José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

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La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

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La CEDA desplegaba un gran aparato y el jefe, don Santiago Estrada, y sus colaboradores, así como las señoras y jóvenes del Partido no se daban tregua repartiendo folletos y exponiendo por todos los medios su programa. Insistían en lo de siempre: mantenimiento del orden, amnistía para los militares condenados, defensa de la religión, revisión de la Reforma Agraria, que consideraban un monstruoso aborto, etc. El subdirector, apenas daba la hora en el Banco, se cambiaba el chaleco y corría como un gamo al Partido, a ayudar en lo que fuera.

Don Jorge se había instalado en la Liga Catalana dando órdenes, y el notario Noguer cuidaba de que fueran puestas en práctica. Los monárquicos rendían culto a sus convicciones, por boca de su jefe, don Pedro Oriol, padre del amigo de Ignacio que jugaba con éste al billar.

Todos estos partidos daban la impresión de estar unidos, de perseguir el mismo fin y se hablaba de una alianza; en cambio, en el campo izquierdista las divergencias eran, al parecer, graves. Matías contó veintiún partidos izquierdistas que presentaban candidatura en España. Cada uno con promesas que ponían la carne de gallina a la gente de espíritu conservador.

En Gerona el partido socialista no dio entrada a dirigentes jóvenes, como hubiesen deseado los empleados del Banco Arús. Un momento se habló de un tipógrafo, Antonio Casal, muchacho de gran carácter, según informes; pero finalmente volvieron a los viejos de siempre. Por boca de éstos hablaba la UGT y su programa se manifestó violentísimo, con alusiones al control obrero en las Empresas.

Los industriales hermanos Costa representaban a Izquierda Republicana. Demócratas por temperamento, mecenas del orden, del fútbol y otros deportes, eran muy populares. Sus figuras eran un símbolo opuesto al que constituía don Jorge. Lo avanzado del programa socialista los obligó a excederse en sus promesas, por lo cual la clase media se asustó y echó un poco marcha atrás. Los Costa se mantenían firmes, deseosos, además, de captarse el gran número de anarquistas que tenían en sus propios talleres, y que se habían adherido a la huelga del Responsable. Y por encima de todo, sus grandes protestas de catalanismo les valían muchas simpatías.

Otra candidatura de extrema izquierda presentaba a los Costa como disfrazados paladines del capitalismo. Los radicales socialistas, que se reunían en un café donde jugaban al chapó, presentaron un candidato. Víctor, el jefe comunista, encuadernador del Hospicio, reunió a los suyos en la barbería de siempre y decidieron no presentarse, de momento; en cambio, en Barcelona el partido comunista entraba en liza con bríos.

Ignacio advirtió en seguida el cambio de tono con relación a los mítines de unos meses atrás. La moderación había desaparecido, dando con ello razón a las teorías del cajero. Sin embargo, los partidos derechistas tenían a su entender un punto antipático: se limitaban a atacar al adversario, a poner de relieve la amenaza extremista que significaba la orientación de los Sindicatos. Y se los veía ajenos por completo a los auténticos problemas de las clases necesitadas. Matías decía: «Si ganan las derechas, son capaces de rebajarnos el sueldo con la excusa de hacer economías».

A Ignacio toda aquella confusión no le asustaba. A gusto hubiera seguido paso a paso el curso de los acontecimientos con el fin de llegar a tener un criterio definido; pero no quería perder de vista sus problemas personales, especialmente el que le planteaban los estudios, obligado a encontrar profesores aptos para el sexto curso de bachillerato.

