Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Alguna vez había leído en una revista que era muy recomendable tener a mano papel y lápiz para describir en cuanto se abriesen los ojos, y antes de que los detalles se evaporaran, lo soñado. Recordaba con mucha vaguedad pesadillas que probablemente tendrían que ver con su trabajo. Eran esas veces en que se despertaba con la angustiosa sensación de que le perseguían, de que huía, lo que quizá fuera un recurso creado por él mismo para ponerse en el pellejo de los que trataban de ocultarle lo que él se empeñaba en descubrir. En otros sueños era él quien iba detrás de alguien con ansias de cazador, lo que también podría ser una manera de advertirse a sí mismo que tan peligroso acababa siendo ser cazado como cazar. A estas alturas ya sabía que la persecución y la huida eran sueños tan normales que se los podría considerar arquetípicos. Por lo que era muy posible que Julia los tuviera y que por eso necesitara el anillo.

Con el anillo se sentiría protegida y segura. ¿Y por qué no? Puede que la ayudara a superar obstáculos de un modo casi sobrenatural. Al fin y al cabo era un sueño. Si él pudiera intervenir en ese mundo soñado y crearle la necesidad de buscar una salida dondequiera que estuviese, de huir de ese lugar hacia la salida para que al cruzarla despertase. Tendría que encontrar la manera de darle valor y confianza. Pero Félix también corría el riesgo de meter la pata como le advirtió Romano. Él no estaba en sus sueños, no los veía, no sabía qué ocurría en ellos y no podría saber si al influirle desde fuera no entorpecería el curso natural que le conduciría a abrir los ojos. Julia tenía un hijo. Era imposible que se conformase con una realidad falsa. En alguna parte dentro de ella tenía que saber que había dejado algo muy valioso a este lado y que debía venir a buscarlo. La cuestión era que no disponían de todo el tiempo del mundo, de unos días más si podía convencer al doctor Romano de que no la trasladase aún a Tucson. ¿Con qué soñaría Tito?

Julia

Permaneció sentada unos minutos en el coche antes de arrancar. La aspirina que le dio Marcus le había venido bien, se encontraba más despejada, aunque necesitaría desayunar algo. Pero ¿a quién podía importarle ahora algo así? Desayunar formaba parte de la rutina. La rutina de comer, de intentar hablar por teléfono con Félix. Incluso la búsqueda desesperada de su marido y su hijo estaba cayendo en la rutina. De pronto, de su blusa abierta subió un olor que no era el suyo, era el de Marcus. No se había duchado después de estar en la cama con él y ahora tenía que soportar llevarlo de alguna forma pegado a la piel.

Hasta ahora, desde que salió de la habitación no había sido muy consciente de ello porque tenía que huir y curarse la mano, pero a partir de este momento uno de sus objetivos principales sería acercarse a la playa y bañarse, borrar cualquier huella de aquel ser odioso en su cuerpo y a ser posible en su vida. Y pensar que habría podido enamorarse de él. Y pensar que casi lo había estado y que se le había pasado por la cabeza olvidarse de Félix. Cuántas cosas increíbles se hacen con el pensamiento, menos mal que no salen de ahí. Pero antes de la playa y la purificación le esperaba algo mucho más importante: encontrar el anillo. Esta era ahora la prioridad.

El reloj del coche indicaba las once menos diez. Desde que no llevaba puesto el anillo, desde que no lo sentía, había ido de cabeza y no había vuelto a notar con fuerza a los espíritus. Tal vez el anillo luminoso fuera algo así como una puerta al mundo invisible o simplemente le daba confianza y seguridad. Fuese como fuese, debía recuperarlo. Recordaba que la noche anterior se lo había quitado en los lavabos de La Felicidad pero se lo volvió a poner. Fue cuando encontró a Monique, la africana de la comisaría. Sabía que Monique le dijo algo. Algo que le impresionó, pero que ahora no era capaz de recordar. La siguiente vez que se lo quitó fue en la casa del acantilado para ducharse. ¿Volvió a ponérselo? Puede que se lo pusiera y se lo quitara de nuevo para dormir en la habitación malva. O que se le cayera al saltar la valla.

