Si a Julia le había servido para mantenerse fuerte y activa para luchar y finalmente despertar, Félix se alegró de haber tomado aquella extraña noche un camino equivocado para llegar a la carretera del puerto y así haber pasado por el gran letrero en que ponía supermarket. Seguro que Julia vio el letrero y se lo grabó en la memoria porque Félix recordaba muy bien que ella dijo mirándolo: «Mañana tendremos que venir a comprar».
Julia iba a tiro hecho, sabía perfectamente qué estanterías buscar y qué productos mirar. Ahora le interesaban las cámaras de seguridad. Les hizo ir al pasillo de los vinos. Hizo que Félix cogiera a Tito con un brazo y empujara el carro con la otra mano para que lo grabara la cámara del techo, mientras que Angelita y ella se retiraban a un lado. Quería reproducir con toda fidelidad parte de uno de aquellos sueños suyos, en que la habían pillado robando en el supermercado y al mostrarle como prueba las grabaciones vio pasar en una de ellas a Félix y a Tito. Contó que se había sentido tan angustiada porque no los encontraba, que descubrirlos de pronto en los monitores fue el mayor respiro de su vida. Supuso una gran emoción pensar que también ellos habían estado allí, tan cerca de ella, y nunca lo olvidaría ni dormida ni despierta. De alguna forma, quería tener un recuerdo de aquel recuerdo. Así que les pidió que esperasen sentados en la sección de jardinería, y al rato volvió con una cinta de vídeo en la mano.
Acababa de comprobar en los monitores de seguridad del supermercado que la cámara del pasillo de vinos los había grabado exactamente igual que en el sueño. Por supuesto, a los de seguridad no les contó de qué se trataba, sólo que le haría mucha ilusión tener una copia de aquel momento y ellos, aunque bastante extrañados, se la dieron. Estaban acostumbrados a los caprichos de los turistas. Ellos no podían comprender que, aunque sonara enrevesado, le estaban entregando la imagen real de aquella otra imagen inventada por el inconsciente de Julia.
Luego se empeñó en ir a la oficina de personal para preguntar si allí trabajaba alguien llamado Óscar. No lo sabían. Francamente, no paraban de contratar gente. Eran empleos temporales, nada fijo, sobre todo en temporada alta. Además, ahora con los trabajadores extranjeros los nombres se complicaban mucho. Óscar, Óscar. Les sonaba, pero a saber de cuándo y de dónde.
También Félix hizo memoria, empezaba a sospechar que nada es tan gratuito en los sueños como parece y que el cerebro juega a combinar todo lo que tiene dentro.
– ¿No se llama Óscar tu jefe en el hotel? Seguramente de ahí viene el nombre.
De acuerdo, sabía que era absurdo buscar a Óscar, pero si hubiese sido para ellos tan real como para Julia, si hubieran hablado con él y le hubiesen mirado a los ojos como ella, entonces pensarían que una simple comprobación nunca está de más. Félix consideraba lo que estaba haciendo Julia más una cura que un rasgo de locura. Le parecía bien, cada uno pone en orden su cabeza como puede y lo que ella había experimentado en esa otra realidad debía de haber sido traumático. Una cosa es el sueño de una noche y otra es el sueño de muchos días, en que las visiones se van mezclando y van creando otras parecidas. ¿Cómo se puede dejar de soñar? Si no pudiésemos dejar de estar despiertos moriríamos, por eso ella tuvo que salir, aunque fuese un segundo, a este mundo y abrió y cerró los ojos en varias ocasiones, para escapar de su largo sueño y respirar, de la misma forma que se necesita cerrarlos y pasar a otra realidad también para respirar.
De todos modos, bajo su aspecto enfermizo y algo confuso, Félix detectaba que ocultaba algo. Veía un gesto raro en ella que hacía en momentos determinados, un tic que se le escapaba y que Félix siempre había dejado pasar de largo, hasta ahora en que la situación había cambiado y ya no podía evitar observar en Julia lo que observaría en cualquier otra persona a la que tuviera que prestar una cierta atención. Consistía en que Julia de vez en cuando apretaba los ojos como si el sol, aunque no hiciera sol, le molestase. Era un acto reflejo que declaraba que se guardaba algo.
