Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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En el cuarto había una cama junto a la pared, con muchos cojines simulando que era un sofá, lo que la madre de Julia acostumbraba a llamar cama turca. Marcus tumbó a Julia sobre ella y le quitó la blusa y los pantalones, y luego él se sacó la camisa por la cabeza sin acabar de desabrochársela, y Julia llevó la mano a la hebilla del cinturón de serpiente y mientras la abría se fijó en la hilera de vello que le subía hasta el ombligo cada vez más fina y le pasó el dedo por ella como si fuese algo que no pudiera dejar de hacer y entonces él se quitó una bota con otra, se bajó los pantalones con dos sacudidas de las piernas y colocó a Julia encima cambiando la postura inicial. Ya no había vuelta atrás, a partir de ahora tendría que ocultarle este secreto a Félix, en caso de que llegara a encontrarlo alguna vez.

Marcus se había quedado dormido. Dormía con respiración apacible. Así que Julia se encontró libre para revisar el cuarto. Sobre una mesa había un archivador de fuelle y un ordenador portátil. La puerta de un armario chirrió un poco al abrirla. Había pantalones, camisas y botas como las que llevaba Marcus. A veces terminaría tan tarde que no le apetecería irse a casa y tendría aquí ropa para cambiarse. También había una maleta en la balda última del armario. O puede que viviese aquí. ¿Cuál sería la verdadera vida de Marcus?

Se vistió preguntándose qué haría a continuación cuando ya estuviera vestida, cuál sería su próximo objetivo. Iría a hablar con Óscar. Él tendría que explicarle qué había ocurrido con el coche, un coche no desaparece por arte de magia. Tendría que darle el coche o el dinero. El corazón comenzó a latirle con fuerza, ¿y si no le daba nada?, ¿y si negaba que él hubiese cogido el coche? Que te roben en tu propia cara es indignante, pero en la situación de Julia suponía una auténtica catástrofe. No entendía por qué le sucedía esto, por qué era castigada así y por qué la abandonaban los espíritus protectores. Hacía tiempo que no los sentía. No veía sus señales por ningún lado. Ángel Abel, ¿dónde estás? Miró a Marcus tumbado en la cama turca y no parecía precisamente un ángel. Daba la impresión de estar rodeado de una sutil oscuridad. No lo veía bien, lo veía como una ilusión.

Terminó de atarse las zapatillas pensando que tendría que existir una puerta trasera por donde entrar y salir mientras la discoteca permanecía cerrada. Y existía, vio una en el lado opuesto al pequeño cuarto de baño. La abrió tratando de no despertar a Marcus, no porque tuviera algún interés en que descansara, no porque le preocupara su bienestar, sino porque desconfiaba de él. Hay personas que inspiran confianza y otras desconfianza, y Marcus inspiraba desconfianza. Fijó un momento la mirada en el techo para pensar mejor. Tenía la sensación de leerle el pensamiento, de saber lo que pensaba y pensaba que Julia tenía miedo y que era fácil conseguir lo que se quería de ella porque además se aburría y necesitaba emociones. «Las emociones son el oro y los diamantes de la vida, ¿comprendes?», le dijo a Julia con el pensamiento como si estuviera soñando con ella.

Al abrir tuvo que guiñar los ojos. La mañana era de un azul tan y tan denso que llegaba al suelo y lo cubría como un velo. Serían las ocho o las nueve. No se atrevió a cerrar la puerta porque en cuanto cerrase se encontraría sola otra vez. Esta era la parte trasera de la discoteca y daba a un solar de tierra con algunos matorrales. Junto a la fachada se apilaban cajas vacías de cervezas y coca-colas, tónicas, refrescos, y más allá estaban aparcados una furgoneta y dos o tres coches. Un momento, ¿no era ése su Audi? Hizo el gesto instintivo de adelantar la cabeza para verlo mejor. Lo reconocía perfectamente, estaba a unos cincuenta metros y habría salido corriendo a mirarlo de cerca si no temiese que la puerta que tenía sujeta con la mano se le cerrara cuando lo más probable era que las llaves estuvieran dentro del cuarto. Permaneció unos segundos de pie observando el coche. Sin duda era el suyo. Podría haberlo aparcado allí Óscar y que Marcus no lo hubiese visto siquiera, pero ¿por qué iba a aparcarlo allí? Félix en estas circunstancias le habría dicho que no rebuscara suposiciones, sino que se basara en hechos cuanto más objetivos, mejor. Así que entró de nuevo en la habitación, y los hechos eran que el coche se encontraba a unos metros de Marcus. Por fortuna, Marcus no se había despertado, sólo había apretado más los ojos, molesto por algún rayo de luz.

