Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– No me lo creo -dijo.

Era evidente que no le importaba lo más mínimo la situación de Julia. Ni siquiera había preguntado qué le había pasado.

– Tal vez debería ir a Madrid para convencerle, pero no puedo dejarla sola. Estamos su madre y yo cuidándola y además tenemos un niño pequeño.

– ¿Cómo se llama el niño?

– Tito. Por supuesto, si decide venir tiene todos los gastos pagados. Sólo quiero que venga, que coja la mano de mi mujer, que le diga que la quiere, que la echa de menos y que la está esperando para vivir juntos el resto de sus vidas, que le diga lo que crea que a ella le gustaría oír.

Marcus hizo un ruido de desagrado. Estaba claro que para él Julia había sido un simple pasatiempo, que no significaba nada. Y Félix estaba sufriendo la gran desilusión de Julia, su decepción, su enorme frustración antes que ella misma. Puede que incluso el accidente se hubiese producido por una distracción al pensar en él.

– Entiendo que a usted ni se le pasaba por la cabeza rehacer su vida con Julia.

– Pero ¿qué dice? Para nada.

Para nada. ¿Sería capullo? Julia había puesto sus deseos y sus esperanzas en él, y él los despreciaba. Si lo tuviera delante, tendría que partirle la cara.

– Lo que le diga a Julia no le comprometerá. Lo urgente es que salga de este estado. Después nunca le molestaríamos y yo personalmente se lo agradecería. Estoy muy bien relacionado y en disposición de poder ayudarle si necesita regularizar aquí su situación. Le doy mi palabra.

– Una palabra no es nada de nada.

– Bien, si quiere algo más que mi palabra, hablaremos de ello cuando venga.

– Deme su dirección y si me decido me presentaré allí en cualquier momento del día o de la noche y no me haga ninguna encerrona, se lo advierto por su bien.

Félix colgó asqueado. Ahora no estaba seguro de que hubiese sido una buena idea llamarle.

Octavo día

Félix

Al verle, no le sorprendió que a Julia le gustase. Probablemente si él fuese mujer también le gustaría. No era alto, mediría uno setenta y poco y no era lo que se podría llamar guapo, tampoco feo, daba la impresión de tener una cara prematuramente envejecida por la vida cuando no debía de pasar de los treinta y ocho años, como mucho de los cuarenta. Los surcos, los pómulos marcados y la barba de dos días le daban una gran profundidad a los ojos grises. Félix se preguntó si todo aquello estaría estudiado. También parecía que no se había reído nunca ni que pensase hacerlo en el futuro. Llevaba el pelo rapado y Félix habría apostado a que tendría un tatuaje en la espalda. Iba limpio pero no atildado, aparentaba despreocupación por su aspecto y al mismo tiempo una gran seguridad en su cuerpo delgado y fuerte y en sus movimientos. Debía de tener más que comprobado que resistía cualquier postura, cualquier clase de pantalones, cualquier camisa. En conjunto resultaba extraño, con magnetismo, de los que se quedan en la retina y en los deseos de la gente.

Se presentó directamente en el apartamento sobre las once de la mañana, al poco de llegar Félix de pasar la noche en el hospital. Angelita, al ver a Marcus, se metió con discreción en el cuarto de dos camas con Tito y no se marchó con Julia como habría sido lo habitual. A decir verdad; sin que Julia dejara de ser el eje de sus vidas, la llegada de Marcus la relegaba a un segundo plano.

Dijo que había dejado la maleta en el Regina, que casualmente era el mejor hotel de la zona, con ascensor directo a una cala que la hacía casi privada. Dijo que contaba con que Félix pagaría la cuenta del hotel y del coche que había alquilado. Ya que estaba aquí se quedaría una semana más o menos. También necesitaría tres mil euros para gastos. Estaba pasando una mala época. Se los devolvería en cuanto encontrase trabajo. Era una manera de fijar un precio. Félix le dijo que le pagaría en cuanto hiciese su trabajo que consistiría en estar hablando con Julia varias horas en el hospital, recordándole los buenos momentos que habían pasado juntos y creándole ilusiones nuevas.

