¿Qué? ¿Nos vamos a comer?
Mi mirada recayó sobre la carpeta verde.
Hoy no me viene bien salir. Quiero echarle un vistazo a algo. ¿Te importa traerme un sándwich de cualquier cosa?
Le di un billete de cinco dólares.
OK, doc, dijo Dylan, cogiendo el dinero, y desapareció.
La luz que entraba por la claraboya empezó a mitigarse. Aparté las gomas de la carpeta, y levantando las solapas, exclamé:
¡De acuerdo, Gal, veamos si te entiendo mejor!
En el interior había tres cuadernillos de plástico, de distintos colores. Sonreí. Aunque lo más probable es que no hubiera ninguna lógica tras ello, Gal parecía servirse de los colores conforme a un sistema muy personal de variaciones, utilizando lápices y tintas diferentes para hacer correcciones, subrayados y tachaduras. De manera parecida, había considerable variedad en los cuadernos y carpetas, que solía bautizar en función del color ( Cuaderno Negro, Carpeta Gris …), aunque había otros criterios de nomenclatura, sobre todo en lo tocante a los cuadernos. Desplegué los tres cartapacios en abanico: uno era azul, otro amarillo y el tercero de plástico transparente. En el primero había una etiqueta que decía:
CUADERNO DE LA MUERTE
Empecé a leer.
29 de abril de 1991,
Grand Army Plaza
Suceden tantas cosas en un solo día de la vida de Nueva York que es imposible registrar siquiera una parte infinitesimal en los cuadernos. ¿Hacer de Todd Andrews y convertir la ópera flotante de la existencia en un ramillete de páginas a la deriva? No hace falta forzar la imaginación, basta con fijarse al azar en lo que recogen los periódicos. Me he pasado la mañana en la Biblioteca Pública de Grand Army Plaza, echando un vistazo a la prensa del día. La noticia me la topé primero en el Post , luego la he leído en los demás diarios. Todos se ciñen con parecido rigor a los hechos, lo único que varía es el tono. Al final me he decidido por la escalofriante sobriedad del New York Times .
A renglón seguido, viene una anotación a lápiz que dice: Transcripción Verbatim , seguida de un texto a bolígrafo que es copia de una noticia de periódico.
EN LA BASURA: UNA VIDA BREVE Y UNA NOTA DE AMOR
A las 13:30 horas del pasado lunes 29 de abril, se recibió en el precinto 83 de Brooklyn una llamada telefónica anónima denunciando el hallazgo del cuerpo de un recién nacido junto a un contenedor de basura ubicado en Bushwick, una de las barriadas más pobres de Brooklyn. La llamada procedía de una cabina telefónica situada frente al número 12 de la calle Cornelia, una casa de tres pisos. Inmediatamente, el teniente Nicholas J. Deluise, detective jefe del precinto, despachó a los agentes Kenneth Payumo y Maureen Smith al lugar de los hechos. Dentro del contenedor había una bolsa de plástico amarillo. Al abrirla, los agentes encontraron el cadáver de una niña recién nacida. «Habían envuelto el cuerpo con sumo cuidado», declaró la agente Smith, quien afirmó que el responsable había hecho un trabajo «inmaculado». La niña iba vestida con un pijama de flores y llevaba puesto un pañal. Estaba envuelta en una manta blanca, donde habían dejado una nota, atravesada con un alfiler. «Lamentablemente, recibimos muchos avisos de este tipo», comentó el teniente Deluise. «Son cosas que pasan.»
(R. Miller, NYT).
Lo que Gal llamaba transcripción verbatim era su propia traducción, a todas luces literal, de la noticia que había leído en el Times . Ésta no figuraba en el cuadernillo, pero sí un recorte con una foto de la nota que había aparecido prendida con un alfiler a la manta que envolvía el cadáver de la niña. Gal había pegado el recorte con papel celo justo debajo de su versión manuscrita de la noticia, dejando dos frases en inglés y realzando algunas mayúsculas, exactamente igual que en la fotografía:
«Por favor, Háganse cargo de mi Hija.
Nació el 26 de abril de 1991,
a las 12:42 p.m. Se llama April Olivia».