Miró detenidamente sobre la mesilla, en el cenicero que había en una mesa debajo de la ventana, encima de un montón de periódicos. Entró en el baño y escudriñó en las repisas de cristal y en un cestillo con pequeños jabones de hotel. Unas llaves podían no verse con facilidad aunque se tuvieran delante de las narices. Volvió a repasar con la vista de nuevo el cuarto. En una silla estaban doblados, demasiado doblados, los vaqueros de Marcus y el cinturón sobre ellos. En algún momento en que ella fue al baño o en que no reparó en lo que él hacía, Marcus se dedicó a ordenar su ropa. Del respaldo colgaba la camisa y en el suelo estaban muy colocadas las botas, y dentro de las botas los calcetines negros. No comprendía cómo no se asaba de calor.

La primera vez que lo vio, casi se fijó en estas cosas antes que en él mismo. Eran tan Marcus como el que dormía en la cama, y quién le iba a decir a Julia unas horas antes cuando las adoraba que ahora le fueran a producir un rechazo tan desagradable. Los bolsillos del pantalón quedaban junto al asiento así que tuvo que darles la vuelta, y al dársela sonó un pequeño tintineo que la dejó petrificada. Miró a Marcus, por suerte seguía dormido. No se permitió pensar ni un segundo que hacía nada había estado en esa misma cama con ese extraño. Quizá pudiese hacer como que nunca había pasado. Sacó el llavero del pantalón y no le pareció que ninguna llave fuera la del Audi, aunque por si acaso pensaba llevárselo.

Se dirigió entonces al sifonier rojo del rincón, que daba una nota de alegría al cuarto. Abrió un cajón despacio, lo suficiente para meter la mano y palpar. Se concentró en esta operación, que repetiría en el siguiente cajón. Pero cuando iba a sacar la mano, el cajón se cerró y sintió un dolor insoportable. Se oyó gritar dentro de la cabeza, igual que si hubiera gritado sólo por dentro y el sonido no hubiera salido fuera. Se oyó gemir igual que si hubiese otra persona dentro de ella que también sintiera dolor. No lo entendía, ni tampoco era el momento de intentar comprenderlo. Vio la mano de Marcus en el cajón, cerrándolo.

– ¿Se puede saber qué buscas?

A pesar del dolor le quedaba un resquicio de lucidez para saber que podría decirle cualquier cosa menos la verdad.

– ¿Estás loco? Estoy buscando algo que ponerme.

Marcus soltó el cajón. Julia no tuvo que fingir para mirarle aterrada, pero sí fingió para hablar. Se cogió una mano con la otra y se la llevó a la boca.

– Sólo tengo esta blusa y está sucia. Hay más cosas en el coche, pero no puedo estar así hasta que aparezca.

– ¿Has abierto la puerta de la calle?

Sería mejor no mentir del todo.

– Sí, quería saber qué hora era.

– Pues no sé. He visto que hacía sol y he vuelto a cerrar.

– ¿Había algún empleado colocando Cajas de bebidas?

– No me he fijado, no me ha dado tiempo -dijo Julia sentándose en el borde de la cama.

– ¿No me engañas?

Estaba desnudo, y Julia evitaba mirarle, deseaba olvidar aquel cuerpo lo antes posible.

– No sé qué quieres decir. De verdad que no te entiendo. Tendría que vendarme la mano.

Marcus abrió el cajón completamente, y Julia pudo comprobar que las llaves no estaban dentro. Mejor dicho, la llave porque para no acarrear peso había guardado las llaves del piso de Madrid en la maleta y había dejado sólo una arandela con la llave del coche. En unos días pensaba hacer copia de la llave del apartamento y agregarla también. Fue en medio de estas consideraciones cuando descubrió una caja de conchas mal pegadas sobre el sifonier rojo. Era el único objeto por allí con aspecto humano e íntimo. Y desde luego lo había hecho un niño. Pero ¿qué niño? ¿Sería el único objeto que Marcus conservaba de su infancia? No era el momento para preguntas de este tipo y además a Julia ya no le importaba, sólo quería recuperar el coche y huir.

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