Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– Espero volver a verte -le dijo Sasa sonriente-. Ya sabes dónde está la salida.

Llegó a la verja seguida por Krus. Ya casi se habían acostumbrado el uno al otro. El aire era caliente y las sombras pesadas. Había un denso olor a pinos. La vida mareaba. Cuando abrió la verja, Krus se sentó con la lengua fuera.

– Adiós -le dijo Julia.

Por fin se encontraba en la calle. Al comprobar que el coche seguía donde lo había dejado sintió una gran alegría, a su pesar porque hasta que no encontrara a Félix y a Tito no quería experimentar ningún instante de felicidad. Por eso le parecía justo y reconfortante que tras unas horas de placer en la cama de Marcus, lo que siguió en la discoteca fuese tan desagradable y que no tuviera ninguna nostalgia de esa horrible persona, sino todo lo contrario.

Buscó en la guantera algo con que ajustarse el anillo. Se enrolló un poco de papel y metió la llave en el contacto. El coche arrancó. Ahora sabía que podría estar peor de lo que estaba. Podría no tener el coche, ni el anillo, ni ningún espíritu o ángel que velara por ella y la guiara. Echaba de menos que los espíritus le hablasen, que la tocaran, que le dijeran cosas que a veces no comprendía.

Antes de llegar a la primera curva asomó el morro un coche, que le hizo una señal con las luces. Era Óscar. Prácticamente se le atravesó. Julia se detuvo y Óscar salió. Asomó la cabeza por la ventanilla de Julia.

– He pedido una hora libre para hablar contigo. ¿Me dejas entrar?

Julia no contestó. No le apetecía que se sentara de nuevo en el coche. Salió y se apoyó en la carrocería, pero estaba tan caliente que se separó un poco de ella.

Agradeció que Óscar llevara puesto el uniforme del supermercado y el pelo menos repeinado y con menos gomina.

– Aquí fuera nos vamos a asar -dijo Óscar.

La verdad era que entre el olor de los pinos, de los matorrales, de la tierra y el calor casi no se podía respirar. Decidieron verse en el bar de un restaurante que había bajando a la derecha y que se llamaba Chez Mari Luz. Llegaron cada uno en su coche y se sentaron en una terraza cubierta por un toldo. Julia se pidió una coca-cola que no pensaba pagar. Y Óscar un café. Óscar dijo con cara de asco que acababa de reponer quinientas coca-colas en las estanterías y que no podía ni verlas.

– Sé lo del anillo. Me lo ha dicho Sasa por teléfono. También le has dicho que eres mi novia.

– Sería muy largo de explicar, pero te he hecho un favor, créeme. Te lo he hecho después de que me abandonaras con Marcus en esa casa, que encima no es su casa.

Óscar la miraba a la espera de que ella dijera algo más.

– ¿Y qué pasa con la diadema? ¿De dónde la sacaste? Sasa me la ha enseñado.

Óscar tuvo que hacer memoria.

– ¿Una de perlas, brillantes y oro blanco? Marcus me pidió que la vendiese por él.

La cara de Óscar era sombría pero no amenazante. Miró el reloj y luego juntó las manos y se entrelazó los dedos nervioso.

– ¿Te contó cómo la había conseguido?

– Como él lo consigue todo, ¿qué quieres que te diga? -contestó Óscar-. Creo que fue en Madrid. Yo no tuve nada que ver con eso, sólo le busqué un cliente.

Julia iba a añadir que Marcus se llevó el coche y la dejó allí tirada, pero algo la detuvo. Era Félix en su cabeza pidiéndole que no diera más información de la estrictamente necesaria.

– ¿Es ése el famoso anillo? -preguntó Óscar sin interesarle y sin esperar contestación-. ¿Sabes? Me ha sorprendido verte con el coche. Marcus me dijo que se lo había llevado él.

El primer impulso de Julia fue llamarles hijos de puta, lo que no ayudaría absolutamente nada a aclarar la situación.

– Pues no es así. Me lo llevé yo.

– No te creo. Nada más había un coche en la casa en ese momento y Marcus tuvo que regresar de alguna manera. Yo me llevé el suyo.

