Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– La gente como tú en cuanto puede se deshace de lo que le molesta. Cualquier cosa que le estorbe por insignificante que sea tiene que eliminarla. Piensa en ello.

– Mi marido me espera.

– Es mejor que no le cuentes lo nuestro -dijo con una última sonrisa que acabó por destruirle.

Necesitaba ir al baño un momento para hacer un tránsito entre Marcus y Félix y de camino pensó que a veces es preciso ver nuestra vida desde otra parte, para apreciarla debidamente. Julia tenía la certeza de que en la otra vida no habría llegado a soportar la pérdida de Félix y Tito, le habría resultado insoportable no volver a verlos, no saber dónde estaban y le había angustiado la preocupación que tendría Félix por no encontrarla. Hay lazos demasiado fuertes, que no se puede explicar en qué consisten y que están por encima de las pasiones. Este vínculo era el que la había mantenido unida a ellos desde el otro lado. Así que el precipitar la muerte de Marcus en el sueño podría significar simplemente reforzar esta unión y apartar los obstáculos. Y el tropezarse ahora con el Marcus vivo, aquí en La Felicidad, parecía una broma preparada por alguien que la espiaba en todos los estados posibles y desde todas partes, desde dentro y desde fuera de su cabeza. Ese alguien invisible sabía lo que quería y lo que detestaba Julia, sabía cuándo estaba fingiendo y lo que había significado Marcus para ella. Si los espíritus y los ángeles existieran de verdad todo tendría una explicación y no debería preocuparse tanto, sólo confiar en ellos.

Félix

A los tres cuartos de hora ya no aguantó más y fue en busca de Julia. No hacía tanto que había salido del hospital y temía que pudiera marearse. Sin embargo, en la entrada del baño de señoras reinaba un gran clima de normalidad, así que se limitó a preguntar a una chica que salía si dentro había una chica pelirroja. La joven dio media vuelta haciendo volar la melena, miró dentro y volvió. No, no había nadie de esas características. Entonces tal vez Julia se había despistado y estaba tratando de localizarle. Félix aguzó la mirada lo que pudo. Concentró tanta energía en la mirada que el oído y el olfato perdieron fuerza. Su vista traspasaba las sombras y navegaba entre los desfiladeros que dejaban los cuerpos, incluso los más pegados unos a otros, y llegaba a los rincones más alejados. Y en uno de ellos los descubrió. Se acercó un poco más, aunque no lo suficiente para que lo vieran a él. Los había delatado el pelo de Julia al pasar por allí una ráfaga de luz.

Él tenía una pierna flexionada y apoyaba un pie en la pared. Julia se movía nerviosa de un lado para otro frente a Marcus, que tenía más pinta de tipejo que nunca. Ella hablaba enfadada y él escuchaba. Félix juraría que Marcus no le contaría a Julia el motivo por el que estaba aquí, porque de esta forma siempre encontraría alguna excusa para sacarle a él más dinero. Y si esto ocurría, llegaría el momento en que él mismo tuviera que contarle a su mujer que sabía lo de su relación con Marcus. Y ese momento desde luego llegaría, pero no ahora. Ahora Julia debía recuperarse, ponerse fuerte, resolver el problema que tuviese con ese individuo y entonces, y sólo entonces, Félix le pediría una explicación, o quizá ni siquiera se la pidiese, Félix pediría el divorcio y se acabó. Le dolería en el alma porque se separaría de Tito, pero durante el tiempo que estuvo llevando casos matrimoniales la experiencia le demostró que no hay vuelta atrás y que cuanto antes se tomaran medidas, mejor para todos.

Esperó medio escondido hasta que pareció que se despedían, y se marchó a su asiento junto a la pista. Suponía que ahora Julia sí entraría en el baño. Querría mirarse en el espejo, lavarse las manos, reflexionar un momento, respirar hondo y de esta forma hacer un hueco entre uno y otro hombre, entre una y otra situación, entre unos y otros sentimientos.

