Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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La recepcionista asintió con la cabeza y todo su equipamiento.

Se ofrecían para hacer compañía a los enfermos por la noche, alojamiento, limpieza, abogados, psicólogos, sillas de rueda de segunda mano, muletas. Entre tantos papeles no encontró ninguno dirigido a Julia ni que le recordase la letra de Félix. O no se le había ocurrido, o alguien lo habría arrancado para colgar el suyo. Fue de nuevo a la recepcionista a pedirle papel y bolígrafo. Los de la cola la observaron con el ceño fruncido.

Escribió: «Félix, os estoy buscando desesperadamente. Cuida de Tito. Yo estoy bien. Con todo mi amor. Julia». Lo clavó en el centro del tablón sobre todos los demás. No se le ocurría qué más decirle.

Como se temía, el volante volvía a quemar como una plancha caliente. Abrió las ventanillas. Con este instrumento entre las manos podía acercarse a indagar en Las Adelfas III y buscar la I, la IV, la V, pero estaban demasiado alejadas del mar. Sólo se ajustaban al recuerdo de la noche anterior Las Dunas y Las Adelfas II. Pegó un sorbo de agua de la botella, ya no estaba fría, pero tampoco como un caldo. En verano le gustaba casi helada, pensó como si se refiriese a otra persona y a otra vida. Miró hacia el hospital. Esperaba ver salir por la puerta a la recepcionista. Esperaba que la curiosidad hubiese tirado de ella hacia el tablón. Esperaba que hubiese leído su nota y que se hubiera enternecido. Esperaba que hubiera sentido el impulso de ayudarla y que saliese a buscarla.

Por fin pudo apoyar los brazos en el volante y la cabeza en los brazos. Este hospital, el mostrador y Madonna le recordaban a la clínica donde llevaba a Tito para sus revisiones periódicas. Con esta visita terminaban los planes que había trazado en la playa. Por su manía de no llevar reloj tuvo que calcular que serían las dos, y no se podía quedar allí eternamente esperando un milagro, debía seguir adelante, ir a algún sitio, y ese sitio sin lugar a dudas era de nuevo el supermarket porque la hora de la cena se echaba encima y aunque ahora no tenía demasiada hambre, luego la tendría y entonces estaría cerrado. Afortunadamente no tenía que ir a pescar ni a cazar ni adentrarse en un huerto a robar naranjas, porque todo lo que necesitaba y mucho más estaba ahí, bajo un mismo techo iluminado por fluorescentes azulados. Aparcó en el parking descubierto, de donde le sería más fácil escapar llegado el caso.

Al fondo estaban las puertas de este paraíso terrenal que se abrieron ante ella acogiéndola y diciéndole, ésta es tu casa. Con una cesta en la mano, que abandonaría luego en cualquier sitio, se aventuró hacia los Lácteos. Sólo que al ser un espacio tan abierto y tan cercano a las cajas prefirió llevarse una botella de zumo polivitamínico y una tarrina de queso fresco al estrecho pasillo, junto a la pared, de los vinos y licores. No había un lugar más en penumbra y recogido en muchos metros a la redonda si se exceptuaba Jardinería.

Esta vez ocultó los envases vacíos entre unas botellas de Jack Daniel's y se preguntó si los empleados serían tan eficientes que acabarían encontrándolos. Se podría decir que la curiosidad la empujó a la parte del papel higiénico para comprobar si seguían allí los envases vacíos del día anterior. Tenía la impresión de que en esa ocasión el miedo la había obligado a tomar demasiadas precauciones. No los encontró, la verdad era que no daba con el sitio exacto, parecía que todo lo hubiesen cambiado, el papel higiénico en el lugar de los rollos absorbentes y las servilletas donde antes había pañales, así que desistió y sin darse cuenta se encontraba en la sección de ropa. Aún recordaba las camisas que había dejado en el carro y pensó que precisamente ella necesitaba cambiarse de blusa. Los pantalones podían esperar. Escogió una camiseta blanca como la camisa y se la puso encima. Aquí no se usaban esos dispositivos de las tiendas exclusivamente de ropa que no se pueden quitar a no ser que rompas la prenda, aquí el control lo harían de otra forma. Un empleado con su nombre en el bolsillo la estaba observando aburrido. Llevaba un aparato de etiquetar en la mano. Entonces ella se le aproximó y le preguntó por los probadores. Se encaminó a donde le señaló, al fondo, pero en un determinado momento cambió de trayectoria hacia Menaje. Allí cortó con unas tijeras de pescado todo tipo de etiquetas de la camiseta sin quitársela. Luego regresó a Lácteos y cogió una botella de leche de las más baratas y más frescas. Pagó en caja y salió.