Estaba circulando por el puerto en dirección a la carretera del faro. Si había algo que recordaba bien era que la casa estaba pasando el faro. Por la ventanilla entró olor a flores recién regadas. Miraba a izquierda y derecha y parecía que los jardines de las casas flotasen por encima de ellas inundándolo todo. Lo más probable era que hubiese olvidado el anillo en la encimera de mármol rosáceo del baño. Sintió que el aroma de las plantas le aclaraba la memoria y que podía repasar lo que hizo: subió por las escaleras, abrió la puerta de algunos cuartos y miró dentro, hasta que dio con el dormitorio grande y pensó que sería el de Marcus, por eso se desnudó, colocó la ropa en la cama y pasó al baño, donde le sorprendió que hubiese tantos detalles femeninos. A continuación se quitó el anillo y lo dejó junto al lavabo. Después de la ducha, se enrolló la cabeza con una toalla, se secó el cuerpo, se dio unas cremas guardadas bajo el lavabo y se dedicó a deambular por la habitación mientras la piel las absorbía. Como también se impregnó las manos de crema no se puso el anillo. Miró en los armarios y cogió aquel bonito pañuelo de seda blanco y negro que luego le dio al taxista como pago de la carrera.

El olor a flores que entraba por la ventanilla era cada vez más fuerte y sus recuerdos más frescos que el mismo olor: tras colocarse el pañuelo alrededor del pecho dejando que un pico le cayese hasta el ombligo, se arregló el pelo y se puso los pantalones. Al llegar al hueco de la escalera no llevaba el anillo. Ahora lo veía claro y más o menos creía saber dónde estaba. En su subconsciente había supuesto que no era el momento de ponérselo cuando ni siquiera iba calzada y sólo semivestida, cuando lo más seguro era que llegado el instante en que intimaran ella y Marcus tendría que quitárselo y dejarlo en cualquier parte. Inconscientemente supuso que el anillo estaría mejor en el cuarto de baño. Pero al descubrir que en lugar de Marcus estaba aquella pareja, que hablaba de Óscar como de un empleado sin derecho a entrar en la casa y que no mencionaba a Marcus para nada, se sintió obligada a hacer frente a la situación a gran velocidad. Algo que no entendía estaba ocurriendo y el instinto le dijo que debía protegerse y no dejarse ver. En este caso el instinto se guió por un rastro de señales que apuntaban a la pareja como propietaria de la casa. No había visto ni oído absolutamente nada que confirmara que Marcus vivía allí. Después de tomar la decisión de hacerse invisible y desaparecer en cuanto pudiera, fue a la habitación y recogió sus cosas para encerrarse en el cuarto malva, donde creía improbable que entraran: estaban cansados del viaje y encima la mujer había nadado en la piscina y se habría agotado aún más; tomarían cualquier cosa en la cocina y subirían derechos a meterse en la cama.

Julia entrecerró los ojos para ver mejor en su interior sin dejar de ver la carretera: no se quitó nada para tumbarse en la cama de la habitación malva, se enrolló en la colcha. No recordaba haberse quitado el anillo allí, pero tampoco su contacto, luego ya no lo llevaba puesto. La colcha y toda la habitación olía un poco a humedad aunque nada estuviera húmedo. Anduvo dándole vueltas a la cabeza sobre el giro que había dado la situación mientras esperaba oír los pasos de los dueños dirigiéndose a su suntuoso dormitorio, pero tardaron más de lo supuesto y con la oscuridad y el cansancio se durmió. Al despertarse y huir de allí como buenamente pudo, en ningún momento, sobre todo al trepar el muro, tuvo la sensación de que el anillo le molestase ni rozara con nada. Y una sensación era un dato a tener en cuenta, porque estaba comprobando que lo que mejor recordaba eran las sensaciones. Todo lo que no dejaba alguna sensación es que no había ocurrido.

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