Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Procuró no obsesionarse con la idea de que él no estaba cuando alguien le quitó esta ropa a Julia y cuando tuvo el accidente y que aunque se lo hubiese propuesto no se puede proteger a nadie por completo, ni siquiera a Tito. Ni siquiera podía estar con Tito absolutamente todos los segundos de su vida vigilando que no sufriera ningún percance, incluso estándolo habría cosas que él no podría evitar. Había sangre seca de la herida de la frente en la blusa. Algunas gotas en los pantalones, nada en las zapatillas. Vio que en las zapatillas había puesto plantillas nuevas. Mecánicamente metió la mano en los bolsillos del pantalón. En uno había cinco euros y unas monedas. Probablemente las vueltas de la leche si es que había llegado a comprarla. Y en tal caso la leche estaría en el coche. La policía lo había dejado en un depósito. Pensaba ir a retirarlo cuando pudiera tomarse un respiro y llevarlo a un taller para que, al despertar Julia, lo viera arreglado.

La mochila era pequeña, negra y flexible. La cerraban en forma de fuelle dos cordones. Los abrió y se asomó como a un pequeño pozo y volcó su contenido a los pies de Julia como habría hecho con cualquier otro bolso que tuviera que analizar. Por respeto a ella quería ser estrictamente científico y no un cotilla. Desde el principio de su relación tuvo muy claro que ni su hogar ni su mujer serían jamás parte de su trabajo, y que toda su astucia y su olfato de investigador los abandonaría en la calle antes de entrar en el portal, y le habría repugnado recelar de Julia o fisgar en sus cosas a su espalda. Así que en cuanto despertara le contaría lo que se había visto obligado a hacer, porque si registraba el bolso era porque había tenido un sueño. Y si había tenido ese sueño sería por algo, o al menos él deseaba que así fuera y encontrar una señal que iluminara el camino.

Registró también los pequeños bolsillos cerrados con cremalleras. Había diversas tarjetas de visita, una era del tapicero, dos de restaurantes, del pediatra, del dentista y tres más de gente que no conocía, también papeles con números de teléfono anotados, algo muy corriente en ella, en realidad por la casa siempre había anotaciones de este tipo. Según su costumbre, Félix fue tocando objetos esparcidos en la cama, la experiencia le había enseñado que no bastaba con ver, que lo que se tocaba se retenía mejor. Una barra de labios plateada, una polvera con espejo, un cepillo pequeño plegado para el pelo, tres bolígrafos de propaganda, un rotulador, un monedero con el carné de conducir y algo de dinero. Dos folios doblados con recetas de cócteles. Durante la última semana había asistido a un curso de coctelería que se había impartido en el salón Ducal del hotel. Por lo visto había venido una eminencia desde Nueva York y era una maravilla seguir sus clases.

¿Y el móvil? Estrujó la mochila con las manos. Volvió a registrar la bolsa de plástico. Miró dentro de las zapatillas, que sería un sitio fácil para guardarlo en el momento de desnudarla. Y ahí estaba, en el fondo de una de ellas. Esto podría significar que Julia había hecho o iba a hacer una llamada y por eso lo había sacado de uno de los pequeños bolsillos con cremallera de la mochila. Puede que pretendiera hacérsela a él y que no le hubiese dado tiempo porque evidentemente él no la había recibido.

Trató de encenderlo, pero como era esperable se había consumido la batería, lo que querría decir que lo había dejado abierto y que podría saltarse el trámite de averiguar el número secreto. Tal vez no encontrara nada, pero lo cierto es que hasta que el sueño del bolso no entró en su vida no se le había ocurrido darle ninguna importancia al móvil. Y la tenía porque si estaban registrados, como sería lo normal, los números de compañeros de trabajo, de amigas, él los llamaría, le pondría el teléfono al oído a Julia y les pediría que le hablaran, que dijeran algo para que ella escuchara sus voces conocidas y las recordara y tiraran de ella. Cuantos más estímulos la conectaran con el exterior, mejor. En cualquier caso necesitaba ponerse manos a la obra y recogió todo con rapidez.

