Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Circularon por la carretera del puerto. Julia bajó la ventanilla. Hacía bochorno pero era normal que a ella le gustase, llevaba metida en la habitación muchos días. Al pasar por la lonja de pescado le pidió a Félix que condujese despacio. Lo miraba todo con avidez, de una forma exagerada.

– ¿No seguiré soñando? -dijo completamente desconcertada.

Esta pregunta que en cualquier otra persona habría sonado a frase hecha, dicha por ella inquietaba bastante. Puede que le costase recuperarse más de lo estimado en un primer momento. Incluso podría ser necesaria la ayuda de un psicólogo.

Tardaron en llegar mucho más de lo normal porque le pidió que le enseñara dónde había tenido el accidente y también que parara un momento en La Felicidad, cuyo gran rótulo luminoso ahora estaba apagado. Y la puerta principal, al abrir sólo de noche, permanecía cerrada como una caja fuerte. Julia, a pesar de que se sentía débil, se empeñó en salir del coche y revisar por ella misma las inmediaciones de la discoteca.

– Por algún sitio tendrán que meter las bebidas -dijo-. Seguro que hay una puerta trasera.

Desde allí no podían saberlo porque una valla impedía el paso. Y entonces Julia se empeñó en bordear el local con el coche. Tampoco por aquí se podía entrar, había una valla baja de obra, de construcción mediterránea, una especie de cenefa de cemento con muchos agujeros. Desde luego se veía una puerta trasera y cajas de diferentes bebidas. Julia se cogió la cara con las manos.

– No sé qué me pasa.

– Ya no te pasa nada -dijo Félix.

Félix estaba deseando llegar al apartamento. Sería la primera noche en muchos días que dormiría allí, con la conciencia tranquila, sin dolor, sin temor al mañana, con paz de espíritu. Sin embargo, Julia prefería ir poco a poco, de modo que cuando por fin llegaron a la urbanización, quiso perder un rato contemplando la calle adonde daba parte de los apartamentos antes de salir del coche, y cuando aparcaron respiró profundamente el olor a plantas que en opinión de Félix la humedad volvía demasiado pegajoso. También tuvieron que detenerse en la piscina y en cada pasadizo que recorrían, como si Julia quisiera grabarlos en la mente o mejor dicho sacarlos de ella. Aquello no terminaba nunca. Paciencia, se dijo Félix.

– Así que aquí están Las Adelfas. Son las que en el sueño se llamaban Las Dunas. Estuve aquí y recorrí estos pasadizos, pero jamás habría encontrado el apartamento simplemente por cambiar el nombre.

– Hasta que no estuvieses preparada para despertar no podías encontrar el apartamento. Según el doctor Romano la mente elabora obstáculos y pone piedras en el camino, dificultades para darse tiempo a buscar soluciones. La verdad es que no es fácil saber cómo llegar a lo que se quiere ni dormido ni despierto. Y tú lo has conseguido.

También el apartamento fue escudriñado a conciencia y le interesó mucho la cocina y los utensilios que Margaret, la dueña de la casa, había traído de Inglaterra, algunos de los cuales Angelita no había podido descifrar para qué servían. A eso de las cuatro y media, completamente agotada por el esfuerzo de concentración que llevaba haciendo desde que salió del hospital, se duchó, se puso unos pantalones cortos y una camiseta, se enrolló el pelo con una toalla y se sentó en el sofá delante de la televisión apagada. Angelita le hizo un zumo de naranja y mientras se lo bebía pidió un cuaderno y un bolígrafo y empezó a anotar algo. Llevaba el anillo en la mano. Se lo había ajustado con un poco de algodón. Debió de notar que Angelita lo miraba porque dijo, «Me ha servido de mucho. Fue una gran idea ponérmelo. Ha sido mi talismán y cuando sentía que no lo llevaba todo empezaba a torcerse. Una vez lo extravié y creo que no me he encontrado tan perdida en mi vida. En el sueño era muy luminoso, deslumbrante».

– Si no hubiese sido el anillo, habría sido otra cosa -dijo Angelita-. Lo importante era que tú querías salvarte.

