Sólo dio tiempo a desempaquetar los platos y las cucharas de plástico, porque de pronto Angelita comenzó a mover angustiosamente los brazos como si se ahogara en una película muda. Félix y Abel entendieron que algo ocurría y miraron hacia Julia. Se inmovilizaron, se convirtieron en estatuas. No querían que el momento se rompiera por ningún lado. De nuevo Julia tenía los ojos abiertos y los observaba asombrada.
Duró un segundo, pero ¿qué es un segundo? Puede que toda la formación del universo durara un segundo, el mismo que Julia tardó en cerrar otra vez los ojos. Sin embargo, no les dio tiempo de apenarse porque enseguida volvió a abrirlos. Angelita se levantó y se situó junto a Félix. Julia volvió a mirarlos y también el resto de la habitación. Parecía un poco asustada o desconcertada. Fijó los ojos en la tarta que le habían puesto encima con la intención de que le llegara el olor y tuviera la sensación de que la comía. Movió la cabeza y un poco las manos y las piernas. Daba la impresión de estar muy cansada. Les dijo algo con los ojos que no entendieron. Angelita salió al pasillo y volvió con Hortensia.
Hortensia le hizo unas cuantas preguntas sólo por ver cómo reaccionaba y le quitó la tarta de encima.
– Bienvenida al mundo real -le dijo.
Félix le colocó a Tito, que estaba concentrado en su chupete y en dormirse, al lado y le cogió a Julia una mano. Julia se la apretó.
– Aún está entre dos mares, como si dijéramos -dijo Hortensia disimulando una pequeña alegría interior-. Ha llegado el momento de llamar al doctor.
– Ya estás aquí -le dijo Félix a Julia-. Estás con Tito, conmigo y con tu madre.
Julia miró a su madre. Seguramente al verla con este pelo amarillo y así vestida le parecería que estaba soñando. Llevaba puestos una camiseta negra de tirantes que dejaba al descubierto sus flacos brazos abrumadoramente pecosos y una falda larga de algodón rizado. En la muñeca se había puesto unas finas tiras de cuero que le había comprado a unos hippies. A Félix le asustó que esta visión pudiera confundir a Julia y que pensara que era ahora cuando estaba dormida y que tratara por todos los medios de despertar, lo que equivaldría a volver a sumirse en el sueño. Qué difícil era explicar que la realidad era real. Él mismo, si tomaba en cuenta su propia experiencia,
tenía que admitir que mientras soñaba nunca se cuestionaba que el sueño fuera real. Simplemente le ocurrían cosas y él sentía que le ocurrían y las emociones eran tan fuertes o más que estando despierto. Y si comparaba los sueños con la realidad, lo que de verdad los diferenciaba en su mente era que cuando estaba despierto podía recordar sueños, pero dormido no pensaba en la realidad porque creía que todo era realidad. La verdad era que basándose en hechos objetivos, nada era objetivo.
– Este sol brilla más -dijo Julia-. Creía que el sol era brillante, que era como un cristal, pero ahora que veo éste, el otro no era tan brillante.
Se encontraban tan excitados que Angelita no se marchó con Tito al apartamento. Hortensia le recomendó a Julia descansar porque el esfuerzo que había hecho para poder despertar seguramente habría sido agotador. Pero Julia dijo separando mucho una palabra de otra que mientras pudiera estaría despierta y que le aterraba la idea de dormirse de nuevo.
El personal sanitario estuvo haciéndole distintas pruebas hasta que por la noche Félix pudo contarle que había tenido un accidente y una conmoción cerebral sin gran importancia y que ya tendrían tiempo de hablar de eso. Increíblemente, Julia permaneció más tiempo despierta que antes del accidente, en que siempre estaba cansada y el sueño la rendía en cualquier parte.
Cuando el doctor Romano llegó a primera hora de la mañana ya sabía cómo iba la cosa. Dijo que había ocurrido lo que tenía que ocurrir.
– ¿Y si hubiese sucedido lo contrario, si no hubiera despertado? -preguntó Félix.