Llegó más o menos cuando Félix había calculado. Mientras la notaba venir hacia él, hizo que fijaba la atención en la pista. Ella, antes de sentarse le puso las manos en los hombros, las tenía frías, se las acababa de lavar.

– ¿Has visto a esos dos? -dijo Félix sin mirarla apenas-. Parecen bailarines profesionales.

– Sí -dijo Julia-. Cómo se mueven. ¿Nos vamos ya?

Un cuarto de hora más tarde entraban en los apartamentos. La noche estaba intensamente perfumada, sobre todo al pasar junto al muro, del que colgaba una enredadera de florecillas blancas.

Mientras hablaban y se adentraban por pasadizos camino del apartamento, Félix lamentaba que las cosas no fueran igual que antes, que él mismo no fuese el de antes. En el llamado por Julia curso intensivo todos habían cambiado, incluso Tito había desarrollado algunas habilidades. Ya sabía arrojar objetos, comía puré de pollo y verduras y seguía con la cabeza el ritmo de la música.

Julia se quitó los zapatos para subir la escalera sin hacer ruido.

Félix se había tomado varios gin-tonics y un whisky en la discoteca y los párpados le pesaban. Hacía siglos que no bebía así. Sentía un dulce cansancio. Se cepilló los dientes lo más rápido que pudo para tumbarse en la cama. Se oían en la habitación de al lado las respiraciones de Angelita y Tito. Él, que conocía los aspectos más negros de la vida de mucha gente, debía sentirse contento y satisfecho porque objetivamente hablando en el cuadro familiar no faltaba ninguna pieza. Si no tenía en cuenta que su mujer quería a otro, era perfecto.

A Félix los secretos no le asustaban. Los consideraba parte del trabajo. Cuando se metía en la vida de la gente, llegaba a conocer asuntillos que los más allegados ni sospechaban y esto, aunque estuviese mal pensarlo, le ponía en una posición de superioridad. En cuanto reunía ciertos datos y confesiones, veía sus vidas desde arriba como un pájaro mientras que ellos por mucho que se lo propusieran estaban dentro de la charca. Sin embargo, le incomodaba saber cosas sobre Julia que ella ignoraba que él sabía. Le repugnaba una relación tan desigual y asistir a los esfuerzos de su propia mujer por ocultarle inútilmente lo de Marcus.

Tal vez ésta fue la noche, la de su visita a La Felicidad, en que más apaciblemente durmió Julia, ¿porque se había reencontrado con su amor? Félix no tuvo la impresión de que se despidieran como amantes. No le agradaba pensar en Marcus ni con Julia ni sin Julia, pero no había detectado ninguna emoción positiva hacia aquel individuo por parte de ella, y en los días que siguieron su transformación fue a mejor y a mejor hasta convertirse en aquella Julia con la que creía que se había casado.

Julia disfrutaba de su hijo, de los paseos por la playa, de las cenas en el restaurante del puerto que ellos seguían llamando Los Gavilanes. A veces, su mirada se volvía sombría, o miraba a los lados inquieta, seguramente temiendo encontrarse con Marcus, no con la angustiosa esperanza de encontrárselo, sino con auténtico fastidio y malhumor hasta que se aliviaba y olvidaba. Lo que Julia no sabía es que también Félix miraba alrededor extrañado de que Marcus no se hubiese dejado ver, sobre todo ahora que sabía que Julia había despertado, que se encontraba bien y que entre ella y Félix había más secretos que en los sótanos del Vaticano. Parecía prácticamente imposible que no quisiera sacar provecho. En cualquier caso, y demostrando valentía cada uno por un lado, ninguno sugirió la posibilidad de marcharse de Las Marinas el resto de las vacaciones.

Julia envió a su trabajo, al finalizar julio, la baja que le extendió el doctor Romano. Después de lo que has pasado te mereces diez días de auténticas vacaciones, le dijo. Y Félix pidió diez días por asuntos propios. Lo que resultó inevitable fue cambiarse de apartamento porque éste estaba ya reservado para agosto.

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