– Ya está -dijo Angelita-, voy a darle un biberón a Tito y luego nos acostaremos.
Ahora ya no había barreras, esta noche se acababa de abrir el caso de Julia con todas las consecuencias, no le importaba que fuese un caso sólo espiritual, si lo pensaba bien todos los casos lo eran. Ya no haría la vista gorda ante nada. Dejaría que los detalles y los datos que fueran saliendo a la luz pasaran a su cabeza en crudo, sin adornos. Así que ya estaba en disposición de aceptar que a su suegra se le había afilado el brillo de sus pequeños y envejecidos ojos, tras revisar los objetos de Julia, como si algo le hubiera llamado la atención.
– Me gustaría que antes tocaras una por una las cosas que hay ahí.
– ¿Lo crees necesario? -dijo con ese nuevo brillo.
– No, así no -le recriminó Félix viendo que se limitaba a pasar la mano por ellas-, sintiéndolas, grabándolas en tu mente.
Angelita era un libro abierto. El cepillo plegable del pelo, la barra de labios y demás objetos de su hija no le impresionaron, la mano no registró el más mínimo sobresalto, sin embargo, al llegar a los papeles con notas y números de teléfono, Félix detectó el micromovimiento de querer alejarse de ellos y al mismo tiempo de no querer que se notara. Entonces Angelita se levantó y se fue hacia la placa vitrocerámica guardando para sí lo que había descubierto o lo que no podía decir. Preparó el biberón en silencio.
Félix muchas veces en su vida habría preferido no darse cuenta de nada, en el colegio por ejemplo habría preferido no ser consciente del rechazo de algún profesor, apenas perceptible si él no fuese como era. No habría perdido nada y habría ganado mucho no enterándose. Y ahora, de no exigirlo las circunstancias, preferiría no saber qué estaba ocurriendo en aquellos papeles garabateados. Cada uno sobrevive a su manera y todo el mundo puede conseguirlo porque ésa es su obligación. Así que Julia con un poco de fuerza e ilusión sobreviviría, y él también sobreviviría a cualquier noticia desagradable que pudiera darle su suegra.
Tito se tomó ansiosamente el biberón. Angelita lo cuidaba muy bien, su flaco brazo lo sostenía por la nuca con fuerza como si se hubiera olvidado de la edad y los achaques. Luego le cambió el pañal y lo acostó mientras Félix desenchufaba el móvil de Julia y lo abría. Revisó las llamadas y los mensajes diciéndose que no estaba escudriñando el teléfono de Julia, sino del «caso Julia». Y en un eventual informe tendría que hacer constar que su mujer la noche del accidente había hecho dos llamadas a un número desconocido para él. Y en este instante no pudo por menos que sentir cierta congoja en el estómago, la congoja de la sospecha. La operación mental de la sospecha tenía comprobado que podía desencadenar distintas sensaciones con variedad de matices y grados de intensidad. En este caso concreto era muy fuerte, era de congoja.
El mismo número se repetía la tarde del accidente coincidiendo con la parada en el restaurante de carretera. Posiblemente había hecho la llamada desde los lavabos, y también aparecía los días anteriores, siempre llamando ella, nunca recibiéndola. Con aprensión creciente pulsó el buzón de voz por si acaso se conservaba algún mensaje antiguo, pero sólo había uno de Angelita y otro del hotel.
Con el móvil en la mano miró al techo, como si allí estuviera escrito lo que pensaba. Pensaba que creía haber visto ese número de teléfono en uno de los papeles guardados en el bolso. Fue a la mesa, intentó serenarse pensando que se trataría de alguna gestión que llevaba entre manos. Se oyó el ruido de la cisterna, Tito ya debía de estar en la cama. El destinatario se llamaba Marcus. Su nombre estaba apuntado con este mismo número de móvil en un papel que tal vez había encendido el brillo de los ojos de Angelita. Marcus. ¿Sería este nombre el que su subconsciente le había ordenado que buscase por medio del sueño de la mochila en la playa?
Angelita llegó frotándose crema en las manos.
– ¿Quién es Marcus?
Ella como respuesta se limitó a sentarse frente al televisor, cuyo resplandor parpadeaba en medio de la oscuridad que entraba por la terraza. Permaneció mirándolo con cara ausente. Y Félix consideró que las palabras sobraban y que lo mejor era ponerle ante los ojos el papel en que estaban escritos el nombre de Marcus y el teléfono.
