Clara Sánchez - PresentimientoS

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¿Nunca te has despertado con la sensación de seguir dentro de un sueño?
Tras un accidente, Julia queda suspendida entre el sueño y la realidad, y sólo su instinto de supervivencia podrá guiarla hasta reencontrarse con las personas que quiere. En Presentimientos, Clara Sánchez narra la envolvente y misteriosa historia de una mujer atrapada en un escenario irreal, pero extrañamente familiar, por el que deambula en busca de una salida.
Una novela lúcida, un viaje lleno de humor y aventuras en el límite de lo desconocido capaz de llevar al lector de la sorpresa a la reflexión más profunda, una combinación perfecta de realidad y fantasía.

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– Demuéstralo. No podéis.

– Si no es robada, enséñeme el ticket de compra.

En respuesta Julia comenzó a andar hacia el parking.

– Tenemos una grabación -dijo Óscar acelerando el paso.

En una situación normal habría sentido tanta vergüenza que habría deseado morirse. Pero cuando se sabe que se es casi una vagabunda, sin casa, sin dinero y sin saber dónde está la familia, cuando se sabe que ya no se es uno de ellos, entonces la vergüenza prácticamente desaparece.

– Un momento -dijo el guardia de seguridad cortándole el paso-. No permitiremos que abandone el recinto así sin más. El que la hace la paga.

El guarda no tenía preparación física. Estaba gordo. Básicamente servía para sostener el uniforme.

– No me das miedo. ¿Y sabes por qué? Porque estoy tan asustada que tú no puedes asustarme más.

Julia no se había dado cuenta de que estaba hablando muy alto, casi gritando y que se había formado un corro alrededor.

– No pretende asustarla -intervino Óscar mirando al guarda con reprobación. A continuación se aproximó a Julia y le habló en voz baja-. Ahora todo el mundo sabe que ha cometido un hurto y no podemos dejarla ir, pero le aseguro que no nos importa lo más mínimo la camiseta ni lo demás.

Óscar era un chico delgado. Tendría unos veinticinco años y la mirada neutra de los que dividen a la clientela entre los capaces de robar y los que no lo son, entre los lentos que atascan las cajas y los rápidos, entre los pesados y los que van al grano, entre los compradores compulsivos y los sensatos. Y Julia trató de leer en sus ojos de base oscura pero aclarados por el sol y el mar la opinión que se había formado sobre ella: incómoda, irritante, extraña, quizá enajenada, a pesar de su mal aspecto aún era joven y podía intentar trabajar para vivir como él, que se estaba pasando su maravillosa juventud allí metido por un sueldo de mierda. Podría limpiar chalés en lugar de pretender escaparse de la cadena de producción. Iba de lista. De loca o de lista, o de ambas cosas. Tampoco a él le gustaba estar aquí encerrado. También a él le gustaría echar mano a lo que necesitaba y llevárselo, pero aquí le tenía, jodido. Leyó en sus ojos que jamás iba a tener compasión de ella.

– Y si os acompaño, ¿qué vais a hacer?

El guarda jurado dio un paso hacia ella, pero Óscar le detuvo.

– Por favor -dijo sonriendo un poco-, hablando se entiende la gente.

– En eso tienes razón -dijo Julia, que quizá no estaba valorando correctamente al reponedor.

– Hablemos.

Los tres echaron a andar hacia una puerta lateral.

– ¿Sabes, Óscar? -dijo Julia-. Te merecerías algo mejor que esto. Métete en política.

Él hizo como que no había oído y abrió la puerta. Entraron en un ascensor y subieron al tercer piso. Abrieron otra puerta. Era una sala con monitores y en cada uno se veía un pedazo del supermercado como si se hubiera roto en trozos. De un sillón giratorio y con ruedas se levantó otro guarda jurado. Al verla no dijo nada. La recorrió con la vista brevemente. Querría comprobar si en la realidad era igual que en la pantalla. Hizo una llamada. Dijo, «Bien yo me encargo».

Con la mano le hizo una señal al otro guarda para que se retirara. Este otro tenía más iniciativa, dotes de mando, se sentía más seguro, desprendía confianza en sí mismo. Tenía ganas de mandar. Le tendió un cigarrillo a Óscar.

– El jefe está con una visita. Vendrá ahora.

