Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– Me parece que está todo claro -dijo uno de los dos-. No puede negarlo.

Los miró con nueva energía e ilusión.

– Lo he hecho por necesidad.

– Tendrá que pagar todo lo que ha consumido y no podrá volver a poner los pies en este centro si no quiere que la denunciemos.

– No tengo dinero -dijo sin dejar de mirar los monitores por si aparecía de nuevo Félix-. Por eso he tenido que comer, beber y coger algo de ropa, nada de lo que he hecho lo he hecho por gusto.

De pronto el rostro de Óscar le pareció familiar, lejanamente familiar, el tipo de reconocimiento que se ha quedado en la parte trasera de la memoria. Y por eso se dirigió a él mientras se sacaba la camiseta por la cabeza y los brazos en alto.

– Toma.

Ni él ni Nacho hicieron intención de cogerla. Entonces Julia la arrojó sobre el respaldo del sillón de ruedas.

– También cogí unas bragas, pero las llevo puestas.

Los dos fingieron que no habían oído. No consintieron que esta frase entrase en sus vidas.

– Bueno, haced rápido lo que tengáis que hacer. He de encontrar a mi marido y a mi hijo.

No se le escapó que Óscar y Nacho cruzaban una mirada de entendimiento.

– Queremos enseñarle algo raro. Es pura curiosidad. Terminaremos pronto, no se preocupe.

Nacho dio al botón y apareció ella de nuevo en pantalla en un blanco y negro distante, solitario y torcido. Las estanterías no parecían las mismas. Contempló con aprensión cómo se movía en ese mundo lejano y oscuro que tenía poco que ver con el supermercado real.

– Mire -dijo Óscar- aquí está en la zona de los aceites y vinagres. Fíjese bien.

Julia se fijó. Puso toda la atención que pudo y lo que ocurrió fue que pasó de verse a no verse. Primero estaba ella con una botella de yogur líquido en la mano, que efectivamente recordaba haberse bebido, y al instante ya no estaba ante las estanterías ni más allá en ese pasillo. Al principio aquello no tuvo ningún significado. No entendía bien el mundo de aquel monitor de ángulos, brazos y manos cogiendo un producto. De pronto Julia volvió a aparecer ante las estanterías otra vez. Y no habría entendido qué era lo que sucedía en la pantalla si Nacho no hubiese hecho hincapié en que había desaparecido unos segundos del lugar donde estaba para volver a aparecer sin que la grabación se hubiese interrumpido en ningún momento.

Julia les preguntó qué sentido tenía aquello. Lo más seguro es que fuera un fallo técnico y de no serlo no tenía ni idea y no le encontraba el interés, aunque en el fondo sospechaba que tal vez fuese una señal, pero ¿de qué?

– ¿No recuerda qué hizo después de coger la botella? -preguntó uno de los dos.

– Me la bebí.

Pasaron de nuevo la imagen.

– Centrémonos en la botella -dijo Óscar.

Julia al igual que ellos clavó la mirada en aquella mujer desgreñada del monitor, que tomó el yogur del carro, lo abrió y se lo llevó a la boca. Intentó recordar qué había pensado en ese momento, pero no pudo. La presencia de Óscar y Nacho le ponía más nerviosa de lo que ya estaba. De improviso el espacio donde se encontraba ella con el yogur en la mano quedó vacío, sin embargo se veía el carro con el paquete de jamón de york. Y unos segundos más tarde, contabilizados por Nacho como cuarenta y cinco, volvió a entrar en escena. El yogur ahora estaba abierto, y puso el envase vacío en el carro. Se lo había bebido y empezó a empujar el carro por el pasillo.

– No entiendo qué importancia tiene -dijo Julia considerando que en el fondo sí la tenía aunque aún no fuese capaz de descifrarla-. Son cosas de la imagen, de las cámaras.

– Bien -dijo Nacho-. No hay nada más que hablar. La dirección le ruega que no vuelva a poner los pies aquí.

– ¿Eso es legal? -preguntó ella.

– Es mejor que denunciarla, ¿no cree? -contestó Nacho.

En lugar de seguir con la discusión, Julia pidió hacerle una llamada a su marido.

