• Пожаловаться

Daína Chaviano: Casa de juegos

Здесь есть возможность читать онлайн «Daína Chaviano: Casa de juegos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Современная проза / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Daína Chaviano Casa de juegos

Casa de juegos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Casa de juegos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Siguiendo las instrucciones de su amante, Gaia se encuentra en un parque de La Habana con cierta mujer misteriosa que la conduce a una mansión donde todo cambia continuamente. Pese al desconcierto que le dejará aquella breve visita, la joven regresa al lugar en busca de respuestas que le expliquen algunos fenómenos que comienzan a suceder a su alrededor. Su instinto -o quizá el destino- le indica que la solución del misterio podría estar en la casa. Allí pasará por experiencias surrealistas y aterradoras que, a la manera de los Misterios antiguos, la llevarán a un descubrimiento sobre sí misma. Ceremonias prohibidas, habitaciones mutantes, dioses en cuerpos humanos, humanos con figura de dioses: nada es seguro en ese universo sobrenatural, ni siquiera el amor; pero Gaia se aferrará a él como su última tabla de salvación. En Casa de juegos, el erotismo permite a los personajes alcanzar niveles místicos que trascienden la experiencia individual. Pero para llegar al fondo de ese conocimiento es necesario atravesar

Daína Chaviano: другие книги автора


Кто написал Casa de juegos? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Casa de juegos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Casa de juegos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Qué te pasa?

– No me siento bien.

– ¿Estás mareada?

– No sé. Creo que sí.

– Mi consultorio está cerca. ¿Quieres que vayamos?

– ¿Eres médico?

Por toda respuesta, la tomó del codo para ayudarla a sortear un hueco de la acera.

– Vamos.

Lo siguió sin chistar. ¿Un médico? Gaia rumió la revelación mientras ambos caminaban por las desoladas calles. ¿Era sólo una coincidencia o existía un truco detrás de todo? Tres minutos después entraron en un edificio y Gaia se detuvo en el vestíbulo desierto.

– ¿Qué ocurre?

– Esto no es un hospital.

– Nunca te hablé de un hospital, sino de un consultorio.

Ella no supo qué decir. Algo andaba mal, pero de momento no pudo determinar dónde estaba el problema. Quizás fuese culpa del vino.

Las puertas del elevador se abrieron con la presteza de una planta carnívora pronta a devorar cualquier insecto; y las pupilas de Gaia, asustadas por aquel contraste de claroscuros, se contrajeron ante el primer baño de luz que recibían en muchas horas. Fue también la primera oportunidad de ver bien a su acompáñame.

Era hermoso, mucho más hermoso de lo que intuyera en la penumbra: de una piel acanelada y tersa, como la que sólo pueden tener los mulatos dorados de su país, fruto de esa mezcla que España y África legaran a su isla. Tenía los ojos de un verde leonado que le recordó la descripción de aquellas praderas asturianas tan añoradas por su bisabuelo, un aventurero oriundo de Villaviciosa que había desembarcado en Cuba un siglo atrás. Casi se avergonzó de su propia piel, de una palidez ridícula en un país que había engendrado toda la gama posible de tonalidades en el ser humano.

Seis pisos más arriba, la puerta se abrió. La consulta quedaba frente al elevador. El entró primero y encendió una luz.

– Pasa, no te quedes ahí parada.

– Esto no es un consultorio.

– Es mi apartamento.

De pronto supo que era lo que andaba mal.

– Nadie tiene consultas privadas en su casa.

– Los profesionales viejos, sí -repuso él sin inmutarse-. Esto era de mi padre.

La columna vertebral del apartamento era un pasillo largo y sombrío, que terminaba en una puerta semiabierta. Allí el hombre encendió otra luz que, a juzgar por su amarillez, sólo podía provenir de una lámpara.

– ¿Vas a entrar o no? -la conminó desde el interior.

Gaia se aventuró a explorar lo que semejaba ser un consultorio de los años cincuenta.

– Siéntate -dijo él, indicándole una silla.

La tomó de un brazo y sostuvo una de sus muñecas entre los dedos. Al cabo de varios segundos, colocó una palma sobre su frente y otra en su nuca. Aquello le produjo a Gaia un alivio inexplicable; una bolsa de hielo sobre su cabeza no hubiera surtido mejor efecto. Por último, el hombre deslizó sus dedos sobre el plexo solar, manteniéndose a unos centímetros de la piel, sin tocarla. El examen aumentó en ella la incómoda sensación de que el universo andaba patas arriba. De nuevo era algo que parecía, pero no era; es decir, todos esos procedimientos parecían exámenes de algún tipo, pero no estaba segura de que fuesen médicos.

– Tienes la presión un poco baja -dictaminó-, aunque no mucho. Y estás algo tensa.

– ¿Cómo puedes saber mi presión sin haberla medido?

– Pero si lo hice…

– ¿Sin ningún equipo?

Él sonrió.

– Yo no necesito equipos para eso.

– Tiene que ver con los chinos, ¿verdad? -inquirió ella con voz insegura-. Una especie de acupuntura…

– ¿Sabes una cosa? -la interrumpió-. Debería darte un masaje.

– ¿Qué?