Óscar se quedó mirando los monitores: un cliente de espaldas cogiendo un bote de tomate; un chico y una chica besándose en la sección de Jardinería; una niña comiéndose una chocolatina. Óscar llamó Nacho al guarda. Y Nacho le pidió a Julia que se sentara en su silla de ruedas. Él se apoyó en la mesa y Óscar permaneció como estaba, con la cabeza inclinada hacia la pantalla que tenían delante. Nacho pulsó una tecla y apareció la imagen de una mujer sospechosa, desgreñada, con cara asustada, que alzaba la vista a la cámara de seguridad declarando vivamente que pensaba robar algo. Julia se reconoció a duras penas. Más baja de lo que siempre había creído y con más años, casi podría echarle cuarenta, ligeramente cargada de espalda, quizá por el acto reflejo de querer pasar desapercibida. Los clientes iban en pantalón corto y en plan playero, pero ella, aquella mujer de pelo enmarañado y cara de ida, se desviaba hacia la indigencia. Iba proclamando a los cuatro vientos que no tenía nada. Era como si hubiera cosas, detalles que en el fondo uno no quiere que se sepan, pero que a la postre se notan. ¡Y cómo se notan! Y aunque ella durante sus veintiocho años de vida jamás había sido una marginada, por decirlo de alguna manera, ahora sí que lo era.

Por un instante un golpe de bochorno la envolvió y la dejó sin entendimiento: las cámaras de seguridad la enfocaban cuando escondió la botella entre el papel higiénico. Se la veía mirando a los lados y metiendo la botella detrás de una pila de paquetes de veinticuatro rollos en oferta. La imagen en blanco y negro marcaba mucho los movimientos huidizos. La verdad era que la cámara por el simple hecho de fijarse en alguien lo volvía sospechoso, aparte de que todos estaban siendo testigos de cómo Julia se guardaba algo entre la camisa y el pantalón. Y además era cierto lo que había oído a veces de que la pantalla exagera la gordura, los defectos y los movimientos porque en la expresiva Julia del monitor desde los músculos a la sangre, la grasa y las células en general se habían conjurado para delatar su culpabilidad.

Todo lo que siguió fue cada vez más lamentable. Su aspecto más deprimente, claro que también uno mismo tiende a exagerar sus propios defectos y cualidades. Si se tiene la estima baja uno se fija en los defectos y si alta en las cualidades. ¿Y si tuvieran razón en la comisaría y su marido la hubiese abandonado llevándose a su hijo? De no verse en el monitor jamás se le habría pasado esta idea por la cabeza, ahora todo era posible. Una idea que duró un microsegundo, una idea que eclipsó algo que apareció en el mismo monitor. Se trataba de un hombre alzando del carro y tomando en brazos a un niño. La sangre se le volvió loca, llegó a la cabeza con tal fuerza que la sintió pasándole caliente por cada vena. Permaneció sin habla hasta que el hombre con el niño y el carro giraron por el pasillo de al lado y desaparecieron.

– Es mi marido -dijo ahogándose-. Por Dios, es mi marido y mi hijo. Llevó buscándolos muchos días.

– Señora, por favor -dijo el guarda llamado Nacho-, siéntese.

– No lo entendéis. No paro de buscarlos y están aquí mismo comprando.

Óscar miró las pantallas que los rodeaban.

– ¿Dónde están ahora? -preguntó Julia buscando entre todas aquellas imágenes rotas la única que la traería de vuelta al mundo normal y cuya importancia aquellos chicos no podían ni sospechar.

– No los veo, deben de estar en algún ángulo muerto -dijo Óscar.

Nacho comenzó a maniobrar y pudo ampliar la imagen ya vista con tanta intensidad que se captaban hasta los más mínimos pliegues de la ropa. Félix estaba de perfil con el polo color vino burdeos, que ella misma había doblado y guardado en la maleta y unos vaqueros. Tito iba vestido con colores alegres. Le pidió a Nacho que aumentara la imagen del carro. Había dos grandes paquetes de dodotis y botellas de agua. Le pidió a Nacho que agrandara la cara de Félix. Parecía cansado, aunque cuando estaba de vacaciones siempre parecía cansado. La espaldita de Tito como la de todos los bebés era estrecha y redondeada.

– Ése es mi hijo.

– ¿Está segura? -preguntó Óscar.

Julia se limitó a mirarle tratando de que la percibiese como ella era en realidad y no como en el vídeo. Luego le suplicó a Nacho que le pasara esas imágenes varias veces, hasta que Nacho se cansó y dijo que se estaban desviando del asunto principal y que además esas imágenes eran de hacía dos días. Y detuvo la imagen en el momento en que ella cortaba las etiquetas de la camiseta con unas tijeras de pescado. Pero a ella esto ya no le importaba. Estiró el torso todo lo que pudo para alcanzar su auténtica estatura.

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