– Dejé a Marcus en La Felicidad.

– ¿Lo dejaste y te fuiste?

– Sí, ni siquiera salí del coche.

Julia se alarmó ante la sospecha de que Marcus de un momento a otro apareciese por allí y entre los dos le robasen todo lo que tenía. Reaccionó como pudo.

– Marcus te engaña, no te ha dicho la verdad ni jamás te la dirá.

– Marcus no puede decir ya ni pío -dijo Ó scar con las mandíbulas desencajadas y los ojos cansados como tras una larga noche sin dormir.

Julia pegó un largo sorbo a la coca-cola, que ya había perdido el frescor. No se había dado cuenta de que llevaba todo el rato asida fuertemente a la botella, por lo que la mano estaba fresca y el grueso cristal caliente.

– ¿Por qué dices eso? -preguntó con cautela.

Félix

Llegó al hospital antes de que saliera su suegra. Le había cambiado el pañal y la camiseta a Tito, le puso una azul claro, la primera que encontró a mano sobre un montón de ropa lavada y doblada. También Angelita se encargaba de que todos ellos llevasen ropa limpia. Le dejó los mismos pantaloncitos rojos y le pasó la esponja por la cara, la cabeza y las manos. Había llenado dos biberones de zumo y agua. Y había puesto música en el coche. Tito parecía muy contento. En la 407 Angelita dormitaba en el sillón con las piernas estiradas sobre una silla. En cuanto a Julia, Félix diría que estaba pasando por una fase REM. Movía los ojos muy rápido y nada el resto del cuerpo. Seguramente su gran agitación interior se llevaba toda la fuerza. De pronto Félix notó que echaba de menos algo. Repasó lo que se veía de Julia, lo que no estaba tapado por la sábana y vio que faltaba el anillo. El anillo, puede que todo su nerviosismo se debiera a que estaba angustiada por la pérdida del anillo, quizá lo estaría buscando en el sueño como una desesperada, Julia era muy obsesiva para esas cosas.

Buscó en el baño entre las mediciones de orina y luego por la habitación cada vez más inquieto, como si también estuviese en la fase de sueño de Julia. Por fin lo descubrió sobre el armario metálico. Brillaba con la luz de las seis de la tarde y al ponérselo a Julia en el dedo le dio un aspecto muy bello. Sólo le quedaba la goma del suero y tenía una cánula puesta por si había que medicarla, pero las cosas que le hacían se habían reducido a lo básico: alimento, limpieza y observarla mediante analíticas, tensión.

El doctor podría tener razón con lo de Tucson, la situación no parecía tener otra salida.

Luego colocó a Tito al lado de su madre, su cara junto a la de ella, pero enseguida le llamaron la atención aquellos bucles rojizos y empezó a enredarlos con sus pequeños y ágiles dedos. Hubo que retirarlo, y entonces Tito empezó a gimotear. Tal vez ya tenía recuerdos y sabía lo agradable que era el calor y el olor de su madre aunque estuviera cruzado por la mezcla de antibiótico y desinfectante del hospital.

Abel entró dando las buenas tardes, y Angelita se incorporó del sillón bostezando para coger a Tito en brazos, pero entonces vio a Julia y se paralizó.

– ¡Julia! -exclamó.

Abel se calló en seco.

Julia tenía los ojos abiertos y los miraba. En ese instante todos ellos rodeaban la cama.

Félix se acercó y se inclinó sobre ella. Le pasó la mano por la frente.

– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó tratando de controlar la emoción.

– ¡Hija mía! -dijo Angelita casi con un grito, pero los ojos de Julia se fueron cerrando mientras observaba a Tito.

Angelita fue hacia ella y le puso de nuevo a su hijo al lado. Su carita llena de lágrimas junto a la suya, mientras la llamaba. Félix se acercó más llamándola también sin cesar. Angelita cogió la esponja, la mojó con agua fría y se la pasó por la cara, por los brazos, pero Julia se limitó a respirar pausadamente y muy lejos de ellos. Había vuelto a su mundo.

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