Dejaron los coches juntos, y Romano sin mirarle siquiera abrió el capó y sacó un caballete y un maletín. Se cambió los zapatos por unas chanclas y se quitó los pantalones. Debajo llevaba una prenda mitad bañador mitad pantalón corto. Las piernas eran algo más fuertes que los brazos, como si de pequeño hubiera hecho mucha bicicleta. Al quitarse la camisa de rayas blancas y rojas quedó a la vista una camiseta de manga corta. Dobló cuidadosamente pantalones y camisa y cogió el caballete y el lienzo. Félix le ayudó con el maletín. Se instaló de cara al paisaje que estaba pintando. No lo hacía mal ni tampoco bien. Se puso una gorra con visera que llevaba en el bolsillo del bañador-pantalón.
– ¿Los vende?
– Bastante bien, pero no pinto por dinero.
La brisa movía los reflejos del sol y las sombras en ráfagas.
– Me encanta esta luz -dijo mirando el cielo con ojos de experto-. ¿Ha decidido ya lo de Tucson? No quiero ser reiterativo, pero allí sabrían aprovechar mejor estos picos en su evolución. El que abra los ojos un instante y vuelva a cerrarlos y continúe en el mismo estado aquí no sabemos cómo valorarlo.
– Tengo un plan -dijo Félix contemplando el cuadro mientras pensaba en Julia-. Parece evidente que Julia sueña.
– Es muy posible -dijo Romano.
– Podría ser que en su sueño estuviera luchando por encontrar la salida que la traiga de nuevo al mundo.
Romano se concentró un tiempo excesivo en dar unas pinceladas.
– No le aconsejo ese camino, es demasiado complejo. No está suficientemente documentado al menos desde el punto de vista científico. Ya hemos hablado de esto alguna otra vez. Siempre se han estudiado los sueños que se han tenido, no los que se están incubando. Esta parte, por lo menos hasta ahora, era cosa de chamanes y gente así. Vuelvo a insistir, deberíamos ponerla en manos de gente más especializada -se giró con el pincel en la mano-. Usted solo no puede hacerlo a no ser que piense que es un juego y que no le importe jugar con la vida de su mujer.
Estas palabras le habrían herido de dar en el blanco, pero no había un blanco, no había una solución ni un camino seguro, no había nada. En ningún momento Romano le garantizaba que en Tucson fuesen capaces de despertarla.
– Estoy intentando entenderla -dijo Félix-. Ahora sueño más que antes. ¿Cree usted en los sueños lúcidos?
– Todo es posible, pero yo soy un científico y he de apoyarme en hechos. Personalmente nunca he tenido un sueño lúcido. Nunca he sabido que estaba soñando. Usted no puede hacer nada. Todo lo que haya que hacer lo hará ella. Tenga en cuenta que cuando soñamos ensayamos estrategias de supervivencia al quedar la mente libre de distracciones y que por tanto sería posible pensar que ella esté inventando una historia o una manera de poder despertar.
Julia
El mimbre del sillón de la terraza de Chez Mari Luz se estremeció al levantarse. Se tocó el anillo y las llaves del coche para cerciorarse de que las llevaba consigo. Pasara lo que pasara no volvería a distraerse y a perder de vista lo poco que tenía. Por una parte se encontraba más tranquila que antes. Marcus ya no la perseguiría: había muerto al resbalarse al salir de la ducha en un charco de agua que fortuitamente había en la pieza contigua. Se había dado un golpe en la cabeza con un sinfonier y al no recibir asistencia inmediata había muerto. Lo había encontrado el personal de la limpieza porque la puerta que daba a la parte trasera de la discoteca estaba entornada, lo que les había extrañado a todos, ¿por qué dejaría la puerta abierta mientras se duchaba?, y aunque no fuera tan extraño, cualquier cosa en estas circunstancias puede resultar rara.
Al oír esta noticia por boca de Óscar, Julia sintió el impulso de contarle la verdad, para que las piezas encajaran también para él y todo tuviera sentido. Si algo tenía sentido para dos parecería más auténtico que si nada más tenía algo de sentido para Julia. Pero se contuvo. Ahora había que pensar en la policía, en que no sospechara de ella.