En el fondo, le hacía gracia la actitud del Responsable. Iba contra unos y contra otros y se desentendía de las elecciones. Como réplica a los mítines políticos, el jefe de la CNT movilizó dos veteranos del anarquismo, que subieron a los escenarios a exponer sus doctrinas higiénicas. Eran dos hombres muy conocidos por su austeridad de vida y por su desprecio absoluto de la civilización occidental. Hablaban con familiaridad de los yogas, de la respiración rítmica. Su aspecto era de cuarenta y cinco años y se calculaba que tenían sesenta. Alguien aseguraba que dormían sentados y que podrían permanecer enterrados días sin daño alguno para su organismo. Sus conferencias y demostraciones llamaron mucho la atención. Ni un atleta de la ciudad dejó de asistir a ellas. La Torre de Babel quedó muy impresionado y fue a consultarles algo con referencia a las posibles mejoras en su especialidad: triple salto. Los dos veteranos le contestaron que no había ninguna necesidad de saltar para ser feliz.

Matías consultó con Julio el problema de Ignacio y el policía, después de reflexionar, le preguntó:

– El programa es muy duro, ¿verdad?

Matías contestó:

– Eso dice el chico.

– Pues… -añadió el policía- a mí me parece que valdría la pena hacer un esfuerzo y que fuera a clase con el maestro que conocisteis, con David.

– Pero ¿David enseña bachillerato?

– ¡Toma! ¿Crees que el sueldo de la escuela les basta? Él y su mujer dan clases particulares.

Matías movió la cabeza repetidas veces.

– ¿Y por qué dices que valdría la pena hacer un esfuerzo?

– Porque creo que la mensualidad que cobran es bastante crecida.

– Ya. ¿Es… que son muy buenos? -se interesó Matías.

Julio dijo:

– Puedo darte un detalle: todavía no les han suspendido ningún alumno.

Matías alzó los hombros.

– Bueno. Eso… después de la experiencia de la Academia Cervantes…

– No, hombre, no. Son muy buenos. Su mujer es casi mejor que él. Son muy inteligentes. -Y luego añadió-: Pilar sabría algo más de lo que sabe si hubiese ido con ellos.

Ahí estaba el inconveniente, que Matías vio en seguida: las ideas de los maestros. Recordó que Julio le había hablado a Ignacio del socialismo de David, de su sistema pedagógico, de que en la clase mezclaba ex profeso chicos y chicas… A él todo eso le tenía sin cuidado, pues para enseñar Ciencias a Ignacio una hora diaria por la noche no hacía falta hablar de Largo Caballero; pero Carmen Elgazu… Desde luego su mujer no sabía nada de cuanto Julio había contado. Más bien estaba predispuesta en favor del muchacho de la herida en el mentón, pues le dio pena saber que él y su esposa eran hijos de suicidas.

A Ignacio la noticia de que David y su mujer enseñaban bachillerato le pilló de sorpresa. Se informó en el Banco y todos coincidieron en que tenían fama de excelentes maestros. El de Cupones sentenció: «Es muy sencillo. Son los mejores de la ciudad». Estos informes, unidos a la curiosidad que Ignacio sintió por David desde el primer momento, le habrían hecho aceptar en el acto, pero… también le daba miedo su madre. Ella no admitía distingos, ella estaba segura de que nada existía que fuera indiferente, de que la Física y el Cálculo integral tenían mucho que ver con la Religión, según la manera como fueran enseñados.

Matías dijo a Ignacio:

– Mira, lo primero vete a ver. Condiciones y demás. Luego pensaremos si le decimos una pequeña mentira a tu madre.

Dicho y hecho. El muchacho visitó a los maestros sin pérdida de tiempo. David abrió de par en par sus ojos, al reconocerle. Llamó a su mujer: «¡Olga, ven, tendrás una sorpresa!» La entrevista fue cordialísima. ¡Encantados de tenerle por alumno! La clase de sexto curso, diaria, de ocho a nueve de la noche, hora a propósito para los que trabajaban. Los honorarios, veinte pesetas mensuales. Un poco crecidos, ya lo sabían, pero su sueldo era exiguo -si se ganaban las elecciones les iban a aumentar- y entretanto tenían que vivir. Hablaron largo rato y la simpatía fue recíproca. Especialmente Olga pareció sentir un gran interés por Ignacio.

Éste salió de allá alegre como unas pascuas. ¡Al diablo los profesores autómatas de la Cervantes!

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