la que te dijo que aparcaras ahí. Además, ni siquiera se veían las rayas azules.

En realidad se veían, y mucho, sólo que no lo pensamos.

– Venga, la pagamos a escote…

– No…

– Sí, has venido hasta aquí por mí. Vamos, toma diez euros. Te debo veinticinco, mejor dicho, veintiséis con cincuenta céntimos, ¿de acuerdo?

Clod coge los diez euros.

De acuerdo, cuando puedas me das los otros veinticinco. Mientras tanto yo les daré buen uso a éstos…

– ¿Se los vas a dar a tu madre para pagar la multa?

– Cinco, sí; el resto pienso gastármelos en dos tazas de chocolate caliente con nata de Cióccolati ¿Te apetece? ¡Venga! ¡Yo invito!

Cuando regreso a casa, mi madre quiere ver cómo me sienta la ropa.

– Pero ¿no había un conjunto completo? Quiero decir, ¿una falda a juego con la camiseta?

Se sienta en la cama un poco perpleja.

– Pero, mamá, ahora se juega así al tenis, no todo ha de combinar. ¿No has visto a Nadal?

– No, ¿quién es?

– Sí, ese tío que gana siempre; es un cachas y, además, está como un tren. Bueno, pues él lleva unos pantalones anchos azules y se los pone muy bajos, con el tiro ahí abajo. -Meto la mano bajo las piernas-. ¡Vaya tío bueno!

Mi madre compone una expresión absurda, realmente divertida.

– ¿Y cómo lo hace para jugar al tenis sin tropezar?

– Pero, mamá, ¡son pantalones elásticos!

– Ah.

– Además, lleva siempre una camiseta sin mangas.

– ¿Qué quieres decir?

– Abierta por aquí, con las mangas cortadas.

– ¿Y está bueno?

– ¡Está cañón!

– Si tú lo dices… Venga, lávate las manos, que cenamos dentro de nada.

– Vale.

– Una última cosa… No se te ocurra traerme nunca a casa a un tipo como ese Nadal.

Me echo a reír. Sí, como si fuera tan fácil. Pero eso, naturalmente, no se lo digo.

Sale del dormitorio. Me miro al espejo. El conjunto me queda ideal…, vintage. Eso es, puedo llamarlo así, conjunto vintage. Me pongo la gorra con mi nombre. Luego la giro Me coloco la visera atrás. Así. Después pruebo a dar un golpe, pero sin raqueta, que de lo contrario seguro que rompo algo. Mi habitación es demasiado pequeña para un smash. Stock. Intento dar el golpe con determinación. Un bonito derecho, intachable. En ese momento, Ale pasa por delante de la puerta.

– ¡Vaya tela! ¿No te da vergüenza salir vestida así? ¿Ahora te ha dado por el sófbol?

– No, voy a jugar al tenis. -Y le cierro la puerta en las narices. ¡Creo que no voy a poder mantener la promesa que le hice a mi madre de no acribillarla a pelotazos!

La semana casi ha pasado volando. Tranquila, Ningún examen oral importante. La redacción de italiano ha ido superbién, bueno, pese a que el profe Leone me ha puesto al final de la hoja una nota entre paréntesis: «Procura no adquirir mucha seguridad, divagas demasiado» La última vez me escribió que había sido demasiado escueta, ¡Nada le parece bien! ¡Pues sí que…! Entre otras cosas, el título era especial: «¿En qué consiste la verdadera belleza?» ¿Eh? ¿Cómo puedes saber si eres guapa? ¿Con un bellómetro? Una pregunta estúpida que, aun así, todo el mundo se hace. ¿Quién decide si soy o no guapa? ¿Los chicos que me miran? Yo me tengo por mona…, pero ¿hasta qué punto? Los cumplidos de los padres no valen. No son objetivos. Todos los padres piensan que sus hijos son los más guapos del mundo. Sin ir más lejos, mi padre dice que soy demasiado normal. ¿Ves? Normal. Una chica del montón. ¡Pero yo soy yo! ¡Carolina! ¡Única! Uf. Pero ¿por qué no me siento así? Quizá, si fuese como Alis… Ella es increíble, genial. Se parece un poco a Angela Hayes, la de American Beauty, esa película que Rusty James me hizo ver el año pasado en DVD. Sólo que tiene el pelo más oscuro. Entonces, ¿cómo puedo saber si soy guapa? ¿Por mis amigas? Alis dice que soy mona, pero que podría mejorar mi look. Clod, en cambio, asegura que me envidia porque tengo un bonito cuerpo, pero que de cara le gusto ya menos. Uf. Yo me veo a veces mona y otras como un adefesio. Sea como sea, en la redacción escribí varias cosas, las que se me ocurrieron. ¡No creo que se pueda hablar siempre de la misma forma sobre todos los temas! Algunos te interesan más y tienes más cosas que decir, otros, en cambio, los desarrollas y los comentas porque no te queda más remedio. Este tema, sin embargo, me ha gustado. A diferencia del que el profe Leone nos puso el año pasado, «La importancia de reciclar». Pero ¿es que se puede decir mucho sobre eso? Una vez que has comentado que el medio ambiente y la naturaleza están en peligro a causa de la contaminación, quizá puedes citar a Al Gore, después puedes mencionar los coches de hidrógeno y ya está, el tema queda agotado. Sería estupendo escribir una redacción que, cuando empieza a hartarte, puedas pasar a otro tema y entonces puedas decir otras cosas y luego, cuando ya no sabes qué decir, puedas pasar a otro tema. Igual que cuando se habla. En el fondo, el colegio sirve para que lleguemos preparados a la sociedad. Y digo yo, ¿cuando te invitan a alguna parte hablas siempre de lo mismo? La gente te consideraría un muermo y dejaría de invitarte. En fin, si un día llego a ser por casualidad, qué sé yo, ministro de Educación, cambiaré un montón de cosas. Por ejemplo, aboliré los exámenes durante las dos primeras horas del lunes. ¡Eso para empezar! Es obvio que uno puede acostarse tarde el domingo por la noche. A menudo es el único día de la semana en que te invitan a una fiesta, de manera que, a la mañana siguiente, uno debe recuperarse un poco, no pueden obligarle a hacer en seguida un examen, ya sea oral o escrito. O cuando, por ejemplo, un profe se equivoca al corregirte algo en un examen. Una vez sucedió en la hora de matemáticas, Raffaelli encontró una corrección que luego resultó ser errónea, en esos casos, perdonadme, al profe que se equivoca deberían infligirle un castigo constructivo como, pongamos por caso, ¡tener que responder a las preguntas de todos sus alumnos! ¿Por qué no? Ellos se inventan a menudo los castigos más inverosímiles. ¡Como aquella vez que armamos un poco de jaleo en clase y la profe de matemáticas nos exigió que escribiésemos una carta de disculpa! Teníamos que disculparnos por la manera en que nos habíamos comportado y «sugerir soluciones para que no volviese a ocurrir». ¿Cuándo se ha visto algo semejante? Una vez me propusieron que fuese la delegada de clase y yo me negué en redondo. Quiero decir, que me lo pidieron Alis, Clod y otras tres o cuatro amigas. Y ningún chico. Oh, a los chicos les importa un comino cómo se organizan y se deciden ciertas cosas.

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