Policía. Jamás se le habría ocurrido que esta palabra pudiera tener nada que ver con su vida.
– Lo de anoche sólo lo sabíamos el pobre Marcus, tú y yo. Ahora, tú y yo. Es mejor que nadie más se entere y nos evitaremos problemas -dijo Julia-. La diadema que vendiste era robada, pertenecía a una chica que se iba a casar. Un resbalón lo tiene cualquiera.
– No te creo, ¿cómo puedes saber a quién le robó la diadema?
Julia se metió en su coche dejándole con la palabra en la boca. Mientras arrancaba, le vio de pie repitiendo la pregunta.
– ¿Cómo puedes saberlo?
No le contestó que se lo había contado Sasa porque no sólo lo sabía por eso.
Se marchó hacia la playa como tenía previsto sin sentir ninguna lástima por Marcus. Incluso muerto, lamentaba que siguiera vivo en su conciencia. Y sobre todo lamentaba haber tenido que ser ella quien lo quitara de en medio. Cierto era que Marcus podía haberse librado de este accidente simplemente dándose cuenta de que había agua en el suelo o cayendo de lado y no hacia atrás, pero también era cierto que sólo aparentemente había sido un accidente y que ella había vertido el agua allí para que se matara. Y el hecho de que todo hubiese ocurrido como había deseado la sobrecogía, porque no era fácil que alguien joven y fuerte se matara de esta manera tan sencilla. Era su deseo de matarle el que lo había matado. Descendió hasta el pueblo pensando que ya no era la misma persona de hacía un rato. Aunque moralmente podía justificarse pensando que había sido en defensa propia, para la policía sería un homicidio o un asesinato, no estaba segura. Sus huellas estaban por la habitación y el portero de la discoteca sabía que había estado con él. Sólo tenían que seguir el rastro de la culpabilidad para dar con ella.
A su izquierda quedó la discoteca. Quién le iba a decir la primera noche que la pisó que aquel hombre que le prestó el móvil y con el que bailó, aquel hombre que olía un poco a ginebra y tenía los ojos maravillosamente grises iba a morir por intervención de ella. Uno ponía el pie en un sitio y el universo se removía. Cuando volviera con Félix y Tito, ella tendría una vida desconocida para ellos, sería como regresar de la guerra o de un exilio o de un viaje muy largo.
Aparcó más lejos de lo habitual, en una zona en que la capa de arena era más profunda y al andar se le hundían las zapatillas hasta los cordones. Se tumbó en una parte donde aún tardaría media hora en llegar la última y fina ola de mar. Cerró los ojos y cuando los entreabría a lo lejos veía un yate. Lo más bonito de los yates era verlos e imaginarse a la gente en cubierta divirtiéndose, pensaba cada vez más y más cansada. Era un cansancio profundo que la iba hundiendo en la arena, y aunque quisiera no podía moverse, porque a pesar de no estar completamente dormida los músculos no le respondían. No era la primera vez que le sucedía algo así, por lo general le pasaba cuando estaba agotada al límite. Entonces seguramente ocurría que el cerebro no tenía potencia para mandar las señales correspondientes al resto del cuerpo, o no quería, o estaba entretenido en otros asuntos. La sensación era la de colarse por un agujero oscuro dentro de su propia mente y era angustiosa, tanto que hacía esfuerzos sobrehumanos para despertarse del todo. Debía de ser algo así como nacer o morir, pero sólo si uno se resistía, si se oponía con fuerza a ese hecho natural y no se dejaba llevar como Julia ahora se estaba dejando llevar.
Se dejó resbalar por el hoyo de arena. Dejó que mil manos suaves e invisibles la hundieran más y más. Se dejó arrastrar por una corriente oscura. El viaje no era doloroso ni incómodo, y sólo se volvería infernal luchando contra él. De esta manera duró poco y cayó dormida. Profundamente dormida. Se vio en una habitación, que no conocía, en una cama, rodeada por Félix, Tito, su madre y un hombre mayor y muy delgado que podría ser don Quijote en pijama. Por la ventana entraba un rayo caído de la parte más azul del cielo. Llevaba en este cuarto toda la vida, y llevaba toda la vida teniendo la sensación de que esta situación era extraña.
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