Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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¿Se tardaría el mismo tiempo en ver una habitación imaginada o soñada que en ver una habitación de verdad? No era capaz de calcular cuánto había tardado él en contemplar la del sueño, podría haber sido una hora o un segundo. ¿Viviría Julia más deprisa que él? Lo cierto era que durante los minutos que él tardaba en ir del baño a la cocina, el tiempo del pensamiento permitía andar kilómetros. Esperó tumbado en la cama. Eran las tres de la tarde, y no sabía qué hacer. Podría quedarse aquí leyendo bajo los dibujos que los claroscuros formaban en el techo. O podría leer en el borde de la piscina y darse un chapuzón, aunque tal vez hiciese demasiado calor para Tito incluso debajo de una palmera. Lo que sí hizo fue traérselo a la cama. Se estaba mejor aquí dentro, protegidos del resplandor apabullante de fuera. Le puso encima unos muñecos de goma y el sonajero para que jugara a su manera. Los cogía con los pies y las manos hasta que se le caían o los lanzaba con toda la fuerza que podía. Puede que en lugar de jugar estuviera luchando por dominar aquellos cacharros que se le escurrían.

– Tito -dijo Félix poniendo cara de alegría-, esta tarde vas a ver a mamá. Mamá te quiere mucho y seguro que está pensando en ti todo el tiempo.

Aunque estas palabras ahora no pudiera comprenderlas, cuando pudiese ya estarían ahí, circulando por la materia gris como la sangre por las venas. Estaba aburrido de tratar con clientes que no sabían ni les preocupaba lo que tenían en la cabeza cuando eso era precisamente lo que les impulsaba a hacer lo que hacían. A veces le contaban mil cosas que les habían sucedido en la vida, pero eran las que no recordaban, las que no controlaban las que más importancia tenían. Félix no era psiquiatra ni psicólogo, se basaba en la pura observación, en los movimientos del cuerpo y de la cara, de los ojos, de los labios, el entrecejo. En cada gesto se ponían en funcionamiento cientos de músculos, que revelaban más de lo que se decía, pensamientos semienterrados entre otros pensamientos que se abrían paso por pliegues minúsculos y contracciones veloces. En el caso de la diadema de la novia supo que el novio no era culpable porque además de que perdía más que ganaba, su voz monótona al responder a las preguntas revelaba objetividad, indiferencia y falta de compromiso personal en el asunto del robo.

Julia

Según iba ascendiendo por aquellas curvas cerradas camino de la casa del acantilado se maravilló de que la noche anterior las hubiese recorrido a pie en tan poco tiempo. Por lo menos había ocho kilómetros, eso sí, ayer cuesta abajo, hoy cuesta arriba por suerte en coche. De todos modos, aún sentía las piernas duras como piedras.

Le fue fácil dar con la casa. A la luz del sol resultaba fastuosa. Era blanca, enorme y con distintas alturas. Parecía que levitaba sobre el mar y también parecía un transatlántico. Al llegar al final del camino de tierra, giró y dejó el coche mirando hacia abajo, hacia el camino de vuelta. No sabía qué podría pasar y era mejor tener ya hecha esta maniobra. Al pulsar el timbre con la mano vendada, casi no le dolió. Por entre el enrejado salían oleadas de verde, oleadas de olor a tierra mojada y el lejano chapoteo de la piscina. En un buzón señorial, negro y dorado, ponía Alberto y Sasa Cortés. Un perro llegó hasta allí ladrando como un loco. ¿Un perro? Por la noche afortunadamente no hubo perro. El vídeo que había en la puerta se activó.

– Krus, cállate, no alborotes -era la voz de Sasa. Tenía que gritar para hacerse oír-. ¿La manda la agencia?

Julia pensó que lo importante era entrar y una vez dentro ya vería. Así que contestó afirmativamente. Se oyó el chasquido de la verja al abrirse.

– Adelante. No tenga miedo, no hace nada, sólo es juguetón. Krus, ¡quieto, Krus! -dijo la voz por el interfono.

El perro le enseñó los dientes. Julia confiaba en Sasa, en que estaría vigilando aquel encuentro.

