Eduardo Lago - Llámame Brooklyn

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Una historia de amor, amistad y soledad. Un canto al misterio y el poder de la palabra escrita.
Un periodista del New York Post recibe la noticia de que su amigo Gal Ackerman, veinticinco años mayor que él, ha muerto. El suceso le obliga a cumplir un pacto tácito: rescatar de entre los centenares de cuadernos abandonados por Ackerman en un motel de Brooklyn, una novela a medio terminar. El frustrado anhelo de su autor era llegar a una sola lectora, Nadia Orlov, de quien hace años que nadie ha vuelto a saber nada.
Llámame Brooklyn es una historia de amor, amistad y soledad, es un canto al misterio y el poder de la palabra escrita. Una novela caleidoscópica en la que, como en un rompecabezas, se construye un artefacto literario insólito en la tradición literaria española.

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En la puerta del club un gorila le pide a ζЛ que le enseñe algún documento de identidad que demuestre su mayoría de edad. Por su aspecto frisa la cuarentena, pero necesitan comprobarlo. La literalidad yanqui.

No hay fecha de nacimiento, dice el gorila resoplando.

ζЛ saca un manojo de carnets y los despliega en abanico. El portero los va pasando y cuando se tropieza con el de conducir, gruñe, satisfecho:

Bienvenido, mister Lippincott. (Más avanzada la noche comprendí que le gustaba apropiarse de los apellidos de sus personajes.)

Dentro, en una de las mesas justo enfrente del escenario, hay una mujer sentada junto a un tipo flaco, que lleva gafas de sol y gorra de béisbol. Nos hacen señas. ζЛ me los presenta como Edipa y Don. Nos sentamos. Thelonious Monk hace aparición con un sombrero de piel de leopardo y un silencio religioso se adueña de la sala.

Arrodíllate ante el misterio, me dice ζЛ. Thelonious se inclina sobre el teclado y transcurre una infinidad sin que se decida a tocar la primera nota. Nadie se mueve. Ni un siseo de nerviosismo. Don me susurra al oído: Está escuchando algo que sólo él puede oír.

Sin duda, los músicos lo saben y esperan a que les haga una señal.

Es un genio, dice ζЛ a la salida. Un fuckingputopinchegenius, esos lo ques Thelonius Monk. Estrosí. El éxtasis extratránsferial.

Cuando entra en estos trances lingüísticos, no hay nada que hacer, dice Edipa, metiéndole la mano en un bolsillo.

No podéis dejar que conduzca en ese estado, interviene Don.

En eso estaba, dice Edipa, haciendo tintinear el manojo de llaves que le acaba de quitar a ζЛ.

Vamos a mi casa. Tengo mescalina.

Don dice que se tiene que ir al Bronx y se despide. Edipa se sienta al volante. ζЛ se pone a tocar los bongos en el asiento trasero del Corvier, hasta caer dormido.

¿De qué lo conoces? me pregunta Edipa, una vez en marcha.

Me lo encontré en un bar hace un par de horas. Me trajo aquí.

¿Entonces no sabes quién es?

Ni idea.

Es Thomas Pynchon, el escritor. ¿Has oído hablar de él?

Me volví automáticamente a contemplar el guiñapo que roncaba en el asiento trasero.

Leí un cuento suyo, hace por lo menos diez años, en una revista. Nunca había leído nada igual. La historia se me quedó grabada y soñé con ella por la noche. Un tipo va a parar a un vertedero de basuras donde vive una enana que se enamora de él y ya no le deja irse de allí.

Nerissa. Por cierto, yo no me llamo Edipa, me llamo Melanie. Edipa es un personaje. Tom siempre está igual. Le encantan esos juegos.

En lo que fue el único momento normal de la velada, Melanie me contó los acontecimientos del último año y medio, a raíz de su tercera novela, El arco iris de la gravedad . Le dieron el National Book Award, en la categoría de ficción, ex aequo con Una Corona de Plumas , de Isaac Bashevis Singer.

Pynchon y Singer. Un reparto esquizofrénico, dije. La noche y el día.

Así es. Luego le dieron el Premio William Dean Howells, de la Academia Norteamericana de Artes y Letras, otorgado a la mejor novela de la década. Luego vino el escándalo del Pulitzer. El consejo editorial de aquel año estaba compuesto por gente prestigiosísima. Elizabeth Hardwick, Benjamin De Mott, y Alfred Kazin nada menos. Propusieron que el premio recayera en El arco iris de la gravedad , por unanimidad. Los picatostes del jurado intentaron leerla y se agarraron tal cabreo que declararon el premio desierto. Pero lo más divertido fue lo del Premio Nacional. Tom no se presentó a la ceremonia de entrega. El premio lo recogió en nombre suyo el cómico Irwin Corey. En su intervención, Corey se dedicó a contar chistes y a mutilar la sintaxis de la lengua inglesa. Una parte del público se desternilló de risa, y la otra mitad no supo disimular su perplejidad.