– No sé cómo explicarlo, puede que esté confundida, pero creo que es su amante -dijo Angelita sin dejar de mirar la televisión.
¿Su amante? Era increíble, tendría que preguntarle a Angelita cómo había llegado a esa conclusión, cómo lo sabía, pero sería en otro momento, porque ahora le venían a la memoria detalles en tropel que deberían haberle puesto en guardia si él hubiese estado dispuesto a considerarlos.
– ¿No será un amigo? ¿Un compañero de trabajo?
Angelita negó con la cabeza.
– A veces pasan estas cosas. Sobre todo después de tener un hijo una mujer necesita saber que sigue gustando.
– A mí me gusta. Me gusta más que antes.
– Esto no tendría que decírtelo yo. Pero así son las cosas y no puedo ocultártelo. Está loca por ese chico, Marcus. Un día en que estabas de viaje me pidió que me quedase con Tito y pasó toda la noche fuera. Me cuesta mucho trabajo decirte algo así, es muy duro y creía que no iba a perdonárselo, y ahora ya ves, casi no tiene importancia.
Los pequeños ojos claros de Angelita estaban enrojecidos. Félix se sentía mareado y salió a la terraza. La pantalla de la televisión se veía dentro, en el cristal de la puerta y en el firmamento, multiplicada como un espejismo. No le molestaba, necesitaban compañía, cualquier clase de compañía.
– ¿Estás segura de lo que dices?
Vio en la pantalla reflejada en el cristal cómo asentía de una forma que no dejaba lugar a dudas.
Le contó que Julia lo había conocido en el hotel y que aunque no estaba alojado allí, iba todos los días por la cafetería a tomar café, también le gustaban el vodka y la ginebra. Era de los llamados países del Este, y Julia le dijo que había estado en la guerra y que era el hombre más atractivo que había conocido en su vida y que era superior a sus fuerzas lo que sentía por él. Cuando acabó de hablar, Angelita dejó caer la cabeza hacia delante como si se hubiese quedado dormida o como si estuviese mirándose el pecho y profundizando en él, como si estuviera replegándose hacia el interior. Por su parte Félix cerró los ojos un momento y al abrirlos vio las estrellas, la luna, las sombras, a sí mismo en el cristal, a su suegra. Todo estaba fuera de él, dentro ya no tenía nada. Había vuelto a estar solo, pero con un hijo y una mujer inconsciente en un hospital.
– Está bien, vete a dormir. Yo vuelvo al hospital. No es conveniente que Julia se quede tanto tiempo sola.
Julia
Por la noche se había gastado casi todo lo que tenía en un bocadillo, una botella de agua de litro y medio y gasolina para poder venir a dormir al lugar de costumbre. Compró el bocadillo en el bar más cochambroso y barato que encontró y podría haberse ido sin pagar, pero dadas las circunstancias prefería no verse envuelta en ninguna pelotera.
Aparcó el coche mirando hacia la Osa Mayor. Era una suerte haber nacido y poder ver las estrellas. Tenía ganas de que Tito se diera cuenta de todas las maravillas que lo rodeaban. Estuviera o no estuviera ella, eso no cambiaría. Se comió el bocadillo todo lo parsimoniosamente que pudo para que mientras tanto le entrara sueño.
Ya no tenía dificultad en saber ponerse cómoda. La almohada hecha con las toallas y los pantalones, la manta más que nada para sentirse protegida y las ventanillas abiertas esta vez dos dedos en lugar de uno. Esto era todo.
Al despertar por la mañana no movió un músculo, aún conservaba frescas las palabras del ángel Abel diciéndole mientras dormía que pronto tendría que marcharse por un motivo mayor. Le había dicho que tenía el presentimiento de que ya no podría hablar muchas veces más con ella y quería que supiera que no la abandonaba, sino que no podía elegir. Repasó varias veces este mensaje lamentando no poder intercambiar unas palabras o unos pensamientos con él. Se limitó a interpretar que al ángel Abel no le parecería abominable el suceso de Marcus porque en ese sitio desde el que él observaba a los humanos regirían otras leyes.
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