Eduardo Lago - Llámame Brooklyn

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Una historia de amor, amistad y soledad. Un canto al misterio y el poder de la palabra escrita.
Un periodista del New York Post recibe la noticia de que su amigo Gal Ackerman, veinticinco años mayor que él, ha muerto. El suceso le obliga a cumplir un pacto tácito: rescatar de entre los centenares de cuadernos abandonados por Ackerman en un motel de Brooklyn, una novela a medio terminar. El frustrado anhelo de su autor era llegar a una sola lectora, Nadia Orlov, de quien hace años que nadie ha vuelto a saber nada.
Llámame Brooklyn es una historia de amor, amistad y soledad, es un canto al misterio y el poder de la palabra escrita. Una novela caleidoscópica en la que, como en un rompecabezas, se construye un artefacto literario insólito en la tradición literaria española.

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Los dos libros que me llevé conmigo el día que me fui a vivir al estudio eran El miedo y el temblor y El origen de la tragedia . Theo se rió cuando los vio juntos. Kierkegard y Nietzsche son pensadores antitéticos. Un pensador cristiano, y un pensador pagano. Al revés, son complementarios. Hay una afinidad secreta entre uno y otro, pensé, pero no le dije nada. Hace unos días, en una librería de viejo cayó en mis manos un librito cuyo título me llamó la atención. La leyenda del santo bebedor . Me costó cincuenta centavos. Lo leí de un tirón, como un poema, y me dejó un poso de dulzura y de tristeza. Me sentí el clochard que de repente tiene tanto dinero, y se lo gasta en beber, para llegar antes junto a Dios, que tiene forma de muchachita, Thérése, una santa, como él. Lloré al terminarlo. Los muelles del Sena, las tabernas y burdeles de París. Gente elegante que necesita darle a alguien su dinero. Milagros que no necesitan de ángeles. Fue lo último que escribiste, Joseph Roth. Lo publicaste el año de tu muerte, 1939. Te ahorraste vivir todo lo que venía después. La fecha me hizo pensar en los cuadros de Bob Motherwell. Nunca se lo dije, me extrañó, porque yo no tenía ninguna conexión particular con todo aquello. Viví la guerra de España con la misma ansiedad que los demás, como un eco anticipado de los horrores que nos aguardaban, con un escalofrío, aunque entonces nadie sospechaba lo que iba a pasar. Me fui a casa lleno de una tristeza muy profunda, después de ver la serie que tituló Elegía por la República española. Aún escucho alguno de los gritos enterrados en los lienzos.

El cuerpo de Mark Rothko yace boca arriba en el suelo de la cocina, con los brazos en cruz, en medio de un charco de sangre coagulada de 1,80 metros de ancho por 2,20 de alto. El grifo del fregadero lleva horas abierto. Lappin lanza una rápida ojeada en torno y ve que uno de los dos filos de la navaja de afeitar está protegido con un Kleenex. Estos suicidas son sumamente cuidadosos con no cortarse los dedos mientras se hacen un tajo en el antebrazo , le hace decir Wilkes, a pesar de que en aquel momento él no estaba con los detectives. Hizo correr el agua del grifo porque no quería dejarle un marrón así a nadie. Se abrió las venas en la pila del fregadero después de practicar un par de cortes dubitativos en los antebrazos. Cortes dubitativos. Pequeñas incisiones para probar el filo de la navaja. Un suicidio de apertura y cierre, dice Lappin en voz alta. La sintaxis otra vez. A Wilkes le fascina la expresión. Todos los que escriban sobre el suicido la van a reproducir. La billetera intacta. Ningún indicio de que haya entrado nadie en el estudio, que contiene decenas de cuadros por valor de cientos de miles de dólares, que en cuestión de pocos años pasarán a ser millones. Cuando oyen el dato, Mulligan y Lappin, que hasta hace media hora no tenían la más remota idea de quién era Rothko intercambian una mirada. Será necesario poner un vigilante armado en la puerta veinticuatro horas al día. Da igual, porque el latrocinio tendrá lugar mediante guante blanco. El forcejeo por el legado espiritual del artista fue uno de los escándalos del siglo. El mercado del arte, galeristas, consejeros, fundaciones. Venderían a su madre, quiero decir que la matarían, lo de vender lo reservan para las obras de arte. La incisión dubitativa era solo una, según los datos de la autopsia.

No sabía que el tiempo se detuviera precisamente así. Viajo con los bolsillos llenos de silencio, en medio de enormes agujeros sin color, precipicios donde no hay resonancias acústicas, pasillos sin palabras por donde se pierde la luz, como una estrella matutina que me arrastra hacia el filo del amanecer. Lo que sí sospeché siempre es que al final me engulliría un vórtice de luz. Del otro lado quedan los pozos llenos de serpientes, estanques vacíos. Las serpientes resbalan al intentar reptar por las paredes, ahí es donde arrojan a los prisioneros, los huesos les estallan al caer sobre las piedras y las serpientes prefieren empezar adentrándose en las órbitas de los ojos. No les gusta la sangre, prefieren un jarro de leche fría. Voy y vengo en estos minutos, segundos elásticos que se extienden como dedos en llamas que tratan de alcanzar el infinito. Me asomo por fin al espacio exterior. Las formas no las inventaba yo, me venían a visitar de noche.