Pero Nacho le dijo que con el euro que le había dado antes podía volver a intentarlo en las cabinas de fuera. Y Óscar la acompañó en silencio hacia la salida.

– Si ve a mi marido, ¿podría decirle que he estado aquí?

– Claro que sí. Siento lo que ha pasado.

– No soy una vagabunda. Sólo me encuentro en una situación difícil. En realidad, no soy como ahora me ves. Soy más joven y más normal.

O por lo menos, pensó, era lo que había creído siempre.

– Claro que sí -repitió Óscar.

Prácticamente la acompañó hasta la puerta del coche para cerciorarse de que abandonaba las instalaciones.

– Vaya, un Audi, no está mal para no tener nada.

Julia se vio reflejada en los ojos casi negros y brillantes del chico. Él había dado con la solución. Podría vender el coche y con lo que le diesen alquilar un apartamento, otro coche, llamar por teléfono cuantas veces quisiera, mejor aún, tener su propio móvil, viajar a Madrid, si no fuera por el inconveniente de no saber cómo se las arreglaría para la venta sin el carné de conducir, ni el DNI. La documentación del coche seguía en la guantera, pero estaba a nombre de Félix.

– ¿Sabes de alguien a quien le interesara comprármelo?

– ¿Por cuánto?

– No lo sé, nunca lo había pensado.

Óscar asomó la cabeza por la ventanilla y consultó el cuentakilómetros.

– Tres mil euros más o menos.

¡Mierda!, pensó Julia, podría hacer tantas cosas con ese dinero.

– Hay un problema -dijo Julia.

Pero Óscar miró el reloj con prisa.

– No puedo entretenerme más -dijo-. Si quiere, suelo tomarme una copa en La Felicidad a eso de las doce.

Echó una ojeada al reloj de Óscar. Eran las siete y media.

Tenía que hacer muy buen uso de la gasolina. Los rayos de sol eran cobrizos, como si a esta hora de la tarde la luz se hiciera más pesada y fuese bajando y bajando hasta fundirse con la tierra. Félix ahora estaría bañando a Tito. El coche estaba envuelto en hilos de oro viejo. Óscar ya se había ido, y ella pudo sentarse a reflexionar abrazada al volante, que en los últimos tiempos se había convertido en su gran punto de apoyo. Mantuvo los ojos cerrados hasta que prácticamente se olvidó del lugar donde se encontraba. Estaba logrando recordar. Era lo mismo que hizo cuando cerró los ojos para beberse el yogur líquido junto a las estanterías de aceites y vinagres. Había cerrado los ojos mientras bebía y entonces notó que ya no estaba allí, que su espíritu había conseguido llegar al apartamento junto a Félix y Tito. Los oyó y los olió con toda claridad. Los sintió aunque no los vio quizá por mantener los ojos cerrados. En estos cuarenta y cinco segundos puede que no sólo se hubiese fugado su espíritu del supermercado, sino también el cuerpo puesto que el vídeo la había perdido totalmente.

Puede que hubiese ocurrido un milagro y que Julia no hubiera sabido aprovecharlo. El caso era que nada más abrir los ojos reapareció junto a las estanterías y todo volvió a la normalidad. En el coche el esfuerzo mental que le había supuesto esta conjetura le fatigó tanto que la invadió una gran somnolencia. Y habrían transcurrido unos cuantos minutos cuando unos dedos le resbalaron por el pelo y tuvo un estremecimiento, mientras oyó una voz que decía, «Te estamos esperando». Era la voz de su madre. La voz que su madre tenía cuando ella era pequeña. Más joven, más clara y un poco autoritaria. Llevaba puesto el anillo luminoso.

– Este anillo siempre te ha gustado -dijo su madre poniéndoselo-. Lo llevas en el dedo corazón de la mano derecha. Cuando creas que todo está demasiado oscuro, el anillo te iluminará un poco el camino.

Su madre volvió a decir, «Estamos a tu lado. Te estamos esperando».

Entreabrió los ojos despacio, con miedo, haciendo un esfuerzo por reconocer el sitio donde estaba. Vio el volante negro de goma maciza, el parabrisas, el retrovisor y le pareció que la marea, después de arrastrarla por el mundo invisible, había vuelto a dejarla en el coche en la misma posición del principio.

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