– Hola, guapo -dijo Julia, poniendo los pies en un hermoso sendero hecho con traviesas de madera que no había visto con claridad por la noche.

Había más árboles de los que creía, con intensos ramajes verdes, lo que hacía más soportable el calor, y el calor hacía muy agradables las sombras. Fuera quedaba un mundo más salvaje y menos organizado que este jardín. El perro iba ladrándole y gruñéndole, a veces se le adelantaba y otras, la vigilaba desde atrás. Julia pensó que lo que debía hacer era no salirse de las traviesas y no andar demasiado deprisa, fingir toda la naturalidad posible. Respiró cuando vio a aquella dama desnuda bajo una túnica blanca transparente. Había que mirarla todo el rato a los ojos para no mirarle nada más. Acarició la cabeza de Krus.

– Pero qué pesado eres -le dijo su ama, y Krus se calló, de lo que se deducía que este animal iba más allá de cualquier ser humano y leía el pensamiento de su ama y que por tanto poseía poderes sobrenaturales-. Pasa, voy a enseñarte la casa. No tengo ganas de buscar más. Me caes bien -le cogió un mechón de pelo con la mano-. ¡Qué pelo tan bonito! ¿Es natural?

Sin darse cuenta Julia, habían empezado a subir la escalera de caracol. Con luz natural, que entraba a raudales, todo era más fastuoso.

– Como verás -dijo Sasa-, es muy grande, pero no tienes por qué preocuparte porque sólo usamos una parte.

Al pasar por la habitación malva, la abrió.

– Mi hija ya es mayor y viene de pascuas a ramos. Por eso nosotros hemos decidido no estar aquí todo el tiempo y ver mundo.

Aún estaba revuelta la colcha sobre la cama tal como Julia la había dejado.

– ¿Cómo se llama su hija?

A todas las madres les encanta hablar de sus hijos. Julia de buena gana también le diría algo de Tito, de lo despierto que era y que tenía una carita que daban ganas de comérsela.

– Se llama Rosana. Se casó hace unos dos años, pero si te digo la verdad… no la entiendo. Estos chicos de ahora no saben nada, no aguantan nada. Me preocupa más que cuando vivía en casa.

Rosana… ¿Dónde había oído ese nombre últimamente?

Por fin quedaba definitivamente descartado Marcus como hijo de la pareja, por lo que su presencia en la casa formaba parte de un engaño urdido ¿para robarle el coche? Desde luego se habían tomado muchas molestias por un coche que tampoco era nada del otro mundo. Con esas estrategias podían haber conseguido algo mejor.

– Yo también tengo un hijo -dijo sin poder reprimirse-, aún no anda… Soy madre soltera.

Sasa se detuvo. La túnica se le pegó al cuerpo, principalmente a los muslos. ¿Podría ser que el que esta chica fuese madre supusiera un inconveniente para desempeñar su trabajo en la casa?

– No se preocupe -se anticipó a decir Julia-. No me envía ninguna agencia. He venido por otra cosa.

Sasa la miró con una nueva mirada, como si acabaran de verse y saludarse.

– ¿Cómo es eso?

Julia estaba recordando que casualmente también la chica de Rubens de Las Adelfas II se llamaba Rosana, lo que sin tener ninguna importancia la reconfortó. El poder relacionar una cosa con otra aunque sólo fuese un nombre le proporcionaba al cerebro la satisfacción del trabajo bien hecho.

– Siento no habérselo dicho, pero todo ha pasado tan rápido desde que llamé al timbre. Soy la novia de Óscar y anoche estuvimos aquí un rato.

– Vaya, ¿y cuánto tiempo estuvisteis?

– Unas dos horas. Si le digo la verdad creía que él vivía aquí. Aún estoy despertando.

– Ese Óscar… -dijo Sasa, sin saber qué pensar de Julia.

Julia se apoyó en la delicada barandilla de hierro, tenía ganas de llorar. Necesitaba que Sasa se compadeciera de ella.

– Confié en Óscar -dijo con un ligero temblor de barbilla.

Al oír esto, Sasa la cogió por el brazo.

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