– No te preocupes -prosiguió él, quitando unos papeles de la camilla-. No voy a cobrarte.

Gaia observó sus movimientos, tratando de adivinar sus intenciones.

– Los médicos no recetan masajes; mucho menos los dan.

– Nunca te dije que fuera médico. Soy masajista, igual que mi padre.

Gaia escrutó la expresión de su rostro. Se resistía a confiar en alguien sin otras referencias que las que él mismo había dado.

– ¿Quieres que te muestre mis títulos? -su ofrecimiento la tomó por sorpresa-. Están ahí, en la pared.

– Podrían ser de tu padre.

– Únicamente los que están a la izquierda. El resto es mío.

Gaia revisó los diplomas, algunos de los cuales estaban escritos en lenguas desconocidas. Se fijó en las fechas y logró encontrar lo que buscaba: los de la izquierda, en efecto, se remontaban a unas cuatro décadas atrás; a la derecha, se hallaban certificados expedidos cinco o seis años antes. Pero ¿y si ese lugar era de otra persona? Rechazó la idea de inmediato. Después de todo, él no podía haber previsto que se toparía con ella. Y en el supuesto caso de que su encuentro hubiese sido preparado, le habría resultado imposible saber que ella se sentiría mal y mucho menos que aceptaría ir con él hasta ese sitio. No, la previsión humana tenía un límite. Aquel apartamento era suyo, y los diplomas también.

Cuando apartó la vista de la pared, Eri la observaba pacientemente. Su actitud era la de un adulto que espera por la decisión de un niño. Casi avergonzada, se escurrió detrás del biombo.

– Hay toallas limpias en las gavetas -escuchó.

Se despojó de su vestido y, tras dudarlo un poco, se sacó la ropa interior. En el mueble encontró una enorme toalla con la que se envolvió.

Antes de empezar, Eri apartó la lámpara hacia la pared. Haciendo presión con los dedos, fue tanteando rincones dolorosos a lo largo de su columna. Poco a poco el empuje se transformó en fricción. Las manos embadurnadas en aceite bajaban a lo largo de la espalda, se apoyaban en la cintura y penetraban en los músculos de sus costados. Un sopor se extendió por la habitación. En cierto momento, Gaia dejó de sentir las manos sobre su piel y volvió la vista hacia el espejo. ¿Cuánto tiempo hacía que nadie la tocaba? Se abandonó a una dulce soñolencia. Las manos se deslizaban y se hundían en su carne, frotando incluso su nuca. Alivio, placer, olvido: imágenes de otro mundo poblaron su letargo. El Pintor sonreía. EI Pintor la buscaba. El Pintor regresaba una y otra vez con la insistencia de un íncubo, porque él la había acariciado para que nunca pudiera olvidarlo. Ahora su fantasma volvía a pulsar las mismas cuerdas.

Gaia entreabrió los parpados. Ya las manos no pulían; ahora se deslizaban en una caricia, bajaban hasta los muslos v volvían a trepar. Cerró los ojos para abandonarse al contacto. Debió de quedarse dormida. Al abrirlos otra vez, sintió un sonido zumbante y mecánico que se deslizaba sobre sus corvas. Trató de volverse, pero no pudo: tenía las manos atadas a los costados de la camilla. Intentó palear, mientras el pánico trepaba por su pecho al descubrir que también sus tobillos estaban sujetos.

– Vov a gritar si no me desatas.

El se agachó junto a ella.

– Te juro que no haré nada que pueda lastimarte -su voz era suave, casi profesional-. Sólo quiero curarte.

– ¿Curarme de qué?

– De tu mal.

– ¿Te envió tía Rita?

– No sé de quién hablas.

– Seguro que…

El le cubrió la boca con una gasa.

Impotente primero, rabiosa después, bufó bajo la mordaza; pero su ira estaba más dirigida a ella misma que al hombre. Qué estúpida había sido. ¿Cómo pudo dejarse engañar así? Pronto comprendió la inutilidad de sus esfuerzos y decidió permanecer tranquila, dispuesta a soportar aquella situación que acumulaba en sus nervios una carga explosiva. El cataclismo se precipitó cuando una mano se deslizó entre sus muslos y exploró su interior húmedo. La gasa no fue suficiente para contener sus gemidos de placer.

Con un brazo, el hombre la alzó por la pelvis; con el otro, la colocó sobre un banquillo. Lento y exasperante, el aparato se aproximó a esa región donde se acumulan los instintos. Casi en contra de su voluntad, disfrutó del movimiento que imperceptiblemente se fue convirtiendo en penetración. Hasta entonces había creído que aquel instrumento era casi cuadrado; ahora le pareció más bien tubular.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Casa de juegos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Casa de juegos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Sarah Waters: El ocupante
El ocupante
Sarah Waters
Åsa Schwarz: Ángel caído
Ángel caído
Åsa Schwarz
Rachel Gibson: Daisy Vuelve A Casa
Daisy Vuelve A Casa
Rachel Gibson
Susan Mallery: El Seductor Seducido
El Seductor Seducido
Susan Mallery
Danielle Steel: El Largo Camino A Casa
El Largo Camino A Casa
Danielle Steel
Отзывы о книге «Casa de juegos»

Обсуждение, отзывы о книге «Casa de juegos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.