– Yo no estaré presente para que se exprese con total libertad. ¿Puedo confiar en que sabrá ganarse lo que le pago? Es mejor que las cosas queden claras al principio -dijo Félix, que creyó conveniente mantener las distancias y no pasar al tuteo.

Marcus movió imperceptiblemente la cabeza a derecha e izquierda pensando sin duda que Félix era un pardillo, un pardillo morboso quizá.

– A mí no me gustaría dejar a solas a mi mujer con su amante por muy inconsciente que esté ella.

Félix no contestó. Entre ellos sobraba esa clase de explicaciones. En cuanto hay dinero de por medio, uno nada más tiene que preocuparse de pagar, no de hablar.

– Podemos empezar al mediodía, antes o después de la comida, es igual.

– La mitad ahora -dijo Marcus.

Félix fue a la habitación a buscar la cartera. Quién le iba a decir cuando salieron de Madrid camino de la playa hacía ocho días que iba a vivir esta escena. Y quién le iba a decir que existía Marcus, o por lo menos no había querido sospecharlo.

– Ahora sólo tengo doscientos euros. Le iré dando el resto poco a poco.

Cogió el dinero con la mano izquierda, era zurdo. Llevaba unas botas con puntera que iban con su aspecto general. Y un hombre que llevaba esas botas pensaba bien lo que se ponía encima y lo que quería parecer.

Julia era Libra. Había nacido el 18 de octubre y su horóscopo de verano le aconsejaba que no corriera riesgos y que fuera flexible en los asuntos del corazón. En el restaurante de carretera habían comprado unas revistas y en el coche Julia había ido leyendo en voz alta su horóscopo, el de Tito, que era Acuario y el de Félix, que era Capricornio hasta que se quedó dormida. Se rieron porque a Tito le decía que tuviera mucho cuidado al firmar documentos comprometedores. Aún quedaban dos meses para que Julia cumpliera los veintinueve, pero Angelita era de la opinión de que como no pensaba asistir en el hospital al encuentro de Marcus con su hija, se quedaría en el apartamento preparando una tarta de chocolate que a ella le gustaba mucho y que siempre hasta los veinte años había estado presente en su cumpleaños sin faltar uno. Estaba segura de que de ser verdad que Julia era capaz de percibir lo que había a su alrededor la tarta la haría muy feliz.

Félix sintió que se desmoronaba por dentro y no quería que Angelita lo notara. De pronto su plan para despertar a Julia le pareció completamente inútil y lo más sensato sería llevarla a Tucson, y si en Tucson no podían hacer nada, entonces él ya no sabría qué hacer. De todos modos, entre ese momento de desesperanza final y este de desesperanza inicial estaba Tucson. Había que agarrarse a Tucson como a un clavo ardiendo. Le dijo a Angelita que iba a darse un baño y bajó las escaleras de tres en tres. Casi volaba de pura desesperación. No podía más. Necesitaba correr y que el cuerpo no pensara. Que no pensara el corazón, ni el estómago, ni las piernas. Y ojalá que tampoco pensara la cabeza. Corrió como un loco por la playa. Arriba y abajo sin cansarse. No podía cansarse porque la rabia y el miedo eran energía de primera, y si no la gastaba explotaría.

Cuando se dejó caer en la arena, se encontraba mejor. Muy bien, estaba Tucson. Tendría que vender el piso para llevarla allí, pero eso no le importaba lo más mínimo, era joven, ya compraría otro. Entonces, ¿por qué prefería este calvario, ir y venir al hospital e intentar mil cosas antes de llevarla a un centro donde sabrían qué hacer con ella? ¿Por qué se hacía el remolón? Tal vez el ser parte tan interesada en este conflicto no le dejaba pensar con claridad ni actuar bien. Se preguntó qué decisión tomaría Torres. Optaría por Tucson porque era lo reglamentario. Pero él no era Torres. Por mucho que Torres hubiese resuelto el caso del incendio, Torres no sentía respeto por la verdad sino por lo legal. El mar enviaba su brisa, su sal, su yodo, sus iones envueltos en una transparencia azulada que barría la playa y que le hacía razonar mejor: el doctor Romano no confiaba en que en Tucson fuesen a hacer gran cosa por ella, por eso Félix retrasaba el viaje.

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