Cuarto día

Julia

Había pasado parte del día dando vueltas por ahí, buscando entre la gente a un hombre parecido a Félix y un niño parecido a Tito. Por suerte había encontrado una fuente con agua potable donde saciar la sed sin gastar un euro, y por la tarde decidió dirigirse a su proveedor habitual para saciar el hambre de cara a una larga noche y porque en este lugar se sentía en casa. Qué fácil había sido. Las precauciones en el supermercado de días anteriores ahora le parecían ridículas. Puede que todas las precauciones en general fuesen ridículas, porque al final pasaban las cosas que tenían que pasar y si no tenían que pasar era muy difícil saberlo.

A unos metros del área del supermercado sin salir del centro comercial había diversas tiendas de regalos, ropa, libros y prensa, un Pans amp;Company, un herbolario y un Starbucks, al lado de este último había un teléfono público en la pared. Por una vez encontraba un teléfono sin buscarlo. Metió una moneda de medio euro y marcó las teclas de metal con un sabor amargo que le subía desde el estómago por la garganta raspando las paredes que encontraba a su paso. Desde que no podía contactar con Félix, el teléfono le daba un miedo terrible, el miedo de la frustración y la impotencia. Y aunque conocía de sobra esa señal que se clavaba en algún lugar al otro lado, en la oscuridad, como una sonda lanzada a un espacio desconocido, volvió a ponerse nerviosa, muy nerviosa. No sabía dónde podía estar sonando, si en el bolsillo de una chaqueta, si encima de una mesa, si en la mano de Félix. El corazón se le aceleró más pensando que, de un momento a otro, Félix lo cogería, cuando un pequeño toque sobre el hombro la hizo girarse.

Tras ella había un guardia de seguridad y el reponedor del supermercado que la había visto probarse la camiseta el día anterior. La presencia de los dos también la sobresaltó aunque en menor grado que las llamadas que estaba escuchando en el teléfono.

– Queremos hablar con usted -dijo el reponedor.

En el rótulo del bolsillo ponía Óscar, que seguramente no era su verdadero nombre.

– Estoy ocupada. Estoy haciendo una llamada.

– No tardaremos mucho. Puede hacerla cuando termine.

La gente que pasaba empujando los carros camino del parking intuía que allí estaba ocurriendo algo y desaceleraban al llegar a su altura.

Julia colgó, pero la moneda no salió. Y pasara lo que pasara en el supermercado no podía permitirse el lujo de arruinarse.

– No pienso moverme de aquí hasta que no recupere la moneda.

Entonces el guardia dio con el puño cerrado un golpe en el aparato. Algunos compradores decidieron esta vez detenerse a observar.

– ¿De cuánto era la moneda? -preguntó Óscar metiéndose la mano en el bolsillo.

– De un euro -se oyó decir Julia, para quien la diferencia entre medio y un euro se había convertido en una gran diferencia.

– Aquí lo tiene -dijo Óscar mostrándole una moneda en la palma de la mano.

Julia la cogió antes de que el reponedor se arrepintiera.

– No pienso ir con vosotros. No podéis obligarme.

Óscar miraba la camiseta que Julia aún llevaba sobre la blusa a la espera de entrar en algún baño y lavarla.

– Sólo queremos que vea algo. Estamos intrigados. Tenga en cuenta que podríamos haber esperado a mañana y cogerla con las manos en la masa.

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