– Pues lo mismo. Habría ocurrido lo que tenía que ocurrir. Julia ha hecho lo que podía hacer. Si no hubiese podido, no lo habría hecho. El cerebro busca caminos e inventa recursos para ayudarse a sí mismo, para responder a sus deseos. Y el deseo de Julia era volver con vosotros.
– ¿El deseo puede hacer tanto?
– Necesitamos desear, amar y tener proyectos para ser recompensados. Se encuentra dentro de los mecanismos de supervivencia.
Sí, quizá Julia habría necesitado el amor por su hijo para sobrevivir y despertar. No le cabía duda de que Tito había tirado de ella, y también consideraba muy probable que hubiese tirado Marcus, precisamente por lo que el doctor decía del amor. Félix sonrió para sí, ahora volvían a ser importantes cosas irrelevantes hacía un momento, como lo que pudiera sentir Félix por la relación de Julia con el tal Marcus. Hacía un rato cualquier asunto, cualquier novedad se medía por la capacidad que tuviera de inducir a Julia a encontrar la manera de volver. Y tanto Marcus como la tarta de Angelita habían tenido en este sentido un valor científico. Ahora ya no.
Félix
Julia debía quedarse una semana más en el hospital para observar su evolución. Debían controlarla y hacerle diversas pruebas y unas cuantas sesiones de rehabilitación para recuperar el tono muscular y fue un alivio comprobar que durante ese tiempo la mejoría fue muy positiva. Al principio se resistía a quedarse dormida si no había alguien a su lado al que rogaba que pasado un tiempo prudencial de sueño hiciera todo lo posible por despertarla. Hasta que poco a poco fue tomando confianza y la trasladaron al apartamento.
Fue por su propio pie hasta el coche. Le dieron el alta un martes a la una de la tarde. Su madre le había dejado en el armario metálico ropa limpia y unas sandalias. Un vestido suelto con volantes en el bajo y pequeñas flores rojas y su mochila. Había adelgazado tanto que el vestido se le había quedado demasiado ancho. El día estaba nublado. Félix cogió la bolsa de plástico del armario y echó un último vistazo por si se dejaban algo. Recorrieron el pasillo lentamente. Ese día no vieron a Hortensia y no se pudieron despedir de ella. Julia dijo adiós a todos los que estaban en el pasillo los conociera o no.
– Así que aquí he estado ocho días completamente dormida.
Félix no contestó, no era una pregunta. Julia necesitaba ir haciendo pie en su vida y nadie podía ponerse en su lugar, ni siquiera él. Sentía un gran respeto por lo que le había ocurrido. Tuvieron que bajar al parking en el montacargas. Al cruzarlo, Julia sintió un escalofrío y Félix la cogió por los hombros.
Cuando entraron en el coche, Julia le dijo, «Tengo que decirte algo. Durante estos días he descubierto que soy capaz de hacer cosas que antes ni se me pasaban por la cabeza, algunas horribles».
– Pistabas soñando. No somos responsables de lo que hacemos soñando y además los sueños no tienen sentido.
Julia resultaba extraordinariamente frágil. Tenía el pelo algo sucio sin lustre, los últimos días habían bajado la guardia en el aseo pensando que dentro de poco podría bañarse a placer. Y el cuello y los brazos salían delgados y muy blancos del amplio vestido de florecillas rojas, la cara se le había afilado y la mirada aún nadaba entre dos mares, como diría Hortensia.
– Te lo aseguro, yo era yo. No era distinta de como soy ahora. Y en el sueño era culpable…, muy culpable.
Félix consideró que no valía la pena insistir en que nadie le da ninguna importancia a lo que hacemos soñando. En sueños uno puede hacer el amor con alguien que detesta y clavarle un cuchillo a alguien que ama, por eso había que interpretarlos.
– Pero ahora estás aquí, y aquí no eres culpable. Aquí todo es normal y corriente -dijo Félix temiéndose que no fuera del todo cierto.
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