Hasta ahora nadie había mencionado la palabra salvación, a nadie se le había ocurrido. Salvarse, pensó Félix, ¿de qué se salva uno cuando se salva?

Al día siguiente, fue ella quien despertó a Félix. Ya estaba vestida con el mismo pantalón corto de la noche anterior y una camiseta. Félix miró el reloj, eran las nueve de la mañana.

Según Julia, no había dormido mucho, pero el rato que había dormido había soñado con una casa en un acantilado con la que recordaba haber soñado cuando estaba dormida en el hospital. Así que no tenía más remedio que ir a ver si esa casa existía y visitar todos los sitios por los que había ido y venido veinticuatro horas al día durante tantos días. Lo que había vivido suponía un excesivo peso en su conciencia y tenía miedo de volver a Madrid con todos aquellos fantasmas rondándole.

Repartieron el itinerario que había organizado en el cuaderno en cuatro días para que no se cansara demasiado. A veces salían los dos solos y otras, los cuatro porque era una manera de que Angelita y el niño se distrajeran. Julia miraba a su madre sorprendida por su nuevo aspecto pero no le decía nada. De vez en cuando cogía a Tito y lo apretaba contra sí hasta que enseguida se cansaba.

Lo más semejante que encontraron a la casa del acantilado en la dirección del faro era el hotel Regina donde se alojaba Marcus. Por supuesto Félix no le dijo nada. Tal vez Julia había visto este hotel en Internet o en alguna revista y se le había quedado grabado. Era lógico pensar, aunque él no fuera ningún entendido, que muchos sueños se crean por asociaciones.

Julia dijo que le gustaría entrar por lo menos en el vestíbulo, ver el jardín y la piscina y la vista, pero Félix puso todos los inconvenientes posibles ante el temor de que Marcus aún no se hubiese marchado y se tropezaran con él. Desde luego, sería el momento menos oportuno para un encuentro tan emocional. Así que dieron la vuelta y descendieron haciendo eses por una carretera llena de curvas, que según Julia había tenido que bajar corriendo de noche en algún momento de su largo y profundo sueño. En el fondo recorrer los lugares que iban aflorando del sueño de Julia era como visitar los sitios de la infancia, agrandados y deformados en el recuerdo.

Era increíble, pero así fue: Julia se emocionó al entrar en el supermercado.

Contó cómo había sobrevivido los primeros días bebiendo y comiendo en aquel paraíso terrenal. Pasaron por las estanterías de los yogures y de la leche en tetrabrik y todo tipo de envase inventado hasta la fecha. Cogió una botella y bebió de ella, luego la colocó en el carro, pasaron por la sección de ropa, quería comprar unas bragas y unas camisas de cuadros, de dos al precio de una, para Félix. Ahora sí que podía pagarlas y regalárselas. En una de ellas los cuadros eran de color tostado, igual que cuando en el sueño de Félix él y Julia corrían por la playa hacia una casa en un acantilado. Sin saber por qué, Félix no había olvidado el detalle de la camisa, y le pareció una llamativa coincidencia.

– ¿La camisa que me ibas a regalar en el sueño era igual que ésta? -preguntó Félix.

– Sí. Las hay en muchos supermercados y una vez estuvimos a punto de ponerlas en el carro, pero luego tú te echaste para atrás. Te parecían demasiado baratas.

En la sección de charcutería a Julia se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No sabéis lo que significa no tener absolutamente nada ni a nadie, encontrarse sola y perdida. Y, sobre todo, no entender nada.

Julia se empeñó en comprar una cantidad enorme de productos que no podrían consumir antes de volver a Madrid. Angelita observaba este comportamiento preocupada y un poco a distancia, pendiente constantemente de su nieto. Félix se calló que también este supermercado había supuesto para él un alivio y en cierto modo un refugio cuando los primeros días venía con Tito a comprar pañales y las cosas más urgentes. También había comprado una esponja para ella, cremas, un cepillo del pelo, champú y gel, pero eso era algo corriente, pertenecía a la vida normal de todas las personas y no merecía ningún comentario. Sin embargo ahora, si lo pensaba bien, también parecía un sueño, un sueño desasosegante como mínimo.

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