Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Abel paladeaba cada sorbo de café y de vuelta a los ascensores con un paso más ligero que antes le preguntó.

– ¿Quieres de verdad a tu mujer?, ¿la quieres como a un brazo tuyo?, ¿la quieres tanto como a tu hijo?

Félix en un acto reflejo cogió a Abel por el codo para ayudarle a entrar en el ascensor. Era hueso y nada más que hueso.

– Creo que sí -dijo.

– Entonces olvídate de ése. No le des más dinero.

Para él era muy fácil hablar así. Desde el umbral de la muerte las cosas se verían más desnudas, sin los ropajes y florituras que inevitablemente les añade el futuro.

Cuando subieron, Marcus se había marchado. La habitación olía a colonia de hombre, más en las proximidades de Julia. Más en la butaca donde debía de haber estado sentado. Félix abrió de par en par la puerta del pasillo para airear el cuarto, puesto que la ventana estaba herméticamente cerrada. El semblante de Julia no era de felicidad. Estaba profundamente disgustada y dormida.

A las seis y media de la tarde, pensó que era la hora de ir a buscar a Angelita, Tito y la tarta que Angelita había estado haciendo toda la mañana.

Julia

Arrancó el coche y se dirigió sin dudar hacia el pueblo. Allí la esperaba el próximo objetivo, el restaurante Los Gavilanes y la mesa que había reservado días atrás para nueve personas a las dos y media, con la intención de que cuando no llegase nadie el encargado llamase al número de Félix, y que Félix comprendiese que era una manera de decirle dónde encontrarla. Confiaba en que los hilos que unirían al encargado con el mundo de Félix no estarían tan rotos como los suyos. Procuraría aparcar cerca y estar vigilando la puerta con los dos boj a los lados a las dos treinta. Pero hasta entonces podría hacer unas cuantas visitas, la primera al hospital. En un semáforo le echó valor y preguntó por la ventanilla a otro conductor si era domingo. El otro afirmó entre extrañado y receloso, ¿cómo podía alguien no saber en qué día de la semana vivía por mucho que se hubiese relajado en vacaciones?

Aunque intuía que la visita al hospital iba a ser inútil, no quería descartar ninguna posibilidad antes de empezar a gritar de desesperación. Para llegar había que circular por el interior entre bloques de casas y comercios menos turísticos, que hacían pensar en una vida auténtica. Otra vez las palmeras y las batas blancas, las camillas y la recepcionista del micrófono inalámbrico, que no entendía lo que Julia quería decirle. ¿Cómo iba nadie a preguntar por un paciente que no existía? Aquello no era un hotel y no tomaban recados para nadie. Bastante tenían con lo que tenían.

En el tablón no había ninguna nota de Félix. Tras revisarlo varias veces se quedó unos minutos apurando el estar allí sin saber qué más podía intentar, hasta que la situación llegó a ser completamente absurda y salió. Regresó a territorio más conocido por la carretera del puerto. Al ser domingo se encontraba saturada de coches y tardó más de la cuenta en poder aparcar en la explanada acostumbrada, cerca de la comisaría.

Mira por dónde podría subir y preguntar una vez más, pero después de lo que le había ocurrido a Marcus, después de su muerte, le parecía que entrar allí sería tentar la suerte porque todo el mundo notaría lo culpable que se sentía, y pasó de largo. Pero al volver la cabeza y mirar el edificio sintió que no estaba completo, que faltaba algo. Tuvo la misma impresión que con esos pasatiempos en que dos dibujos son iguales y en uno de ellos hay que descubrir siete errores.

