Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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Tom le dio un par de euros, y ella lo intentó por segunda vez en este local. Pero Félix no cogía el teléfono, y el camarero la miraba haciendo memoria. Volvió a marcar una y otra vez y finalmente, desesperada, regresó a la mesa de Tom. No le devolvió los dos euros, no quería pasar por el trámite de que le dijese que se los quedara para llamar más tarde. Ya estaba bien de charla, de llenar la barriga y de mar azul. Cuando todo esto se terminase, él se marcharía a su apartamento y a su vida normal, y ella volvería a quedarse como antes, sin nada.

– Gracias por el desayuno. Tengo que irme.

– Yo suelo estar en la piscina de los apartamentos, ahí enfrente en la playa, o aquí, por si me necesitas.

Julia consideró inútil contarle lo de Félix y Tito. Pensaría que estaba loca y perdería interés por ella y si de verdad llegaba a necesitarle, lo que no era improbable, él ya no se mostraría tan disponible.

– A veces la vida se complica demasiado -dijo Julia sin poder evitar un lamentable tono de derrota.

Tom pareció comprender aunque no supiera nada de lo que le ocurría a Julia.

– No te preocupes demasiado -dijo- porque ¿sabes una cosa?, con el problema siempre viene la solución.

Con el problema viene la solución. Esta era la famosa frase de Félix que no había logrado recordar la tarde anterior en la playa. La anotó nada más entrar en el coche junto con la frase que el ángel Abel le había dicho en sueños.

«Todos nosotros estamos contigo.»

«Con el problema viene la solución.»

Félix

De vuelta al hospital al mediodía casi no se podía transitar por Las Marinas. La calle principal estaba saturada por los coches que iban camino de la playa. Bajaban del interior, de la sierra de Gata, de las urbanizaciones más alejadas y del centro del pueblo. Así que llegó al hospital media hora después de lo planeado. No había dormido bien pensando en Julia. Por lo menos cuando la tenía ante la vista no le daba tantas vueltas a la cabeza. Miró el móvil por si le había llamado su suegra. Tito, ¿vas bien?, dijo lo más alegremente que pudo observando a su hijo por el retrovisor. Tito agitó las piernas y los brazos como si quisiera deshacerse del cinturón de seguridad. Félix puso música y le hablaba de vez en cuando para que se entretuviera durante el atasco y porque, aunque ahora no entendiera nada, más tarde todo lo que fuese entrando en su cabeza le ayudaría a entender otras cosas. Se reservaría en lo que Romano llamaba la memoria límbica.

Aparcó con ese pequeño temor con que siempre aparcaba, el temor a lo desconocido, a lo que hubiese ocurrido en su ausencia al final del pasillo de la cuarta planta. Se sentía prisionero de este corredor, pero si lo pensaba bien nunca había sido lo que se dice libre y nunca lo sería. ¿Por qué? No sabría explicar por qué era como era, por qué nunca sacaba los pies del tiesto, por qué no tenía ganas de divertirse locamente, por qué no llegaba a dar un puñetazo en la mesa. Le habría gustado parecerle a Julia más fuerte, más enérgico, pero no había sabido cómo y la ocasión había pasado. Estaba ya cerca de la habitación cuando Abel le salió al paso con su familiar pijama azul, del que sobresalían los picos de los hombros, los picos de los codos y de las rodillas.

– Tienes visita. Una señora mayor. Diría que es mayor que yo.

– Es la madre de Julia.

Tal como Félix esperaba, Abel abrió un poco más los ojos, dejando ver el gris de la vejez.

– ¿Su madre? ¿En serio?

– Sí -contestó Félix, cortando cualquier tipo de comentario. Su madre.

– ¿Sabe?… ¿Sabe algo? -preguntó Abel ya junto a la puerta. Y no contento con el interrogatorio levantó la blanca mano huesuda, la hizo gravitar sobre la cabecita de Tito y finalmente la posó allí-. Me he presentado -continuó en voz baja-. Y me ha preguntado, pero me he hecho el tonto.

– Gracias -dijo Félix sin estar seguro de no haber deseado que otro pusiera a su suegra al corriente de la situación de Julia.