La playa era el mejor tónico. Andar por la arena, los baños. El sol le iba dando ese aspecto más y más saludable, y el pelo parecía alimentarse de todas las vitaminas, sales minerales y oligoelementos que había por allí. La dotaba de una luz rojiza. Y más que bella resultaba una criatura extraña, de otro tiempo, de la Edad Media. Lo bueno era que no se cansaba como antes ni parecía distraída ni ausente. Según el doctor Romano el ser humano necesita dormir para que el cerebro se recomponga y sane, de hecho era imposible sobrevivir sin dormir, así que en el fondo lo que le había ocurrido a Julia es que habría necesitado un largo y profundo sueño reparador, y lo había tenido. Casi todo el tiempo transcurrido desde que Julia salió del hospital lo emplearon, aparte de en la playa, en buscar lugares iguales o parecidos a los de su sueño, los pocos que seguramente podía recordar. Era como hacer una excursión a otra dimensión.
La comisaría y la lonja existían de verdad, aunque deformados sobre todo en las partes que Julia no conocía y que en el sueño había llenado con su fantasía, como el interior de la comisaría y los funcionarios que había dentro y que nunca había visto al menos allí mismo, aunque sí probablemente en otro sitio. Y algo similar sucedía con la sucursal bancaria que, por la descripción, la había compuesto con detalles completamente reales.
También disfrutaron bastante del mercadillo. La probabilidad de que en Las Marinas montaran un mercadillo algún día de la semana era muy elevada y lo contrario habría sido raro, porque aparte de una costumbre que se remonta a los zocos árabes era una atracción turística que llenaba todos los paseos marítimos de la costa de puestos de artesanía y gorras, gafas del sol, bolsos y todo tipo de imitaciones de grandes marcas.
El mercadillo real y el del sueño, al igual que la sucursal real y la del sueño, ofrecían pocas sorpresas. Julia había recorrido muchos a lo largo de su vida y sacó el común denominador de todos ellos. No faltaban las flores, la fruta y la ropa diseñada expresamente para los mercadillos. Julia repetía que jamás olvidaría aquel verano ni aquel lugar en que había tenido la experiencia más desconcertante de su vida y que le había hecho ver las cosas de otra manera, de una manera más relativa o menos recta. También callejearon con el coche entre los intrincados complejos residenciales parecidos al suyo. Sin embargo, a lo que de momento no se atrevió Julia fue a aventurarse ella sola lejos del apartamento. Aun sabiendo que el no ser capaz de regresar al apartamento fue un argumento necesario en la pesadilla para darse tiempo a despertar en buenas condiciones, la primera vez que volvió sola de la piscina supuso casi una hazaña. Después se decidió a ir hasta la playa y recorrerla andando y a la vuelta dijo que todo se iba poniendo en su sitio. Hasta el quinto día no fueron a recuperar el coche al taller. Aunque lo habían dejado perfecto como si no hubiese ocurrido nada, Julia aún no se atrevía a conducir.
Fue ese día cuando cenaron en un restaurante del puerto bastante parecido a otro que en el sueño se llamaba Los Gavilanes. En realidad todos los restaurantes eran muy semejantes. Todos tenían cocina, mesas, camareros,
carta. Así que resultaba lógico que en Las Marinas existiera uno como el que describía Julia. Se le veía en una mesa redonda para ocho junto a una gran ventana. Tito donde mejor resistía era en la sillita. Se mostraba contento. Había aprendido a arrojar lo que agarraba con la mano, y Félix se agachaba constantemente desde su asiento para recogerle del suelo los muñecos de goma. Julia contemplaba embelesada a su hijo. De vez en cuando decía: «Es maravilloso que estemos aquí, juntos. No llego a creérmelo». Nadie de los que pasaban ante el ventanal y los miraban un segundo, nadie de los que también cenaban en las mesas contiguas podía imaginarse lo difícil que había sido que estas cuatro personas llegaran a reunirse, nadie podía sospechar que los envolvía una atmósfera especial, una atmósfera que sólo respiraban ellos.
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