I Love Her very much
Thank You
Murió a las 10:30 a.m.
El 29 de abril de 1991
Lo siento»
En el segundo cuadernillo había una especie de croquis de la zona que Gal llamaba El Astillero , en los antiguos muelles de Brooklyn Heights. Contemplándolo, una vaga neblina se agitó en el fondo de mis recuerdos, trayéndome a la memoria la vez que estuve en aquel lugar con él. En los márgenes del papel, fuera de los límites del plano, había algunos nombres reconocibles: Atlantic Avenue, Luna Bowl, Oakland . Del primero partía una flecha cuya punta se clavaba en el centro de la avenida; los otros dos, también marcados con flechas, venían señalados con sendas aspas de color azul. Reparé en los lugares que aparecían singularizados dentro de los límites de lo que era propiamente el Astillero . Me sonaban vagamente, de habérselos oído mentar a Gal, sin que supiera bien qué significado tenían para él. Leí detenidamente las palabras, como si pudieran encerrar algún significado: Dique Seco, Torre Circular, Depósito de Agua . En otros puntos del plano Gal había anotado templo y altar. Había cinco o seis de éstos dispersos por toda la superficie del Astillero . No supe a qué podía obedecer la inclusión de varias líneas de trazo discontinuo, algunas de las cuales unían entre sí distintos puntos del mapa, mientras que otras parecían flotar en zonas donde no había nada señalado. En la parte inferior del papel en cuarto figuraba la fecha del 1 de junio de 1989. El «mapa» del Astillero tenía, pues, dos años. Antes de guardarlo, contemplé largamente el croquis, y mientras lo hacía, empecé a recordar cada vez con más claridad la ocasión en que había recorrido los muelles en compañía de Gal. Aquella geografía visionaria no me era totalmente ajena. Los templos, los altares… Yo había estado allí con Gal. Él me había mostrado aquellos lugares, explicándome su sentido. Yo había estado delante de los túmulos, que él adornaba a su manera, así como también había subido las escaleras del decrépito edificio de ladrillo amarillento que él llamaba El Templo del Tiempo …
El tercer cuadernillo contenía una copia en papel carbón de una carta de Nadia, cuidadosamente traducida y mecanografiada por Gal. Exactamente igual que con la carta que le había escrito Abe Lewis a Ben Ackerman dándole cuenta de su encuentro con Pietri, tampoco en este caso he podido dar con el original ni con la versión a máquina «en limpio».
20 de enero de 1980
Querido Gal:
Estoy en Coney Island y te escribo porque no sé qué me pasa. Tengo ganas de llorar pero no puedo. ¿Te acuerdas cuando te decía que a veces, cuando me sentía así, me venían imágenes del mar, como si quisieran rescatarme? Tú te reías, pero es lo que me acaba de pasar. Hace un rato, escuché una vocecilla muy débil, costaba trabajo oírla. No, no es una de mis locuras, déjame que te lo cuente a mi manera. Era yo, era mi voz, de niña, en Laryat. Me tienes que creer. He hecho la prueba. He cerrado los ojos y lo he vuelto a ver todo, el cielo de color ópalo, y un lago. No, no es en Laryat y no es un lago, es el mar y tengo cuatro años, porque en la carretera de la playa está el mustang azul de papá, y cuando vinimos a América yo tenía cuatro años, eso nunca se me olvidará. Es en Nantucket, porque allí pasamos el primer verano, en la playa. Estoy sola con mis padres, no sé por qué falta mi hermano Sasha. Mis padres son muy jóvenes, tienen menos años de los que tengo yo ahora. Esa idea me llena de inquietud, pero sigo con el recuerdo. Veo el cuerpo de mi padre, atlético, viril; lleva un bañador ceñido, de color negro con una raya blanca a cada lado. Se me acerca sonriendo, me levanta en vilo, y me da un beso. Mi madre está sentada. Lleva gafas de sol y se embadurna las piernas con un potingue blanco. ¿Tú crees, Gal, que es posible recordar con tanta nitidez cosas que viví cuando tenía cuatro años?
Читать дальше