Caso número #1867. El apellido aparece transcrito como Rokthnow. La autopsia debiera ser un género literario, como lo es la necrológica. En Inglaterra se han publicado algunas antologías de obituarios que son verdaderas obras maestras. Las del New York Times no están nada mal. En las bibliotecas públicas de la ciudad las tienen en la sección de consulta, encuadernadas en pasta dura, de color negro. Una mano enguantada descansa sobre el tórax del pintor. La médica forense Judith Lehotay dictamina enfisema senil agudo; gastritis aguda por ingestión de barbitúricos; deterioro cardíaco irreversible. No le quedaba mucho tiempo de vida, después del aneurisma, dos años como mucho, y él lo sabía. Un corte de siete centímetros de largo por dos y pico de hondo en el antebrazo izquierdo, y en el derecho otro de cinco centímetros de largo por dos y medio de profundidad. Lo suficientemente hondo para segar de cuajo la arteria braquial. Dos cortes efectuados en el pliegue inguinal del brazo.

HERIDAS INCISIVAS AUTOINFLIGIDAS EN LAS FOSAS ANTECÚBITAS CON PÉRDIDA DE SANGRE. INTOXICACIÓN AGUDA POR BARBITÚRICOS.

SUICIDIO.

Lo has hecho bien. Todo el mundo tiene que saber con certeza que ha sido un suicidio, no un accidente. Lo de Jackson [Pollock] y David [Smith] es diferente. Los dos estaban borrachísimos cuando cogieron el volante. Sí, eso es jugar con la muerte, pero citándola de lejos. Que no haya dudas, como hizo Arshile Gorky. Aquejado de cáncer, solo en su casa de Connecticut, con depresión profunda, abandonado por su mujer, se colgó de una viga del granero. Tenía cuarenta y cuatro años. En una caja escribió una sola frase de despedida. Yo no diré nada. Los vivos se aferran a las palabras buscando en ellas significados ocultos. Nada más limpio y elocuente que el silencio.

[Día 26. Salón de pompas fúnebres de Frank E. Campbell. 2:30 p.m.]

Zapatos que pisan el asfalto, charcos donde se refleja la luz dudosa de febrero. Otros llegan en limousine. Amigos, familiares, predadores. Entre los artistas: Willem de Kooning, un año más joven, de figura todavía ágil y atractiva; Adolf Gottlieb, otro buscador de lo sublime; Robert Motherwell y su esposa, Helen Frankenthaler; Philip Guston, que ha empezado a hollar nuevos caminos; Barnet Newman, compañero de mil conversaciones; Lee Krasner, viuda de Jackson Pollock; el matrimonio de Menil, los mecenas que se encargarán de que la capilla siga adelante; Elaine de Kooning, la ex de Willem. El novelista Malamud, con sus salidas imprevistas, se fija en que alguien le ha puesto las gafas al cadáver. El silencio del rostro embalsamado adquiere así otra expresión. Algunos se apresuran a traerle objetos a los que el pintor tenía apego. Sus hijos no quieren que se vaya sin la música que le acompañaba a todas horas. La hija mayor, Kate se acuerda del Rapto del Serrallo , y el pequeño Christopher del Quinteto de la Trucha. Theodoros Stamos deposita una flor encima de los LP. La mejor performance de la temporada, dirá algún periodista, con cinismo, mi vida por una frase sensacionalista, la inauguración más chic. Abrigos de pieles, trajes perfectamente cortados, él que no sabía vestirse, que volvió locos a sus amigos hablando del abrigo que se pensaba comprar. Llamaba a cualquier hora por teléfono. Hosanna, y se ponía a hablar del abrigo. Ridículo. Todos tienen una razón poderosa para estar allí. Hay gente que llora, otros están aturdidos, perdidos en un círculo de silencio, a otros les excita el olor del dinero. El dolor mezclado con la codicia. Stanley Kunitz, el poeta es el primero en tomar la palabra. Los últimos son sus hermanos mayores, Albert y Moisés Roth, que entonan juntos el Kaddish: Yisborach, v'yistabach, v'yispoar, v'yisroman, v'yisnaseh, v'yishador, v'yishalleh, v'yisshallol, sh'meh, d'kudsho, b'rich, hu . Las limousines negras regresan a sus nidos. La gente se desperdiga por los bares y cafés más cercanos. Las gargantas secas, otros hasta el filo de la media noche. Simetrías de ultratumba: Mell sobrevivirá a su esposo sólo siete meses, los mismos que el farmacéutico Jacob tardó en morir después de que su hijo menor llegara a Portland. Mell Rothko aparecerá muerta una mañana. Será el pequeño Christopher, de seis años, quien descubra el cuerpo y tenga que avisar al amante de su madre.

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