Salió corriendo. Los ascensores tardaban tanto que bajó las escaleras de dos en dos. Llevaba la mochila en la mano. En la calle la luna se reflejaba en los capós. Había una intensa luna llena, que inundaba la noche de una gran palidez. Como siempre la carretera del puerto se encontraba saturada, así que trató de atajar por calles que le condujeran a caminos que conectaran con la carretera de la playa. Aunque le costó tanto como ir por la vía reglamentaria, al fin vio las letras parpadeantes de La Felicidad y el hormiguero de la entrada. Unos cinco kilómetros más allá debía torcer a la derecha y luego a la izquierda y después otra vez a la izquierda. Antes siempre le llamaba la atención La Trompeta Azul, un local pequeño, recluido entre árboles, en que le habría gustado entrar con Julia a tomarse una cerveza negra de importación. Y por un instante aminoró la marcha aun sabiendo que no llegaría a detenerse porque ese local pertenecía a la vida normal.

Ahora lo prioritario era encontrarle la mayor utilidad posible a la agenda telefónica de Julia. Aparcó con una sola maniobra, alguien se había marchado a divertirse y había dejado un fantástico hueco cerca de la puerta de entrada. Se había levantado una ligera brisa. Las plantas que colgaban de todas las tapias por la noche multiplicaban su olor hasta el infinito. Con la mitad de zancadas de lo ordinario llegó a su colmena de apartamentos y subió también en la mitad de tiempo. Abrió con la llave para no sobresaltar a Tito con el timbre, sin embargo, no pudo evitar que Angelita se asustara. Se asustó bastante, casi dio un grito. Estaba sentada en el sofá delante del televisor con las piernas sobre la mesa de cristal y mimbre. Tito dormitaba a su lado. Seguramente a Julia le habría gustado ver esta escena.

– ¡Qué susto! -dijo, sorprendida.

Félix no contestó. Fue directo a buscar el cargador del móvil de Julia. Estaba en la maleta grande. Oyó cómo se levantaba su suegra retirando un poco la mesa de cristal y mimbre.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó desde la puerta de la habitación.

Félix enchufó el cargador junto a la mesilla.

– Todo sigue igual, he venido para comprobar algo.

– Voy a calentarte un vaso de leche -dijo dirigiéndose a la minúscula cocina, vestida con una camiseta larga que le llegaba por la mitad del muslo. El mimbre de la mesa le había dejado profundas huellas en las piernas-. ¿Qué tienes que comprobar?

– Voy a revisar su agenda. He pensado que sería bueno que escuchase unas palabras de compañeros del trabajo y amigos por teléfono.

– Ya -dijo Angelita poniendo una taza humeante en el pequeño mostrador.

Le tendió la mochila sin que ella hiciese ningún intento por cogerla.

– Mira a ver si hay algo en la mochila que te llame la atención, algo que a Julia por ejemplo le viniese bien tocar.

– ¿No podemos hacerlo mañana? Estoy cansada -dijo mirando la mochila sin demasiado interés.

– No tardarás mucho, son pocas cosas.

Félix volcó el contenido sobre la mesa redonda del comedor. Los bolígrafos, la polvera y el espejo hicieron bastante ruido al caer. De los bolsillos con cremalleras sacó las tarjetas y las notas a mano. Angelita se sentó derrotada en una silla y empezó a mirarlo todo.

– Son sus cosas -dijo para sí-. Creo que son ganas de mortificarnos.

– No, aquí hay algo que es importante para ella. Estoy seguro. Es cuestión de descubrirlo.

Angelita siguió examinando cada tarjeta, cada anotación. Félix salió a la terraza con la taza en la mano. Tal vez esta noche ya no iría al hospital. Se quedaría aquí y se tomaría algo para dormir porque si no sería incapaz de descansar pensando que ella estaba allí a merced de su gran soledad. Su gran soledad era lo que le atormentaba, una soledad tan descomunal que ni ella podía captarla. Si realmente soñaba, sabría que algo extraño le sucedía, pero no que estaba completamente sola con sus sueños.

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