Angelita estaba sentada en el sillón con la vista dirigida hacia el armario metálico. Se notaba que había ido a la peluquería antes de venir y que le habían ahuecado el peinado lo más posible. Era blanco con un interior azulado. Parecía una nube. También llevaba un vestido ligero, con dibujos blancos y negros y unos zapatos blancos con un tacón demasiado alto para ella. Lo primero que hizo al levantarse fue coger a Tito en brazos. Hablaba en voz baja.

– Llevo aquí casi una hora y no se ha despertado.

A continuación hizo el amago de salir al pasillo para seguir allí la conversación, pero Félix la detuvo.

– No puede oírnos. Está inconsciente o en coma, que debe de ser lo mismo con alguna diferencia. A veces me ha dado la impresión de que aprieta la mano.

Angelita se desplomó en el sillón con el niño en brazos. Su mirada imploraba algo, tal vez una mentira.

– Así están las cosas -dijo Félix-. No sabemos cuándo despertará, si será dentro de un rato, mañana, en meses…

– Pero ¿qué ocurrió?

– Un accidente. No estoy seguro. Iba en el coche sola. Además, da igual lo que ocurriese, ya no se puede hacer nada para cambiarlo.

Félix desvió la vista de la cara de ansiedad de su suegra. En todos estos días por mucho que tratara de concentrarse no había logrado determinar qué pensó al llamarla sin que contestase y qué pensó cuando la policía lo llamó a él. Sólo recordaba con toda claridad que intuyó que algo malo le había sucedido y no sólo porque las circunstancias lo indicasen, sino porque por algún medio Julia se lo había comunicado. Y esto era algo que él jamás podría explicarle a nadie. El caso era que supo que Julia no volvería al apartamento porque ella se lo dijo sin palabras, ni siquiera con un pensamiento que él pudiera leer, sino de otra manera, con algo parecido a una sensación, como cuando notas que una sombra pasa al lado o que alguien te está observando o mejor aún, cuando piensas sin pensar, cuando te despiertas y sabes que estás despierto sin pensar en ello o cuando alguien te toca y sientes un escalofrío. Y, sin embargo, nada de esto era comparable con la forma de anunciarle Julia que le había sucedido algo grave. Fue una impresión en la mente, una revelación, una manera de captar algo, no con los sentidos, no con el corazón, sino sólo con la mente. Lo que podría significar que Julia estaba tan dentro de su cabeza que establecía con ella relaciones de una gran complejidad combinatoria.

Angelita sujetaba a Tito con sus flacas muñecas. Estaba muy delgada, lo que desesperaba a Julia, a quien siempre le rondaba un enorme sentimiento de culpa por haberla abandonado en su casita con jardín de Villalba para marcharse a vivir con Félix a Madrid. Algunas veces mientras cenaban se quedaba mirando melancólicamente por la ventana y en ese momento Félix sabía que Julia estaba imaginando a su madre sola en el mundo. Entonces Félix retiraba los platos sólo para levantarse y no caer en la tentación de sugerirle que la trajera a vivir con ellos. Sería la solución más cómoda, pero de ningún modo la mejor. Incluso olvidándose de sí mismo creía que Julia tenía derecho a vivir su propia vida. Y ahora aquí estaba Angelita, enfrente, con Tito entre sus frágiles brazos.

– No puedo verla así -dijo Angelita y empezó a llorar.

A Félix no le conmovió lo más mínimo porque ya estaba demasiado conmovido por Julia. Podría haber pensado, pobre mujer, pero no lo pensó porque no quería desperdiciar ni un gramo de compasión en alguien que no fuese su mujer. Por una vez lo que hiciese o dijese Angelita no podía influir en el ánimo de su hija.

Aunque su madre y Julia no se parecían nada físicamente daba la impresión de que con el tiempo acabarían pareciéndose. En cuanto al padre, no se podía saber con certeza cómo había sido. Lo que Julia había afianzado en la memoria venía a través de su madre. Félix fue al raquítico baño de la habitación y cortó un trozo de papel higiénico para que su suegra se secara las lágrimas.

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