Faltaba el grupo de africanos y Monique, lo que le daba bastante aire de soledad al edificio. Se habrían marchado a la playa a tumbarse al sol como lagartos. También faltaba el barco que hacía el trayecto a Ibiza y las redes tendidas al sol. Iba andando hacia Los Gavilanes. Sólo eran las dos. Tenía la impresión de que le había cundido mucho el tiempo. Hoy sólo olía a pescado vivo y lejano, el que traía la brisa del mar. Había desaparecido el denso y concentrado de la lonja. Por cierto, no veía la lonja, puede que la hubiese dejado atrás. Iría distraída. Se volvió a mirar. Era el este y la luz intensamente blanca del sol se le clavó en los ojos. Volvió a acordarse de las gafas de sol. Por un segundo pensó que se había quedado ciega. Se colocó la mano de visera, pero continuaba sin distinguir la lonja. De espaldas al sol tampoco la vio. Estaría confundida, y la lonja se encontraría mucho más adelante o mucho más atrás. No era la primera vez que pensaba que algo estaba en un sitio y luego estaba en otro, o que un lugar estaba en una dirección y luego estaba en otra. Los africanos podían no haber acudido hoy y el barco de Ibiza haberse marchado a Ibiza, en cambio la lonja no podía moverse del sitio, así que sería cuestión de buscarla, pero no ahora. Ahora no tenía ganas de buscar la lonja, porque no la necesitaba para nada. Lo que necesitaba era beber algo. Llevaba sin beber desde que desayunó y notaba que los jugos se le iban secando en el pecho y en la garganta. Si hubiese tenido que hablar con alguien no habría podido.

Subió por el paseo central hacia arriba, hacia la sucursal bancaria. Tanto la sucursal como el supermercado estaban en la misma dirección. Como el banco estaría cerrado, iría al supermercado, entraría en el baño y bebería agua aunque fuese del grifo. Lo increíble era que tenía la sensación de que en este paseo había palmeras, palmeras que sombreaban los bancos de piedra. Evidentemente sería una jugarreta de la imaginación, del deseo de ver palmeras aquí, porque en este momento no había ninguna. El sol caía de plano y se colaba entre los puntos grises y negros del cemento.

La presencia del banco con la oferta del depósito pegada en el cristal le confirmó que no se había equivocado de trayecto. Hoy no había mercadillo. Miró hacia arriba en busca del cartel del supermercado, que siempre había visto desde aquí, menos en este momento. En este instante no lo veía. Quizá se había caído o lo habían descolgado para repararlo. Siguió adelante y adelante. No daba con el súper y ya tendría que haber llegado. Tuvo miedo de deshidratarse. Algo le estaba pasando. Se desorientaba y no localizaba lugares donde había estado antes, como si desaparecieran del mundo o como si el mundo fuera desapareciendo poco a poco. Sí vio por pura casualidad, sin ser consciente de qué calles había cruzado ni cuánto se había desviado del punto donde debía estar el supermercado y no estaba, el bar de pescado frito en que había entrado una vez.

Pidió una botella de agua bien fría y preguntó dónde estaba el supermercado, no daba con él. El camarero se encogió de hombros. Era extranjero, acababa de llegar y no se había fijado en ningún supermercado. Bueno, qué más daba, de todos modos no era conveniente volver a ver a Óscar. Puede que le hubiera contado algo a la policía y que estuvieran esperándola. El agua le pasaba por la garganta maravillosamente fresca.

Si esto ocurre, ocurrirá por algo, ¿verdad?, preguntó a los seres invisibles. Gracias a ellos mantenía la esperanza. Su presencia significaba que había muchas cosas que no entendía y entre ellas estaba la desaparición de Félix y Tito. También podría ser que aquellas voces y aquellas manos que la tocaban de vez en cuando salieran de su propia cabeza. Tal vez el lunes si todo seguía igual debería acercarse al hospital y contarles que no sabía quién era ni dónde estaba, que al salir del apartamento la primera noche de su llegada a Las Marinas se desorientó completamente y que no sabía volver y que además había sufrido un episodio en que le parecía que algunas cosas desaparecían, se evaporaban, como si sólo se las hubiera imaginado, y que aunque ella pensaba correctamente y no encontraba nada raro en su forma de actuar y de discurrir, sabía que lo que le sucedía no era normal y por tanto algo fallaba, ella o el mundo, y para ser sensatos lo más probable era que fallase ella. Sólo había una objeción, y era que sí sabía quién era y dónde estaba. Sabía todo de su vida.

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