¡Edipa, saca la cerveza y hazte un porro! tronó ζЛ desde atrás.

Hazlo tú, ¿no ves que estoy conduciendo?

ζЛ se empeñó en que todos teníamos que cantar El Tuerto Riley , cuya partitura figura en The Cocktail Party , de T. S. Eliot. Consiguió que la memorizáramos y nos dirigió marcando el ritmo con los bongos:

Habíamos llegado a Riverside Drive Desde abajo se oía música No me acordaba - фото 3

Habíamos llegado a Riverside Drive. Desde abajo se oía música.

No me acordaba de la fiesta de Amy. Creo que va a estar su director de tesis. Lo siento, Tom.

Non ti preocupare de niente. Arriviamo un momento, prendiamo la mescalina, un po da bere e partiamo.

En medio del salón había un tipo de barbita recortada. Por toda vestimenta llevaba unos calcetines blancos y unos calzoncillos. Un tipo que tenía un fuerte acento francés nos explicó que había salido inopinadamente de uno de los dormitorios, interrumpiendo una sesión erótica, porque alguien había emitido un juicio literario que le había molestado tanto que le había impedido correrse. El de la barbita dijo, dirigiéndose a alguien que estaba sentado en un futón:

Sus novelas tratan de las dificultades inherentes al acto de la lectura. Cuando empleo el término «lectura», lo utilizo metafóricamente. Es decir, «leer» es la metáfora que alude a la(s) forma(s), todas las formas en que la gente trata de extrrraerrle un sentido al mundo en que vivimos, así como a sí mismos.

Oye, hijo de pejrra, que no estamos en clase, dijo el tipo que tenía acento francés. ¿No tienes bastante con tirarte a las estudiantes? Si quieres dar la tabajrra, lárgate a otro sitio. Fíjate cómo te mira el pobre Chandler. Se ha tomado un ácido, vete a saber qué tipo de alucinaciones tendrá ahora por tu culpa. Deja de joder.

¿Quién es? le pregunté a Melanie, refiriéndome al tipo de los calzoncillos.

¿No conoces a Gengis Cohen? Es el jefe del Departamento de Literatura Comparada de Columbia University.

El aludido soltó un cuesco, y siguió adelante con su perorata:

En la novela contemporánea, el acto de la lectura transcurre paralelamente al acto de descifrar un mundo problemáticamente construido sobre un despliegue de códigos…

¡Me cago en tus muertos! dijo el francés, y levantándose de un salto, le propinó un puñetazo a Cohen que lo levantó por los aires y dio con él de bruces en el suelo.

Te lo advertí, recalcó el agresor.

Profesor Cohen, profesor Cohen… dijo una jovenzuela que salió apresuradamente del cuarto donde había estado con el académico. Llevaba un salto de cama transparente que permitía ver su anatomía al completo. Melanie me explicó que la chica estaba haciendo con él la tesis sobre entropía y literatura en la ficción contemporánea.

¿Por qué has hecho eso, Pierre? Pobre Gengis, dijo la chica, plañidera. ¿Qué hay de malo en lo que ha dicho?

¡Vuelve a la cama y termina lo que has dejado a medio hacer! repuso el tal Pierre.

Formidablemente gordo, con la papada resabiada, y labios rijosos, el egregio Harry Blum, alias el Sapo Filológico replicó:

Demasiado tarde joven. Evidentemente, le interesa mucho más lo que nos traemos entre manos el profesor Cohen y yo. No le hagas caso, Gengis. Lo que yo creo es que hay que incorporar el azar y la indeterminación imperantes en la vida moderna, y en el mundo físico, eternamente cambiante. En este contexto, podemos caracterizar la «lectura» como un proceso en virtud del cual la gente extrae una narración de su propia experiencia vivida.

¿Y si la Historia, con mayúscula, fuera la mayor de las ficciones, Blum? La Historia, con su ejército privado de autores. Quizá los sucesos más cruciales acaezcan porque alguien (pero quién, quién, quién) los porvoca, digo provoca. ¿No es verdad que V. versa sobre la noción de conspiración? Noción perturbadora, puesto que plantea cuestiones, o cuestiona la noción misma de historia, de Historia, ya por su propio planteamiento estructural. En ese sentido, la actividad de Stencil es una forma de búsqueda, que discurre a través de determinados fragmentos de la Historia.

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